En estos tiempos de crisis, donde todos nos hemos visto conmovidos por la noticia de que nos ataca una pandemia, lo que nos queda, además de seguir las recomendaciones de los expertos, es transmitir mensajes. Hoy quiero dar el mío a través de un libro en particular: el Apocalipsis. En estos momentos de caos, recurrimos casi de forma inconsciente a este libro, puesto que, al tratarse de escatología (estudio de las últimas cosas), creemos ver allí los signos del fin, para poder prever lo que viene.
El libro
El Apocalipsis es el libro más controvertido de la Biblia. Ha generado muchos debates por causa de sus muchas interpretaciones. Pero a pesar de que hay muchas miradas, la que prima, sobre todo, es la visión «pesimista» con su mensaje de «destrucción». Esta perspectiva ha creado expectativas aterradoras sembrando el miedo y la angustia social.
Es un libro difícil de leer porque está escrito en un género literario que ha desaparecido, el género «apocalíptico». Nosotros, modernos lectores, no tenemos las herramientas para poder descifrarlo. Pero no debemos desalentarnos a la hora de estudiarlo, ya que, gracias a los avances de la investigación bíblica, varias dificultades han desaparecido y se han recuperado las claves de su interpretación, así como las ideas teológicas que movieron al autor para escribirlo.
La interpretación
Desde ya quiero aclarar la interpretación de la que soy partidario. Tengo la visión «optimista» del escrito. Creo que es enormemente esperanzador, y quizás el más optimista de la Biblia. Es la obra que mayor paz y tranquilidad ofrece a los lectores y la única que promete una recompensa de felicidad a quienes lo leen, como dice al principio Apocalipsis 1:3: «Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca». Por eso si alguien no se siente feliz al leerlo es porque no ha entendido el propósito del autor.
Desgraciadamente, una lectura literal y fundamentalista lo ha convertido en una guerra de crónicas espeluznantes, cataclismos sobrecogedores y destrucción del mundo, lo cual ha llevado a que hoy la palabra «apocalíptico» se utilice para describir algo terrorífico, espantoso, cuando debería ser equivalente a “esperanzador”. No creo que sea un libro de historia ni de promesas de un futuro de manifestación final de Dios, sino una experiencia mística de revelación, una visión interna de una vida ya culminada en Cristo.
En contexto
Para asegurar una sana interpretación de la lectura debemos poner los hechos en su contexto.
Juan se encontraba en Patmos (un pequeño islote que está frente a las ciudades de Éfeso y Mileto, en el mar Egeo. Mide apenas 12 km de largo por 5 de ancho, y está formado por tres colinas, unidas entre sí por dos itmos. En total son 34 km2 de rocas pérdidas entre el cielo y el mar, a 50 km de la costa occidental de Turquía) en el momento de escribir su libro.
Juan nos da un dato históricamente cierto, se encuentra en la isla «a causa de la Palabra de Dios y el testimonio de Jesús». La opción aceptada por los exegetas y defendida por los padres de la iglesia es que Juan estaba exiliado. Si es así, debemos asumir que fue llevado en unas condiciones legales que desconocemos, porque le aplicaron unas leyes particulares ya que estando exiliado, podía escribir sus cartas cosa que un exiliado de ese tiempo no podía hacer.
Es en estas circunstancias donde encontramos a Juan escribiendo cartas a sus hermanos, y es aquí donde descubrimos la razón por la que el libro lleva un lenguaje tan simbólico. Frente a la posibilidad de que un soldado interviniera las cartas, éste se iba a encontrar con una lectura comprensible únicamente para los lectores judíos, mientras que dejaba afuera a los no iniciados en el lenguaje judeo-cristiano. En efecto, ¿que podía entender un soldado romano de que «el cordero triunfaría sobre la bestia»? En cambio el creyente que hubiese participado en las reuniones de la comunidad entendería perfectamente la insinuación de que Jesucristo triunfaría sobre el imperio romano y su representante, el emperador.
Para comprender aún mejor debemos observar la condición en que se encontraba esta comunidad. Lo primero es entender su relación con el judaísmo no cristiano de su tiempo. Los primeros cristianos se sentían judíos. Compartían con sus hermanos de raza su amor por las Escrituras, la oración de los Salmos y la fe en el Dios de Israel. Pero además ellos creían en la Resurrección de Jesús, cosa que no creían lo otros judíos. Esto hizo surgir tensiones en ambos grupo. Las autoridades judías empezaron a considerar poco a poco a los cristianos como un «secta». Les prohibieron la entrada al templo y a las sinagogas, lo que les colocó en un dilema. Los cristianos querían seguir siendo fieles a las tradiciones judías e identificarse como el pueblo de Dios, pero, ¿qué hacer con la fe en Jesús? No podían renunciar a ella.
El mensaje de Juan alienta a que no se angustien por esta situación, expresa que Dios ha cambiado a Israel por la iglesia, el nuevo y verdadero Israel es la iglesia. Con símbolos y visiones profetiza la lamentable separación, que más adelante será total y concluyente. Les dice que se está creando un nuevo pueblo de Dios.
Así es como las visiones de la primera parte del libro cobran sentido. (Es decir, en su contexto) El cap. 4 (visión del trono de Dios) se ve que donde antes se adoraba sólo a Yahvé, ahora se adora al cordero degollado. En el cap. 5 (visión de un libro sellado) enseña que el Antiguo Testamento no se puede descifrar sin Jesús. En el cap. 6 (visión de los 4 jinetes) nos narra la llegada de Cristo y con él una nueva era para la historia. En el cap. 7 (visión de los 144.000) nos dice que él censo de Moisés que dio origen a Israel (Nm. 1) es reemplazado por un censo de personas de todas las naciones. En cap. 8 y 9 (visión de las 7 trompetas) nos habla de las nuevas plagas, semejantes a las de Éxodo, que Dios envía a los que oprimen a los cristianos; en este caso un anuncio de la destrucción de Jerusalén. En el cap. 10 (visión del libro pequeño abierto) expresa que el evangelio debe ser profetizado a todas las naciones, que debe predicarse una vez sea destruida Jerusalén. Y el cap. 11 (visión de los dos testigos) nos dice que el templo de Jerusalén (al que nadie podía entrar), ha sido reemplazado por otro templo abierto a todo el mundo.
Como lo primero fue observar la relación con los judíos, lo segundo es observar la relación con el imperio Romano. Domiciano comenzó a exigir que se le llamara Dios y Señor como cuenta Suetonio: «(Domiciano) llevó su arrogancia al extremo de dictar, para el servicio de sus intendentes, una fórmula epistolar concebida en esos términos: «Nuestro Señor y nuestro Dios ordena lo siguiente». A partir de entonces fue regla general no llamarlo de otra manera cuando tuviesen que escribirle o hablarle». [Suetonio, vidas de los 12 Césares, Domiciano XIII] Cosa a la que obviamente los cristianos se resistieron, siendo esta negación lo que hizo que les costara crueles persecuciones y castigos. Por ello, en estas circunstancias, los cristianos se preguntan: ¿vale la pena ser cristiano? ¿Tiene futuro la nueva fe, o está destinada a desaparecer? ¿Cuánto más durará este horror? ¿Por qué Dios no interviene a nuestro favor?
Considerando estas preguntas se responde a la segunda parte del libro. En los capítulos 12 al 22, a través de representaciones, les dice que no es el Cristianismo el que va a desaparecer, sino el emperador. En el cap. 12 (visión de la mujer vestida de sol) muestra cómo los cristianos logran escapar y truncar los planes del gran dragón rojo (el Imperio Romano) que pretende devorar a sus hijos (los creyentes). En cap. 13 (visión de las dos bestias), que simboliza al Imperio romano y a la religión oficial del Estado, dice que ambas caminan hacia su destrucción. En los capítulos 14 y 15 (visión de la gran vendimia) anuncia y advierte la llegada de un juicio y castigo para la ciudad de Roma. En el cap. 16 (visión de las 7 copas llenas de calamidades) expresa el duro castigo que viene a la capital del Imperio. En el cap. 17 y 18 (visión de la gran ramera) anuncia la destrucción de Roma y los lamentos que tendrán los que pecaban y negociaba con ella. En el cap. 19 (visión del jinete del caballo blanco) nos cuenta sobre el triunfo final de Jesucristo ante todas las potencias que hacían la guerra a los cristianos. En el cap. 20 (visión del reino de los mil años) narra el fin de las persecuciones que agobiaban a los seguidores de Jesús. Y nuevamente, desde el cap. 20 hasta el 22, indica que la era de paz se aproxima.
Conclusión
Las descripciones del Apocalipsis no son adivinaciones del futuro, sino anuncios llenos de consuelo y esperanza. Una esperanza basada en la firme convicción del autor de que Dios nunca abandona a su pueblo, y menos cuando éste se halla atravesando un sufrimiento.
El Apocalipsis, como ya vimos, aflora cuando los creyentes se ven amenazados por la persecución (o una enfermedad, en el caso presente que estamos viviendo). Se trata, pues, de un escrito de combate, de resistencia, creado para dar ánimo y serenidad a los fieles (esto no significa inmunidad, sino la segura compañía de Cristo, que en todo te entiende), víctimas del poder Romano (o los poderes de este mundo).
No hay, pues, ni una sola palabra sobre el tercer milenio, la segunda guerra mundial, el presidente de los Estados Unidos, los computadores, las tarjetas de crédito, los chips o Rusia. Lo central es un acontecimiento que se hallaba muy cercano al tiempo del autor.
Lo que nos queda es renovar nuestra fuerza y afirmar nuestra esperanza en medio del caos, como esa comunidad, ya que ningún poder llámese enfermedad, tristeza, abuso, etcétera, podrán derrotar al cordero degollado.
Si el libro del Apocalipsis fuese un escrito para los últimos tiempos, esto significaría que durante toda la larga tradición cristiana fue un libro inútil, pues, quienes lo tenían no lo necesitaban. Sin embargo, sirvió a muchas comunidades, y dio fuerza a las iglesias primitivas. Y ese es precisamente el tesoro que tenemos que sacar: sea lo que sea que suceda, Dios está con nosotros, Dios triunfará.
El Apocalipsis no pretende, pues, presentar una adoración alienante con promesas de un futuro maravilloso ni una alabanza alocada y utópica, sino un culto que desemboca necesariamente en el arriesgado testimonio cristiano. Un testimonio que no está reservado para el final de los tiempos, sino para el aquí y ahora de la vida diaria, marcada por constantes peligros e incertidumbres, y en donde Jesucristo ya está presente en la vida de la iglesia, los acompaña y les garantiza el triunfo final. A los cristianos perseguidos por su fe, amenazados por todas partes y viviendo en un mundo hostil, el Apocalipsis les recuerda que Jesús ya está presente en sus vidas, que los acompaña y les garantiza que volverá.
Sea como sea que lo imagines, pídele que se manifieste con las palabras: «Venga tu Reino«.