Si usted está dentro de su casa leyendo la Biblia y ve por la ventana que afuera hay alguien que pasa hambre, deje su Biblia, salga y alimente a esa persona. A continuación puede volver y continuar leyendo la Biblia. John Wesley
Hermanos, “herejes” y amigos. Hoy quiero hablarles de un tema menos académico, como sería costumbre aquí, y un poco más práctico y al nivel de cancha. Todos aquí somos apasionados por la teología y filosofía cristiana, pero como ustedes saben en eso no se resuelve el ser cristiano. El cristianismo siempre ha luchado contra la idea de que solo la gnosis o un conocimiento más elevado nos lleva a la salvación, ya que es la fe, la fidelidad a una persona que es Cristo, la que le da salvación tanto a ignorantes como a letrados.
El cristianismo es más de ser y hacer que de solo saber, ya que el ser contiene en sí mismo el saber, aunque puede que no sea teórico pero sí práctico. Siempre he considerado que una persona enseña más en qué cree con lo que hace que con lo que dice, declara más su confianza en algo por sus acciones que por sus dichos. Una fe sin obras es una fe muerta (como dice Santiago), por antagonismo, entonces, podemos decir que una fe con obras es una fe viva y confiada plenamente en su salvador. Y esta fe con obras, es una fe que actúa en su comunidad, por la comunidad y dentro de la comunidad.
Ahora, todos podemos decir (bueno, eso creo), que servimos en nuestra iglesia, pero cuando hablo aquí de comunidad quiero decirlo en un sentido más amplio. Para mí, la comunidad no termina fuera de las paredes del templo, sino que continua más allá de ellas; todo lo que me rodea es mi área de servicio cristiano. Y por causa de aquel que salvó al mundo de pecado y que vendrá a reunir a toda la creación, el cielo y la tierra, tengo el deber de servir. A esto es lo que Wesley llama evangelio social:
Santos solitarios –y aquí añade esto Wesley- es una frase tan inconsistente con los evangelios como “adúlteros santos”. El evangelio de Cristo no conoce ninguna religión sino la religión social, ninguna santidad sino la santidad social.
Ahora, como vengo diciendo, la idea de comunidad no empieza ni termina en la iglesia. Eso sería hacer un dualismo dentro de la realidad, y para mí, todo lo que haga una espiritualización de las realidades que predica el cristianismo sería incorrecto. En esta línea me considero afín a Kyuper, quien decía que Cristo ha de ser el centro de la cultura que nos rodea. Como Klaas Schilder en su libro Cristo y la Cultura señala:
el hombre es, con su conciencia, no solamente una letra en el libro de la creación sino también un lector, alguien que recita este “libro”: debe también leerse y entenderse a sí mismo como una letra, aunque nunca de forma aislada a todas las demás creaturas.
Hacemos comunidad y cultura cristiana con el servicio a todas las personas que nos rodean, aun cuando esto signifique muchas veces que les incomodemos. Pero esto no quiere decir que estemos gritando en nuestros trabajos: “¡Cristo viene a juzgarte!”, sino entender que nuestra vida completa es una predicación continúa de la fe que estudiamos y profesamos.
Pablo nos llama constantemente a crecer en el conocimiento (la mente de Cristo) y en el servicio:
Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano (1ra Corintios 15:58).
La vida cristiana es una vida de servicio activo. Esto es contrario al deseo de la mayoría de personas que vive una vida de autosatisfacción hedonista. El ser humano es un ser al que le gusta la vida llena de placeres para satisfacer los apetitos del cuerpo, el alma y hasta de la mente. Muchas veces llenamos nuestro apetito con el estudio teológico, en vez del servicio o el sufrimiento. Y déjenme decirles que no existe mejor escuela de adoración verdadera que el sufrimiento y la paciencia hacia Dios. El estudio, hermanos, nunca va a sustituir al servicio de nuestra comunidad ni la participación social en beneficio de la creación de Dios. Ciertamente, todo esto es creación de Dios y él está al pendiente de todo; pero aunque Dios nos tiene en cuenta y vela por nosotros; por lo general es, mediante las personas, que atiende nuestras necesidades. Por tanto, lo importante es que el cristiano sea esa persona que atiende la necesidad del otro. Como dice uno de los primeros pentecostales acerca del pueblo de Dios, Smith Wigglesworth: “Dios nunca tuvo la intención de que su pueblo fuera común o corriente. Sus intenciones era de que ardieran con Él, conscientes de su poder divino, dándose cuenta de la gloria de la Cruz y de la corona de Gloria”. ¿Cómo queremos transformar al mundo si ni siquiera estamos inmersos en nuestra cultura?
Muchas personas creyentes viven como llaneros solitarios (sobre todo en este mundo virtual de Facebook y redes sociales), que menosprecian y critican a la comunidad señalando sus errores e hipocresía, sus torpezas y sus desvaríos. Estos dicen que solo quieren caminar con Jesús, estudiar y ser olvidados, dejando atrás los vínculos incomodos que atan de un prójimo a otro. A veces alegan que ese ascetismo les aclara la visión y les permite entender lo que la Biblia dice, ¿pero que sería la Biblia sin Iglesia que la creyera o una comunidad que la rechazara? En cualquiera de los dos casos, es necesario dignificar el sentido escritural y vencer la contracorriente con el servicio que damos. Para mí, el verdadero cristianismo y la verdadera santidad se da en el contexto de una comunidad. ¿De qué sirve decir que busco la santidad si nunca ha sido probada mi paciencia con el otro? ¿De qué sirve decirle que le amo si nunca he perdonado verdaderamente una falta que me ha roto? Aquí es donde se demuestran las horas de estudio y oración con el Señor, en que los demás vean esta luz. Y si tenemos esta luz que da el Espíritu Santo, es nuestro deber mostrarla como dice Jesús en Lucas 11:33:
Nadie enciende una lámpara para luego ponerla en un lugar escondido o cubrirla con un cajón, sino para ponerla en una repisa, a fin de que los entren tengan luz.
Es nuestro deber, y nuestro orgullo, mostrar a Cristo en nuestras conversaciones. Ahora, esto no significa estar citando versículos de la Biblia a lo loco, sino que muchas veces consiste sencillamente en escuchar verdaderamente a nuestro prójimo. ¿A cuántas personas hemos escuchado hoy? ¿Con cuántos hemos llorado o reído? ¿A cuánto le hemos mostrado el evangelio en nuestras acciones?
En esta sociedad tan hiper-individualista perdemos muchas veces el sentido de comunidad. Y nosotros como cristianos hemos hecho lo mismo con la salvación, es como un: “me salvo yo y que se mueran todos mis amigos”. Hemos entendido la salvación como un proceso individualista, cuando siempre fue visto como un proceso comunitario. Me acuerdo cuando en las iglesias siempre repetían, “la salvación es individual”; y esto lo hacían respecto a los que estaban también fuera de la Iglesia. Tenemos un mundo que grita de dolor y nosotros conocemos la cura, ¿no te gustaría compartir esa vacuna contra el pecado y la muerte con todas las personas que conoces? La salvación no solamente es un acto judicial, sino también un acto formativo para los que nos rodean.
Es interesante que para Calvino no existe la ley y el evangelio, sino que el segundo es una continuidad de la gracia del primero (cosa que Wesley también absorbió), esto significa que todo lo que rodea al cristiano debe ser conmovido para dar adoración: nuestra relación con Dios, con su creación; la manera en que nos relacionemos con nuestro prójimo y sus objetos; en fin, todo es transformado por medio del evangelio y el servicio que le damos a Cristo por ello.
Volviendo al punto de la salvación como proceso comunitario, San Cipriano de Cartago decía: “Fuera de la Iglesia no hay salvación”, la salvación es dentro del cuerpo de Cristo, místicamente unido por el Espíritu Santo pero realmente unido por los concilios y las confesiones de fe que la Iglesia ha declarado. Calvino siempre hablaba de la salvación con expresiones “en Cristo”. Para Calvino y extrañamente también para Wesley toda la vida es religión cristiana, esto hace ver que Dios obra en todos los aspectos de la existencia, incluyendo los aspectos espirituales, físicos e intelectuales, públicos o privados, en la tierra o en el cielo. Con esto en mente, podemos decir que usted importa como individuo y que yo también importo como tal, pero no podemos vivir sin comunidad, aun con esa persona de izquierda que usted rechaza o esa persona que apoya a los dictadores, ese también es parte de su comunidad. La comunidad es nuestra escuela donde aprendemos lo esencial para la vida, y nos estimulamos en santidad o luchamos por ella. ¿No nos sentimos tentados de recordarle a alguien “su progenitora” cuando se nos mete en nuestro carril cuando vamos manejando? o, ¿no sentimos ganas de ignorar a quien insiste por una moneda? En los dos casos Dios trabaja para que formemos nuestro carácter por ellos. La comunidad es nuestro hospital donde acudimos, ¿Cuántas veces hemos sido confortados por personas que ni siquiera han sido cristianas? Todos hemos sido ayudados por todos. La ley del amor, el cual es el cumplimiento de la ley, exige que nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra alma estén al servicio de Dios y de su creación. El servicio abnegado hacia la comunidad, que muchas veces nos puede odiar, es la más elevada cultura cristiana que podemos mostrar a la sociedad.
Por ello es necesario involucrarnos no solo intelectualmente sino también socialmente e espiritualmente con nuestra comunidad. Tener la Biblia y el periódico como decía Karl Barth de manera figurativa, el cristiano debe tener algo que decir y hacer por la comunidad. Aunque nos odien, la cercanía produce proximidad, como dice también Dante Alighieri: “La proximidad y la bondad son causas generadoras del amor”. Solamente podemos amar realmente por lo que batallamos, con los que realmente luchamos, cómo podremos querer rescatar o evangelizar una comunidad con la que ni siquiera participamos. ¿Somos solamente de los que tecleamos que una idea no nos gusta? o ¿somos de los que participan contra las injusticias?
Es interesante que, aunque tenemos algunos episodios extraños, el mensaje de amor de Dios viene desde la antigua administración del pacto. Vemos en el libro de Levítico 19:18: “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Vemos que lo que hace Cristo es replicar en la nueva administración del pacto lo que ya se decía en el antiguo. Ahora, volvamos al punto de Levítico, ¿Qué significa amar a tu prójimo? ¿Quién es mi prójimo? ¿Tiene todavía peso ese mandamiento para los cristianos?
Una parte importante dentro del estudio del cristianismo, es la ortopraxis. Por ello es prioritario que toquemos el tema de amar a nuestro prójimo. Ciertamente, muchos amamos a Dios, en cierta manera, porque aunque sabemos que es un ser personal; siempre que pensamos en él tocamos en un piso bastante abstracto, pero amar al prójimo, a ese que piensa tan diferente de ti muchas veces, es precisamente el gran secreto del cristianismo. Amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos debe tener algún significado pragmático que nos ancle a lo verdaderamente real, ya que podemos pelear por las diversas comprensiones teológicas del milenio o por la manera de entender la Biblia, pero amar a nuestro prójimo es algo muy específico, cargarlo una milla más o poner la otra mejilla todavía es más específico. Pensar en cómo debemos amar a nuestro prójimo a veces se vuelve una tarea problemática, algunas veces imposible para el cristiano si no es con la ayuda del Espíritu Santo. Creo que si nos dedicáramos más a amar y a servir y menos a sermonear tendríamos mejores resultados en la evangelización.
Generalmente, un cristiano maduro en su fe, es un cristiano que aprende a desear lo desconocido (ya que entiende que todo es de bendición para los creyentes), a sentirse incompleto si no está siempre haciendo conexiones en su vida, como levantar y saludar al vecino. En estos tiempos, lo más fácil para el cristiano es siempre temer al otro y al mundo, por la sencilla razón que es otro; porque nos parece velado, distinto, muchas veces oscuro y lejano. Nos parece difícil comprender al prójimo y la comunidad que nos envuelve, ya que ciertamente son imprevisibles sus acciones y reacciones. Nuestro prójimo y la comunidad es muchas veces ese palo en el engranaje personal que nos interrumpe para sacarnos de un estudio que nos absorta para meternos en la parte más difícil de ello, la acción.
Hermanos, ciertamente asesinamos a nuestro prójimo cuando nuestra visión está emancipada en nosotros mismos y en nuestras iglesias, cuando nuestro conocimiento no se vuelve un impulso para nuestras comunidades, sean estas religiosas o no. El teólogo y el cristiano deben tener algo que decir, y no solamente con palabras, a nuestra sociedad. Hemos de inmiscuirnos íntimamente con la contemporaneidad de la realidad, preguntar a otros sobre su vida, sus miedos y sus futuros.
Somos nosotros muchas veces los que marginamos el mensaje y el servicio cristiano, y solo lo encerramos en las paredes de nuestro pensamiento sin bajarlo a lo social o lo ético.
Analicemos y pensemos que todo lo que hacemos es para darle gloria a Dios, incluyendo la sonrisa que tenemos con aquella persona que se nos acerca. Aprendamos a no encerrar el amor de Dios para los que amamos, porque eso qué sentido tiene, eso se llama muchas veces egoísmo. Si somos hijos de nuestro Padre, debemos derramar su amor sobre buenos y malos como él lo hace. En Lucas 22:27 nos dice el Señor: “Porque, ¿Cuál es el mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve”. ¿Cómo demostramos la grandeza del cristianismo? Sirviendo ¿A quién? A todos.
Es interesante que la palabra en griego y en hebreo sobre el prójimo siempre nos quiere decir literalmente: el otro que está a tu lado. La Biblia cuando nos habla, no nos habla de un prójimo abstracto o espiritual sino de alguien que puedas tocar. Tu prójimo es ese que se sienta al lado tuyo del camión, el que trabaja contigo en la oficina, aquel extraño que come junto a ti en el mercado, en pocas palabras, quien tengas cercano a ti.
He conocido cristianos que viven su cristianismo en la secreta, ¡nadie, en su lugar donde viven, saben que es cristiano! Ahora, con esta pandemia la realidad es que muchas veces no queremos saber nada de nuestra comunidad o de lo que implica. No queremos solidarizarnos sino simplemente evitarlo, separarnos de ella. Parece que esa es la estrategia diaria del cristiano, evitar la realidad de la comunidad, evitar el dilema de la cercanía que produce empatía y preocupación. Involucrémonos con los demás, aunque muchas veces nos hagan malas caras, rompamos el mal con bien. Aprendamos a escuchar el pulso de los que nos rodean.
El servicio cristiano es parte de nuestro estudio, y el estudio nos debe hacer mejores servidores. El servicio a nuestra realidad y a la creación del Señor es algo que caracteriza al cristianismo. El servicio es algo que caracterizó a Cristo, ya que si él no hubiera comido con pecadores, aun nosotros no tendríamos el verdadero pan de vida. Si no hubiera llorado con la gente de afuera, a nosotros no podríamos limpiarnos las lágrimas, si Cristo no hubiera caminado con los perdidos, aun nosotros estaríamos perdidos.
La adoración es un acto de servicio, total y entregado.