¡Qué interesante el efecto que ha generado el performance de «Las Tesis», «¡El violador eres tú!» No solo por cómo se ha apropiado de miles de mujeres que encontraron en este arte insurgente una forma de expresarse; gritarlo, decirlo, proclamarlo, anunciarlo y denunciarlo y ante todo, hacer visible que la violencia contra las mujeres tiene lugar, nombres y responsables. Que las miles de “justificaciones” que se pueden dar tanto legales, culturales y hasta religiosas a toda violencia son formas camufladas de injusticia humana que evaden el problema central y de fondo: una cultura patriarcal que ha impuesto un machismo ciego (que no ve) tanto en hombres como mujeres e instituciones.
Pero también Las Tesis han incomodado a más de uno; se podría decir que a muchos “los ha hecho sentir aludidos”; lo cual es muy entendible, y lo digo por experiencia. Todavía tengo la sensación de sutil incomodidad que me generó el primer diálogo que tuve con mujeres feministas hace algunos años atrás. Participaba de un evento de Violencia de género y misión integral por la Organización a la que representaba. En una mesa de trabajo conocí a Nidia Fonseca, después a Mireya Baltodano, quienes años posteriores llegarían a ser mis profesoras en el programa de posgrado de la Universidad Nacional Costa Rica y UBL. Pero es cierto, las cosas que “dicen y hacen” estas mujeres incomodan al más camuflado micromachismo. En su momento en torno a la mesa de discusión, también argumenté como muchos: “Pero qué sucede, no todos somos así…”, “Pero Nidia mire…, pero Ángel observe…”; y es que por más educación que uno tenga, las cosas que se desvelan desde el horizonte feminista son gravitantes en nuestra carne sensibilizada con un machismo normativo e institucional.
La piel se eriza, el cuerpo se estresa y los latidos se aceleran cuando se llega a temas neurálgicos de la problemática de género y las maneras tan asimiladas como normales en la cultura patriarcal, más cuando ciertas voces o actos tratan de perturbar la paz cómoda y bien instalada de nuestras sociedades. Por eso “molesta”, “jode”, “incomoda”, “perturba”, “interpela” y a su vez se vuelve apocalíptico; creedme, lo comprendo.
Me incomodó, me hizo sentir aludido, y aunque no era yo; no podía dejar de cargar la “solidaridad masculina impuesta” con la que somos socializados los hombres y a su vez sentirme atacado, cuestionado, y hasta ofendido con tantas evidencias lacerantes de lo que hace la violencia machista; reconocerse en ello no es fácil. Era como si en ese “violador eres tú” me lo dijeran a mí, aunque en el fondo sabía que no era yo; quizás más en los adentros, o en el inconsciente colectivo, me decía: “Sí, eres tú”.
El otro gran éxito del performance Las tesis fue despertar la “ridiculización”, esa que no se ha hecho esperar con los más vulgares gestos como memes, vídeos, bromas, y más; todas las expresiones que funcionen a manera de contracorriente para disipar, distraer o neutralizar la fuerza de las tesis sirven. Una manera de hacerlo es por medio de actos de ridiculización, pseuda comicidad y bromas que denigran, ofenden y hacen escarnio de la expresión de miles de mujeres de países latinoamericanos y europeos. Socialmente, es una forma estratégica de ciertos sectores para evadir la realidad, no darle la cara ni ponerle el cuerpo; sino como decir: “No pasa nada, son unas cuántas mujeres de esas que odian a los hombres”.
Lo inaceptable es que las nuevas generaciones sean presa de una carente reflexión crítica que no les permita discriminar entre una de las expresiones de injusticia humana más terribles en el siglo XXI y la mofa cínica de quienes volteando el rostro al sufrimiento optan por la burla y el chiste. Lo único que evidencian estas expresiones de desdeño y burla, es que «Las Tesis» tiene razón: “El violador eres tú”. No solo quien comete dicho acto de forma física y violenta contra una mujer; sino también quienes siguen ridiculizándola, haciendo burla y memes con una realidad que nos debe convocar a todos a la indignación; pues si te incomoda que el violador eres tú; entonces haz algo que muestre claramente que no eres tú.
Meses atrás discutía con colegas por el control de la vestimenta que se impone a los estudiantes; claro a las mujeres (porque a los hombres no se les impone esa carga), a ellas se les prohibía cierto tipo de vestuario para ingresar a su programa de estudio. Más allá de las intenciones que una estudiante tenga al usar un determinado vestuario, una educación respetuosa de la dignidad, la libertad y la diferencia, no impone a las mujeres a resguardarse del gusto de ojos lujuriosos de los hombres. Quiero que mi hija asista a la universidad como quiera ir vestida, sin que nadie la culpe de “como andaba o como vestía”.