Como lo he destacado muchas veces, vivimos actualmente en una feliz democratización y masificación de la actividad editorial en español en cuanto al rubro teológico se refiere, hasta hace poco dominado por sólo una o a lo más dos editoriales evangélicas. Una vez más lo repito: ¡Maravilloso y alentador todo aquello!
Pero, junto con enfatizar lo anterior, es necesario que las nuevas editoriales no sólo se dispongan a poner en contacto al lector en español con obras de verdadero peso académico, (y no sólo con material divulgativo de segundo o tercer nivel, por más que lo pretendan luego pasar ante un público prácticamente sin ninguna inserción académica real en teología y, por lo tanto, prácticamente sin ningún recurso para determinar la calidad de una obra, menos el nivel de su traducción, como el evangélico promedio de América Latina, como si fuese “material académico” casi definitivo, cuando, en realidad, no se trata más que de la misma «Religión Americana», sólo que esta vez con ínfulas de superar con un poco más de parafernalia publicitaria, aquel inveterado fundamentalismo de los Estados Unidos).
No, es necesario también que las editoriales puedan contar a su vez con traductores que tengan verdadero dominio sobre los idiomas que se han propuesto traducir. Hablo aquí, casi de perogrullo, del inglés, pero cuánto más se podría enfatizar aquello cuando se trata de traducir del alemán, del francés o del mismo latín. No es posible que alguien pretenda fungir como traductor del latín o del alemán, ¡incluso del inglés!, cuando en realidad no maneja aquellos idiomas, cuando no posee estudios formales sobre los mismos y su único recurso es acudir a las posibilidades que ofrece Google, incluso más, cuando ni siquiera está familiarizado con el pensamiento del autor a traducir y sus conocimientos de la teología y sus tecnicismos son mínimos, cuando no inexistentes.
Aquello, se entenderá, no sólo aparece como muy poco ético, tanto de parte de los traductores como de las mismas editoriales en cuestión, y de una arrogancia supina, digamos arrogancia en la ignorancia, tanto de los unos como de los otros, sino que además todo aquello se desvela y se pone de manifiesto en la pésima calidad de las traducciones. ¿No me cree? Si maneja el inglés, el alemán o el latín y tiene alguna obra en el original de estos idiomas, compare luego las traducciones que se han hecho sobre las mismas al español, y me dirá si acaso peco de paranoico.
Hace pocos días, un amigo me llamaba la atención, lo cual se lo agradezco muchísimo, respecto a que en la traducción al español de la «Confesión de Augsburgo», en el «Artículo III», sobre «El hijo de Dios», aparece la traducción de: «Habiendo nacido de la inmaculada virgen María», cuando el latín dice: «In utero beatae Marie virginis», el alemán: «Aus der reinen Jungfrau Maria», y el inglés: «Blessed Virgin Mary». La revisión de todo esto la realizo desde la Triglotta. En fin, no hace falta mayores comentarios. ¡Y eso que hablamos de «Concordia Publishing House», en su extensión al español! ¡Qué le esperará, entonces, al resto!
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