La poetisa Margarita Bustos en su poemario Existencial(es) habla recurrentemente del silencio. En varios poemas se pueden encontrar referencias a este espacio fundamental de la realidad: “quisiera que el silencio destilara su sombra”, “buscando el silencio que habita”, “sacar las palabras del silencio”. Las expresiones de Margarita Bustos invitan al lector de sus poemas a dejarse interrumpir por el silencio y a interiorizar que el silencio, lejos de ser una cuestión incómoda, es la condición de posibilidad de la expresión de la palabra. El silencio no es la ausencia de la palabra, sino que es un lenguaje que antecede a la sonoridad de la palabra. Por ello el silencio destila una sombra, en cuanto imagen de contraste de una luz. Por ello las palabras se sacan del silencio, entendiendo que el silencio es como el útero desde el que se alumbra la expresión hablada, escrita, imaginada. Y por ello Margarita Bustos invita a habitar el silencio y a reconocer el silencio que habita, que mora entre nosotros, como un compañero, como un espacio-otro, como un código diverso que hemos de aprender a transitar, hablar y pensar cómo comunicar.
El silencio es espacio de creación y de imaginación y, por ende, está vinculado íntimamente a la expresión de la mística. David Le Breton indica que ante la inmensidad de Dios el creyente no tiene otro espacio de expresión que el silencio. Así también lo indica el salmista: “Sólo te conviene el silencio como forma de alabanza” (Salmo 65). El silencio como espacio comunicativo, ¡vaya aparente paradoja! Pero no es tal, en razón de que como hemos indicado anteriormente el silencio es, en sí mismo, un lenguaje, un modo de estar y de relacionarnos, relación que en el caso de la mística ocurre entre Dios y el ser humano. En palabras de David Le Breton: “el silencio es el idioma de Dios, pues contiene todas las palabras, es una reserva inagotable de comunicación”. En medio de las palabras ocurren situaciones que despiertan esa reserva de la que hace mención Le Breton, esa herida o esa fractura de la acontecido de manera ordinaria. Es, como dice Le Breton, “la ruptura radical de la evidencia”.
Por medio del silencio el ser humano puede experimentar y practicar la escucha como asombro, es decir, el despertar el sentido de aquello que rompe la evidencia, aquello que invita a abrir más y más el corazón para dejar que otras palabras puedan entrar y hacernos dialogar con ellas. El silencio, además, es espacio de inauguración de modelos senti-pensantes que nos hagan experimentar otras formas de conocimiento y, desde allí, alfabetizarnos y aprender a habitar ese silencio sonoro, como lo expresó Juan de la Cruz (“la soledad sonora”).
Pablo Neruda en Alturas de Machu Picchu expresó:
“En la escarpada zona, piedra y bosque,
polvo de estrellas verdes, selva clara,
Mantur estalla como un lago vivo
o como un nuevo piso del silencio”
El silencio es un piso sobre el cual se edifica la vida y los modos de convivencia humano-ecológico-social. El silencio es más que la privación de la palabra sonora. El silencio es la habitación originaria del ser humano, espacio inabarcable desde el cual brotan todas las posibilidades, todos los polvos de estrellas verdes y las selvas claras, al decir de Neruda. Aprender a sentir, abrazar, valorar e invitar a otros a caminar por el piso del silencio puede ser una forma de habitar el silencio y de dejarnos habitar por él.