Posted On 15/11/2024 By In portada, Teología With 349 Views

El Símbolo de Dios | Jaume Triginé

EL SÍMBOLO DIOS

 

«Cuando las creencias se estancan en una literalidad dogmática ciega a las metáforas,
son un peligro para la convivencia».
Juan Arnau  

 

«La preocupación absoluta del hombre (expresión referida a la cuestión de Dios) se ha de expresar de manera simbólica, porque sólo el lenguaje simbólico permite expresar el Absoluto.» Con esta frase, el teólogo alemán Paul Tillich reconoce la imposibilidad de imaginar, representar o expresar aquello que no es un ser particular, ni algo concreto o abstracto como es todo cuanto se refiere a la divinidad.

En ausencia de un lenguaje suficientemente descriptivo de aquello que nos trasciende, necesitamos algo que nos lo haga presente y cercano. Nuestro sistema sensorial solo alcanza, con dificultades, acceder a las estructuras espaciotemporales. Este es nuestro límite. Es en esta restricción que entra en juego el símbolo, la metáfora o la analogía. Es por ello que todo el lenguaje religioso puede considerarse simbólico. Como plantea el teólogo vasco José Arregi: «La misma palabra Dios es un símbolo

Cabe preguntarse, pues, que encarna el término Dios. Hemos de reconocer que se trata de una palabra equívoca y que carecemos de una respuesta universal por cuanto solemos invertir la expresión bíblica y terminamos haciéndonos lo divino a nuestra subjetiva imagen y semejanza. Es por ello que, quienes decimos creer en Dios, terminamos creyendo cosas distintas, incluso dentro de una misma tradición.

Si planteamos la cuestión en términos evolutivos, históricos o sociológicos, cobran vigencia las palabras de Tomás Halík, profesor de sociología de la Universidad Carolina de Praga: «En todas las épocas en que se producen cambios significativos en la historia, cambia la posición y el papel de la fe en la sociedad, así como su forma de expresión en la cultura.»

Si atendemos esta última variable, descubrimos que antes de la entrada en la Modernidad Dios era entendido como un ser sobrenatural, sobre el que proyectábamos rasgos antropomórficos, con atributos compensatorios de nuestras limitaciones humanas, que habitaba en un cielo metafísico propio de las cosmovisiones antiguas y que dirigía nuestra historia hacia su culminación escatológica.

A partir de la mitad del siglo XVIII este andamiaje conceptual, que se remonta a tiempos pretéritos, no resiste las ideas de la Ilustración, del Empirismo, la aparición de la ciencia y de la técnica. El conocimiento sobre el universo en expansión tras el Big Bang ya no permite emplear términos como «arriba», «fuera», «en el cielo» como ámbitos de la divinidad; la teoría de la evolución de las especies cuestiona las explicaciones creacionistas; la influencia de los llamados maestros de la sospecha como Karl Marx, Friedrich Nietzsche o Sigmund Freud nos permiten entender conceptos como alienación, proyección psicológica… Como resultado de todo ello, las antiguas respuestas míticas sobre el mundo dan lugar a la objetividad científica y los rituales mágicos son sustituidos por la técnica. Dios deberá ser entendido de otra manera.

El ya citado Halík, que ha estudiado en profundidad las dinámicas de cambio de estos últimos siglos, escribe: «Ni la forma medieval ni la forma moderna de la religión pueden ser estancia sociocultural permanente de la fe cristiana.» Expresión que nos invita a pensar en la necesidad de una transición teológica que tenga en consideración el nuevo marco paradigmático que se nos ha abierto en los último dos siglos y que continuará ampliándose con las revoluciones acaecidas en el mundo de la informática y de la inteligencia artificial.

Esta mudanza fue ya iniciada por teólogos como John Arthur Thomas Robinson y su comprensión de Dios como fundamento del ser. En su Teología Sistemática, Paul Tillich hacía mención que Dios (entendido como ente sobrenatural resultado de las proyecciones humanas que habitaba en el cielo de las cosmovisiones premodernas) no existe. Dietrich Bonhoeffer hablaba de un cristianismo no religioso en el sentido que un cristiano adulto ha de aceptar un mundo sin explicaciones metafísicas, míticas y vivir «etsi Deus non daretur.» Hans Küng, en relación con los términos asociados a la divinidad en el Credo, indicaba: «Nada de lo que expresan estas palabras (“Padre”, “Todopoderoso”, “Creador”) es obvio hoy en día: Cada una de ellas necesita ser explicada, traducida a nuestro tiempo

Escribe Arregi: «La palabra Dios es inevitablemente una palabra humana, cultural, cambiante. Y en cuanto tal, siempre ha sido y seguirá siendo inevitablemente equivoca.» Es por ello que, en cuanto término cultural, es imprescindible su traducción a conceptos inteligibles para una sociedad secularizada y alejada del lenguaje sobrenatural.

Dios, hoy, es mejor entendido como el símbolo del Misterio absoluto que nos trasciende o como el nombre que empleamos para referirnos a la Realidad última que entrevemos en las realidades contingentes, desde la complejidad microscópica de la célula al macrocosmos del que apenas conocemos nada; al Fondo constitutivo de la vida; al Espíritu que todo lo dinamiza; al Ser; al Elemento de profundidad de todo cuanto es. Con todo, pretender hablar de Dios es situarnos en los límites del lenguaje.

Tampoco podemos ubicarle en un cielo sobrenatural. Dios está en todo, todo está en Dios; sin que esta afirmación presuponga panteísmo. Es recuperar una proximidad, una inmanencia de la que nos habíamos alejado por siglos, al enzarzarnos en conceptos filosóficos y dogmáticos. Es reconocer que el Misterio no es tan solo estructurante, sino también envolvente. Debemos aprender a leer de nuevo la realidad y a descubrir en ella las insinuaciones de la Realidad última. Sea un cielo estrellado, las cumbres de las altas montañas, los ríos y los mares, la diversidad de la vida, la autoconciencia de los seres humanos, la sonrisa de un niño… «Todo habla lenguajes infinitos» escribía el poeta alemán Novalis.

Sin este necesario esfuerzo de identificación de los símbolos que nos rodean y que nos remiten al Dios velado y sin la capacidad de reinterpretación de los términos tradicionales de nuestro relato, el cristianismo continuará apareciendo como algo pretérito y sin ningún anclaje con la modernidad.

 

Jaume Triginé

Jaume Triginé

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