¿Qué es la vida? Su conocimiento sigue siendo el gran desafío para todos aquellos que buscan las raíces de la existencia y el conocimiento de la verdad. Solo hay una realidad que haya preocupado tanto a los seres humanos, y esa realidad es la muerte. Ambas han sido objeto de investigación por las mentes más egregias, desde las civilizaciones más remotas y avanzadas en su tiempo, hasta nuestros días.
En realidad no se puede realizar un análisis serio y profundo de la vida sin, al mismo tiempo, darse cuenta de que también se está buscando el sentido de la muerte.
Como preámbulo a este breve análisis existencial, podríamos recordar el pensamiento del gran fisiólogo y científico francés Claudio Bernard, quién estando en su lecho de muerte fue visitado por un periodista que, entre otras cosas, le preguntó: Dr. Bernard Vd., que ha dedicado tanto tiempo, inclinado sobre un microscopio, a estudiar la infraestructura fisiológica de la vida, ¿podría darnos una definición sobre la misma? La respuesta no se hizo esperar, y el Dr. afirmó: La vida es la muerte.
Las reflexiones científicas, filosóficas y teológicas han mantenido discrepancias importantes al respecto a lo largo del devenir histórico, pero el conocimiento más profundo y esencial de la vida, versus la muerte, sigue siendo un misterio. Cada una de estas disciplinas del conocimiento ha llegado a sus conclusiones, pretendiendo en muchas ocasiones mantener en cada una de ellas el monopolio de la verdad.
La realidad existencial de los seres humanos deviene como una contradicción dialéctica entre dos tendencias instintivas: el instinto de la vida (eros) y el instinto de la muerte (tanatos). Considero que esta realidad es admitida, hoy en día, por la Ciencia, por la Filosofía y también por la Teología.
Este breve ensayo, por el contexto en el que se inscribe, se limitará a realizar una serie de consideraciones desde la óptica de un cristiano existencialista.
La vida se manifiesta en el amplio espectro de la creación, desde los seres unicelulares sólo visibles a nivel microscópico, hasta alcanzar aquellos que tienen una organización pluricelular más compleja y alcanzan su clímax más elevado a nivel antropológico, es decir, en el Hombre (gr.= anthropos = ser humano).
Llegados a este punto resulta necesario, para avanzar en la investigación del misterio de la vida, conocer el ser en el que la vida se manifiesta de la manera mas completa, es decir conocer al hombre.
Surge aquí el gran interrogante existencial que recorre toda la historia humana: ¿Qué es el hombre? A esta pregunta trascendental se han dado muchas respuestas. Aquí tomaremos en consideración aquellas que estimo más importantes:
1) El hombre es una incógnita (Alexis Carrel)
2) El hombre es una carga para sí mismo (Job)
3) El hombre es imagen y semejanza de Dios (Moisés)
Desde el punto de vista de la estructura o tectónica de la personalidad existe, en la esfera de la intimidad del ser, un estrato lleno de contenidos (noéticos, anímicos, emocionales) del que surgen todas las tendencias instintivas que informan nuestra conducta (la llamada esfera Inconsciente). Cuantitativamente estos contenidos suponen el 75% de los pensamientos, sentimientos y tendencias que se mueven en lo más profundo de nuestro ser y que no son conscientes para nosotros mismos. De esta manera estamos abocados a una conducta que puede ser contraria a los deseos conscientes de nuestro yo. Nadie mejor que el psicoanálisis y el apóstol Pablo supieron explicitar esta verdad. El primero, por boca del psicólogo más insigne de todos los tiempos, C. G. Jung, cuando hablando de nuestra conducta y de nuestra libertad afirmó: “no somos dueños de nuestra propia casa”. Y el segundo, en su carta a los Romanos, nos dice: “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco eso hago… de manera que ya no soy yo quién hace aquello, sino el pecado (gr.= amartia = error, fracaso, frustración) que mora en mi. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo “ ( Romanos 7:15-17).
En cuanto a la segunda afirmación sobre “el hombre”, en el libro de Job leemos: “Porque la aflicción no sale del polvo, ni la desdicha brota de la tierra. Pero como las chispas se levantan para volar por el aire, así el hombre nace para la aflicción.” (literalmente, “es el hombre quién la aflicción engendra.” Job 5:6-7 ). Aquí encontramos la causa y la razón del porqué el hombre es una carga para si mismo.
La tercera consideración del hombre como imagen y semejanza de Dios (Gen 1:26-27) nos lleva a la revelación bíblica, donde encontramos que la vida tiene un sentido teleológico, trascendente y metafísico. El libro de Salomón conocido como Eclesiastés constituye, en mi opinión, el mejor tratado que jamás se haya escrito sobre el tiempo, la temporalidad y la frustración humana. En él se afirma que la vida del hombre deviene en el tiempo y está constituida por una serie de contradicciones que es necesario resolver para alcanzar una verdadera realización.
El capítulo tres de este libro (heb. = Cohelet) empieza diciéndonos: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer y tiempo de morir”. Nunca se ha plasmado mejor la realidad de la vida humana en su devenir existencial. Según el eminente psicoanalista Oto Rank, el nuevo ser que emerge a la existencia procede de un paraíso denominado seno materno. Realiza su entrada en este mundo después de atravesar el tortuoso canal del parto, y lo hace con el primer grito de angustia existencial de los muchos que va a experimentar a lo largo de su vida. A esta experiencia la denominó el eminente psiquiatra “el trauma del nacimiento”.
Siguiendo el pensamiento de Salomón, nos encontramos que la vida del hombre (ser humano) transcurre entre el tiempo de nacer y el tiempo de morir. A continuación, este sabio nos especifica 28 tiempos (Eclesiastés 3:1-8), o 14 contradicciones que es necesario resolver para llegar a vivenciar el sentido teleológico, metafísico y trascendente de la vida.
En Eclesiastés 3:11, y hablando de la ontogénesis de la realidad, se nos dice: “Todo lo hizo (Dios) hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad (lit. = el deseo vehemente por la eternidad) en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre ( Hb = Adan = lit. = ser humano ) a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin”.
La gran contradicción en la vida del ser humano asciende a niveles conscientes, a nuestro yo, en la medida en que vivenciamos, en el tiempo (la temporalidad) , las limitaciones que nos impone “el tiempo de nacer y el tiempo de morir”. Aquí se teje la infraestructura que informa la frustración humana y posteriormente la angustia. Desde el punto de vista psicodinámico podemos comprender estos dos fenómenos psicológicos, podemos entender su fenomenología, pero nos resulta difícil alcanzar su ontogénesis.
El ser humano se vivencia a sí mismo como un ser-para-la- muerte. Y esta realidad tanática da al traste con todos sus esfuerzos y deseos de realización. Ni el trabajo, ni el poder, ni las riquezas, ni los placeres, ni aún la sabiduría satisfacen las demandas más profundas y trascendentes de nuestro corazón.
La vida tiene un sentido teleológico que apunta a una realización metafísica en la vivenciación trascendente del tiempo indefinido.
Al deseo vehemente por la eternidad, que nace desde la esfera de nuestra Intimidad, se opone la realización tanática y existencial del anthropos (gr. = ser humano) como un-ser-para la muerte.
El hombre, “como Imagen y semejanza de (heb. = celem = copia, sombra) Dios”, en el mundo tiene, antropológicamente hablando, el deseo atávico de la vivencia del tiempo indefinido: el deseo de eternizarse. De ahí que todos sus anhelos de realización sean frustrados por la realidad insuperable de la muerte. Ninguno de los esfuerzos del ser humano por descubrir los mecanismos esenciales de la vida, ya sea por los métodos de la investigación científica o por las disquisiciones más profundas del pensamiento filosófico, ha sido capaz de resolver la gran contradicción que implica todas las demás: la contradicción entre el tiempo de nacer y el tiempo de morir.
Sin embargo, la Biblia nos revela que dicha contradicción ha sido resuelta en un hombre, en un personaje histórico que venció a la muerte (gr, = que quitó de la muerte su poder) “Y sacó a la vida la luz y la inmortalidad por el evangelio” (2ªde Tim 1:10). Esta realidad es, para mi, incontestable, porque desde que Jesús de Nazaret se levantó de entre los muertos cada ser humano, cada familia, cada nación tienen un sentido y una esperanza de trascendencia cósmica y eterna.
En lo más profundo del corazón de los hombres (y de cualquier otra realidad a nivel cósmico ) existe una imagen reprimida de Dios. El gran psiquiatra y psicoanalista Viktor Frankl describió esta realidad, trascendente y trascendental, como “la presencia ignorada de Dios” en la esfera de la intimidad del hombre. La conversión cristiana, realizada por la acción del Espíritu de Dios, hace posible que esa imagen de Dios reprimida ascienda a nuestra conciencia, a nuestro yo, y que nuestro devenir antropológico, soteriológico y somatológico (físico y biológico) sea el de Aquél que venció a la muerte porque era y es la resurrección y la vida.
En definitiva venimos del mismo corazón de Dios, y todos aquellos en los que el Espíritu de Dios mora volverán a la misma realidad de donde proceden. Este es el sentido primario y último de la vida.
“¿Que es la vida? Una ilusión,
Una sombra, una ficción.
Que el mayor bien es pequeño
Que toda la vida es sueño,
Y los sueños, sueños son.” (Calderón de la Barca, La vida es sueño)
La vida tiene un sentido transcendente y trascendental que el autor de La vida es sueño no captó.
“El sueño es la actividad más importante del alma humana” (J.M.González Campa)
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