EL RICO Y LÁZARO. UNA PARÁBOLA ROMPEDORA
Riqueza y pobreza como problema ético y político
Según Joachim Jeremías, la parábola del rico y Lázaro registrada en el Evangelio de Lucas (Lc 16:19-31), está tomada, tanto en sus detalles como en su conjunto, de una historia egipcia bien conocida que tenía como tema el cambio de suerte en el más allá. Cada narrador la adaptaba según su propósito particular, que es lo que hizo Jesús.
Lázaro es la única figura de una parábola que tiene nombre propio. Lázaro es abreviatura de Eleázaro (Eleazar), que significa «Dios ayuda». Algunas han fantaseado sugiriendo que Jesús se refiere a una persona e historia verídica. Lázaro es un mendigo, lisiado, afectado de una enfermedad de la piel (v. 21b), que tiene su puesto de mendigo en la calle ante la puerta de entrada de la casa del rico; desde allí pide limosna a los que pasan.
Los predicadores, buscando la simetría y el efecto de sus sermones sobre el auditorio, dan al rico del nombre de Epulón, que es el adjetivo para el hombre rico. Tiene nombre de clase, no de persona, en todo caso, de persona glotona. El rico sin nombre representa la ideología dominante de la época. Lázaro representa el grito callado de los pobres del tiempo de Jesús y de todos los tiempos.
En los círculos evangélicos la interpretación de esta parábola se ha centrado en sus elementos condenatorios y la existencia de un infierno de fuego después de la muerte, y utilizada con una carga dramática afectiva en las campañas de evangelización y avivamiento, como hizo el famoso Brownlow North (1810-1875), predicador notable durante el avivamiento en Irlanda del Norte en 1859[1]. Sin embargo, esta parábola tiene mucho más que enseñarnos, no se limita a advertirnos del peligro de la condenación eterna sino de la falta de caridad hacia los desposeídos de la tierra, esos pobres sin recursos, sin derechos, sucios, cubiertos de úlceras que hieren la vista.
Dice San Agustín en uno de sus sermones:
«Este [Lázaro] yacía a la puerta lleno de úlceras; el rico le miraba con desprecio. Deseaba aquél saciarse con las migas que caían de la mesa de éste; él, que alimentaba a los perros con sus úlceras, no era alimentado por el rico […] Da al pobre, porque quien recibe es aquel que quiso sentir necesidad en la tierra y enriquecer desde el cielo […]: Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber; fui huésped y me recibisteis, etc. […] Esta vida es la de la corrección, la del auxilio y la del socorro»[2].
A Lázaro quizá lo separaba un par de metros de Epulón. Pero la distancia social entre el uno y el otro es abismal. La separación entre ricos y pobres, ayer como hoy, estaba delimitada por una fosa, un muro infranqueable que nadie podía cruzar, vigilada de día y de noche para impedir el sacrilegio de que el inmundo invadiera el espacio puro de los ricos y poderosos, bendecidos por Dios y la fortuna, pues los ricos se creían bendecidos por Dios y aplaudidos por la buena sociedad como triunfadores, creadores de riqueza, buenos administradores de sus negocios.
Los pobres por su parte, no solo eran marginados económicamente, sino también, al no poder observar y cumplir las leyes de la pureza, marginados religiosamente, «malditos que no conocían la ley de Dios». Para remarcar la diferencia entre ambas clases, Jesús señala que los perros callejeros, vagabundos, de los que Lázaro casi no se puede defender, enfermo, sin fuerzas y apenas vestido, lamían sus heridas, lo que añadía aún más impureza a la impureza de por sí de Lázaro, pues los perros son considerados animales impuros por el judaísmo. Todo indicaba, a los ojos de sus contemporáneos, que Lázaro era un apestado de Dios, un pecador a quien Dios castiga, incluso su cuerpo manifestaba su culpa por medio de las llagas que lo cubrían.
El rico, por el contrario, era el símbolo de la bendición divina. Era un verdadero hijo de Abraham, «muy rico, pues tenía oro, plata y muchos animales» (Gn 13:2) señal de que Dios le había bendecido en gran manera, dándole «ovejas y vacas, plata y oro, siervos y siervas, camellos y asnos» (Gn 24:35: 30:43).
Y aquí está lo inesperado, lo rompedor la parábola, tal como la contó Jesús. Jesús desmontó totalmente la visión popular sobre la riqueza y pobreza de sus contemporáneos. Invirtió, no los papeles de uno y otro personaje, sino la ortodoxia la época. Al rico parecía corresponderle la gloria, pero lo puso en el infierno; al pobre, por el contrario, lo puso en el cielo. La transvaloración de valores es total.
«Muchas de las personas a las que Jesús contó esta parábola debieron de imaginarse al principio que el hombre rico había sido bendecido por Dios y que Lázaro estaba siendo castigado, pues creían que la prosperidad era una bendición de Dios, y su ausencia un castigo divino. Jesús mostró que no era necesariamente así. Ser rico no es forzosamente señal de que uno cuente con la bendición divina o sea íntegro; tampoco los que tienen menos, o padecen una enfermedad, o son pobres, están siendo castigados por Dios»[3].
Lázaro, el mendigo, lisiado y ulceroso, es acogido en el seno de Abraham no debido a ningún mérito propio, salvo el hecho de ser pobre, marginado y sufriente; mientras que Epulón, es enviado al Hades pese a haber cumplido con las ceremonias religiosas, asistido al Templo y contribuido al tesoro con sus ofrendas.
«¿Cuál había sido el pecado del rico? ¡Al fin y al cabo no había mandado que quitaran a Lázaro de su puerta! Y al parecer, no se oponía a que se le dieran las migas del pan que se tiraba de la mesa. Tampoco le daba de patadas cuando pasaba. No era deliberadamente cruel con él»[4].
¿Acaso la pobreza es un bien? ¿Defiende quizás Jesús la miseria y el hambre? Algunos se han escandalizado con esta parábola, la entienden incluso como parábola sin misericordia, pues ni Dios escucha el lamento del condenado que pide solamente unas gotas de agua[5].
A veces se olvida que también la Ley y los profetas también enseñaba atender a los más necesitados: «¿No es para que partas tu pan con el hambriento, y recibas en casa a los pobres sin hogar; para que cuando veas al desnudo lo cubras, y no te escondas de tu semejante?» (Is 58:7,10; Ez 18:7, 16; Job 22:7; Sal 112:9; Pr 22:9; 25:21; 28:7). El texto de la parábola no dice que Epulón realice ninguna mala acción, sino todo lo contrario, su gran pecado no radica en su acción, sino en su omisión.
«El rico se basta a sí mismo y por eso celebra, se regala, derrocha los bienes materiales en beneficio y disfrute propio sin mirar más allá de sí mismo. No necesita a Dios ni necesita a los pobres. No ve al pobre que está a su puerta ni ve tampoco a Dios: no ve a Moisés y los profetas, como después le echará en cara el padre Abraham (v. 29), pues no ha entendido que «todo cuanto fue escrito en el pasado, lo fue para enseñanza nuestra» (Ro 15:4), y que la Ley de Dios es el modelo único por el que regir la propia existencia. Todo terrateniente de Israel era en realidad un rentero de YHWH (Lv 25:23) y por ello estaba obligado a pagar impuestos a los representantes de Dios, los pobres, para compartir con ellos la tierra en forma de limosnas (Miq 2:9; Is 58:7; Neh 5)»[6].
Los criterios de Dios no son los criterios del mundo, y de la misma manera que nadie había auxiliado a Lázaro en los días de su vida, tampoco parece que nadie acuda en su auxilio en el momento de su muerte: nada dice la parábola de que Lázaro fuera sepultado. En lugar del auxilio de los hombres, los ángeles acuden para llevarlo hasta un lugar destinado para los justos, un puesto de honor junto a Abraham: «en el seno de Abraham».
«El seno de Abraham es la designación del lugar de honor en el banquete celestial a la derecha (cf. Jn 13:23) del padre de familia, Abraham; este lugar de honor, la meta suprema de la esperanza, afirma que Lázaro está a la cabeza de todos los justos. Experimenta un cambio de la situación: en la tierra vio al rico sentado a la mesa, ahora puede sentarse él mismo a la mesa del banquete; en la tierra era despreciado, ahora goza del honor supremo. Experimenta que Dios es el Dios de los más pobres y abandonados»[7].
A su manera, el rico sin nombre es religioso, por eso reconoce a Abraham y le llama padre; Abraham responde y le llama hijo. El rico recuerda que tiene cinco hermanos y no quisiera que ellos acaben como él, en aquel tormento. Vemos así que tiene sentimientos: está preocupado por el destino de los suyos, sus hermanos, pero nunca estuvo preocupado por la situación de los pobres mientras vivió. La respuesta de Abrahán es clara: «Tienen a Moisés y a los Profetas: ¡que los escuchen!» (Lc 16:27-29). Lo que correspondería a «¡Tienen la Biblia!». Muchos ricos actuales tienen la Biblia, tratan de leerla a diario, memorizan los versículos que les inspiran, pero no se dan cuenta de que la Biblia tiene mucho que ver con los pobres. Ellos son la llave para entender la Biblia y el mensaje de Jesús, que vive y está en los Lázaros de la tierra. Por más que el rico piense ser buen cristiano y de tener fe, no hay forma de que pueda estar con Dios, pues no ha abierto la puerta al pobre, como hizo Zaqueo (Lc 19:1-10).
Lázaro es también Jesús, el Mesías pobre y siervo, que no fue aceptado por los suyos. «Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido» (Is 53:3-4).
La relación con Lázaro-Jesús, es decir, con los pobres y marginados de la sociedad, será el criterio de la salvación en el Juicio final. De nada valdrá entonces haberle llamado Señor, Señor, y alegar el haber profetizado, o echar demonios en su nombre, e incluso hacer milagros maravilloso, pues entonces, el Hijo de Dios dirá: «Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad» (Mt 7:20-21). Algunos pueden cavilar, ¿acaso no somos salvos por la sola fe? ¿Cómo podemos reconciliar estos hechos tan extraños? Muy sencillo, hay que entender que la fe no es una cuestión banal, una mera esperanza psicológica en la salvación futura; la fe es una relación de confianza y un proyecto de vida en seguimiento de Jesús, quien no tenía ni dónde recostar su cabeza (Mt 8:20-22), es una manera de ser y de comportarse[8].
Según san Mateo, Jesús comenzó su ministerio público anunciando el reino de los cielos y bendiciendo a los pobres, «pues de ellos es el reino de Dios» (Mt 5:3; Lc 6:20). Buscó su presencia, quitó sus enfermedades, tocó, palpó con su propia mano sus lepras, quebrantando así la ley de lo puro y lo inmundo. Sabía bien que Dios, su Padre, amaba a los pobres, tenía predilección por ellos. Ellos son los escogidos por excelencia. «Hermanos míos amados, escuchad: ¿No escogió Dios a los pobres de este mundo para ser ricos en fe y herederos del reino que él prometió a los que le aman?» (Stg 2:5).
Los pobres son escogidos no por ser pobres, como si hubiera alguna virtud moral en la pobreza, sino por ser rechazados, marginados, afligidos, menospreciados, débil para valerse por sí mismos, dejados al margen de la sociedad, como si no fueran nadie, como si no importasen a nadie. Pero a los ojos de Dios cobran un gran valor. «Lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia» (1 Co 15:28-29). Para Dios los pobres cuentan mucho, mucho más que los ricos y poderosos. De hecho, Él «derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos» (Lc 1:52-53). Jesús dijo a sus discípulos: «En verdad os digo que es difícil que un rico entre en el reino de los cielos» (Mt 19:23).
La relación con los pobres será determinante en el día del Juicio porque Jesús está moral y personalmente identificado con ellos, hasta el punto que una buena obra realizada con un pobre es igual a realizarla con y para Cristo: «Tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis», etc. (Mt 25:31-46).
Nadie será salvo utilizando la coartada de Dios me ha bendecido, le he aceptado en mi corazón, creo en Jesús y soy salvo, su gracia es suficiente, si olvida que al final de los días la vara de medir será nuestra actitud hacia los pobres.
Carismas y prosperidad
La Iglesia primitiva entendió bien el mensaje de Jesús sobre la pobreza y lo puso en práctica. En casos extremos, llegaron a vender sus posesiones y ponerlas en común para que nadie se encontrara en necesidad (Hch 2). Hoy sabemos que la Iglesia se extendió por todo el Imperio romano no solo por la predicación de sus misioneros y la sangre de sus mártires, sino también por una red de asistencia social que mantenía a miles de pobres de las grandes ciudades, e incluso daban «cristiana sepultura» a aquellos que no tenían donde caerse muertos[9].
Existe el tópico, o bulo, de la Edad Media como una era de tinieblas, y olvidamos las grandes lumbreras que dio la Iglesia, entre ellas Francisco de Asís, que abrazó la «hermana pobreza» como una manera radical de seguimiento de Cristo. Como dice Eloi Leclerc, Francisco tuvo el vicio de la pobreza para así derramarse sin medida sobre plantas, animales y personas[10]. La enseñanza de la Iglesia no dejaba de insistir en el cuidado de los pobres. Sabemos de reyes y reinas que renunciaron a sus riquezas y las distribuyeron entre los pobres por amor a Cristo.
Como ha estudiado magnífica y detalladamente el historiador francés Michel Mollat, la Iglesia formó la conciencia social de la sociedad respecto a la miseria y el deber de aliviarla, de tal manera que en la época merovingia fue común que el pobre solicitara el patronato de un poderoso; llama la atención que este tipo de protección se realizara mediante un contrato perpetuo. Mención especial merecen los Concilios que tendieron a normar la existencia del pobre, brindándoles ayuda y protección. En el año 500, no menos de cuarenta y un concilios o sínodos, de los cuales 18 se celebraron en Francia, se ocuparon de los pobres; por ejemplo, el Concilio de Macon en 585, prohibió a algunos obispos rodearse de perros a fin de no impedir que los pobres se les acercaran en busca de ayuda[11].
Fueron los obispos quienes otorgaban la limosna, previo registro que se hacía del «pobre» en una lista nominal llamada matrícula; tales religiosos tuvieron un papel importante, pues se convirtieron en «padre de los pobres»; entre sus funciones estaba el despertar la caridad entre clérigos y laicos convenciéndolos de que todos eran hijos del mismo Padre «que está en los Cielos», así como de una Madre, la Santa Iglesia. En ese mismo sentido, los monasterios fueron importantes centros de ayuda al «pobre»; desde su fundación por san Benito de Nursia, la caridad benedictina acogió y le dio albergue al pobre.
Mención especial merecen los hospitales medievales en donde se amparó al pobre. En ellos, el pobre fue el «cliente consentido», a quien solían llamar «nuestro señor». Dentro del ámbito jurídico en materia civil, el apoyo y protección al pobre tuvo diversas manifestaciones. Ya no solamente la Iglesia se organizaba para atender las necesidades del pobre. Ahora, una nueva fuerza encabezada y dirigida por los reyes se perfilaba como complemento para socorrer al miserable.
Hoy parece haberse impuesto en la sociedad, incluso entre los cristianos, que el pobre es pobre porque quiere, porque es un vago que no le echa ganas al trabajo, porque prefiere vivir de la ayuda del Estado o de la caridad de las buenas personas. Se le criminaliza y se le desprecia. Estamos presenciando el «rechazo al pobre», que bien puede desembocar en el odio, la aversión, el temor, el desprecio, la aporofobia como dice la veterana profesora de ética Adela Cortina[12]. Esto es un claro indicio de estar viviendo en una era post-cristiana, que ha olvidado el legado de los grandes maestros del amor al pobre. Se ha olvidado el mensaje de Jesús, y desde hace algunas décadas los «predicadores de la prosperidad» se suman al coro de los que denigran la figura del pobre, traicionando así el legado cristiano.
Se entiende que muchos no quieran seguir siendo pobres, y por eso prestan atención a los vendedores de fortuna en forma de evangelio. En muchos países los pobres sufren el abandono del Estado y desconfían de las promesas de los políticos; son los más castigados por la economía, por eso el anuncio de una vida próspera les atrae y les convence. Los pastores y las pastoras, con permiso para enriquecerse, se proyectan como un modelo a seguir o a alcanzar, como una suerte de empresarios exitosos que cuentan con el garante de la bendición divina. Es parte de la naturaleza humana querer progresar, y más cuando todo en la sociedad moderna incita a ello. El cristianismo también está del lado del pobre y de su promoción como persona tanto a nivel espiritual como cultural y económico. Pero eso no justifica utilizar el evangelio como un medio para asegurarse seguidores mantenidos en un estado de dependencia de los líderes religiosos, al tiempo que defienden una agenda neoliberal totalmente contraria a los intereses de los pobres.
Jesús dijo: «Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas» (Lc 16:13). A la luz de esta enseñanza, conviene hacernos una pregunta: ¿Por qué Jesús es tan duro con la riqueza y los ricos? ¿Qué es lo que los ricos hacen para merecer las palabras tan severas que les dirigió, y el destino final que imaginó para ellos?
«La respuesta es que algunas personas ricas, en vez de dar su lealtad, fidelidad y servicio al Dios de los pobres, marginados, excluidos y enfermos que Jesús representa, se han dejado seducir por Mamona, la diosa del dinero. Algunos miembros de la comunidad lucana han convertido a Mamona en una diosa idolátrica, con poder de enajenar y destruir a la comunidad. Y desde el punto de vista de Jesús esto no puede ni debe suceder»[13].
En nuestra moderna sociedad neo-pagana, totalmente alejada de la fe cristiana, se intenta implementar políticas gubernamentales que recluya a los pobres en guetos innombrables, al tiempo que promueva el acoso y maltrato de la gente «en situación de calle», como dicen los argentinos, por medio de los agentes de la ley y el orden. Se ha llegado al punto que el gobierno de Javier Milei en Argentina pretende impulsar medidas y proyectos de ley que hagan realidad una sociedad excluyente, donde los pobres tienen que ser esquilmados. Una de esas medidas es la tentativa de bajar a 13 años la edad de imputabilidad[14].
En el extremo norte, el gobernador de California (EE.UU.), Gavin Newsom, emitió una orden ejecutiva «para abordar urgentemente los peligrosos campamentos de personas sin hogar», dirigiendo a las agencias estatales a eliminar los campamentos de tierras estatales, como parques estatales, playas, pasos elevados de autopistas y las áreas debajo de estos. La crisis de vivienda en California se ha intensificado drásticamente en los últimos años, con el número de personas sin hogar creciendo un 40 por ciento en los últimos cinco años. Los precios de las viviendas y los alquileres han permanecido muy fuera del alcance de las familias comunes, llevando al estado a tener la tasa de pobreza funcional más alta de Estados Unidos[15].
Ha esto ha conducido el paraíso capitalista. Ya no basta con tener trabajo para dejar de ser pobre. Entregan comestibles, venden pizzas y descargan camiones en Amazon. Son la nueva e improbable cara de las personas sin hogar: trabajadores estadounidenses con empleos bien remunerados que simplemente no pueden permitirse un lugar donde vivir. La falta de vivienda, que ya alcanzó un nivel récord el año pasado, parece estar empeorando entre las personas con empleo, a medida que la vivienda se vuelve cada vez más fuera del alcance de quienes ganan salarios bajos, según entrevistas en refugios y aumentos en los desalojos y las cifras de personas sin hogar en todo Estados Unidos. La última ronda de recuentos puntuales (un recuento de personas sin hogar en una noche determinada) realizada por The Washington Post recientemente muestra un aumento perceptible en la cantidad de personas sin hogar en muchas partes de Estados Unidos, incluido el sureste de Texas (un aumento del 61 por ciento respecto al año anterior), Rhode Island (hasta un 35 por ciento) y el noreste de Tennessee (hasta un 20 por ciento)[16].
Pese a los esfuerzos por eliminar el hambre en el mundo, esta no para de crecer, lo cual es una vergüenza insoportable a la luz de los medios disponibles para acabar con ella. Resulta que nosotros, tan orgullosos de nuestra técnica y avances científicos, estamos en el mismo nivel de pobreza que la Edad Media.
«Ha habido muchos y profundos cambios políticos y formas de producción, pero no han sido suficientes para crear una sociedad más justa. Todavía los recursos no llegan equitativamente a todos. La desigualdad económica se mantiene y aumenta. Expertos como Guido Alfani señalan que tras breves períodos de bienestar económico, viene una severa ola de empobrecimiento generalizado»[17].
Según el último informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo (siglas en inglés, SOFI), una asombrosa cifra de 733 millones de personas padecieron hambre en 2023, equivalente a una de cada once personas a nivel mundial y una de cada cinco en África[18]. Jesús nos enseñó a dar de comer al hambriento, a vestir al desnudo, a amar al pobre, no a condenarlo, marginarlo, a escarnecerlo más todavía de lo que ya hacen los nuevos paganos. Nos animó a invitarle a compartir mesa con nosotros, como él compartió mesa con publicanos y pecadores, porque el Reino es de Dios es semejante a un banquete de bodas (Mt 22:1-14).
El rico de la parábola también celebraba banquete cada día, pero era incapaz de sentir la menor empatía por el pobre Lázaro, le era indiferente, si no molesta, la presencia de Lázaro. Y ahí está el problema, como bien ha señalado Guillermo Hansen, pues de todas las indiferencias ninguna es más destructiva como la de los ricos hacia los pobres, pues toca directamente la realidad de la distribución y usos de los recursos básicos de la vida. Los ricos viven en un mundo superior, a otro nivel, indiferentes por principio a la miseria, «de lo contrario, no podrían disfrutar de sus riquezas. Esto hace de la vida una yuxtaposición de dos mundos paralelos que apenas se tocan. Pero esto es una ilusión, pues estos dos mundos están intrínsecamente conectados en una danza diabólica. El compás para esta danza es la indiferencia ante el sufrimiento, su ritmo es la ceguera ante la injusticia, su coreografía es el egoísmo y la desidia»[19].
«El hombre rico creyó en su propio mundo, se dejó llevar por su propio dios: Mamón. De la misma manera en que en nuestra época, el mundo de las finanzas, aseguradoras y corporaciones crea su propio mundo, un mundo de ilusión, sostenido por un falso ‘evangelio’ que se alimenta de la ingenuidad y del trabajo de la mayoría. Sólo ven lo que ellos creen, hasta que la catástrofe en ciernes golpea duro, creando más injusticia y desolación»[20].
La religión pura y verdadera a los ojos de Dios Padre, decía el apóstol Santigo, «consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas en sus aflicciones, y no dejar que el mundo te corrompa» (Stg 1:27 NTV). Mucho nos tememos que algunos, por no decir bastantes, han dejado que el mundo corrompa el evangelio en el que dicen creer. Hace muchos años, en 1967, Pablo VI, a propósito de la lucha contra el hambre, dejó escrito en la encíclica Populorum progressio:
«Se trata de construir un mundo donde todo hombre […] pueda vivir una vida plenamente humana, […] donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico (n. 47). […] Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos» (n. 3).
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[1] B, North, El rico y Lázaro. El Estandarte de la Verdad, Edimburgo 1967,
[2] Agustín, Sermón 113B, 4.
[3] Peter Amsterdam, Parábolas de Jesús: El rico y Lázaro, Lucas 16:19–31, https://directors.tfionline.com/es/post/parabolas-de-jesus-el-rico-y-lazaro/
[4] William Barclay, Lucas. Comentario al Nuevo Testamento, p. 260, CLIE, Barcelona 1994,
[5] Pedro Langa, Parábola del rico epulón y el pobre Lázaro, https://www.religiondigital.org/entre_unidad-_caridad_y_verdad/Parabola-rico-epulon-pobre-Lazaro_7_2161053890.html
[6] Antonio Cabrera Olmedo, “En el halda de Abraham. Comentario exegético a Lc 16, 19-31”, Comunicació, 127 (2014), p. 88.
[7] J. Jeremías, Las parábolas de Jesús, pp. 217-222. EVD, Estella 1974.
[8] Los que defienden la “teología de la prosperidad” aseguran que Jesús no fue pobre, al contrario, «caminó en prosperidad de acuerdo con el pacto Abrahámico».
[9] Véase A. Ropero, Mártires y perseguidores. Historia general de las persecuciones (siglos I-XI), p. 163ss. CLIE, Barcelona 2010.
[10] E. Leclerc, La sabiduría de un pobre. Marova, Madrid 1992.
[11] Michel Mollat, Pobres, humildes y miserables en la Edad Media. Estudio social. FCE, México 1988.
[12] «La aporofobia es un atentado diario, casi invisible, contra la dignidad, el bienser y el bienestar de las personas concretas hacia las que se dirige. Pero además porque, como actitud, tiene un alcance universal: todos los seres humanos son aporófobos, y esto tiene raíces cerebrales, pero también sociales, que se pueden y se deben modificar, si es que tomamos en serio al menos esas dos claves de nuestra cultura que son el respeto a la igual dignidad de las personas y la compasión, entendida como la capacidad de percibir el sufrimiento de otros y de comprometerse a evitarlo». Adela Cortina, Aporofobia, el rechazo al pobre, p. 6. Paidós, Barcelona 2017.
[13] Manuel Villalobos Mendoza, Comentario del San Lucas 16:19-31, https://www.workingpreacher.org/commentaries/revised-common-lectionary/ordinary-26-3/comentario-del-san-lucas-1619-31-3
[14] Luis Miguel Modino, Una reflexión ante el proyecto de ley del gobierno Milei de bajar a 13 años la edad de imputabilidad, https://www.religiondigital.org/luis_miguel_modino-_misionero_en_brasil/Mons-Jorge-Lozano-estigma-pobreza_7_2691400846.html
[15] Isla Anderson y David Brown, Gobernador demócrata de California emite orden ejecutiva para desmantelar campamentos de personas sin hogar, https://www.wsws.org/es/articles/2024/08/01/kuqy-a01.html?pk_campaign=wsws-newsletter&pk_kwd=wsws-daily-newsletter
[16] Abha Bhattarai, They have jobs, but no homes. Inside America’s unseen homelessness crisis, https://www.washingtonpost.com/business/2024/07/28/homeless-lack-of-affordable-housing-economy/?utm_campaign=wp_post_most&utm_medium=email&utm_source=newsletter&wpisrc=nl_most&carta-url=https%3A%2F%2Fs2.washingtonpost.com%2Fcar-ln-tr%2F3e821c9%2F66a666827135ee56dfa6f3e1%2F65e1f09b72d27e0cb55e2c0e%2F11%2F50%2F66a666827135ee56dfa6f3e1
[17] Marie Rondon, La desigualdad económica de hoy es similar a la que existía en la Edad Media, https://www.cambio16.com/la-desigualdad-economica-de-hoy-es-similar-a-la-que-existia-en-la-edad-media/
[18] Jean Shaoul, 733 millones de personas padecieron hambre en 2023, https://www.wsws.org/es/articles/2024/08/03/60ee-a03.html?pk_campaign=wsws-newsletter&pk_kwd=wsws-daily-newsletter
[19] Guillermo Hansen, Comentario de San Lucas 16:19-31, https://www.workingpreacher.org/commentaries/revised-common-lectionary/ordinary-26-3/comentario-del-san-lucas-1619-31
[20] Id.