Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (Juan 3.16 )
Es interesante leer este texto una y otra vez, pero mucho más interesante es saber de dónde vino, por qué surgió y con qué intención fue escrita esta interpretación sobre Dios en un verso tan repetido en las congregaciones para destacar la obra redentora y salvífica de Jesús al entregarse por completo por y para el reino de Dios. Lo realmente atrayente es la interpelación que nos genera para poder comprender cada una de las cosas que mencioné anteriormente, ya que nos hacemos la siguiente pregunta: ¿Qué quería mostrarnos la comunidad juanica al revelar a Dios desde esa perspectiva?
Realmente estoy convencido de que dicha comunidad estaba decidida a hacer ver a la iglesia que el Dios de Jesús era un Dios diferente al que el judaísmo y su brazo más poderoso e influyente, el fariseísmo, le habían impuesto una comprensión un tanto irreal; una interpretación exagerada y muy abusiva del Dios al que Jesús estaba tratando de interpretar desde sus mismos textos e incluso desde sus acciones para con los débiles. Ese Dios –según los fariseos- necesitaba acciones específicas del ser humano para atraer su atención o su favor, concepción teológica que parecía estar en crisis.
La frase con la que hemos iniciado este artículo está relacionada con una larga y tendida conversación con uno de los hombres más reconocidos del judaísmo, aquél que había sido enseñado durante mucho tiempo sobre las funciones y los detalles que debían mantenerse para el cuidado de quienes asistían a la sinagoga, aquellos que deseaban escuchar el mensaje de los antiguos. Ese hombre era Nicodemo, quien había llegado a Jesús con muchas preguntas y expresando las dudas que le generaba la religión oficial. Llegó a escondidas por el temor a ser descubierto y a las posibles represalias. Miedoso, frustrado e inseguro, prefería encontrarse con Jesús en la oscuridad, ocultando sus reservas hacia los fundamentos de una fe muy interiorizada que ya estaba empezado a cuestionar.
Es posible que este hombre esperara encontrarse con un Jesús completamente indiferente, insensible y discriminatorio. Pero Jesús se sentó con él y, de forma delicada, le explicó cada una de sus enseñanzas, y con mucho respeto y paciencia le respondió sus preguntas más difíciles. Además, no sólo le enseñó una lección de teología, sino que le mostró a un Dios más práctico, a uno que sabía reconocer la debilidad humana y, aún así, era capaz de acercarse y ofrecer su ayuda; un Dios misericordioso que se muestra en la acción de levantar la serpiente en el desierto, de la misma forma que el Cristo sería levantado como prueba de su amor y de su misericordia.
Al final, Jesús concluye que, en realidad, el rostro que Nicodemo le había asignado a Dios no era el más apropiado, y que quizás ese rostro del Dios de Jesús era más bien uno de misericordia, de justicia y sobre todo de amor.
Por eso la comunidad de Juan trata de enfatizar el tema de la necesidad de amarnos los unos a los otros, y trabajar desde esa perspectiva, enseñando que la iglesia del Dios de Jesús debe caracterizarse por imitar el rostro del Maestro. Es decir, entender que Dios es amor y que la comunidad debe amarse a sí misma como Cristo nos amó; que no hay mayor amor que el de un amigo que da su vida por nosotros, mostrándonos que la base y el fundamento de la comunidad es, precisamente, ese amor.
Las relaciones inter e intra personales deben estar marcadas por el amor, de lo contrario quizás no hayamos aprendido a relacionarnos correctamente, porque no entender este principio supone mantener las heridas, las reservas y las barreras ante una relación que puede parecernos dañina. Hay personas dentro de nuestras comunidades con necesidades de afectividad, de consuelo o de acompañamiento, pero su situación no cambia porque, tal vez, hemos elegido un modelo incorrecto en nuestras formas de relación, justificándonos con la palabra “amor”.
En mi opinión, por eso Jesús quiso enseñarnos un modelo igualitario del amor, que incluye tanto a los que forman parte de la comunidad como a los que no. El texto comienza con “De tal manera amo Dios al mundo…”, lo cual indica que, para Juan, contabilizar y describir el amor de Dios por el mundo resulta algo imposible. Pero lo que más debería sorprendernos es que Juan especifica que no hay manera de representar cuanto amor tiene Dios por los que, de acuerdo con su percepción, son totalmente inaceptables, es decir, los que él identifica como el “mundo”. Dios ama lo que tendría que aborrecer; lo que está dominado y orientado por el mal; esa sociedad contaminada y corrompida por el poder: una sociedad separada del creador por egoísmo y odio.
Por eso, una de las características de la comunidad debería ser la aceptación. La demostración del amor no tiene que ser sólo para los que están de acuerdo contigo, sino también para los que, aunque consideramos diferentes y con creencias, ideologías, personalidades, etc. que no entendemos, deberían ser aceptados.
Otra de las características de la comunidad debería ser la generosidad. Nos dice el texto que “…dio a su hijo unigénito…”. Los gestos de una relación comunitaria sana deben estar basados en la entrega, y no sólo como algo físico o material –muy común de las neo-iglesias-, se trata más bien de una entrega de uno mismo, puesto que Dios, al entregar a Jesús estaba entregando algo muy valioso de sí mismo. Por tanto, basemos nuestras relaciones afectivas, eclesiales, familiares… en la propia entrega y en la aceptación de la diferencia.
Es más, estas características, aparte de la praxis, necesitan un elemento que las mantenga en continuo crecimiento. Esto quiere decir que el amor no sólo necesita ofrecerse, sino también crecer y ensancharse. Sigue diciendo el texto “…para que todo aquel que en él cree…” , lo cual parece expresar que el amor necesita de la fe como una de las formas más eficaces para construir excelentes relaciones inter e intrapersonales. Este amor cimentado en la confianza evita muchos problemas, al mismo tiempo que favorece la comunicación, el apoyo mutuo, la entrega a los demás, etc. La confianza permite unas relaciones comunitarias exentas del miedo a perder la identidad y de paradigmas de relaciones sociales pasadas.
Por último, ¿Cómo sabremos que lo que practicamos es amor genuino? ¿Cómo descubrir si el modelo de comunidad que Juan nos propone, basada en el amor para establecer relaciones, ha tenido el efecto deseado? El texto termina diciendo “…No se pierda, mas tenga vida eterna.” El amor produce vida, genera salud, tranquilidad, paz, seguridad y bienestar. Cuando eso no ocurre no se está amando y el rostro del Dios de Jesús no se está reflejando en nuestras relaciones, ya sean éstas sociales o comunitarias.
El amor así concebido no tiene por qué estar directamente relacionado con nuestras verdades, o con nuestras concepciones ideológicas; tampoco significa pensar que nuestras necesidades afectivas están por encima de las del pobre, lo cual pondría de manifiesto el egoísmo y el temor que causan nuestra frustración y soledad.
Nuestro Dios es un Dios de comunidad, y nos enseña a tener un modelo idóneo capaz de mejorar nuestras relaciones. Aprendamos a ver a nuestra sociedad desde la expresión máxima del Dios de Jesús: la aceptación del diferente, la entrega generosa de nosotros mismos, la confianza en los demás…, para así poder generar la vida que tanto necesita nuestra sufrida Latinoamérica.
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