Nuestra forma de leer la Biblia viene condicionada por nuestra cultura y nuestro estilo de vida, lo que impide que nos demos cuenta de muchas cuestiones que tratan del reinado de Dios y la atención a los pobres. Soares Prabhu ha llegado a decir que: “La exégesis occidental, que forma parte de la inmensa producción ideológica de una sociedad opulenta e intensamente consumista basada en principios diametralmente opuestos a los de Jesús, […] Ha intentado sistemáticamente espiritualizar la comprensión evangélica de pobre…”.[1] Para ilustrar esta idea, quisiera rescatar una brevísima reflexión que me publicaron en la web de Los sermones de Gotinga y que trata sobre la parábola del rico y Lázaro.[2]
La parábola del rico y Lázaro no está diseñada para defender la existencia del infierno como un lugar físico. Quienes centran aquí su atención en hacer una apología del infierno, solo desfigurarán el contenido del mensaje. En teología se utiliza un dicho que nos llama precisamente a esta cautela: theologia parabolica non est argumentativa. Aquí simplemente tenemos a Jesús utilizando una retórica y un imaginario bien conocido en el judaísmo tardío que le tocó vivir y, desde ahí, va a configurar una narración que apunta al verdadero corazón de su enseñanza.[3] Como recurso pedagógico, las parábolas de Jesús siempre toman elementos conocidos y propios de su entorno, en este caso el recurso que hace distinción entre “el seno de Abraham” y el “Abismo-Hades”.
¿Entonces qué nos quiere enseñar Jesús con esta parábola? Primero nos presenta el desequilibrio que impera en el mundo, donde hay personas muy ricas y otras que son muy pobres. El evangelio de Lucas hace muchísimo hincapié en el asunto de la pobreza y la riqueza.[4] El reino de Dios, de justicia, paz y gozo (Ro 14,17) no aprueba la injusticia del desequilibrio. El rico de la parábola que vivía con ostentación (v.19) tenía la realidad misma de la pobreza muy cerca, justamente en la puerta de su casa (v.20).
El rico, como todo judío, conocía bien lo que dictaba la Ley de Moisés y lo que algunos profetas habían expresado sobre la justicia social. Conocía sus deberes hacia los necesitados. En Isaías 58,7 se señala que el verdadero ayuno a Dios es compartir el pan con el hambriento, alojar en casa a los pobres, cubrir al desnudo y no esconderse del hermano. El profeta Amós, impulsado por el Espíritu de Dios, protestó con energía contra las injusticias que producen desequilibrios sociales. Ejemplos como estos hay muchos más.
Hoy en día mucha gente se beneficia de la violencia institucional y de las desigualdades que permiten que unos vivan a costa de otros, a sabiendas de que otros seres humanos son relegados a la absoluta marginalidad. El problema de la inmigración en el Mediterráneo o en la frontera de EEUU y México es síntoma de ello a gran escala.
Al igual que el rico insensato (Lc 12,13-21), nuestro protagonista vive atesorando sus bienes para sí mismo, vive ajeno a los demás (excepto a sus amigos pudientes a los que invita a banquetes, v.19), sirve al dios-Mamón, el cual es incompatible con el seguimiento a Cristo (16,13), porque el seguimiento a Jesucristo requiere nuestra entrega a los demás (Mt 25,34-46).
Podríamos concretar hasta ahora, que la parábola tiene como fin concienciar sobre nuestra responsabilidad hacia los pobres. Una responsabilidad en primera instancia dirigida a los ricos, pero en segundo lugar a todos los que promovemos la nueva sociedad del reinado de Dios. Cualquiera que tenga “algo de más” (no hace falta ser rico), ha de ponerlo a disposición del necesitado (Lc 3,11).
Sin embargo, todavía queda una enseñanza más en la parábola. Al final vemos un diálogo del rico con Abraham. El rico (que tras su muerte está destinado en el abismo como consecuencia de haber decidido “no participar” en el deseo de justicia y equidad de Dios), trata de alzar su voz hacia el “seno de Abraham” donde moran los justos. Y sabiendo que ya no puede hacer nada para sí mismo, le pide a Abraham una solución para sus cinco hermanos que viven de la misma manera en la que él vivió: ellos también son siervos de Mamón, viven para sí del lucro sin atender las necesidades ajenas. Muchos de nosotros en esta era de la comodidad y del ocio, vivimos del mismo modo ajenos a los demás.
El rico pide a Abraham que Lázaro regrese de entre los muertos para testificar a sus hermanos y advertirles que necesitan un cambio en sus vidas (vv.27-30). Está convencido de que la única manera de que sus hermanos puedan arrepentirse de su forma de vida e iniciar una más justa en consonancia con la voluntad de Dios, es que un muerto se les aparezca y les persuada (v.30).
Sin embargo, Abraham responde que si estos hermanos que conocen la Ley de Moisés y las enseñanzas de los profetas no las aplican, tampoco van a hacerle caso a alguien que venga de entre los muertos (v.31). Cualquiera que no quiera aceptar la voluntad de Dios (en este caso su voluntad hacia los desfavorecidos), sabrá ingeniarse mil maneras de excusarse, ya sea ante los profetas y Moisés o ante alguien que haya vuelto de la muerte.
Lo curioso, mirándonos hacia nosotros mismos en el presente, es que ¡sí tenemos a uno que regresó de entre los muertos! Ante el Resucitado tenemos abierta la opción de excusarnos o la opción de tomar consecuentemente su ejemplo de vida donada hacia los demás.
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[1] G. M. Soares-Prabhu citado en: J. SOBRINO, Jesucristo liberador. Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret. 2a ed. (Madrid: Trotta, 1993) p.119
[2] Véase: http://www.theologie.uzh.ch/predigten/predigt.php?id=8583&kennung=20190929es
[3] La primera vez que aparece en el judaísmo esta representación del lugar de las “almas” tras la muerte es en El Libro de los Vigilantes (cf. 1Hen 22, y 1Hen 9,3-10). Cf. G. ARANDA; Apócrifos del Antiguo Testamento, en: G. ARANDA PÉREZ – F. GARCIA MARTÍNEZ – M. PÉREZ FERNANDEZ; Literatura judía intertestamentaria (Estella: Verbo Divino, 1996) p.277. Asimismo, la comprensión del lugar de recompensa y castigo de nuestro texto lucano tiene eco en Las Exhortaciones de Henoc (1Hen 103,5.7-8), ibíd. p.290. Como indica Köster, estas concepciones de infierno y castigo se toman del pensamiento griego del período helenista y son extrañas a la antigua tradición de Israel. Cf. H. KÖSTER; Introducción al Nuevo Testamento (Salamanca: Sígueme, 1988) p.294.
[4] Remito a mi artículo R. BERNAL; ¡Ay de vosotros los ricos! Algunos apuntes sobre la pobreza y la riqueza en la obra lucana.RYPC (18 agosto 2015), en línea: http://www.revista-rypc.org/2015/08/ay-de-vosotros-los-ricos-algunos.html