Tomo prestado de Javier Cercas que, a su vez, lo hace de Milton, aquél verso que escribe cuando soñó con su mujer difunta: “Y el día hizo regresar mi noche”. No es infrecuente que acuda a mis sueños de vez en cuando la presencia de mi abuela materna María Teresa, que murió hace la friolera de 40 años, en 1973. Sigo contemplando su cuerpo rechoncho, cubierto siempre con largas sayas negras, su cabeza redondeada por su sempiterno moño pulcramente colocado en la nuca y su apacible expresión serena que transmitía una bondad curtida por una larga vida, en la que fueron mayores los sufrimientos que las alegrías. Y con ella, reaparece “mi barrio”, el entonces bulevar de la calle Menéndez Pelayo colindante con la plaza Mariano de Cavia, y la gran verja que daba entrada al enorme patio que albergaba en su interior la humilde casa situada al fondo, en uno de sus rincones, patio que compartíamos con unos talleres de mecánica.
Mi abuela es el referente más cercano que tengo de una madre a la que no conocí. Tampoco tuve nunca la figura del padre; la más próxima pudo ser la de mi abuelo Blas, por parte paterna, pero la relación que mantuvimos duró apenas tres años. Ambos progenitores fueron víctimas, por causas diferentes de la ignominiosa guerra incivil que padeció España entre los años 1936 y 1939.
Tuve que ir configurando mi vida haciendo uso de los recursos propios que la vida iba poniendo en mi camino, si bien de ese recorrido mantengo vivo el recuerdo de cuatro personas que contribuyeron positivamente, bien con su ejemplo, bien con su enseñanza, a labrar mi personalidad y ofrecerme herramientas necesarias para ir abriéndome camino en la vida: Juan Luis Rodrigo, Juan Pérez Guzmán, Felipe de Torres y del Solar y Casiano Floristán. De dos de ellos hace mucho tiempo que no tengo noticias; los otros dos han fallecido.
En esta ocasión hago mención de Casiano Floristán. De los otros tres me ocuparé en otra ocasión. Se cumplen ahora precisamente siete años de la fecha en que nos dejó. El primer día de enero del año 2006.¡Siete años ya! Tiempo suficiente para que en la mayor parte de los círculos en los que se movía se haya diluido prácticamente su recuerdo. Los muertos pronto dejan de ocupar un espacio, siquiera sea espiritual, entre los vivos. Pero Casiano Floristán había echado hondas raíces y aún quedamos algunos que le recodamos.Él fue mi director de tesis doctoral, y yo, su primer alumno español protestante, el primer alumno español protestante que era admitido en la Pontificia de Salamanca para cursar el grado de doctorado. Como profesor, me introdujo en el terreno de la investigación académica desde parámetros diferentes a los que yo había practicado hasta entonces. Digamos que más que profesor, Casiano fue un maestro; un maestro y un amigo. Su figura socarrona e incisiva; su agudeza crítica; su capacidad de síntesis; su teología fronteriza; su autoridad académica (director del mayor número de tesis doctorales entre los profesores de la Pontifica de Salamanca) y su prestigio moral, permanecen vivos, quiero creer que, al menos, en la memoria de sus discípulos, tanto españoles como latinoamerianos, numerosos por cierto, que buscaron instruirse en su magisterio, especialmente en su magisterio pastoral. No en vano el profesor Floristán, condiscípulo en Alemania de Hans Küng, Joseph Ratzinger y otros relevantes teólogos de referencia el siglo XX, introdujo en España, a través de su Cátedra de Teología Pastoral, un rango de disciplina de primer nivel teológico a dicha asignatura considerada hasta entonces en los círculos teológicos como una “maría” entre el resto de materias, y lo hizo tomando siempre como referencia dos ejes importantes: el rigor científico y la realidad social. “La teología”, solía afirmar, “tiene que dar respuestas claras a las demandas sociales”.
Paso de vez en cuando por los aledaños de la calle donde tenía ubicado su domicilio; una calle enclavada en “mi barrio” (compartimos calle sin saberlo entonces) y no hay vez que transite por ese lugar sin que mi recuerdo deje de volar hacia la figura del maestro. Al menos en mi recuerdo su estela no se ha diluido hasta el momento.
A raíz de su muerte, dejé escrito: “Su fe estaba despojada de fanatismos y formalidades innecesarias. Siempre la hizo compatible con el trabajo riguroso, con la amistad sincera, con el compromiso social ¡y con su enorme e irreductible afición al fútbol, seguidor fiel del Real Madrid, cuyos encuentros televisivos difícilmente se perdía”. En eso no coincidíamos; mi precaria afición futbolística se inclina más por el Atlético de Madrid.
Enero de 2013.