¡Nuevamente llegó la Navidad!
Este es un tiempo para compartir y reflexionar en su verdadero sentido, como siempre se ha dicho, pero ¿qué sentido encontramos si no hacemos el ejercicio de quitar el polvo, las luces incandescentes, los adornos, la fiesta, los regalos y todas aquellas cosas que le han restado importancia a su esencial fundamental?
Nos pasa. En Navidad nos sentimos más cerca a nuestros amigos y familiares, queremos pasar tiempo con ellos y ellas, deseamos ayudar a los más necesitados, ir a regalar cenas, todo porque nos atrapó el “espíritu navideño”. Sin pretender o menospreciar dichos buenos deseos, mi preocupación es cuando le damos una connotación meramente antropocentrista o idealista.
Prueba de ello lo vemos cuando centralizamos la Navidad en la niñez, algo que el comercio ha sabido explotar muy bien para su provecho. Uno o dos meses antes de Noche Buena, los niños y las niñas ya saben que van a pedirle al “Niñito Dios”, “San Nicolás”, o como le llamen en cada región. El carro con más funciones, la muñeca que dice mamá y sabe hacer pipí…entre otros. Luego, pasadas las fiestas, aquellos mismos juguetes se venderán como chatarra de lo que sobró de las ventas de diciembre y a menos de la mitad de precio.
Recuerdo que de niño en nuestro hogar, nunca había dinero para casi nada. Aún así mi papá como buen carpintero que fue, en varias ocasiones nos fabricó los juguetes utilizando materiales desechables o sobros de otra construcción. Recibir un regalo tan modesto pero pulcro y bien hecho, fue siempre motivo de alegría y celebración para mis hermanos y yo, quienes disfrutábamos sin reclamar o envidiar a los vecinos.
Hoy día en muchos hogares, si no se regala el juguete más caro, moderno o de moda, es casi un insulto para muchos niños y niñas que han sido mal criados con estos estereotipos.
Además, para enero muchos echarán mano al préstamo o sus tarjetas de crédito para afrontar las deudas, producto de haber gastado más de lo habitual para las celebraciones y el derroche que se dio en diciembre.
Pero Navidad tiene otro sentido. Es y será el recordatorio del favor de Dios sobre la humanidad. Trata de la promesa hecha no por hombre alguno, sino por Dios quien toma la iniciativa de revelarse a nosotros, no para derramar su ira o enojo, sino su amor, gracia y misericordia, para darnos la oportunidad de tener acceso a su presencia.
“Emanuel” o “Dios con nosotros”. Es conmemorar lo insoluble del Verbo hecho carne, no en la presencia de un poderoso, o un rey humano déspota. Sino en la acción frágil de un niño-Dios, quien duerme en cálidos brazos de una madre desconcertada porque ¡tampoco entiende lo que sucede!
A pocos segundos (siguiendo el reloj de la eternidad), aquel niño-Dios, sería el Dios-hombre, quien deja la cuna y se abraza a la cruz, para vaciar su vida por amor al mundo que le ha dado la espalda, pero se entrega sin reserva alguna dando hasta la última gota de su sangre, porque así es su gran amor.
Solo así se entiende que sin importar lo pesado de nuestras conciencias, condiciones morales y espirituales, recibimos de Dios su perdón divino, la aceptación y el descanso de nuestras cargas.
Entonces Navidad, trata de “Dios con nosotros”, quien está a la espera que le abramos la puerta de nuestras vidas y permitamos que él caliente lo más recóndito de nuestra alma con el fin transformar allí donde antes había muerte y desolación.
¿Acaso podemos agregar algo más al ofrecimiento divino en esta Navidad?
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