Vivo en España donde ser evangélico es poco habitual. Por este motivo le sugerimos al querido pastor y amigo que ofició mi boda que no emplease la palabra “Jehová” en la ceremonia, dado que este término es automáticamente relacionado por mis conciudadanos con el grupo religioso de los Testigos de Jehová. No queríamos que los invitados sacasen conclusiones erróneas sobre nosotros y nuestra fe. Así hizo el pastor, y lo hizo muy bien por cierto. Sin embargo, en un determinado momento del casamiento, momento que podría haber pasado desapercibido, la usó de forma inconsciente. Cuando la boda terminó, una invitada, católica practicante, compañera de trabajo de mi mujer, preguntó si nosotros teníamos algo que ver con los Testigos de Jehová, dado que había oído al pastor usar ese término. La pregunta de esta buena mujer me hizo recordar mis años de instituto, cuando una compañera de clase hizo a otra chica la siguiente pregunta: “¿Quién es ese dios Jehová de los Testigos de Jehová, por qué ellos no creen en Dios –como todo el mundo- que hasta se inventan uno?”.
Los evangélicos de habla castellana estamos tan acostumbrados a la versión Reina-Valera de la Biblia que no somos capaces de ver cómo se recibe el término Jehová fuera de nuestra burbuja. Se hacen muchos esfuerzos por parte de las iglesias para inculturarse al entorno donde se encuentran, pero son, detalles como estos, los que necesitan un verdadero aggiornamento. Para colmo, es algo sabido por todos, que la palabra en cuestión es una incorrecta transcripción al castellano del Tetragrámmaton sagrado YHVH, sin embargo seguimos empecinados en continuar reproduciéndola en canciones, postales, pegatinas, posters, camisetas…
Las vocales transcritas para el nombre YHVH provienen de la astucia de los masoretas quienes, siguiendo la tradición –anterior a ellos- de no pronunciar el nombre de Dios en vano durante la lectura bíblica, colocaron al término las vocales de la palabra “Adonay” (Señor), de modo que, cuando el lector de las Escrituras encontraba el Tetragrámmaton, recordaba que en lugar de pronunciar ese nombre (que seguramente sonaría como “Yahvé” tal y como aparece en otras traducciones de la Biblia), debían emitir la palabra Adonay.
Nuestro habitual “Jehová” (que es una transcripción medieval), en palabras de J.M. Tellería es una “monstruosidad lingüística que jamás había existido como tal en la lengua hebrea antigua”.[1] Y es esta misma monstruosidad la que hace chirriar mis oídos cada vez que la oigo. Una vez que invité a un amigo a un culto, me las tuve que ver explicándole el asunto. No es de extrañar que cuando entra gente nueva en la iglesia desee profundamente, desde mi banca, que no se utilice este término.
La tendencia actual en las nuevas traducciones de la Biblia es sustituir el Tetragrámmaton YHVH por “el Señor” tal y como se hacía en la Septuaginta. De este modo respetamos también a los hermanos más judaizantes (que los hay, y muchos) quienes consideran ofensiva la pronunciación del nombre divino. Nunca olvidaré, cuando visitando una congregación de la Iglesia Evangélica Española (IEE) me invitaron a leer un pasaje del Antiguo Testamento. El liturgo, que en aquel momento era una persona distinta del pastor, me explicó amablemente antes de empezar mi lectura, que cuando apareciese el nombre divino, debía sustituirlo por “El Señor”. Me alegré de que esta congregación –como otras en el protestantismo histórico- tuviese esta sensibilidad. También sé de una iglesia bautista que para la liturgia emplean una versión actual de las Escrituras y que por tanto no tienen este problema. ¿Cuánto tardarán las demás iglesias en tomar conciencia sobre el tema?
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[1] J.M. TELLERÍA; art: “Jehová” en: A. ROPERO (Ed. G.); Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia, 3ªEd. (Viladecavalls: CLIE, 2014).