I. INTRODUCCION
1.1 Planteamiento del problema
Se ha dicho que el siglo recién pasado ha sido el siglo del mayor esfuerzo ecuménico entre las iglesias, y de su plena conciencia de la necesidad de establecer condiciones concretas en favor de un mayor entendimiento y diálogo entre las mismas. Prueba de estos avances han sido, especialmente, entre el mundo católico romano, el ya famoso Concilio Vaticano Segundo, convocado por el Papa Juan XXIII, y que en sus cuatro sesiones entre los años 1959 y 1965, contaría con la presencia de distinguidos teólogos protestantes como observadores invitados, tal como el teólogo luterano Oscar Cullmann. Por parte protestante, se debe mencionar, por supuesto, el Consejo Mundial de Iglesias, fundado en 1948 en Ámsterdam, pero actualmente con sede en Ginebra, Suiza, y que cuenta hoy en día con más de 348 iglesias afiliadas, representando más de 120 países. Además, por cierto, de un enorme arsenal de literatura que en las últimas décadas se ha producido en relación a la investigación y promoción del ecumenismo, tanto entre las propias iglesias evangélicas, como entra éstas y la Iglesia Católica. Simplemente, la mención de estos dos hechos podría llevarnos a la impresión de que el problema tocante a la plena comunión de las iglesias se halla ya definitivamente resuelto, y que una nueva era de ecumenismo ha comenzado irreversiblemente.
Sin embargo, no son pocos los que piensan que tal unidad entre las iglesias seguirá siendo puesta en duda, y no constituirá más que un discurso demasiado sobredimensionado, o del interés de unos pocos grupos exclusivos, en la medida en que elementos tan consustanciales a la esencia de la misma, como los sacramentos del Bautismo y de la Cena, sigan todavía sin hallar un verdadero consenso entre todos los cristianos. Esto cuenta específicamente para la Cena del Señor que, como es sabido, ha separado históricamente a gran parte de las iglesias cristianas, despertando amargos debates y divisiones entre estas[1]. En plena concordancia con la que aquí ya se ha dicho, ya B. D. Marshall, publicaba en 1993 un excelente artículo, para Theology Today, intitulado, The Disunity of the Church and the Credibility of the Gospel, y en el que planteaba con total lucidez aquello de que la unidad de la iglesia y, en consecuencia, la credibilidad del propio evangelio, es puesta en seria duda ante la sociedad actual por medio de esta división en torno al sacramento de la Eucaristía, imposible de comprender para un ciudadano de hoy que no ve en esta división nada más que la inconsistencia entre el decir y el actuar del cristianismo, a saber, la insistencia en que la Iglesia es una en Cristo, pero, por otro lado, la imposibilidad de alcanzar dicha unidad en torno a la celebración de la Eucaristía.
En efecto, para Marshall la Eucaristía cumpliría una doble función en la creación de la unidad de la Iglesia. Esto es, en cuanto la unidad de la Iglesia con Cristo, y en cuanto a los distintos miembros de este cuerpo unos con otros. De este modo, por tanto, la Eucaristía sería la señal más visible de la unidad de la Iglesia ante el mundo. Si esto es así, como creemos que lo es, nos corresponde entonces analizar el sacramento de la Santa Cena, como base de una real unidad entre las iglesias, y explorar algunos caminos para la superación de sus aporías.
II. LA UNIDAD QUEBRANTADA DE LA IGLESIA
2.1 El carácter concreto de la unidad de la iglesia
En la oración de intercesión de Jesús por los discípulos a su Padre que encontramos en el capítulo 17 del evangelio de Juan, claramente podemos observar que la unidad por la que Jesús ruega es una unidad real y concreta, no una unidad metafísica y que sólo se quede en el nivel de las correctas formulaciones proposicionales. Una unidad que todo aquel que la vea la pueda reconocer como tal, y pueda creer por medio de esa unidad concreta entre los discípulos que Jesús ha sido el enviado de Dios al mundo. En tal sentido, la unidad de los creyentes no es algo que sólo los creyentes puedan reconocer. Ahora bien, según Marshall, un estudio a lo largo de todo el nuevo testamento mostraría que esta unidad de la iglesia, siempre visible y no metafísica, insistimos, se expresaría en diversas dimensiones: La adoración, la confesión, el Bautismo y por supuesto la Santa Cena. De este modo, y como ya se ha dicho, la Santa Cena cumpliría entonces con dos funciones en relación a la unidad de la iglesia. En primer lugar, sería expresión de la unión de los creyentes con Dios. En segundo lugar, de los creyentes en tanto cuerpo de Cristo, con el mundo.
Sin embargo, se debe reconocer que entre todas estas dimensiones en las que se expresaría la unidad visible de la iglesia, la Santa Cena ocuparía un lugar preferencial, por cuanto es a partir de ella que el mundo llega a la fe en el evangelio. Pero también la unidad de los creyentes, en el marco de la Santa Cena, es expresión de la unidad de Dios. Más específicamente, de la unicidad entre Jesús y su Padre (Juan 17, 21). De manera tal, entonces, que cuando esa unidad de los creyentes, expresada visiblemente a través del partimiento del pan y el alzamiento de la copa se ve quebrantada, es la credibilidad del evangelio en el mundo la que se ve afectada. Y no sólo la credibilidad del evangelio, sino también el testimonio de la unidad entre Jesús y su Padre, y la veracidad de que éste es su enviado.
2.2 Consecuencias de la ausencia de unidad eucarística
Pero tal notoria ausencia de unidad en torno a la celebración de la Santa Cena entre las iglesias no sólo pondría entredicho, según Marshall, la veracidad del evangelio, expresada en esta concreta unidad entre los cristianos, y expresada específicamente en celebración eucarística, sino que también revelaría la pretensión de las iglesias de ser y actuar como tal, aun cuando un principio tan fundamental para el ser mismo de éstas, como la comunión de mesa, quede sin practicar. En tal sentido, dirá Marshall, una iglesia que se niegue a participar de la comunión eucarística con otra, estaría declarando que no es iglesia en el sentido de la gran ecoumene cristiana, sino que lo es únicamente para sí misma, en el sentido de un grupo que se estima así mismo como autosuficiente y autónomo. Ejemplos de este comportamiento, podríamos encontrarlo en la Iglesia Católica Romana, la Comunión Anglicana, la Iglesia Presbiteriana de USA, la Iglesia Luterana de los Sínodos de Missouri y Wisconsin.
Pues bien, frente a todo esto debemos urgentemente preguntarnos: ¿Es posible seguir denominando todavía a nuestra era, como la era del mayor avance ecuménico del cristianismo? ¿No resulta de tal modo dañada ante el mundo, como lo expresaba Marshall, la credibilidad misma de la iglesia, y en el fondo la credibilidad del propio evangelio que ésta se esfuerza en transmitir, a causa de esa desunión eucarística, al punto de que ningún esfuerzo comunicacional o multitud de programas podría revertir? Pero, junto a esto, debemos también preguntarnos: ¿No tendrán aquellos sectores eclesiásticos que se niegan a la participación eucarística entre todas las iglesias, algún de margen de razón, en el sentido de que no puede haber una verdadera comunión eucarística toda vez que entre las diversas iglesias existen distintas comprensiones de la teología sacramental, muchas de ellas contrapuestas entre sí? Y, complementando a aquello: ¿Deberíamos soslayar los énfasis teológicos de las diversas iglesias, sólo para lograr aquella unidad eucarística? Y si de esta forma se procediera, ¿no se corre el riesgo de venir a dar en una comprensión demasiado superficial de la Santa Cena, auspiciada únicamente por las presiones de una agenda ecuménica internacional? Sobre esto, vamos a recoger algunas ideas.
III. CAMINOS DE ENCUENTRO EN TORNO A LA UNIDAD EUCARÍSTICA
3.1 El sentido de la Cena del Señor
Llegados, por tanto, hasta este punto, no cabe duda de que para poder avanzar en la solución de esta aporía en torno a la falta de unidad eucarística, debemos definir primeramente qué es aquello que finalmente se revela en la Cena del Señor. Walter Kasper ha definido, a mi juicio, magistralmente aquello que está contenido en la Eucaristía, y creemos importante citar sus palabras:
La última cena revela conjuntamente no sólo la misión de Jesús, sin también su esencia más profunda: Jesús es el ser que viene de Dios y que existe para Dios, y en este sentido existe a la vez para los hombres. Jesús es Eucharistia y Eulogia, acción de gracias y bendición en persona. En este sentido complejo Jesús es el punto cardinal de todo; la cristología es el trasfondo y el principio que hace que se comprenda la Eucaristía.[2]
Definido así, entonces, aquello que caracterizaría a la Cena del Señor: “Jesús, su unidad con Dios, su misión encomendada por éste y su entrega de amor hacia los seres humanos en obediencia al Padre”, el problema respecto a los énfasis teológicos de cada confesión, no quedarían eliminados, pero sí supeditados, tal como lo afirma el propio Kasper, al valor preponderante de esta definición. Dicho de otro modo, las discusiones dogmáticas respecto al modo en que ocurriría la presencia del Señor en la Cena, su sentido real o memorial, incluso su carácter pascual o celebración a modo de un ágape, no dejan de conservar su utilidad y valor, pero no pueden entorpecer, a la luz de esta definición, la unidad eucarística de los cristianos.
3.2. Participación existencial y espera escatológica
Pero existe también otro elemento a considerar a la hora de fomentar caminos de encuentro entre los cristianos en torno a la Cena del Señor. Un elemento que nos parece claramente decisivo en la búsqueda de esta unidad eucarística, es el que guarda relación con el carácter existencial y escatológico de la Cena del Señor. Como bien ha dicho Eberhard Jüngel comentando el pasaje de 1 Cor 11, 26:
Por cuanto la comunidad cristiana puede mirar en la Cena retrospectivamente al Crucificado, porque tiene participación existencial en él, puede también contemplar anticipadamente la venida del Señor Resucitado.[3]
En tal sentido, participar de la Cena del Señor implicaría, por una parte, que el comulgante asume su participación en la obra de Cristo, le reconoce como Señor, y responda al llamado de su Palabra. Aquella Palabra que invita a todo hombre y mujer a dejar su mundo de seguridad, su mundo conocido, y seguirle por el camino de la cruz: Theologia crucis y no theologia gloriae. En otras palabras, y al decir de Eberhard Jüngel, tener participación existencial en la obra de Jesús. Pero también la Cena del Señor haría más potente la esperanza escatológica, de la cual ella sería su anticipo y cumplimiento proléptico.
En consecuencia, ambos elementos, la participación existencial en la obra de Cristo y la esperanza escatológica que aparece contenida en ella, y de la cual el creyente a través de esa participación existencial también se apropia, serían los elementos a nuestro juicio que harían la unidad eucarística de las iglesias, y no las definiciones y discusiones dogmáticas respecto a ésta. Dicho de otra manera, las enfatizaciones teológicas respecto a la Cena del Señor de acuerdo a cada tradición eclesiástica y las diferencias, por qué no decirlo, muchas veces irreconciliables entre cada una de éstas (llámese católico romana, luterana, calvinista, evangélica, pentecostal, etc.), no pueden alterar la unidad eucarística entre las iglesias a luz de aquella participación existencial en la obra de Cristo y la esperanza escatológica que descansa en ésta.
Pero debemos hacer aquí una aclaración más: Cuando decimos, por una parte, que la participación existencial en la obra del Señor ha de constituir elemento fundamental a la hora de configurar una base segura para la unidad eucarística de los cristianos, no estamos diciendo, claro está, que la eficacia del sacramento la determine el comulgante. Tampoco estamos restando valor a aquello que afirmaba Lutero ya del sacramento, en términos de que en éste no es nunca el hombre el que da algo a Dios, sino siempre Dios el que da algo al hombre.
Y, sin embargo, cuando esta participación existencial es ignorada, debemos reconocer con cuanta lamentablemente frecuencia el sacramento de la Eucaristía ha venido a dar en nada más que en gracia barata o en mera celebración de un rito cultural, pero que por lo mismo no motiva al comulgante a reafirmar su decisión de seguimiento del Crucificado Resucitado. Es cierto que en la Cena del Señor, y así correctamente lo expresa Jüngel[4], la gracia del Señor nos ofrece la oportunidad de empezar cada vez de nuevo. Pero, sin esa participación existencial, esa apropiación de la obra de Cristo, en términos de reconocerle como el Señor que determina todas las esferas de nuestra vida, debemos preguntarnos si se ha superado en realidad no solamente el peligro de venir a dar en simple y llana gracia barata, según la advertencia de Bonhoeffer, sino además en el vicio del ex opere operato tan condenado por los reformadores. Pero también nos es menester hacer una breve aclaración respecto a la connotación escatológica de la Cena, en el sentido de que es por medio de ésta que la iglesia como un todo, en tanto iglesia del Señor, reclama el advenimiento final del reino, y el día en que será un solo pueblo ante el Señor. Y, sin embargo, esta esperanza escatológica sería abiertamente negada toda vez que las iglesias entre sí se niegan a la unidad eucarística.
3.3 Conclusión
Bien se ha dicho que en la Santa Cena no sólo se celebra la unidad ya existente de la iglesia, sino que además por medio de este sacramento se efectúa y se lleva a cabo la unidad de esta iglesia, siendo así la Santa Cena verdadero sacramentun unitatis. Queda, sin embargo, en pie la pregunta planteada por Marshall y que recogíamos al comienzo de este artículo: Esto es, si la falta de unidad eucarística entre las iglesias no sólo pondría en entredicho la credibilidad de esta unidad, sino además la credibilidad misma del mensaje del evangelio. No cabe duda de que tal falta de unidad eucarística entre las iglesias, seguirá siendo el principal obstáculo para el desarrollo de un serio programa ecuménico en el cristianismo.
[1] Un buen panorama de estas controversias es la que ofrece G. Husinger, The Eucharist and Ecumenism, New York: Cambridge University Press, 2008, 21-46.
[2] Sacramento de la unidad: Eucaristía e Iglesia, Santander, Sal Terrae, 2005, 87.
[3] El ser sacramental. En perspectiva evangélica, Salamanca: Sígueme, 2007, 87.
[4] Op., cit., 89.
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