En el espíritu de Jesús:
Pistas y Desafíos para una ESPIRITUALIDAD REFORMADA
Contemporánea, Contextual y Transformadora
«Únicamente los valores del Espíritu nos pueden salvar
de este terremoto que amenaza la condición humana»
La Resistencia. Ernesto Sábato, escritor argentino.
¿Qué significa proponer pistas y desafíos para una espiritualidad reformada contemporánea contextual y transformadora? ¿Hablaremos de “la” espiritualidad de definiciones estáticas o de una espiritualidad diversa, abierta y en construcción? ¿Tendrá raíces o cadenas? ¿Será una espiritualidad para la transformación o para el statu quo?
Nos acercaremos a estas preguntas para proponer un diálogo que haga posible redescubrir una espiritualidad que nos permita seguir a Jesús desde la vivencia de una fe comprometida.
Con la ayuda de algunos autores escogidos podremos abrirnos a una temática muy amplia y presentar algunas pistas e intuiciones que nos desafíen a buscar en la Palabra, en la historia y en las prácticas de vida y justicia de Jesús, las nuevas fuerzas que la espiritualidad aporta a las y los seguidores de Jesús.
Esta espiritualidad, aunque se propone desde una identidad reformada, pretende no quedarse solo en la historia y la tradición, toda vez que aspira a ser contemporánea, contextual y transformadora. Por lo tanto buscaremos describir algunos rasgos para una espiritualidad reformada pertinente a las necesidades de la humanidad del siglo XXI.
A más de 500 años de la Reforma Protestante y unos 800 años después de la Primera Reforma de los Valdenses, seguimos afirmando que la luz resplandece en medio de las tinieblas (Juan 1:5).
Espiritualidad y Reforma
En primer lugar debemos decir algunas cosas muy elementales sobre la espiritualidad de la Reforma, si es que podemos usar ese término que a la verdad es mucho más moderno. Al mirar la vida de las personas que lideraron las reformas de la iglesia nos encontramos con opciones y discursos que desde la fe intentan responder a los desafíos de la realidad concreta de su tiempo. En sus palabras y acciones podemos intuir una perspectiva de la espiritualidad con rasgos reformados.
No hablaremos de espiritualidad como un concepto opuesto a lo corporal, a lo político, o a lo humano sino, por el contrario, como una convicción y certeza que nos permite definir nuestra acción desde una conciencia de Dios como el que da sentido a la vida humana y en la que su Espíritu y Palabra resultan elementos centrales para la comprensión de lo que Dios quiere en la humanidad. Entonces:
“La espiritualidad se nos propone como algo mucho más allá de las disciplinas conocidas por nosotros como la oración, el ayuno, la devoción personal, etc. Se nos plantea aquí como una apertura a la obra de Dios por medio de su Espíritu. Ahora bien, el hecho que la espiritualidad se nos plantee como una apertura a la acción del Espíritu en nuestra vida no quiere decir que estemos dejando de lado las disciplinas que nos permiten ejercer o practicar la espiritualidad cristiana. La oración, la lectura de la Biblia, la meditación, la contemplación, escuchar la Palabra, la comunión y en términos generales la liturgia, son partes fundamentales del crecimiento y la nutrición de nuestra vida cristiana.” (Sergio C. Ojeda Cárcamo, ex Presidente de la Alianza de Iglesias Presbiterianas y Reformadas de América Latina – AIPRAL, chileno, Presbiteriano)
Haciendo una aproximación a la espiritualidad reformada, Ojeda describe la importancia de la Palabra para el desarrollo de una espiritualidad Reformada y refiere que Zwinglio:
“Desarrolló una espiritualidad grandemente interior (…) [A la vez] no fue su objetivo usar la Biblia solo como conocimiento intelectual sino para penetrar el alma del creyente y tomar posesión de ella”. Es en este sentido que Zwinglio exhortaba a los creyentes: “debemos orar fervientemente, para que el Señor haga brillar la luz y palabra en nosotros.” (Sergio Ojeda)
A la vez el reformador ginebrino, Juan Calvino, describe la relación que hay entre la Palabra, la obra del Espíritu Santo y la unión del ser humano con Jesús:
“La Palabra es el instrumento con el cual el Señor dispensa en sus fieles la iluminación del Espíritu (…) Por el Espíritu Santo Cristo nos une a Él y nos comunica sus gracias” (Juan Calvino, reformador, francés)
En Calvino la Palabra resulta central, sin embargo, en términos de espiritualidad:
“El verdadero centro del calvinismo no está en la predestinación o en los derechos eternos de Dios, sino en la unión mística entre Cristo y el creyente (…) Para Calvino esta relación mística con Cristo tiene su comienzo en el bautismo. Con el bautismo nos aseguramos que estamos tan unidos a Cristo que llegamos a compartir todas sus bendiciones.” (Sergio Ojeda)
Veremos luego las consecuencias de esta afirmación en cuanto a la relación con las demás personas, en especial con las personas más sufridas. Pero mientras tanto digamos que un aspecto muy importante en la espiritualidad reformada es la experiencia de la comunidad de fe:
“La espiritualidad en el pensamiento de Calvino tiene también un fuerte componente eclesial. Fue él quien proyectó la imagen de la Iglesia como “madre de creyentes”. Aunque fue Cipriano quien expresó más vigorosamente el rol maternal de la iglesia en su clásica afirmación: no puede tener a Dios como Padre quien no tenga a la Iglesia por madre”, Calvino la actualiza y la aplica en el entorno del siglo XVI como una muestra de esta relación iglesia-espiritualidad. (…) En el concepto de espiritualidad de Calvino no cabe la imagen de un individuo sólo, luchando para ser más piadoso. (…) Para Calvino dentro de la iglesia el agente primario del crecimiento espiritual es la predicación de la Palabra.” (Sergio Ojeda)
Calvino también prestó especial atención a la Palabra de Dios -leída y proclamada- en el contexto de la iglesia (asamblea). De hecho decía que las marcas de la iglesia estaban relacionadas, precisamente, a la fiel predicación del Evangelio y a la adecuada administración de los Sacramentos.
Para plantear una espiritualidad reformada, contemporánea, contextual y transformadora es necesario releer la Biblia, las tradiciones y dotar de renovado significado nuestra vida cúltica y devocional:
«El culto y los sacramentos desempeñan un papel fundamental en la formación de la espiritualidad transformadora y la misión. Leer la Biblia en forma contextual es asimismo un recurso esencial a la hora de capacitar a las congregaciones locales para que sean mensajeros y testigos de la justicia y el amor de Dios. La liturgia en el santuario solo tiene plena integridad cuando vivimos concretamente cada día la misión de Dios en nuestras comunidades. Así pues, las congregaciones locales están obligadas a abandonar sus costumbres y atravesar las fronteras en nombre de la misión de Dios.» (Consejo Mundial de Iglesias – CMI)
La vida cúltica se vive desde la iglesia y para el servicio en el mundo, por lo cual la participación en la comunidad de la fe no resulta aleatoria u opcional en el pensamiento reformado. Es desde una vivencia comunitaria de la fe que se disciernen los caminos de misión y se acompañan las luchas en favor de las personas más afligidas. También desde allí se asumen las reformas necesarias de la vida personal y comunitaria:
«Esta manera cristiana de vivir es una vida de seguimiento [y el] llamado de la espiritualidad cristiana es un llamado a pertenecer a una comunidad cristiana visible y local. No hay nada en el Nuevo testamento que indique que la espiritualidad cristiana es un llamado a vivir aislado de cualquier comunidad cristiana. La espiritualidad cristiana se desarrolla en la comunión fraternal. Si bien cada individuo debe responder personalmente al llamado de Jesucristo, ese llamado exige que nos unamos a la comunidad de creyentes cristianos. En otras palabras: la auténtica espiritualidad cristiana ha de tener un carácter eclesial (…) Toda espiritualidad cristiana auténtica tiende la mano y es solidaria con todos, sin discriminaciones de ningún tipo y preferencialmente a partir de los que sufren. (Tony Brun, Menonita, uruguayo)
Por esto la espiritualidad reformada, aunque eclesial y comunitaria, no es encerrada ni sectaria. La perspectiva reformada de la espiritualidad enfatiza que la misma debe ser hacia afuera y no solo hacia adentro de nosotros:
«Para experimentar la presencia de Dios primero debemos mirar hacia afuera de nosotros, más allá de nuestra experiencia puramente personal, individual. Este acercamiento, en nuestra opinión es un llamado a vivir nuestra espiritualidad en comunidad. Somos cristianos en comunidad y no necesariamente en la soledad personal. la espiritualidad reformada no está centrada en nosotros, sino está centrada en Dios (…) se vive aquí en medio de la realidad que Dios nos ha permitido vivir. Dios actúa en este su mundo, y es aquí donde nos ha correspondido ser sus testigos. (Sergio Ojeda)
Quizás por eso Cervantes Ortiz afirma que ser “ser reformado es una actitud espiritual”, a la vez que destaca que la espiritualidad reformada percibida en Calvino era radical y revolucionaria, en la búsqueda del rostro de Dios en la historia y en la búsqueda de liberar a la religión del dominio de los poderosos.
La convicción reformada de una espiritualidad pertinente al contexto ve la acción de Dios tanto en lo ordinario como en lo extraordinario y tanto en los tiempos buenos como en los que conllevan mayor complejidad. Porque en todos los casos:
«Dios por medio de su Espíritu, nos fortalece en momentos difíciles. Nos permite tener esperanza en medio de la desesperación de nuestro entorno. Permite que nuestra fe no se agote en el seguimiento de Jesucristo.” (Sergio Ojeda)
Leopoldo Cervantes Ortiz, citando el pensamiento de Ofelia Ortega, primera pastora presbiteriana de Cuba (1967), ex presidenta del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), plantea las mismas características de la espiritualidad reformada:
“Es una espiritualidad hacia fuera, no está centrada en nosotros, sino en Dios. Es una espiritualidad que hay que vivirla en la realidad, en el tiempo y con las personas que nos ha tocado vivir. Es una espiritualidad que reconoce la presencia y la obra del Espíritu Santo en lo ordinario y en lo extraordinario, que valoriza la teología de la vida cotidiana y es una espiritualidad que habla de la presencia de Dios en los buenos tiempos y en los malos tiempos, [y] que tiene presente la teología de la esperanza. (Leopoldo Cervantes Ortiz, Presbiteriano, mexicano)
En el año 2006 Ofelia Ortega escribe en Signos de Vida (CLAI) una reseña sobre la Asamblea General del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) realizada en Porto Alegre, Brasil. Refiere que tan importante evento reunió a más de cuatro mil participantes, incluidos más de setecientos delegados y delegadas de las trescientas cuarenta y ocho iglesias miembros del CMI, además de representantes y observadores de otras iglesias, organizaciones y movimientos. En aquella magna ocasión, según afirma, sucedió algo importante en relación a la temática de la espiritualidad. Dice:
“Al aprobar cambios substanciales en sus prioridades y cultura de trabajo, el Consejo Mundial de Iglesias finalizó su Asamblea con un culto de Adoración el jueves 23 de febrero en Porto Alegre, y acordó dar prioridad a la espiritualidad, la formación ecuménica, el trabajo por la justicia en el mundo y el testimonio profético.” (Ofelia Ortega, Reformada, cubana)
Y agrega:
«El discurso científico de la teología latinoamericana ha avanzado dentro de una mística o espiritualidad que precede, ambienta o da sentido: la presencia del crucificado en los pobres y en la práctica de la Iglesia, para que todos los seres humanos vivan como hermanos y hermanas. Solo una experiencia mística puede ser la fuente que permita una nueva lectura de la realidad y un redescubrimiento del Evangelio como buena noticia para las personas pobres.” (Ofelia Ortega)
En este sentido la espiritualidad que buscamos en América Latina debe ser:
«Reconciliadora e integradora;
Encarnacional;
Enraizada en las escrituras y nutrida por la oración;
Vivificante y liberadora;
Enraizada en la comunidad y centrada en la eucaristía;
Abierta a la más amplia “oikoumene” y en relación con las diversas espiritualidades que enriquecen hoy la vida de nuestras iglesias.»
(Ofelia Ortega)
Este tipo de espiritualidad no es barata ni gratuita, ni se construye con superficialidades,
«Sabemos, porque este es el testimonio del martirologio latinoamericano, que es siempre una espiritualidad costosa y sacrificial, que se expresa en servicio y testimonio.” (Ofelia Ortega)
Lo que denominamos una espiritualidad reformada contemporánea, contextual y transformadora exige asumir los costos de un compromiso semejante, con la misma convicción que percibimos en la vida y propuestas de las y los mártires de la Reforma, que estaban dispuestos a darlo todo por sus convicciones de fe. La conciencia de aquellas personas:
“… estaba dominada también por la certeza en que la voluntad de Dios debía realizarse en el mundo contra viento y marea, es decir, en medio de los conflictos ocasionados por la lucha entre los diversos intereses humanos. Como humanista que fue, Calvino no dejaba de reconocer la centralidad de lo humano para Dios, pero al mismo tiempo se dio cuenta de que la integralidad de la vida humana y de la sociedad debía traducirse en una espiritualidad eminentemente inclusiva en todos los sentidos.” (Leopoldo Cervantes Ortiz)
Por esto la espiritualidad reformada contemporánea en clave de transformación debe procurar cambios en el pensamiento y en las prácticas:
«para superar los dualismos impuestos por los hábitos mentales del ambiente: la superioridad del alma sobre el cuerpo (de origen platónico), la separación esquizofrénica entre la Iglesia y los asuntos políticos (fruto de la mentalidad liberal) o la creencia en que la otra vida es el espacio definitivo de la bendición plena de Dios (en demérito de la importancia de esta vida como espacio de gracia).” (Leopoldo Cervantes Ortiz)
Y agrega:
“el potencial de la fe debe ser llevado hasta sus últimas consecuencias, esto es, debe desdoblarse creativamente para convertirse en una fuerza de motivación, alegría y entusiasmo para transformar las condiciones de la existencia humana. Una humanidad liberada de la tutela papal y de la tiranía institucional de cualquier iglesia o institución alienante puede llevar hasta el final el dominio de Dios sobre todas las áreas del quehacer humano. Esta es la premisa principal de la espiritualidad reformada. Por ello, todas las prácticas espirituales y litúrgicas pueden y deben reflejar las posibilidades de una espiritualidad como instrumento de cambio y consolidación de la voluntad divina en el mundo, comenzando con la oración.” (Leopoldo Cervantes Ortiz)
Ya vamos viendo que, en estas perspectivas, una espiritualidad reformada que aspire a ser contextual y transformadora plantea varios desafíos a la comunidad de fe y a cada creyente; especialmente porque llama realizar una introspección que permita discernir los elementos de la identidad que requieren ser reafirmados, así como aquellos que deben descartarse o ajustarse para resultar pertinentes a una realidad de mundo tan distinta a la experimentada por los reformadores, o por nuestros abuelos el siglo pasado.
La cuestión de la pertinencia resulta crucial, porque el mundo de hoy requiere de una espiritualidad que responda a los desafíos de la época que vivimos, a la vez que requiere de la fuerza de un espíritu que genere cambios como lo hizo durante la reforma valdense, la del siglo XVI y las que vinieron después. En este contexto es desafiante traer a la memoria palabras del teólogo taiwanés Choan-Seng Song, ex presidente de la Alianza Reformada Mundial (actual Comunión Mundial de Iglesias Reformadas-CMIR):
“¿Podemos, como hijas e hijos de la familia reformada, seguir ese Espíritu que sopla donde quiere? ¿O nos quedaremos atrás? ¿Pueden ser renovadas nuestras iglesias y congregaciones por ese Espíritu para ser una fuerza espiritual en nuestra comunidad? ¿O se nos privará de él y quedaremos paralizados por nuestros credos, tradiciones y estructuras? ¿Podemos, como Alianza Reformada Mundial, recibir la vitalidad que nos da el Espíritu para ser portadores de esperanza y artesanos del futuro? ¿O pasará de largo dejándonos indefensos, sin recursos, y fuera de la benevolencia de Dios? (…)
La espiritualidad reformada hoy se enfrenta a varios problemas: primero, como redefinir el balance entre individualidad y colectividad, con el fin de relanzar la misión de la Iglesia a personas y comunidades; segundo, ante la dictadura del mercado globalizado, para recuperar no solamente la autoestima de las personas sino su dignidad más allá del consumo; tercero, ante la posmodernidad, que relativiza las creencias y la fortaleza de las relaciones. En suma, la espiritualidad reformada se levanta con la certeza de la fidelidad de Dios a su pacto para, desde esa confianza que propicia el Espíritu, “inyectarla” a todas las áreas de la existencia. Con un fuerte acento autocrítico:
A todas estas preguntas debemos responder con un fuerte «No» o un «Sí»: No, a nuestra propia complacencia, y un Sí al Espíritu que sopla donde quiere; No a nuestro propio egocentrismo, y Sí al Espíritu que siempre va delante nuestro; No a nuestro espíritu de cobardía y Sí al Espíritu que lleva a Jesús a enseñarnos a orar, diciendo: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”.
Por consiguiente, ser reformados es reclamar el Espíritu que sopla donde quiere. Ser reformado es renovar nuestra entrega a Jesús (…) Y ser reformado es unirse a ese Espíritu en la aventura de la fe en el siglo venidero. Avancemos, pues, desde aquí hacia el futuro de Dios, inspirados e investidos por ese Espíritu de Dios que sopla donde quiere.” (Choan-Seng Song, citado por Leopoldo Cervantes Ortiz)
El nudo de la Ruaj
El espíritu de la vida, que nos llama a una espiritualidad cósmica que incluye a toda la creación y a su historia, es el espíritu femenino y maternal de Dios. En la Biblia la ruaj (femenino) fecunda la vida y gesta la existencia.
”El» Espíritu, «el» viento, es ante todo y más propiamente “la» Espíritu, “la» brisa suave y apacible que permite encontrarse con Dios (1a Re. 19: 12); o como diría Juan Calvino, también en términos femeninos, el Espíritu es la vida, la unción, la fuente o la llave con la cual:
“nos son abiertos los tesoros del reino de los cielos y su iluminación puede ser llamada la vista de nuestras almas.” (Juan Calvino)
Desde su contexto, en su lenguaje y en su tiempo Calvino hace unas afirmaciones contundentes, claras, desafiantes y femeninas en cuanto a lo que el/la Espíritu hace en lo creyentes. Sobre el Espíritu Santo decía:
El Espíritu Santo es el nudo con el cual Cristo nos liga firmemente consigo… es el maestro interior y el doctor por medio del cual la promesa de salvación penetra en nuestra alma (…) y le atribuye como oficio traer a la memoria y hacer comprender lo que les había enseñado.” (Juan Calvino)
El Espíritu es el nudo que nos ata a Jesús, por lo cual la espiritualidad cristiana debe estar ligada a las prácticas de vida y justicia de Jesús más que a cualquier construcción teológica. La medida, el modelo, la clave de una vida en el espíritu es Jesús. La Iglesia hoy, como en los tiempos de la Reforma, tiene que tener la honestidad y la valentía de examinar sus prácticas y enseñanzas para ver si las mismas concuerdan con lo que Jesús mostró por medio de sus palabras y gestos y si no es así, asumir la responsabilidad de la reforma. Iglesia reformada siempre reformándose.
Una espiritualidad responsable y madura debe mover a la iglesia a una introspección que permita considerar cuán atados estamos a Jesús y su manera de vivir, o hasta qué punto estamos más comprometidos con teologías posteriores que pudieran -aunque con buena fe- apartarse del espíritu de Jesús legitimando el statu quo y sacralizando afirmaciones y postulados culturales dominantes en la sociedad donde se construyen esas teologías.
Algunas teologías y espiritualidad reformadas parecen más atadas al fundamentalismo ortodoxo de los calvinistas (que radicalizaron a Calvino) que a los planteos más reflexivos y en diálogo del propio reformador de Ginebra. A la vez, parecen más atados a citas de juicio y castigo de Pablo y de teologías posteriores a Jesús, que a la proclamación del espíritu de amor compasivo y misericordioso que el mismo Jesús muestra por medio de sus enseñanzas y de sus prácticas de vida, relatadas en los Evangelios.
La iglesia tiene que asumir el desafío de trascender las espiritualidades que se aparten del espíritu de Jesús.
En este sentido es necesario cuestionar prácticas discriminatorias formuladas desde los varones y para los varones. Allí donde aún se margine y oprima a la mujer o a otros grupos, la espiritualidad reformada debe atarse al espíritu de Jesús y superar las limitaciones del pensamiento patriarcal que propone la visión de un Dios injusto que somete a una parte del género humano y que solo llama a varones.
En la teología reformada el sacerdocio es para todos los creyentes. Dios llama a varones como a mujeres, con igual dignidad y sin distinciones y habla al corazón humano con el mismo espíritu que Jesús hizo evidente cuando no condenó a la mujer que iba a ser apedreada (Juan 8: 1-11), o cuando reconoció la fe de aquella que buscó salud en el maestro y le tocó (Marcos 8: 43-48).
Toda vez que en Cristo ya no se distingue a las personas por origen nacional, por la expresión de masculinidad o femineidad, o por su condición social (Gálatas 3:28, en Cristo ya no hay varón, ni mujer, judío ni griego, libre ni esclavo) la espiritualidad reformada contemporánea nos desafía a una espiritualidad con lugar para todas y todos y donde la exclusión y la discriminación no tengan lugar.
“A pesar de la terquedad humana, por dividir, distanciar, separar, discriminar, el Espíritu se encarga de unir y reunir. Espiritual tiene que ver entonces con encarnar esa vocación del Espíritu sintetizada en la oración de Jesús de Nazaret: “Que todos sean Uno…” (Juan 17).” (Tony Brun)
En este sentido la espiritualidad en el espíritu de Jesús no puede ser patriarcal, machista y excluyente sino más bien femenina, inclusiva y soro/fraternal. Por esto:
“Tenemos que volver a activar las fuerzas femeninas que se han ido perdiendo durante siglos de sistemas patriarcales. Sólo así surgirán si despertamos en nosotros las fuerzas originarias del cuidar, sanar, observar, sentir, de la intuición, compasión, dedicación, entrega y amor [porque] la mística moviliza las facultades femeninas, y a la inversa, desde lo femenino se dinamiza la espiritualidad y se vitaliza la mística.» (María José Arana, Católico, español)
Esto es central para una espiritualidad con espíritu ruaj:
“Una vez más: necesitamos “recuperar el alma”, necesitamos despertar ‘lo femenino’, esas “fuerzas originarias” por- que más que nunca nos urgen todas esas acciones y actitudes que tienen que ver con el cuidado, la observación atenta, la generación de la vida, la escucha del ritmo de todo en todos/as… Todo ello involucra en una forma relacional abierta a la actitud compasiva, misericordiosa con toda la realidad, en un anhelo de sanación, unidad y transformación.” (María José Arana)
Así las cosas el Espíritu, la ruaj, tiene que ver con Jesús, con nosotros, con las demás personas y con toda la creación, es así desde los orígenes de la vida, cuando en aquellos antiguos relatos mitológicos proponían una razón de fe que explicara la fuerza de la vida y la inspiración del ser humano, cuando se decía que el Espíritu anida sobre el caos para poner en orden la vida y es el aliento e inspiración que habita la persona humana desde su creación (Génesis 1 y 3).
Espíritu y vida van tan juntos como Espíritu y mundo. Pero hagamos una clarificación importante que para algunas personas resulta menos obvia que para otras: al hablar de temas de la fe y del Espíritu no estamos hablando de temas exclusivos de la iglesia y menos aún de asuntos afuera de este mundo, ni de realidades relacionadas a algún lugar o estrato etéreo llamado “espiritual”.
Al hablar de espiritualidad estamos hablando del aquí y ahora de nuestra existencia y estamos hablando de la vida y de la acción de Dios y de su Espíritu en ésta vida y en esta historia. El Evangelio plantea que el amor de Dios es a éste mundo, no a otro (Juan 3: 17); razón por la cual la espiritualidad siempre debe ser pertinente al mundo y el momento histórico que nos ha tocado vivir y reclama de nosotros una acción (Romanos 8:19).
Pero hay algo más que, nos lo clarifica bien el psicólogo y teólogo español Enrique Martínez Lozano cuando expresa:
“En la experiencia mística… el Espíritu no es «Alguien» que hace «algo» sobre «alguien», por más que nuestra mente, en cuanto quiera dar razón de ello, no pueda expresarlo de otro modo. El término «espíritu», en las tradiciones antiguas, aparece vinculado al viento, a la respiración y a la energía. Ruaj, en hebreo; pneuma, en griego; spiritus, en latín; qi (o chi), en chino; prana, en sánscrito… Todos ellos son términos que hacen referencia a «aliento vital», «soplo de vida», «energía»…, y guardan una estrecha relación con la propia respiración.” (Enrique Martínez Lozano, español)
Lo que quiero decir es que el espíritu también es lo que somos, lo que respiramos, lo que nos hace vivir. Cuando Jesús hubo concluido su obra dijo “consumado es” y «entregó su espíritu” (Juan 19:30). El espíritu no es algo que poseemos sino algo que nos llena y nos inunda, y por lo tanto, nos da profundidad.
Vivir en el Espíritu es reconocer que así como los seres vivientes necesitamos el aire para vivir, así el cristiano necesita del impulso del Espíritu para crear, para amar y para servir. Sin el Espíritu no somos ni existimos. Recordemos que la creación comienza con el Espíritu habitando la tierra y con el ruaj siendo inspirado en la persona humana. El cristiano sabe que sin Espíritu no hay vida, ni fecundidad, ni profundidad, ni gozo. Por esto:
“De la misma manera que está en nosotros el aire que respiramos, así también Cristo. El cristiano no tiene una mente propia, su mente es la de Cristo (1a Cor. 2:16). No tiene deseos propios: la voluntad de Cristo es su única ley. Está gobernado por el Espíritu, controlado por Cristo, centrado en Dios”. (W. Barclay, Reformado, norteamericano)
El oxígeno para un nuevo tiempo humano vendrá de esa ruaj, aliento de vida, que el relato mítico de la creación expresa que fue puesto en nosotros por el mismo Dios. Él insufló su ruaj en la humanidad y en toda la creación. Por esto comprendemos que ciertamente,
“no somos seres humanos viviendo una aventura espiritual, sino seres espirituales viviendo una aventura humana.” (Pierre Teilhard de Chardin, Católico, francés).
Entonces desde una fe reformada amplia y ecuménica, transcultural e interreligiosa podemos referirnos a la espiritualidad como esa fuerza, inspiración y aspiraciones a las que somos llamados por la ruaj y por el ejemplo de humanidad plena encarnado en Jesús de Nazaret. Esa fuerza espiritual en la vida resulta el motor vigoroso que moviliza la esperanza de una vida plena de justicia y equidad.
Espiritualidad y espíritu de Jesús
La brisa del espíritu ruaj -sustentador de la armonía de la creación que consagró a Jesús para los y las pobres- es la misma inspiración que nos llama hoy a construir lo nuevo que ya está gestándose (Isaías 43:19) y a trabajar por una nueva humanidad con vida y con espacio para todos, sin exclusiones ni discriminación. Porque hacer la voluntad de Dios es vivir inspirados por el mismo espíritu de Jesús: amar como él amó, vivir como él vivió, dándose por entero a los demás, en respuesta al ilimitado amor de Dios. En este sentido la pregunta sobre “¿qué es espiritualidad?” se contesta mirando a Jesús.
Nosotros conocemos el espíritu que movía a Jesús. Su espíritu es solidario, justo, compasivo, misericordioso, pleno amor, no condena, da vida, incluye, acaricia, pone a los niños en el medio, sana enfermos, restaura la vida, hace mesa para que todas las personas tengan lugar y siempre, siempre, da vida en especialmente a quienes están más carentes de ella. El espíritu que mueve a Jesús es el espíritu de otro mundo posible, el espíritu que pone la vida del pobre en el centro y a los últimos los ubica primero; es el espíritu que se entrega, que se derrama, que se comparte y que nos moviliza.
Ese espíritu es el que nos llama a transformar el mundo, empezando por uno mismo y siguiendo por nuestro prójimo. Es el espíritu que nos llama a lo grande desde lo pequeño, desde cada gesto y cada acción. desde por el microcosmos de nuestras relaciones y de nuestro entorno más cercano. Buscad primero el Reino de Dios y su Justicia, decía Jesús, el resto vendrá por añadidura (Mateo 6:33).
Por esto hablar de espiritualidad tiene que ver con un espíritu, como el de Jesús; capaz de cautivar el corazón humano al punto de llenar de sentido la vida e inspirar en la humanidad los más hermosos sueños de Dios para una vida plena y abundante de toda la creación. Tiene que ver con ese llamado -desde lo profundo- que moviliza todas las energías, esfuerzos y voluntades para la apasionada construcción de ese otro mundo posible en el que todos, todas y todo (la creación) tengan espacio y provisiones para la vida.
En algunos de nuestro países, en especial los andinos, tienen una idea interesante de cómo llevar adelante la vida. Le llaman el «buen vivir”. Los pueblos originarios andinos, desde una espiritualidad cósmica y entrelazada con la madre tierra (pachamama), plantean que hay otra manera de vivir, la del buen vivir, tan cercano al espíritu de las bienaventuranzas y a la propuesta de vida abundante de Jesús.
Sumak kawsay, en quechua, significa la plenitud de vida en comunidad junto con otras personas y la naturaleza”. Suma qumaña, en aymara, es todo aquello que nos permite un buen vivir. En esa línea podríamos decir que la espiritualidad a la que invita Jesús tiene que ver con ese espíritu que surge de la tierra y que nos ha ungido y consagrado, también a nosotros, para proclamar las buenas noticias del buen vivir y la vida plena para el mundo Lucas 4:18 ss.).
“El buen vivir es una alternativa para la idea del desarrollo, es un concepto de bienestar colectivo que surge por un lado del discurso postcolonial, crítico al desarrollo; y por otro lado, de las cosmovisiones de los pueblos originarios andinos. Es una visión ética de una vida digna, siempre vinculada al contexto, cuyo valor fundamental es el respeto por la vida y la naturaleza.” (Mira Käkönen, Finlandia)
Las comunidades de fe tienen ante sí grandes desafíos y excelentes oportunidades, precisamente, para proponer la esperanza renovada de un nuevo mundo posible en el que las diversas espiritualidad y creencias aporten -sin discordias- al mismo propósito de una vida acorde a los propósitos de Dios, según es nombrado en cada cultura. Porque la realidad es que la experiencia base de la espiritualidad es:
«que estamos ligados y religados (la raíz de la palabra ‘religión’) unos a otros y todos a la Fuente Originaria. Un hilo de energía, de vida y de sentido pasa por todos los seres volviéndolos un cosmos en vez de un caos, sinfonía en vez de cacofonía.” (Leonardo Boff, Católico brasileño)
En esta perspectiva Pablo plantea la voz de un espíritu que moviliza la vida y que quiere transformar el mundo actual en uno nuevo, aún a costa los padecimientos del tiempo presentes, los cuales vendrían a resultar -por acción del espíritu de la vida- en contracciones del parto inminente de un mundo nuevo que la creación anhela y que el espíritu humano debe manifestar (Romanos 8).
Ese es el espíritu que movía a Jesús y se encarna en el corazón y en las prácticas de las primeras comunidades de creyentes con sed por vivir en relaciones de justicia y plenitud (Hechos 2) donde a la persona carente se le provea para la vida y las relaciones. En Mateo, Jesús dice que los que tengan ese espíritu de servicio a las personas más débiles recibirán la vida. Por esto:
«La espiritualidad cristiana no es un recurso terapéutico individual ni un escudo o amuleto para enfrentar las exigentes realidades de la vida. Ninguna persona o grupo es verdaderamente cristiano si está cerrado a las necesidades del mundo. La verdadera espiritualidad cristiana no es insensible a las injusticias y sufrimientos del mundo.» (Tony Brun)
Así mismo,
“La persona espiritual no es aquella que recita doctrinas. La persona espiritual no es aquella que sabe más de Biblia o de teología. La persona espiritual no es aquella que pasa más tiempo de rodillas en oración, canción o éxtasis. La persona espiritual no es aquella que gasta más tiempo en la caridad a los necesitados. La persona espiritual no es aquella que tiene perfecto comportamiento según la ley. Puedes hacer y tener todo esto, pero no por ello serás espiritual. La espiritualidad es más amplia, integradora. Se trata de una experiencia humana que proporciona el aspecto espiritual de nuestra vida enriqueciendo y dando profundidad a nuestra existencia. La espiritualidad cristiana presupone una manera de vivir y no una filosofía abstracta o un código de creencias. Ser cristiano es vivir de determinada manera, seguir determinado “camino”: el camino de Jesucristo.” (Tony Brun)
La espiritualidad cristiana, como venimos diciendo, implica vivir y encarnar ese espíritu revelado en Jesús que compromete a sus seguidores:
«a la solidaridad para con los pobres (Lc. 4,18), a la alegría de que se haya revelado el Reino a los pequeños (Mt. 11,25), y a «quitar el pecado del mundo» (Jn. 1,29) luchando hasta la muerte (Lc. 22), a anunciar el Reino (Mc. 1,15) a identificarse con los pobres (Mt. 25), a orar al Padre en el silencio de la noche (Lc. 6,12).” (Víctor Codina, Católico, español)
Espíritu de pobres
Desde la perspectiva cristiana vivir en el mismo espíritu de Jesús es vivir con el espíritu de las personas pobres. Ese es el mensaje de la primera bienaventuranza con la que Jesús inició su primer mensaje público. El sermón del llano y del monte definen la plataforma de Jesús para la vida y definen como “bienaventuradas” a las personas pobres con espíritu; o pobres que están en el espíritu; o quienes tienen espíritu de personas pobres, porque ellas y ellos son predilectos para Dios.
Tony Brun desarrolla muy bien el tema de la búsqueda humana de la felicidad resaltando la opción de vida de las personas que deciden no vivir enfocados en las riquezas. Dice:
“No basta con ser pobre espiritualmente, mientras se tiene abundante dinero. Tal espiritualización de la frase “pobres en espíritu”, no corresponde al mensaje original del evangelio de Jesús. Pero tampoco basta, con ser pobre materialmente, pues tal afirmación expresaría un absurdo, esa situación humana y sociológica no puede ser objeto de bendición. Se trata sobre todo de renunciar al deseo de ser ricos, a esa ambición que acapara el corazón humano, llevándolo a la injusticia y que lo separa de Dios (Mt 6:19-21, 24). No se trata entonces de la pobreza ascética, sino del efectivo desapego del dinero y todo lo que ello representa (dominar, acaparar, injusticia, prestigio, egoísmo, etc.). Jesús proclama que las personas que toman esta decisión y la siguen en su vida, son felices. Porque ya no viven para acaparar y poseer sino en el proyecto de compartir. La intervención de Dios – a pesar de todas las adversidades – se produce a favor de ellos. Así pues los que comparten experimentan el milagro de la providencia divina, como en la abundancia de los panes y peces. En la práctica, se trata de personas que renuncian a acumular y poseer bienes, porque su estilo esencial de valores y vida es compartir con los demás. Obviamente no sólo la materialidad del dinero sino todo lo que el dinero representa: seguridad, bienestar, confianza, etc. Las personas que todo lo poseen, no necesariamente son las más felices. Mientras que las personas que comparten tienen un grado de felicidad y satisfacción en la vida, superior a la media.» (Tony Brun)
Como bien confirma Brun:
«Entonces la primera y más fundamental bienaventuranza, se refiere a los que cambian la opción de poseer por el proyecto de compartir, los que han decidido compartir lo que son y lo que tienen. Cuando este estilo de vida es compartido en la comunidad, allí a nadie le va a faltar nada, porque todo va a estar a disposición de todos. Aunque tal proyecto social pueda considerarse utópico, la exigencia evangélica nos urge a ir anticipando ese ideal en los valores y prácticas personales, familiares, comunitarios, etc.“ (Tony Brun)
El espíritu da vida pero al amor al dinero, ayer y hoy, es la razón de todos los males y de las peores teologías. En este sentido la espiritualidad no puede ser ensimismada ni egoísta, sino volcada al servicio del otro, la otra, en especial en servicio de los pobres.
“La espiritualidad parte no del poder, ni de la acumulación, ni del interés, ni de la razón instrumental; arranca de la razón emocional, sacramental y simbólica. Nace de la gratuidad del mundo, de la relación inclusiva, de la conmoción profunda, del movimiento de comunión que todas las cosas mantienen entre sí, de la percepción del gran organismo cósmico empapado de huellas y señales de una Realidad más alta y más última. (…) Lo que actualmente debe ser mundializado no es tanto el capital, el mercado, la ciencia y la técnica; lo que fundamentalmente debe ser más mundializado es la solidaridad con todos los seres empezando por los más afectados, la valorización ardiente de la vida en todas sus formas, la participación como respuesta a la llamada de cada ser humano y a la propia dinámica del universo, la veneración de la naturaleza de la que somos parte, y parte responsable.” (Leonardo Boff)
El teólogo brasileño Alfredo dos Santos Oliva lo expresa con las siguientes palabras:
El principio de un proceso de calentamiento de nuestra vida espiritual pasa, necesariamente, por la vida y el ejemplo de nuestro Maestro. Si no nos despojamos de las preocupaciones obsesivas respecto de los bienes materiales, de la fama y de la proyección social, jamás tendremos el tiempo adecuado para dedicarnos a la construcción de una espiritualidad saludable. Debemos vivir, como dimensión fundamental, la atención y la dedicación respecto de las personas necesitadas. dicha dedicación y solidaridad para con el prójimo, especialmente para con los afligidos, son imprescindibles en una práctica que pretenda ser cristocéntrica” (Alfredo dos Santos Oliva en Una Iglesia sin Propósito, CLAI, Jorge Henrique Barros, editor, Presbiteriano, brasileño)
Es importante resaltar que Calvino al hablar de los bienes del Espíritu asocia a estos con la búsqueda de la justicia y afirma que Espíritu tiene que ver con la vida
“a causa de su justicia (Rom. 8:10) (…) porque derramando sobre nosotros su gracia nos hace fértiles para producir frutos de justicia.” (Juan Calvino)
Es importante, uno de los frutos de la vivencia del Espíritu es hacernos fértiles para producir frutos de justicia. Calvino dice más, afirma que por la acción del Espíritu estamos unidos a Cristo y por Él recibimos de su multiforme gracia con un objetivo de justicia. Observando la dinámica de la gracia en Jesús y los bienes que él aporta a la vida de las personas pobres, Calvino advierte:
“Hemos de considerar ahora de qué manera los bienes que el Padre ha puesto en manos de su Unigénito Hijo llegan a nosotros, ya que Él no los ha recibido para su utilidad personal, sino para socorrer y enriquecer con ellos a los pobres y necesitados” (Juan Calvino)
La conclusión es evidente, las bendiciones que recibimos y los bienes que administramos tampoco a nosotros se nos dan par utilidad personal, sino para socorrer y enriquecer con ellos la vida de los demás y primeramente la vida de las personas pobres y necesitadas.
Entonces una espiritualidad reformada transformadora busca encarnar la justicia toda vez que:
«el ser bendecidos por la gracia de Dios debe calificar nuestras relaciones, eso significa practicar la justicia en lo cotidiano; vivir de manera que el tener no sea un deseo de poseer indefinidamente y practicar el ayuno como símbolo de nuestra frugalidad”. (Ofelia Ortega)
Todo lo que tenemos debe ser puesto al servicio del prójimo porque no puede ser el afán al dinero el motor de nuestra existencia porque es la raíz de todos los males:
“La postura de Jesús es radical. La raíz de los males de la humanidad está en los fundamentos mismos que el corazón humano ha creado: en el afán de dinero (tener), en el deseo de prestigio (subir) y la sed de poder (dominar). Estas tres ambiciones – tener, subir y dominar – despiertan entre los seres humanos las rivalidades y violencias, los odios e injusticias. Por tanto, no alcanza con reformas violentas de los sistemas político-sociales, ni con las reformas graduales de las instituciones socio-religiosas, ni con el cambio de creencias o ritos piadosos. Para Jesús de Nazaret – como para el Buda, Sidharta Gautama – el verdadero enemigo reside en el interior del ser humano: el apego a tener, el orgullo del subir y la sed de dominar. Por eso, su mensaje es radical y exige una transformación radical, esto es, de raíz.
(…) Pero, sin embargo, no alcanza con renunciar a esos hábitos destructivos. Es necesario sustituirlos por hábitos constructivos, positivos.
En vez de acaparar (tener) Jesús propone compartir lo que se tiene; en vez de figurar o sobresalir (subir) Jesús propone igualdad; en vez de mandar y dominar (poder) Jesús propone solidaridad y servicio humilde.
En otras palabras: en vez de rivalidad, odio y violencia, Jesús propone la experiencia comunitaria de una vida en hermandad, amor y paz.»
(Tony Brun)
Brun desarrolla magistralmente el tema en clave de espiritualidad y de transformación y resalta que hoy más que nunca :
“Se impone la necesidad de un cambio profundo y radical que la humanidad no ha encontrado aun de modo global y sostenido. Es claro que tal cambio no va a venir por la lógica del dinero como capital y el dominar como conducta. ¡No nos vendrá el remedio de donde nos llega la enfermedad! El consumismo egoísta y sus instituciones generan repetidamente más egoísmo y sufrimiento. El cambio tiene que surgir y expandirse desde el interior de las personas, mediante una profunda conversión y encarnación de los valores de la nueva sociedad que aparece en el proyecto anunciado de Jesús de Nazaret.” (Tony Brun)
Y ahí encontramos una gran pista y un gran desafío para una espiritualidad reformada contemporánea, conceptual y transformadora: ver en qué lugar nos ubicamos respecto a ellos y en qué manera los “bienes” que tenemos se utilizan en favor de ellas y de ellos. La vida de Jesús es reveladora en cuanto a ese componente geográfico que nos cuestiona sobre en qué lado o en qué orilla nos ubica nuestra fe, con los saciados o con los hambrientos, con los sanos o con los enfermos, con los salvos o con los perdidos…
Por eso afirmamos que vivir es andar en el espíritu de Jesús, un espíritu volcado por entero a la plenitud de la vida de todos, pero empezando por las personas más sufridas. Esa es la mejor definición de espiritualidad, porque llama a asumir la vida y las relaciones humanas desde una experiencia del Dios amoroso al que podemos llamar abba, pai, papi (Marcos 14:36), porque es cercano a cada uno de sus hijos e hijas y está comprometido con quienes más sufren, como gallina que bajo sus alas protege a los polluelos (Mateo 23:37).
Espíritu y profundidad
Espiritualidad tiene que ver con la búsqueda de significado y propósito para la vida y refiere entonces a un llamado a dotar de profundidad la vida porque implica comprometerse con la dinámica del espíritu que nos llama a sustentar la vida y devolver la armonía a la creación. El lema de la XII Asamblea General de la Alianza de Iglesias Presbiterianas y Reformadas de América Latina (AIPRAL), Sao Paulo, agosto 2016, plantea un pedido a Dios, “Ayúdanos a sostener la armonía de la Creación”
El espíritu ruaj, como hemos dicho, nos moviliza a la protección de la vida y a buscar la transformación del mundo. El Consejo Mundial de Iglesias (CMI) en un documento que se titula «Juntos por la Vida: Misión y Evangelización en Contextos Cambiantes” afirma que:
«La espiritualidad da un sentido más profundo a nuestras vidas y motiva nuestra acción. Es un don sagrado del Creador, la energía que permite afirmar y cuidar la vida. Esta espiritualidad de misión posee una dinámica de transformación que, mediante el compromiso espiritual de las personas, es capaz de transformar el mundo en gracia de Dios”. (CMI)
Tenemos hambre de una fe más profunda en contraste con la vaciedad que produce el mundo actual en el espíritu humano:
«el resurgimiento del interés en el Espíritu y la espiritualidad, desde una perspectiva amplia, es reflejo de una protesta contra la despersonalización y la burocratización tanto en la iglesia como en la sociedad. Es un intento de un nuevo acercamiento a una nueva relación con Dios, hambre por una fe más profunda y la obtención de recursos espirituales para tratar con las crisis de los problemas personales y corporativos. Todo se mueve en esta dirección porque mucha gente se siente sola e ignorada en esta sociedad teconoburocrática. Además, existe un profundo sentido de vaciedad al interior de las personas.” (Sergio Ojeda)
El teólogo brasileño, Leonardo Boff trabaja ampliamente la espiritualidad como la búsqueda y encuentro de la profundidad. Dice:
«El ser humano no posee solamente exterioridad, que es su expresión corporal. Ni solo interioridad, que es su universo psíquico interior. Está dotado también de profundidad, que es su dimensión espiritual.” (Leonardo Boff)
Y agrega:
“el espíritu representa la dimensión de lo humano profundo. La espiritualidad, que de él se deriva, es un modo de ser, una actitud fundamental, vivida en la cotidianidad de la existencia”. (Leonardo Boff)
En la vida cotidiana las decisiones que tomamos – o que dejamos de tomar- hacen evidente la profundidad o superficialidad con la que vivimos la existencia, se hace evidente hasta qué punto estamos encarnando, o no, el espíritu que movía a Jesús. Enrique Martínez Lozano lo expresa con claridad:
«Espiritualidad hace referencia a la dimensión profunda y absoluta de la existencia. No es lo opuesto a lo material, sino a lo superficial; no es lo opuesto a vivir, sino a vegetar o sobrevivir; no es lo opuesto a la libertad, sino a la sumisión y rigidez; no es lo opuesto a la novedad, sino al anquilosamiento y la rutina; no es lo opuesto al placer, sino a la muerte; no es lo opuesto a la creatividad, sino al pensamiento dogmático; no es lo opuesto a la vida, sino al ego reductor… Y “no es lo opuesto a…”, porque lo espiritual –mal que le pese a nuestra mente formada en un dualismo de corte maniqueo que desembocó con frecuencia en un “espiritualismo” inhumano- tiene el sabor de lo material, del placer, de la libertad, de la novedad, de la creatividad (…) de la vida. Espiritualidad hace referencia a amplitud y apertura; es no- encorsetamiento, no-exclusión, no-fronteras, no-costuras”. (Enrique Martínez)
Espíritu y nostalgia (saudade)
Una espiritualidad reformada contemporánea, contextualizada y transformadora no puede cantar los coritos del mercado, no puede recitar oraciones de pasividad y resignación, ni reír los cuentos de los modelos hegemónicos del mercado y de la prosperidad. Mientras en medio nuestro no haya justicia, vida para todos, lugar en la mesa del reino para las y los oprimidos sentiremos que nos falta algo, sentiremos que no podemos ser plenos y que este mundo no puede ser el anhelado porque está incompleto, porque le falta algo a lo que aspiramos.
Rubén Alves – fundador presbiteriano de la Teología de la liberación – trabaja mucho la espiritualidad desde esa perspectiva de nostalgia – o mejor aún de saudade. Saudade, dice la gente de Brasil, no es lo mismo que nostalgia. Es algo más. Es una palabra que tiene que ver con ausencias, con cosas que nos faltan, pero que a la vez están presentes; tiene que ver con realidades que anhelamos, que esperamos, que nos inundan pero que hoy no vemos. Pablo tenía una definición de fe bastante parecida a esta: Fe como lo que esperamos aún sin ver, pero que sabemos que se habrá de realizar (Hebreos 11:1).
Saudade expresa un sentimiento afectivo, próximo a la melancolía y la nostalgia, “estimulado por la distancia temporal o espacial a algo amado y que implica el deseo de resolver esa distancia”. Las saudades, las nostalgias, las ausencias, presencias, sueños y utopías son parte de la identidad de quienes somos migrantes y de quienes somos “del camino” de Emmanuel, un Dios que migró de lo celeste a lo palpable, para que la vida y la plenitud vuelvan a la tierra, porque este es el sentido del mundo, un espacio común, con lugar para que todas y todos puedan vivir con plenitud.
Sin embargo, la sensación de no estar en nuestra tierra es una constante de quienes creemos en algo más. No necesitamos estar fuera de nuestra geografía para definirnos con el credo antiguo “extranjero y peregrino soy entre vosotros” (Génesis 23:4). En especial cuando sentimos vivir en un mundo que no es mundo y donde la esperanza flaquea y la no-vida golpea a las personas más sufridas e indefensas.
Es la sensación del escritor bíblico cuando dice “somos forasteros y peregrinos delante de TI, como lo fueron nuestros padres, como una sombra son nuestros días sobre la tierra y no hay esperanza” (1a Crónicas 29:15). Y cuando no hay esperanza, hay silencio. Y qué duro es el silencio de palabras de vida cuando estás rodeado por mensajes que te llegan en otro idioma y en otro sentido, en el embalaje de una cultura extraña que habla el lenguaje de los poderosos, con palabras amenazantes de juicio y prejuicio.
Es fácil para los migrantes, en especial las y los más sufridos, comprender el dolor que significa sentirse sin tierra, sin historia, sin futuro, sin esperanza y sin Dios, en especial cuando se vive en el imperio de otros dioses de otras tierras. Solo queda la oración antigua “escucha mi oración, Oh Señor y presta oído a mi clamor, no guardes silencio ante mis lágrimas, porque extranjero soy junto a Tí, peregrino como todos mis padres” (Salmo 39:12)
Así lo expresa el salmista en tiempos de exilio, “cuando estábamos en Babilonia, lejos de nuestro país, acostumbrábamos sentarnos a las orillas de sus ríos [los ríos de los opresores] ¡No podíamos contener el llanto al acordarnos de Jerusalén!“ (Salmo 137:1).
Ignacio Simal, fundador de Lupa Protestante, pastor, teólogo y líder de la Iglesia Evangélica en España escribió una versión contextualizada de este salmo en su artículo “Navidad o la nostalgia que conlleva el exilio” (2011). Dice así:
“Sentados junto al mundo de los empobrecidos,
llorábamos al acordarnos de la Utopía
anunciada por Jesús de Nazaret.
En los álamos de las grandes urbes
colgábamos nuestras guitarras.
Allí, los que nos esclavizaron, empobreciéndonos,
los que todo nos lo habían arrebatado,
nos pedían que cantáramos con alegría;
¡que les cantáramos canciones de Utopía!
¿Cantar nosotros canciones del Señor
en este modelo de sociedad que nos es extraño?
¡Si llego a olvidarte, Utopía,
que se me seque la mano derecha!
¡Que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no te pongo, Utopía,
por encima de mi propia alegría!” (Ignacio Simal, Reformado, español)
Ignacio Simal también nos habla de la nostalgia y de esa sensación de exilio en nuestro propio mundo y dice -en sintonía con Alves, Cervantes Ortiz, con Boff, Brun y con nosotras y nosotros:
“Cuando se arrima a mi hombro la nostalgia. Nostalgia de un mundo mejor, de una iglesia mejor a la manera de Jesús de Nazaret. Es en ese momento cuando me siento, junto con muchos de mis hermanos y hermanas, en el exilio. Un exilio no querido, ni deseado, sino un exilio impuesto. Somos exiliados en una Aldea Global donde se nos pide que cantemos con alegría a fin de espantar nuestro mal, olvidando así la utopía del “reino de Dios” y justificar, de esa manera, a los que nos esclavizan (no ignoramos los nombres de los que rigen “Babilonia”).”
Pero no, no podemos cantar con el fin de diluir nuestros sueños y ansias de ver con nuestros ojos y palpar con nuestras manos la nueva sociedad que anunció Jesús de Nazaret. Ese otro mundo posible que muchos añoramos.
En medio de esta Aldea Global no perdemos la esperanza, ni el ánimo.
Simplemente nos rebelamos a atender a sus mentiras, y seguimos en la lucha cotidiana creando sueños y mundos humanizados, pequeños en tamaño, pero signos de que un modelo de sociedad diferente es posible. Los construimos a través de comunidades y de movimientos sociales que paso a paso nos abren la puerta al mundo nuevo.
Entonces, cuando lo logremos podremos confesar que el Señor nos ha liberado de la esclavitud, ha cambiado la suerte de nuestro mundo. Entonces nos parecerá que estamos soñando, nuestra boca y nuestros labios se llenarán de risas y gritos de alegría (Sal. 126:1,2).”
(Ignacio Simal)
Y a fin de cuentas, nada puede detener nuestra esperanza, cantamos sobre la utopía y sentimos la nostalgia activa que nos mueve a la construcción de una realidad nueva de la que somos parte. Somos un pueblo con nueva ciudadanía, nuestra pero de todas y todos los que trabajamos por un Reino nuevo sin exclusiones, sin multitudes obligadas a dejar su tierra o a vivir como no gente.
La nueva realidad por venir, que anhelamos y por la cual nos damos, nos inunda de nostalgia. Es la promesa que nos moviliza a la esperanza:
“Cristo vino a traer buenas noticias de paz a todos, tanto a ustedes que estaban lejos de Dios como a los que estaban cerca. Pues, por medio de Cristo, los unos y los otros podemos acercarnos al Padre por un mismo Espíritu. Por eso, ustedes ya no son extranjeros, ya no están fuera de su tierra, sino que ahora comparten con el pueblo santo los mismos derechos, y son miembros de la familia de Dios.” (Efesios 2: 17-19)
Pensemos en las nostalgias de lo nuevo que nos han conducido hasta aquí y los desafíos que nos plantean respecto a nuestros sueños, esperanzas y utopías. Dejémonos interpelar con las palabras de Rubén Alves sobre la saudade, quien en su libro “Creo en la Resurrección del Cuerpo” escribió una reflexión que dice así:
“Dios vive en la nostalgia, ahí donde el amor y la ausencia se asientan. ¿Sentir a Dios? ¿Tener comunión con Él? Es sentir nostalgia por el Reino, es gemir con la creación toda, sintiendo dentro de nosotros mismos el futuro que va creciendo, como embarazo… Ahí en la tierra de la nostalgia, hacemos nuestras casas. Somos inmigrantes, sin descanso, sin parada, siempre en camino. No hay lugar para reclinar la cabeza. Como plantas arrancadas, raíces a la vista, de tierra seca… Exiliados, construimos nuestros nidos en árboles de futuro. Es así, un camino en el que construimos nuestros toscos altares y quemamos nuestros sacrificios (Rm. 12). Entonando como canción el nombre de esta nostalgia sin fin, Cristo Jesús. Y pedimos que Él dé pan y vino a nuestra nostalgia, contándonos sus esperanzas, los cuerpos libres, alegres, fraternos, saltarines, el Reino de Dios, realización de las bienaventuranzas.”
(Rubén Alves, “El rostro risueño de Dios”, traducción Doris Arduin)
Cervantes Ortiz traduciendo un texto del Rubén Alves dice :
“ Esto puede parecer un poco extraño. Ellos viven en medio de presencias, pero nosotros somos habitantes de ausencias. Deseo: reconocer que algo está faltando. Nostalgia. Yo sugeriría que la espiritualidad tiene que ver con esto: vivir en medio de la presencia de una ausencia. De ahí surge todo lo bello que hacemos: el amor, la poesía, los jardines, la música, las revoluciones… Todo. Hacemos estas cosas para completar el pedazo que está faltando. ¡Ah! Pedazo de mí, que me arrancaron… Soy espiritual por causa de esto: de mi cuerpo brota una canción, un suspiro, un deseo, una nostalgia por algo que no encuentro, y pienso que siento, en el Viento, el olor de esta cosa…
Deseo: somos espirituales por causa del deseo.
El deseo apunta hacia lo que está ausente.
Y nosotros, seres extraños, somos capaces de vivir por causa de esta ausencia.
No, no es el deseo de una casa, o de una novia, o de un automóvil… Es la tristeza que permanece, incluso cuando todas estas cosas pequeñas son satisfechas. Somos, incurablemente, planteadores de algo perdido… que deseamos reencontrar, en el futuro.
Mas, para esto, es necesario saber el nombre del Deseo.
Sucede que somos banales. Y cuando tratamos de decir el nombre de nuestro Deseo —¡este gran deseo, nombre sagrado!— hablamos demasiado aprisa, sin darnos cuenta de que no sabemos su nombre… El deseo es como el nombre de Dios: los hebreos no podían pronunciarlo y, por lo mismo, se olvidaron de él. Si supiésemos de esto hablaríamos menos en nuestras oraciones porque comprenderíamos que hablar es embrollar. Es preciso descubrir el nombre de nuestro gran Deseo —el que, por cuya causa, abandonaríamos todo, lo que nos haría bienaventurados.
Pero esto requiere trabajo, mucho silencio, mucha disposición para escuchar, mucha sinceridad, desaprender tanto bla-bla-bla. Aprender el lenguaje poético, en donde cada palabra es absolutamente indispensable.
Decir el nombre de nuestro gran deseo es orar. Sólo esto es orar. Lo demás es blasfemia.
Espiritualidad: la búsqueda de ese Deseo perdido, deseo de vida, que nos liberaría de los deseos de muerte que nos petrifican…
Es preciso volar… (Traducción de Rubén Alves por Leopoldo Cervantes Ortiz)
Y es preciso cantar. Cantemos la utopía de un mundo nuevo por venir y que la certeza del Reino nuevo nos movilice a encarnar en nuestro tiempo el espíritu de vida de Jesús.
Espíritu y transformación
Por todo esto la comunidad ecuménica mundial declara que:
«La espiritualidad da un sentido más profundo a nuestras vidas y estimula, motiva y da dinamismo a lo largo de la vida. Es energía para una vida en su plenitud y exige el compromiso de resistir a todas las fuerzas, los poderes y los sistemas que niegan, destruyen y menoscaban la vida.” (CMI)
Esta es una de las enseñanzas del Siglo XVI, donde un grupo de personas deseosas de ser fieles a Dios transformaron no solo la iglesia y la manera de acercarse a Dios de las personas, sino la sociedad y la manera de relacionarse entre conciudadanos y con los poderes de su tiempo:
“La Reforma protestante, en ese sentido, fue y es no sólo un movimiento que intentó transformar a la Iglesia como siempre se dice, sino que, radicalizando algunas de sus posturas más revolucionarias, buscó un nuevo rostro de Dios, el Dios de la libertad, por la parte teológica, y quiso liberar a la fe de sus supuestos dueños, los poderosos que administraban, ya desde entonces, la religión como si fuera una mercancía. Como confluencia de estas afirmaciones surgió lo que Paul Tillich denominó el principio protestante, es decir, el rechazo a cualquier forma de endiosamiento a cualquier realidad que no sea Dios mismo.
La espiritualidad reformada es, ante todo, una espiritualidad cristiana que se ha atrevido a buscar, desde sus orígenes, que no se remontan sólo al siglo XVI sino a toda la historia de la fe bíblica, congruencia entre obedecer la voluntad de Dios y responder a los desafíos que cada época le plantea la fe:
(…) Por eso se dice que Calvino no solamente hizo cambios sustanciales en la manera de entender la salvación y la Iglesia sino que también forjó una nueva civilización, adonde es posible seguir creyendo en el Dios de Jesús y al mismo tiempo asumirse como sujetos transformadores de la existencia desde el lugar en que Dios nos haya puesto dentro de la sociedad. En ese sentido, la principal característica de la espiritualidad reformada es su sentido de responsabilidad hacia Dios y hacia la historia.”
(Leopoldo Cervantes Ortiz)
Sin lugar a dudas una espiritualidad reformada adecuada a los desafíos de nuestro tiempo requiere de creyentes comprometidos con la transformación del mundo y sus realidades tan distantes de la justicia y plenitud que predicaba Jesús al hablar del Reino y que hace visible en sus gestos de solidaridad, compasión y misericordia hacia las personas más sufridas y marginadas en la sociedad.
Tenemos una responsabilidad de fe con la historia en la que estamos inmersos. Por esto el teólogo y filósofo brasileño Thiago Valentim sostiene que la:
«espiritualidad liberadora y las luchas sociales no son realidades distintas, sino complementarias en todos los sentidos. ”Creo en una espiritualidad liberadora, que fortalece las luchas sociales por una vida plena, por justicia. Una espiritualidad que no asume las luchas sociales no es liberadora”. (Thiago Valentim, Católico, brasileño)
De igual forma la diversa comunidad ecuménica mundial, representada en el CMI afirma que la espiritualidad:
“Es energía para una vida en su plenitud y exige el compromiso de resistir a todas las fuerzas, los poderes y los sistemas que niegan, destruyen y menoscaban la vida” (CMI)
Nosotros como Reformados sentimos que estamos hablando el mismo idioma en nuestra confesión de ACRRA (ARM, 2004) y otros documentos que se expresan contra el pecado del sistema económico mundial y en solidaridad con los pobres de la tierra. En la Confesión de ACCRA se denuncia que:
«Vivimos en un mundo escandaloso que niega el llamamiento de Dios a la vida para todas las personas.
Creemos que la integridad de nuestra fe corre peligro si guardamos silencio o nos negamos a actuar frente al sistema actual de globalización económica neoliberal, por lo tanto, confesamos (we confess) ante Dios y ante los demás.
Creemos que Dios es un Dios de justicia. En un mundo de corrupción, explotación y avaricia, Dios es, de manera especial, el Dios de los desamparados, los pobres, los explotados, los que han sufrido injusticias y malos tratos. (Sal 146:7-9)
Creemos que Dios nos llama a escuchar el clamor de los pobres y el gemido de toda la creación y a ser seguidores en la misión pública de Jesucristo que vino para que todos tengan vida y la tengan en plenitud (Jn .10:10). Jesús trae justicia al oprimido y da pan al hambriento; libera al preso y devuelve la vista al ciego (Lc 4:18); Él apoya y protege a los humillados, al extranjero, al huérfano y a la viuda.
Por esto rechazamos todas las prácticas o enseñanzas de la iglesia que excluyan de su misión a los pobres y el cuidado de la creación.
Creemos que estamos llamados en el Espíritu a rendir cuentas de la esperanza que hay en nosotros mediante Jesucristo y a creer que la justicia prevalecerá y la paz reinará.” (Confesión de ACCRA, ARM)
A diez años de dicha Declaración, convocados por la CMIR en Colombia (2014), AIPRAL definió un borrador de lo que terminó siendo la Declaración de Barranquilla, que entre otras cosas expresa la necesidad de:
“Recuperar una espiritualidad ligada al Dios que protege la vida humana y de toda su creación, que nos permita resistir frente a la deshumanización e insensibilidad que produce la cultura consumista e individualista al servicio del dios del modelo económico actual.
Desarrollar procesos pedagógicos y educativos en nuestras iglesias nacionales y locales, en las instituciones de educación teológica y en espacios de catequesis, que pongan en el centro el Evangelio de la vida plena que forma seres humanos que resisten al dios de este mundo, mantienen la esperanza y construyen alternativas sociales en fidelidad al Dios de la vida.
Desde AIPRAL pedimos a Dios que su Espíritu movilice al liderazgo de todas nuestras iglesias para que animen a sus cuerpos eclesiásticos a incluir “La Confesión de Accra” en sus libros de confesiones o documentos fundantes.
Traducir la visión y los desafíos teológicos de la “Confesión de Accra” a un lenguaje que pueda ser colocado en foros públicos, en gobiernos, en espacios del FMI y el Banco Mundial, en los organismos intergubernamentales de la región, para hacer incidencia que sirva como alternativa al modelo económico vigente o a cualquier otro modelo o sistema autoritario que no afirme positivamente el buen vivir de toda la creación.
Participar y apoyar procesos comunitarios y sectores sociales que construyen alternativas económicas, culturales y políticas que pongan en el centro a la defensa de la dignidad humana, el valor del trabajo y el cuidado de la creación de Dios, de la cual somos parte.
Estrechar el diálogo y la comunión con nuestras iglesias hermanas del norte y del sur global para articular una estrategia conjunta que permita seguir resistiendo y buscando alternativas al modelo económico actual, que hace sentir sus consecuencias devastadoras de esta casa común que Dios nos ha dado para vivir en comunión y justicia.” (AIPRAL)
CMI lo afirma camina por la misma senda y al hablar de la espiritualidad de la misión, es decir de la acción de Dios y de la iglesia en el mundo, afirma que:
«La espiritualidad de la misión es siempre transformadora. La espiritualidad de la misión resiste y trata de transformar todos los valores y sistemas que destruyen la vida dondequiera que estén en acción en nuestras economías, nuestras políticas, e incluso en nuestras iglesias. Nuestra confianza en Dios y en el don de la vida concedido gratuitamente por Dios nos obliga a enfrentarnos con supuestos idolátricos, sistemas injustos y las políticas de dominación y explotación en el actual orden económico mundial. La economía y la justicia económica son siempre cuestiones de fe ya que afectan a la esencia misma del designo de Dios para la creación. La espiritualidad de la misión nos motiva a estar al servicio de la economía de vida de Dios y no de la riqueza (Mammon), a compartir la vida en la mesa de Dios en lugar de satisfacer la codicia personal, a procurar el cambio en pro de un mundo mejor poniendo en tela de juicio el interés egoísta de los poderosos que desean mantener el statu quo.» (CMI)
Hay que reformar la vida
No necesitamos ser teólogos, sociólogos, historiadores, ni expertos en economía para darnos cuenta que el mundo como está funcionando necesita un cambio, porque no aguanta más tanto consumo y tanta injusticia. El pastor Rubén Yenerich, de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata, pensado en la reforma protestante y en este mundo tan complejo se plantea la necesidad de una reforma:
“Me pregunto,
te pregunto,
¿Qué es ser protestante hoy?
Ya no basta con enunciar principios viejos,
aún cuando éstos rompieran incluso los odres nuevos.
Es urgente acunar nuevos paradigmas.
Nuevas tesis
Nuevas protestas.
Tan potentes como aquellas,
tan fieles, sinceras y rebeldes, cual entonces.
Hacen falta mentes y corazones como ésos,
que sacudan nuestras telarañas mediáticas informáticas estáticas…
Cansados estamos de tanta imagen,
Hasta Gutenberg y los Cranach’s huirían despavoridos.
¡Basta ya de tanto camuflaje de almas echas pedazos!
(nunca bastaron las monedas para que salgan de ese infierno)
¿Cómo es posible que nos mintamos tanto a sabiendas?
Tanto lifting, tanto photoshop, tantos pixeles,
tantas palabras, tantos sermones, tantos gestos,
no puede esconder esa hastiada desazón.
¿Acaso no es primordial una reforma de la vida en este planeta?
Reforma, revolución, innovación, cambio, transformación…
Dilo como quieras.
Como tal impele,
cada uno, cada una, con la herramienta que tenga,
Con la sabiduría que reciba,
Con la pasión y la ternura que pueda,
Con la fe que le regale.
Con el versículo oportunamente vivo que proclames.
Con la gracia que alcanza.
Lo claman a gritos la flor, el árbol, el pájaro y el río,
la ciudad y el campo, la montaña y la llanura
La tierra, el hombre y la mujer y sus nuevas formas,
las diferentes y no tan diferentes iglesias también…
La economía, las mesas y las Bolsas y los celulares,
Sí
Hasta las máquinas lo piden.
¡¡¡Hay que hacer una Reforma de la vida!!!
Así seremos protestantes del amor ausente.
Justificados sólo por fe en el sueño de Dios.”
(Rubén Yenerich, Luterano/Reformado, argentino)
Hay que hacer una reforma de la vida. ¿Podemos? Espero que la respuesta sea “sí podemos”. Aunque la pregunta es si estamos conscientes y listos para esto y en qué manera podemos hacerlo desde nuestra identidad reformada.
La situación del mundo actual es muy compleja y puede ser interpretada desde diferentes ángulos. Pero evidentemente,
«Estamos ante una crisis mundial; crisis que últimamente ha dejado ver su cara más inquietante en el desplome de la economía mundial (…), pero sabemos que, en realidad, esa crisis es mucho más honda y abarca desde las instituciones a los valores, de las estructuras políticas a las sociales y familiares (…); crisis personales, grupales (…); ataques y discordias (…), violencias (…); una crisis global de gran envergadura… No cabe duda de que la crisis manifestada en el desorden, desastres (…) y desbaratamiento ecológico no es menor; el cambio climático, la crisis medioambiental, la desaparición de tantas especies, el desafuero de la naturaleza… Todas ellas son voces de alarma (…) Ante todo esto ¿cómo poner el freno?¿cómo afrontar el futuro?” ( María José Arana)
Hay muchos teólogos/as, pensadores/as y personas de profunda espiritualidad que mirando el estado actual del mundo plantean la necesidad de proponer una espiritualidad que sea «antagónica» y en «resistencia al sistema de muerte» que gobierna el mundo (Pablo Richard, Católico, Chileno).
Esta espiritualidad que necesitamos debe ser capaz de desarrollar alternativas concretas a la deshumanización y comprometerse con la vida, en especial de las personas que más sufren, como bien señala Leopoldo Cervantes Ortiz cuando afirma que:
«La espiritualidad es el arma que le entrega la fe a los creyentes para afrontar, con buen ánimo, la lucha por la vida. En ese sentido, es el conjunto de elementos cristianos que, al articularse adecuadamente, le permiten a cada creyente o comunidad de creyentes desarrollar una alternativa concreta, vital, a las exigencias enajenantes, deshumanizadoras, de la realidad.” (Leopoldo Cervantes Ortiz)
Esta generación es responsable de tomar decisiones y construir alternativas que aseguren la vida futura. No podemos mirar el presente de nuestra historia y del mundo sin responsabilizarnos por la preservación de la vida de las futuras generaciones. Es necesario reformar la vida y cambiar el rumbo. Necesitamos re-formar el mundo y la conciencia:
«En este momento de crisis civilizacional, se siente como nunca antes la urgente necesidad de cambiar el rumbo y dar un salto hacia una nueva conciencia y un buen corazón. En una palabra: hacia un nuevo ser humano. Este, ha de ser espiritual, o no será. Las religiones convencionales cansadas del peso histórico de sus propios dogmas y rituales anquilosados, han de ser espirituales o ya no religarán sus fieles a la Fuente. Precisamos re-ligiones que re-liguen!” (Tony Brun)
En este sentido, desde nuestra identidad particular debemos proponer una espiritualidad -en el espíritu de Jesús- capaz de aportar la fuerza necesaria para la construcción de una alternativa al espíritu del mundo en el cual vivimos:
“No tenemos todavía el poder para construir una alternativa al sistema de mercado total, sin embargo tenemos la fuerza para construir una alternativa al espíritu del sistema. Vivimos en el sistema, pero podemos rechazar el espíritu, la lógica, la racionalidad del sistema. No se puede vivir fuera del sistema, puesto que la globalización lo integra todo, no obstante sí podemos vivir en contra del espíritu del sistema”. (Pablo Richard)
No debe asombrarnos que el mundo actual es movido por un espíritu, diferente al de Jesús el cual debe ser confrontado desde la fe:
«La globalización del mercado, con su espíritu neoliberal y su forma totalizante, excluyente de las mayorías y destructora de la naturaleza, tiene una cultura, una ética y una espiritualidad más de muerte que de vida. La solidaridad tiene la capacidad de construir dentro del sistema una resistencia cultural, ética y espiritual al propio sistema de mercado total. La solidaridad con la vida de los excluidos y con la naturaleza construye una cultura de vida, contra la cultura de muerte del sistema. Una ética de la vida contra la ética de muerte del sistema: una ética de la solidaridad contra una ética fundada sólo en los valores de eficiencia y competitividad del mercado; una ética donde la vida es absoluta, por encima de la ley. La solidaridad cristiana, finalmente, vive la espiritualidad del Dios de la vida contra la idolatría de muerte del sistema de mercado total.” (Pablo Richard)
Como bien afirma Pablo Richard la iglesia tiene una responsabilidad que asumir:
“La Iglesia debe recuperar su identidad profética y evangélica para vivir la solidaridad. Cuanto más la Iglesia se piensa desde el poder y persigue en su seno a toda corriente que busca rescatar la identidad de sus orígenes, tanto más la Iglesia estará incapacitada de vivir la solidaridad. La Iglesia de la solidaridad entra necesariamente en confrontación con la lógica insolidaria del sistema. La Iglesia podrá ser Iglesia, únicamente como Iglesia de la resistencia dentro del sistema.” (Pablo Richard)
En este sentido la lectura de los textos bíblicos en la perspectiva del espíritu de Jesús y en el contexto de la re-forma del mundo tendrán un papel central:
“Esta resistencia al espíritu del sistema nos permitirá a la larga, encontrar una alternativa al sistema mismo (…) Si la actual estrategia es de resistencia cultural, ética y espiritual, la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios adquiere una peculiar importancia y centralidad. Si la esperanza de los pobres pasa hoy sobre todo por una alternativa a la racionalidad y al espíritu del sistema, entonces la interpretación de la Biblia puede llegar a ser efectivamente el corazón de esta esperanza. La reconstrucción de la vida implica una reconstrucción del Sujeto, del Espíritu y de la Palabra. Igualmente, la reconstrucción del Espíritu y de la Palabra será una fuerza e inspiración indispensables en la reconstrucción de la vida y del sujeto.” (Pablo Richard)
Desde una lectura y reflexión bíblica transformadora que no legitima el statu quo podemos proclamar el mundo nuevo que Jesús anunció. Para así hacerlo hay que superar lecturas fundamentalistas y llevar la fe y su mensaje transformador a la vida, a la historia y a las necesidades de nuestro tiempo y de la gente. Una fe sólida y contextual requiere la convicción, el valor y la audacia para salir de los lugares comunes y de los espacios y teologías que nos encierran y nos resultan tan “seguros”, para adentrarnos en ese espacio diverso donde la vida debe florecer entre espinos, a la vera del camino y algunas veces en tierras fértiles para la nueva creación (Mateo 13).
Como bien advierte Leopoldo Cervantes Ortiz:
“Uno de los principales problemas para el ejercicio de una «espiritualidad sólida», que verdaderamente potencie la fe y la lleve a la realización concreta de logros humanos que puedan calificarse como «cristianos» (es decir, como fruto genuino de una espiritualidad que lleve ese nombre), es la carencia de una clara conciencia de que la fe puede y debe encontrar su verificabilidad histórica en las arenas movedizas del entramado social en el que viven los y las cristianos/as, marcado como está por las difíciles relaciones políticas, económicas, sociales, etc., que lo constituyen.”
(Leopoldo Cervantes Ortiz)
Por eso urge una espiritualidad que responda a la realidad de mundo en que vivimos desde el ejemplo de Jesús. José María Arana propone una espiritualidad desde los pobres y con los pobres que surge en medio de una realidad conflictiva pero que:
«No se conforma con una contemplación pasiva de la realidad, sino que se deja interpelar por ella y sitúa a la persona en el punto de partida de todo camino espiritual: la conversión y la acción liberadora… Empuja hacia una acción transformadora precisamente desde la constatación espiritual de la injusticia humana.” (María José Arana)
Citando a Casaldáliga, José María Arana hace una afirmación sobre la espiritualidad de la liberación que bien debiera aplicar a la espiritualidad reformada :
“La espiritualidad de la Liberación, por ser explícitamente cristiana y liberadora, debe asumir el combate a la pobreza como virtud fundamental de su talante profético, de su solidaridad fraterna y de su servicio al prójimo (…) Esta espiritualidad está anclada en la profundización del misterio de la Encarnación, encontrando a Cristo presente en los crucificados del mundo.
Me parece urgente ver esta interrelación profunda entre el “renacimiento espiritual” y la supervivencia del Planeta y de la Humanidad… Aún más, este mundo nuestro tan herido, tan amenazado e incluso “agonizante”…, necesita recobrar la “interioridad”, necesita “un alma”, un significado, un sentido profundo que “le conceda posibilidades de supervivencia”… Si, espiritualidad y supervivencia, aunque a veces y a algunos cueste verlos, están profundamente unidas; el bienestar espiritual y el bienestar de la Humanidad están íntimamente trabados, es cierto: únicamente los valores del espíritu nos pueden salvar de este terremoto que amenaza a la condición humana … si el mundo no experimenta un renacimiento.» (María José Arana)
Espiritualidad desde la juventud
Desde esta perspectiva de apertura y creatividad, la vivencia de una espiritualidad contemporánea, contextual y transformadora es una buena noticia para la iglesia y en especial para los jóvenes, que en muchas maneras nos están diciendo de la necesidad de dotar de un nuevo significado la espiritualidad para que esté más encarnada en la vida y, aunque nutrida en la iglesia y también en la devoción individual, tenga un componente mucho más comunitario y de compromiso con las búsquedas de un mundo mejor. Los estudiantes de Chile y del mundo son un ejemplo de estas nuevas búsquedas de transformación. Quizás por eso en Fortaleza, Caerá, Brasil, en el año 2014 -en el contexto deI 1er Encuentro Nacional de Juventudes y Espiritualidad Liberadora- Leonardo Boff desafiaba a los jóvenes recordándoles algo hermoso que no se puede perder de vista:
”La espiritualidad es una fuente inspiradora de sueños, de grandes ideales, de valores y el joven es joven porque sueña otro mundo. Y la espiritualidad es esa fuente que lo lleva a ser más solidario, a ser más sensible a las cosas del mundo. Entonces, la espiritualidad no es una cosa de la religión, es sólo una humanidad más profunda, y una humanidad más profunda es siempre solidaria, siempre cooperativa, siempre vinculada a todos esas redes de vida y eso tiene que ser reforzado para tener la energía necesaria para superar las tentaciones del consumo y considerarnos una especie de ‘pescado de piracema’, que nada en contra de la corriente hasta la fuente, donde él desova y recomienza la vida. Y ése es el desafío del amor” (Leonardo Boff)
Boff planteaba la necesidad de ”devolver al joven su capacidad de soñar” y les alentaba con unas palabras que hoy debemos decirle a las presentes y futuras generaciones:
”No dejen que les roben sus sueños. La espiritualidad es una fuente inagotable de sueños.” (Leonardo Boff)
Calvino decía “Somos algo en el corazón de Dios”, aún siendo nada somos todo, somos barro de la tierra amasada por Dios por todas las edades y soplada, inundada de su propio soplo, del viento que da vida. Brisa que inspira profetas, viento que clama por justicia, fuerza que mueve a la fe en otro mundo posible inspirado por Dios para la vida plena de todas y de todos.
El mundo en el cual vivimos está ante la disyuntiva de la destrucción o de la generación de un nuevo modo de vivir. Urge una reforma y urge una espiritualidad que reforme y transforme, que inspire y que convoque al sueño de una iglesia, una humanidad y un mundo inspirado por un nuevo espíritu para la vida.
Espiritualidad Ética
Pretendemos que la espiritualidad reformada contemporánea, contextual y transformadora sea una preñada de sueños y esperanzas y con el compromiso de los que saben que van contra corriente. Porque andar en el espíritu de Jesús implica no estar dispuestos a sucumbir ante el actual modelo de mundo, de cultura, de sociedad que -por qué no decirlo- muchas veces es legitimado desde espiritualidad y teologías fundamentalistas (no reformadas), anacrónicas (no contemporáneas), desarraigadas (no contextualizadas) y garantizadores de un statu quo (no transformadoras).
El Decálogo Ético que surgió como conclusión del Simposio sobre Teología Intercultural e Interreligiosa de la Liberación Liberación celebrado dentro del Parlamento de las Religiones del Mundo (Barcelona 11-12 de julio de 2004) – dirigido por Juan José Tamayo y Raúl Fornet-Betancourt – plantea desafíos que coinciden con lo que hemos estado desarrollando. Pensemos en la pertinencia de plantear una espiritualidad en el espíritu de Jesús que asuma esta ética:
- Ética de la liberación: en un mundo dominado por múltiples y crecientes opresiones, ¡Libera al pobre, al oprimido!
- Ética de la justicia: en un mundo estructuralmente injusto, ¡Actúa con justicia en las relaciones con tus semejantes y trabaja en la construcción de un orden internacional justo!
- Ética de la gratuidad: en un mundo donde impera el cálculo, el interés, el beneficio, el negocio, ¡Sé generoso! Todo lo que tienes lo has recibido gratis. No hagas negocio con lo gratuito.
- Ética de la compasión: en un mundo marcado por el dolor y el sufrimiento de las víctimas, ¡Ten entrañas de misericordia! con los que sufren. Colabora a aliviar su sufrimiento.
- Ética de la alteridad: de la acogida y de la hospitalidad para con los extranjeros, los refugiados, los “sin-documentos”, en un mundo que excluye a los de fuera, ¡Reconoce, respeta y acoge al otro como otro, como diferente, no como clon tuyo. La diferencia te enriquece.
- Ética de la solidaridad: en un mundo donde impera la endogamia en todos los campos de la vida y de las agrupaciones humanas: etnia, clase, familia, etc., ¡Sé ciudadano del mundo! ¡Trabaja por un mundo donde quepamos todos y todas!
- Ética comunitaria fraterno-sororal: en un mundo patriarcal, donde predomina la discriminación de género, la violencia de género, la división sexual del trabajo, la exclusión social de género, la marginación religiosa de género, ¡Colabora en la construcción de una comunidad de hombres y mujeres iguales, pero no clónicos!
- Ética de la paz: inseparable de la justicia, en un mundo de violencia estructural causada por la injusticia del sistema, ¡Si quieres la paz, trabaja por la paz y la justicia a través de la no-violencia activa!
- Ética de la incompatibilidad entre Dios y el dinero: en un mundo donde se compagina fácilmente la fe en Dios y la adoración a los ídolos, entre ellos al del mercado, ¡Comparte los bienes! Tu acumulación genera el empobrecimiento de quienes viven a tu alrededor.
- Ética de la vida: de todas las vidas, la de los seres humanos y la de la naturaleza, que tiene el mismo derecho a la vida que el ser humano; de la vida de los pobres y oprimidos, que se ve constantemente amenazada, ¡defiende la vida de todo ser viviente.
Vive y ayuda a vivir!”
(Simposio sobre Teología Intercultural e Interreligiosa de la Liberación)
Palabras finales
Es una gran verdad, es desde el Espíritu que nacerá una nueva humanidad. Es necesario nacer de nuevo (Juan 3) y hacerlo desde esa fuerza ruaj que reveló Jesús el cual expresa la voluntad de Dios y nos invita a celebrar la vida desde las personas pobres y hacer fiesta, toda vez que también sobre nosotros está su soplo que nos desafía y nos compromete:
«Para anunciar buenas nuevas a los pobres;
nos ha enviado para proclamar libertad a los cautivos y vista a los ciegos,
para poner en libertad a los oprimidos y para proclamar el año agradable del Señor.»
(Lucas 4: 18-19)
Terminemos recordando y parafraseando las palabras del preámbulo de La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO)
“Ya que las guerras nacen en el espíritu de los hombres, entonces, es en su espíritu que hemos de levantar baluartes de la paz”.
LUX LUCET IN TENEBRIS.
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