Se ha identificado el Reino de Dios con el futuro prometedor de Dios a su pueblo y, por lo tanto, con las esperanzas puestas en la intervención definitiva de Dios para gobernar el universo. Pero, ¿es esto el Reino de Dios?
Otros han pensado que el Reino de Dios tiene que ver con la vida eterna que el Señor prometió a los suyos y, por lo tanto, es más bien para el cielo, no para la tierra. Pero, ¿es esto el Reino de Dios?
Otros lo han relacionado con una sociedad transformada, cuyas bases están en conceptos utópicos de mejora y transformación del ser humano capaz de superarse a sí mismo y construir un mundo perfecto, donde priman la igualdad, la libertad y las necesidades satisfechas. Pero, ¿es esto el Reino de Dios?
La palabra utopía viene del griego ou (no) y topos (lugar); es decir, un lugar que no existe y, por lo tanto, solo cabe en la idealización de lo que se anhela.
La utopía parte de una crítica radical del modelo social actual. Tomás Moro, en el siglo XVI, escribió acerca de una isla llamada Utopía que contrastaba radicalmente con la sociedad inglesa del momento; aspectos políticos, económicos, sociales, culturales se idealizan y se sitúan en el polo opuesto de la experiencia vital de su entorno.
El planteamiento utópico del futuro tiene que ver con soñar con un mundo perfecto donde todos los seres humanos son iguales y tienen las mismas oportunidades, la clase dominante ha desaparecido y la libertad es igual para todos; un mundo donde cada persona disfruta de los recursos necesarios para que su vida sea maravillosa…
La pregunta que debe hacerse, entonces, es: ¿cómo se transforma una sociedad inmadura en otra perfecta? La respuesta es clara: por la acción del ser humano que va superando diferentes etapas hasta la consecución del objetivo último, la sociedad perfecta.
A partir de lo expuesto, ¿se puede decir que el Reino de Dios que Jesús anunció es una utopía? ¿Se ajusta a las bases ideológicas de la utopía? Desde mi punto de vista la respuesta es no.
Sostengo esta conclusión partiendo de una base antropológica. El ser humano no es mejor ahora que hace 2000 años; los problemas siguen siendo los mismos. Es cierto que la sociedad ha evolucionado mucho, pero sigue existiendo el egoísmo, la acumulación de bienes, la insolidaridad, el abuso de poder, la dominación de unos sobre otros, la violencia, la discriminación, el hambre…; para mí, la esencia del ser humano sigue siendo la misma. Alguien podría objetar que también observamos bondad, solidaridad, libertad… Cierto, de la misma forma que se ha visto a lo largo de la historia de la humanidad; son destellos que reflejan la imagen y semejanza de Dios. Por decirlo de una manera suave, el ser humano no es bueno, su corazón no tiende de manera natural a la bondad, sino al contrario. Es más, si se dan las circunstancias adecuadas, cualquiera puede convertirse en una especie de personificación del mal. ¡Cuántos en nuestros días han proclamado el reparto de la riqueza para construir una sociedad más igualitaria y justa hasta que han tocado el dinero y se han corrompido! Basta observar el interés que muestran los países más desarrollados y sus gobernantes cuando está en juego la estabilidad económica mundial o la explotación de los hidrocarburos, pero miran para otra parte cuando se trata de la pobreza en la que millones de personas están instaladas; lo peor de todo es que, en muchas ocasiones, los cristianos guardan silencio ante semejante panorama. Es muy fácil deslizarse.
Entonces, no podemos hablar utopía cuando se parte de una base antropológica opuesta. La utopía considera que el ser humano irá evolucionando hacia un mundo mejor, conseguido por sus propios esfuerzos y capacidad de superación. Desde mi punto de vista, la visión del Reino de Dios que anunció Jesús se aleja de este planteamiento porque, en lugar de poner el acento en las posibilidades del ser humano, centra la atención en la esencia de Dios y su acción a favor de la humanidad. Una persona preguntó a Jesús en una ocasión: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”. Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno, Dios” (Mat 19.17; Mc 10.18; Luc 18.19). Esto tuvo que causar un impacto importante en los evangelistas, ya que 3 de los 4 lo mencionan, con lo que nos situamos en la mismísima fuente original del pensamiento de Jesús. Solo Dios es bueno. Entonces, el Reino de Dios no se consigue por las bondades humanas, sino por la intervención misericordiosa de Dios en su pueblo.
Otro de los elementos en los que se fundamenta la utopía tiene que ver con el espacio y el tiempo. No hay un lugar concreto en el mundo donde se viva la utopía y, además, se sitúa en el futuro, porque siempre hay cosas que mejorar o cambiar. Por ello, el Reino de Dios no tiene nada que ver con la utopía, porque el Reino se sitúa en el “aquí y ahora”.
Jesús predicó el arrepentimiento porque el Reino de los cielos se había acercado. El Reino no es para el futuro, es para el presente; no se opera en un lugar desconocido, sino en medio de la historia del pueblo de Dios. Pero, ¿cómo puede ser esto? El Reino de Dios tiene lugar en la tierra, en estos momentos; la vida eterna tiene lugar en el cielo y es para el futuro. Por lo tanto, son conceptos distintos que, en ocasiones, se han confundido. Insisto, ¿somos testigos de que el Reino de los cielos se ha acercado? ¿Es cierto que ya está presente en nuestro mundo, aquí y ahora y, por lo tanto, no es una utopía? Para mí la respuesta es afirmativa.
Cuando conformamos una Comunidad cristiana en la que no hay privilegiados ni dominio de los unos hacia los otros, sino que todos son iguales y se vive en libertad, allí está el Reino de Dios. Por lo tanto se experimenta aquí y ahora. Jesús enseñó a sus discípulos: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así” (Mat 20.25-26). En el Reino de Dios no cabe el dominio de unos sobre otros, el servicio es su distintivo más preciado y eso puede tener lugar aquí y ahora. Sin embargo, en aquella Comunidad cristiana donde se ejerce poder a través del dinero, se abusa de la imagen y prestigio de unos cuantos, y se manipula al pueblo llano bajo la sombra y amenaza de la excomunión…, allí no está el Reino de Dios.
Cuando un seguidor de Jesús es capaz de perdonar a quien le ha ofendido porque se ha arrepentido en su corazón, y le pide perdón, allí está el Reino de Dios. El perdón, posiblemente, sea uno de los signos más visibles y eficaces que permiten vislumbrar el Reino porque significa que la mismísima esencia de Dios ha calado en lo profundo del corazón humano. Dios perdona. Nosotros perdonamos al sabernos perdonados por Dios de una manera tan generosa. Ahí está el Reino de Dios, aquí y ahora. No hace falta esperar al futuro, a la vida eterna. Podemos perdonar a nuestros semejantes y que ese perdón permita seguir desarrollando relaciones fraternales fructíferas; con eso tiene que ver el Reino de Dios. Pero, una Comunidad en la que los miembros están enfrentados unos a otros, no se hablan, se esquivan evitando relacionarse a través del amor y el servicio cristianos…, allí no está el Reino de Dios.
Cuando se lucha por la paz, en el sentido bíblico del término, es decir, el shalom, el bienestar de todos los que nos rodean, allí está el Reino de Dios. Cuando se lucha contra la violencia, la extorsión, la injusticia, el abuso de poder, la opresión…, desde la acción de Dios en medio de su pueblo, allí está el Reino de Dios, ha llegado, se hace visible y manifiesto aquí y ahora. Dios quiere la paz, a Dios le interesa la felicidad del ser humano. Sin embargo, aquella Comunidad que es testigo del atropello que los pobres están experimentando y guarda silencio, sin mover un dedo, se hace cómplice del mal y allí no está el Reino de Dios.
Cuando alguien se sacrifica por los demás, renunciando de manera sincera a ciertas comodidades, dando de comer al hambriento, alentando al desanimado, sosteniendo al débil, intentando aliviar el dolor del que sufre, allí se hace presente el Reino de Dios. Aquellos creyentes que están haciendo la vida más fácil y feliz a sus semejantes están haciendo visible el Reino de los cielos que ha llegado. Sin embargo, aquella Comunidad que está instalada en una vida confortable y no está dispuesta a renunciar a nada por seguir al Maestro, allí no está el Reino de Dios.
Cuando las relaciones que se establecen entre las personas están caracterizadas por la justicia, allí está el Reino de Dios que se ha hecho presente; la justicia está en la misma esencia de Dios. Por eso, Jesús animó a sus discípulos a que no se preocuparan por la comida o el vestido y les dijo: “Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia” (Mat 6.33). Pero, si la Comunidad es testigo de la injusticia y no clama para que Dios intervenga a favor del necesitado, ni se moviliza…, allí no está el Reino de Dios.
Podríamos seguir mencionando otros ejemplos, pero creo que son suficientes. Dicho todo esto, es cierto que el seguidor de Jesús es limitado, pero confía en la grandeza de Dios; es débil, pero cree en el Todopoderoso. Por ello, a pesar de que el Reino de los cielos se ha acercado, todavía no está instalado en plenitud. Ya está aquí, pero todavía no. Estamos muy condicionados por nuestra humanidad; así que, esperamos y anhelamos una manifestación completa del Reino de Dios que ya se ha inaugurado en Jesús, pero que será instaurado con plenitud; esto ocurrirá cuando el Señor vuelva y, entonces, la limitación se evaporará, la debilidad se transformará en poder y el Señor mismo pastoreará a su pueblo. Esto no solo es una idea del Nuevo Testamento; ya el profeta Isaías hablaba de ello (Is 11.1,ss.) y ocurrirá porque “la tierra será llena del conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar” y sucederá cuando el Dios termine de congregar a su pueblo (Is 11.11-12).
El Reino de Dios no es una utopía en el sentido estricto del término; ya ha llegado, está aquí y se manifiesta en un lugar concreto y en unos hechos específicos por la intervención del Espíritu de Dios en medio de su pueblo; por lo tanto, no tiene que ver con palabras grandilocuentes y llenas de humanidad típicas de los teóricos, sino con acciones concretas en el “campo de batalla”. La iglesia hace visible el Reino de Dios cuando sigue a Jesús, cuando da de comer al hambriento, cuando consuela al que sufre, cuando vive en libertad y lucha por la justicia, cuando la misericordia es la base de las relaciones interpersonales, cuando acoge al descarriado, cuando sostiene al huérfano, a la viuda y al extranjero…
El Reino de Dios no es una utopía; está aquí, y se experimenta ahora. Por eso, el Señor desea congregar a su pueblo para que sea testigo de su gracia y su misericordia, nos llama al Reino de los cielos que ya se ha acercado; mientras tanto, esperamos la venida del Señor, momento en el que recibiremos la promesa que nos hizo, la vida eterna (1 Juan 2.25), y los sueños y anhelos se harán realidad.