Entender la Biblia en el siglo XXI
¿Es posible leer la Biblia, escrita hace 2000-3500 años, con los ojos del siglo XXI? ¿Es posible entender la Biblia en nuestro tiempo a pesar del choque cultural que nos separa de sus autores? No son preguntas sencillas y, por lo tanto, no podemos proponer respuestas simples. Ni siquiera estoy seguro de que haya respuesta para estas cuestiones.
Hay un énfasis continuado en la Torá para indicar que los mandamientos, estatutos y decretos de Dios son perpetuos; es decir, duran y permanecen para siempre; de forma especial se hace referencia a las leyes sobre los sacrificios… Pero el autor de la carta a los hebreos corrige esa norma e indica que el Cordero de Dios ya ha sido sacrificado y que ya no son necesarios más rituales de sangre. Por lo tanto, lo que inicialmente era perpetuo, a partir de Jesús de Nazaret ya no lo es, ha finalizado.
El apóstol Pedro, en su primera carta indica que la Palabra de Dios permanece para siempre (1.23,25). Entonces, nos encontramos con un doble dilema: 1) Qué significa “permanece para siempre” y 2) Qué es Palabra de Dios.
Permitidme poner un ejemplo. Deuteronomio 21 nos habla de un hijo contumaz y rebelde que no obedece a su padre y a su madre, a pesar de haber sido castigado. La norma dice que los padres deben ir a los ancianos de la ciudad y todos los hombres de la ciudad lo apedrearán y morirá. Si este texto es Palabra de Dios y la Palabra de Dios permanece para siempre…, que el lector llegue a sus propias conclusiones.
La Biblia incluye narraciones difíciles de entender en el siglo XXI, en nuestra cultura occidental, donde la mujer y el varón tienen la misma dignidad y los mismos derechos como personas, pero la Biblia informa de una diferenciación radical. Por ejemplo, si nacía un varón, la madre era considerada inmunda siete días y debía estar treinta y tres días purificándose; nada que objetar a la cuarentena. Pero si daba a luz una hija, la madre era inmunda dos semanas y debía estar purificándose sesenta y seis días. Es decir, el doble que cuando nacía un varón (Lev 12). Y si nos vamos al Nuevo Testamento, el panorama no es más alentador porque, conforme nos alejamos en el tiempo de Jesús de Nazaret, la mujer vuelve a ser discriminada, debía cubrirse el cabello, se le prohibía hablar en la Comunidad y se le exigía sumisión a su marido (cf. escritos de Pablo).
Para incidir más en nuestro tema, solo tenemos que ir al Sermón del Monte y ver las seis antítesis entre la ley y la propuesta de Jesús con la frase: “Oísteis que fue dicho…, pero yo os digo…” (Mat 5.21-48). Y para “añadir más leña al fuego”, tropezamos con otro problema difícil de resolver porque El Nuevo Testamento indica que “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Tim 3.16) y que los santos hombres de Dios fueron “inspirados (impulsados) por el Espíritu Santo” (2 Ped 1.21).
Todo esto nos da pistas para plantear abiertamente la cuestión. O la Palabra de Dios no permanece para siempre o no todo lo que hay en la Biblia es Palabra de Dios tal como lo hemos entendido hasta ahora o si la Biblia es la Palabra de Dios, no es normativa en todos y cada uno de sus textos… Pero todas estas cuestiones nos dejan también problemas sin resolver, como por ejemplo, ¿qué es Palabra de Dios? ¿Qué es la inerrancia tal y como se ha planteado en la Bibliología? ¿Qué es normativo y qué no lo es para el varón y la mujer en nuestro tiempo y cultura?
Desde mi punto de vista, la mejor expresión de la Palabra de Dios se encuentra en Jesús de Nazaret, el verbo encarnado del que habla el apóstol Juan (cap. 1 de su evangelio), la norma por excelencia, la verdad radical para entender a Dios. De hecho se indica que a Dios nadie le ha visto jamás y que el unigénito que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer (Jn 1.18), es decir, Jesús de Nazaret es la exégesis de Dios, la más clara explicación de cómo es Dios; y esto es así porque la realidad de la comprensión sobre Dios distaba mucho de lo que el pueblo y los dirigentes religiosos del momento habían asumido. Jesús vino para “poner patas arriba” toda la cosmovisión del momento; en los evangelios se muestra una teología del revés.
La norma tiende a someter al otro, a ser usada para el beneficio del poder establecido. Por ejemplo, los textos que hablan de la purificación en el AT estaban dados para evitar el contagio, eran leyes sanitarias, nada más; pero se asumieron como signos de poder para someter y controlar al pueblo, para discriminar al puro del impuro, al santo del pecador… Pero Jesús de Nazaret no obligaba a nadie, no exigía, sino que intentaba persuadir con la instauración del Reino de Dios y configurar un pueblo que viviera libre, solidario, formado por iguales, donde el poder opresor no tenía cabida, donde no había privilegios apuntalados en el dinero… En el Reino de Dios no se usa la Escritura para someter sino para liberar.
En base a todo ello, mantengo que Jesús de Nazaret es la Palabra encarnada de Dios y que “corrige” todo aquello que ha sido usado para dominar al prójimo. Desde este punto de vista, me da igual si alguien concluye que la Biblia no es la Palabra inspirada de Dios, o que no es normativa en todos sus textos, o que no permanece para siempre, o que la cultura ha contaminado la intención de los profetas del AT… Para mí, esto es secundario. Para mí, lo más importante es que el canon sobre el que construir nuestra teología bíblica es Jesús de Nazaret. Es a partir de él que determinamos lo que es Palabra de Dios porque él es la Palabra encarnada.
Entonces, ¿cómo leer y entender la Biblia en el siglo XXI? Extraer del ropaje cultural en el que fue escrita los principios vitales que se ajusten a la libertad, a la justicia, a la igualdad, a la paz, al amor…, tal como lo proclamó Jesús de Nazaret. Todo lo que sea desviarse de esa senda, desde mi punto de vista se distancia de lo que es Palabra de Dios.
Pedro Álamo
Octubre 2024