Ya hemos salido de Egipto, ya no somos esclavos, por eso sus ordenes y mandatos, sus condenas y desprecios no nos afectan. Ya hemos salido de Egipto, ya somos libres. ¿Porqué no salimos antes? Cuanto tiempo perdido, cuantos miedos absurdos y que poca valentía. Pero al final ya estamos fuera, y aunque nos propusiéramos volver ya no podríamos. Ahora nos vemos de otra forma, ahora sabemos que no somos esclavos, que no hemos nacido para tener la cabeza agachada diciendo sí a su forma y manera de ver el mundo. Nos avergonzamos de haberlos creído, de haber colaborado con su injusticia, de haber interiorizado sus mentiras. Ahora somos libres, ahora decidimos nosotras y nosotros, cada uno desde lo que es, desde lo que siente y lo que piensa. No somos seres divinos, poderosos o influyentes; simplemente somos libres.
Y nuestra libertad no puede ser vivida en Egipto, allí no tiene espacio ni sentido. Nuestra libertad nos lleva directamente hacia la nada, hacia el desierto. Allí nos encontramos, nos apoyamos y ayudamos. Allí nos reconocemos hermanas y hermanos para construir una nueva familia, una comunidad de iguales que siempre recordará que un día fue esclavizada en Egipto. Son absurdas las voces que nos invitan a regresar a Egipto, a esperar que su mundo cambie para saber si nuestra suerte cambia con él. Pero ya no queremos, no nos gusta ese mundo. No queremos formar parte de lugares donde los seres humanos no son respetados tal y como son, o donde sus maravillosos talentos son escondidos en nombre de una ideología opresiva. Su mundo no es el nuestro, y hemos decidido ir en búsqueda de un mundo mejor. En búsqueda de una tierra nueva donde “el lobo y el cordero pacerán juntos, y el león comerá paja como el buey, y el polvo será el alimento de la serpiente. No afligirán, ni harán mal en todo mi santo nombre, dice el Señor.” (Is. 61,25) .
En el desierto de la liberación nos encontraremos tentaciones, engaños más o menos disfrazados de voluntad divina. Allí se nos recordará que necesitamos ser alimentados, que corremos el peligro de no ver saciada nuestra hambre de justicia. Y tendremos que decirles que Jesús, la Palabra de Dios, es quien nos justifica, nada ni nadie más. También nos dirán que sólo desde el Templo de su Dios estamos seguros, que dejándonos caer en el vacío de sus teologías diabólicas obtendremos la salvación. Y tendremos que explicarles que no necesitamos poner a prueba a nuestro Dios, que ya sabemos que él nos ha salvado tal y como somos. Finalmente pondrán su mundo a nuestros pies a cambio de vendernos, de volver a escondernos, de volver a engañarnos a nosotros y a los demás. Y tendremos que reprender al diablo que nos ofrece esto, y decirle que sólo adoramos y seguimos al Dios verdadero que anima a ser y vivir en la verdad.
En el desierto de la esperanza también está Dios, eso lo sabíamos desde el principio porque Ella nos empujó a salir de Egipto en su busca. Dios está a nuestro lado, revelándose de una forma nueva y diferente. Ahora le descubrimos como una amiga, como nuestro aliado. Ahora sabemos que quiere estar con nosotros y que desea que le construyamos un Tabernáculo. No será como los grandes templos de Egipto, será una humilde y rústica construcción, la que podemos hacer viviendo en el desierto. Pero allí es donde se nos revela a nosotras y nosotros, ese es el lugar que ha elegido para mostrarnos quién es y borrar todos los engaños que habíamos creído sobre lo que Él demanda y quiere. Quitemos de nuestra mente todo pensamiento de que Dios no se nos puede revelar en el desierto y en lugares tan poco religiosos. Es el lugar que Ella ha escogido para venir con nosotros. Un Tabernáculo que nos pide que construyamos nosotras y nosotros, porque aunque no somos dignos, Él nos ha pedido que lo hagamos. Un Tabernáculo inclusivo donde todas y todos puedan encontrar de una manera nueva a Dios, donde todas y todos puedan sanar las heridas que los dioses Egipcios han dejado en su cuerpo, donde cada persona liberada de la esclavitud del Faraón pueda ser apoyo de quiénes día a día siguen escapando del terrible Egipto.
Seguimos caminando hacia la Tierra Prometida, pero ciertamente todavía la vemos lejos. Es posible que estemos dando vueltas al desierto, que todavía no estemos preparados para entrar, o que debamos esperar a más gente que aún no se ha atrevido a cruzar el Mar Rojo. Pero llegaremos, más tarde o más temprano llegaremos y nuestra esperanza será saciada. Mientras tanto vivimos donde Dios ha querido traernos, en el desierto de la tentación, pero también de la revelación. En ese desierto somos más libres que nunca, y más felices de lo que jamás hemos sido. Pero nuestra necesidad no ha sido saciada del todo, porque aunque sabemos que tenemos con nosotros a nuestro Salvador, somos conscientes de que la promesa divina es mucho mayor. No nos conformamos, anhelamos todavía más, para nosotras y nosotros, y para millones de personas más.
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