Después de un cuarto de siglo de amistad con Juan José Tamayo, nacida de una serie de complicidades académicas e ideológicas, me siento legitimado para intervenir en la polémica suscitada por el comunicado del obispado de Palencia que le descalifica como teólogo católico y, mediante una terminología eufemística, “le aparta de la comunión eclesial”. Curiosamente efectúa dicha descalificación el titular de la diócesis de la ciudad natal de Tamayo, un obispo foráneo, que es muy probable que ni conozca al encausado ni se haya tomado la molestia de convocarle, como integrante de su ámbito parroquial, a un diálogo pastoral.
No me corresponde a mí, dada mi vinculación a una confesión religiosa diferente, determinar los requisitos y exigencias necesarios para mantener la “comunión eclesial” dentro del seno de la Iglesia católico-romana, aunque no me resulte ajena su teología y, precisamente por ello, me parezca no solamente anacrónica sino carente de fundamento canónico, pero no deja de extrañarme que una persona del perfil de Juan José Tamayo sea objeto de una descalificación aparentemente tan extemporánea y rocambolesca, contraria no solamente a los derechos humanos que son vulnerados abiertamente, sino a los más fundamentales principios cristianos de prudencia y caridad.
No tengo a la vista el último libro de Tamayo: Otra teología es posible. Pluralismo religioso, interculturalidad y feminismo en el momento de redactar este comentario solicitado con cárter de urgencia en torno a la noticia recibida, pero no creo que se aparte sustancialmente del contenido de otros libros que si tengo ante mí, en los que desarrolla una teología profética, comprometida socialmente, condimentada con una espiritualidad evangélica, una ética subsidiaria del Sermón del Monte y un compromiso político identificado con los más necesitados, siguiendo con ello las pautas marcadas por Jesús de Nazaret. No creo que este último libro, que tanto rechazo produce en el episcopado, esté muy distante de otros anteriores, por ejemplo, Fundamentalismos y diálogo entre religiones, En la frontera o Islam, cultura, religión y política, por menciona tan solo tres títulos recientes, en los que intenta dar respuesta, siempre con una diáfana hermenéutica bíblica, a algunos de los desafíos de nuestro tiempo: la multiculturalidad, el pluralismo religioso, el feminismo, la nueva conciencia ecológica y la lucha contra la pobreza y la injusticia social.
Tamayo enriqueció su discurso universalista desde que se adentró en el estudio del Islam mediante una mirada desprovista de prejuicios, de recelos, de desconfianza y de resentimiento. Anteriormente había hecho esto mismo con respecto al Protestantismo, en este caso partiendo de una exegesis bíblica liberada de los patrones sectarios de la teología tridentina y de un análisis de la realidad derivada del contacto personal. Su teología ha superado los filtros rigoristas del Derecho Canónico para ir directamente a las fuentes neotestamentarias y extraer de ellas el néctar del mensaje evangélico. Al superar esos estrechos márgenes que marca la jerarquía católica y colocarse en línea con grandes teólogos católicos contemporáneos como Hans Küng, Karl Rahner, Gustavo Gutiérrez, Jon Sobrino o los protestantes Richard Niebuhr o Jürgen Moltmann, tal vez no vaya desencaminado el prelado palentino al excluirle de los estrechos márgenes eclesiales en los que previsiblemente él mismo se encuentra encarcelado, ya que la teología liberadora de Tamayo no puede quedar reducida a un ámbito tan exiguo.
Juan José Tamayo no se queda en la cáscara de la religión; rompe el envoltorio para adentrase en el núcleo del cristianismo. Al igual que los profetas del Antiguo Testamento, otea el horizonte y no transige con el statu quo. No se conforma con una teología sistemática, una teología de sacristía; su empeño está puesto en desarrollar una teología social, liberadora, y lo hace en un lenguaje inteligible para el común de los mortales, aunque tal vez ininteligible para la jerarquía eclesial. El obispo le aparta de la comunión eclesial. ¡Lástima! Una evidencia más del clamoroso fracaso del Concilio Vaticano II que intentó alumbrar una Iglesia reformada dentro del catolicismo romano, y que posteriormente ha ido colocando diques de contención para que no se esfumen las esencias de Trento.
Tamayo elabora un nuevo paradigma: el de la teología intercultural e interreligiosa de la liberación en perspectiva de género. La pregunta que se formula Tamayo en torno a la posibilidad de otra teología fuera de la línea oficial de Roma, sí es posible, sin duda, pero la gran incógnita es si es posible dentro de dicha Iglesia. No seré yo quien de respuesta a esta incógnita, porque uno siempre abriga la esperanza de que no se cierren las puertas del diálogo y la apertura a nuevas formas de ser iglesia, recuperando la doctrina del malogrado concilio que tanto gustaba recordar el teólogo pastoralista Casiano Floristán, nuestro maestro, de Tamayo y mío, de percibirla no tanto como una institución cerrada a cal y canto, de espaldas al pueblo, sino como pueblo de Dios y comunidad de creyentes. Una teología que haga posible configurar este mundo refractario a la equidad y a la justicia, en un lugar en el que tengan cabida todos, sin distinción de raza, cultura, religión o sexo.