Llevo unos días repasando el relato del diluvio en el Génesis. En especial me estoy centrando en los argumentos a favor y en contra de que fuera local o universal. También de si se trata de un relato mítico, que no ficticio, de una terrible inundación que tuvo lugar en la zona del Mar Negro y que llegó incluso a Mesopotamia. Pero lo que me ha hecho decidirme a escribir esta reflexión ha sido el volver a leer lo que dos de los tres comentaristas que consultaba decían sobre Génesis 9:6.
Los primeros diecisiete versículos de este capítulo tratan de la alianza que Dios hizo con Noé. En realidad, se argumenta, se trata de un pacto con toda la humanidad de la que Noé era el representante. Dios, entre otras cosas, se comprometía con la raza humana a que no iba a volver a castigarla por medio de un diluvio de tales dimensiones y así el arco iris sería un recordatorio para Él mismo de tal pacto. Pero antes, en el versículo 6 decía el Creador:
“Si alguien derrama la sangre de un ser humano, otro ser humano derramará la suya, porque Dios creó al ser humano a su propia imagen”.
La conclusión de los dos aludidos comentaristas era la misma: Dios había establecido la pena de muerte para cualquier asesino. Esto era algo que debía ser llevado a efecto por el estado, por la justicia establecida de un país.
Esto me hizo traer a la memoria un almuerzo que tuve en casa con un pastor hará cosa de más de un año. No recuerdo exactamente el tema central de la conversación pero lo que sí tengo registrado en mi memoria fue cuando en un momento dado le dije que aunque pareciera increíble había muchos creyentes que sostenían la pena capital. Me miró y me dijo que él era uno de ellos. El texto para demostrar su postura fue precisamente este versículo del Génesis. Según él esto había sido un mandato dado a la humanidad, no se trataba de una ley sólo para el futuro pueblo de Israel, por tanto no había dejado de tener efecto ni lo dejaría hasta la segunda venida.
En un artículo digital de El País de fecha del 23 de agosto del 2007 titulado Inocentes en el ‘corredor de la muerte’ se decía que desde que se volvió a reinstaurar la pena capital en los Estados Unidos, a mediados de la década de los setenta, 124 personas condenadas habían demostrado su inocencia. Según la organización Death Penalty Information Project estas personas habían pasado una media de una década esperando su ejecución en el corredor.
Estas condenas injustas se habían producido por diversos motivos. En unos casos por terribles errores en el sistema judicial, por testimonios falsos, por confusiones en las identificaciones además de por abogados defensores totalmente incompetentes. Había casos en los que la persona había pasado más de veinte años en el corredor para después demostrarse su inocencia.
Esta organización, en ese año, estaba luchando a favor de cincuenta condenados. Éstos estaban en el corredor esperando que se demostrara su inocencia si es que antes no les llegaba el momento de ser ejecutados.
Para los que lograban su liberación el infierno no acababa allí. Además de todos los años perdidos la experiencia llegaba a ser tan traumática como cuando se es torturado o se está en una guerra. Salían con la urgente necesidad de tratamiento psicológico profesional.
Cuando al pastor con el que hablaba le planteé la cuestión de los inocentes a los que se les arruinaba la vida por el trauma vivido, o los que son finalmente ejecutados, admitió lo terrible de la situación, pero la Biblia decía lo que decía. Lo siguiente fue el preguntarle si él sería capaz de llevar a cabo una ejecución o que si sólo se limitaría a señalar el mandato y que fueran otros los que mataran. Admitió que él no sería capaz, que no podría llevar a cabo semejante acto, pero la Biblia decía lo que decía, volvió a decirme, y por ello había que obedecerla.
Lo que no pocos comentaristas bíblicos y creyentes de a pie mantienen es que lo importante no es que puedan morir, de hecho mueren, inocentes sino que se obedezca un determinado texto bíblico. Pero aquí surge un tremendo problema moral ¿se puede justificar el asesinato porque en un texto sagrado se indique así? Si los inocentes mueren, ¿es este Dios un Dios bueno? Si no es bueno ¿merece la pena seguirlo?
El dolor sufrido por estas personas es difícilmente evaluable. Madres, esposas e hijos quedan sin sus seres queridos por una condena injusta. No podemos olvidar además la presión social soportada por tener un familiar acusado de asesinato. Mientras, el condenado pasa por años de profunda tensión, de ansiedad, de depresión, esperando día a día el que uno de ellos sea el último. Pero claro, es que hay un versículo que dice…
Me pregunto para cuántos cristianos es como si Jesús no hubiera venido. En un artículo anterior titulado Fuego del cielo puse de manifiesto cómo el Maestro había reinterpretado, cumplido y anulado partes muy significativas del Antiguo Testamento. Argumentaba que, si el Galileo se había manifestado muy claramente en relación a ciertos temas ¿cómo era posible que todavía se sostuvieran posturas que negaban sus propias declaraciones? Si el Salvador era la revelación más perfecta del Padre ¿por qué no tomarla como punto de partida, como clave para entender toda la revelación? De lo contrario, podríamos estar contradiciendo al mismo Hijo de Dios y a la par tratando a las personas como carne de cañón de tal o cual supuesta interpretación bíblica.
El episodio de la mujer pillada en adulterio es uno de los más conocidos de los evangelios. Allí estaban una serie de judíos en torno a una mujer a la que deseaban lapidar. El texto está en Juan 8.
La escena se abre con Jesús enseñando en el Templo. Sabiéndolo una serie de fariseos y maestros de la Ley se acercan al Maestro llevando a una mujer sorprendida en adulterio. Éstos conocían a Jesús y sabían el corazón lleno de compasión que poseía, por tanto la ocasión era perfecta para ellos. Colocan a la mujer en medio y le plantean la cuestión: la ley de Moisés manda que apedreemos a este tipo de personas, ¿qué dices tú?
Lo que siempre me ha asombrado cuando he escuchado hablar de este texto es que se resalta la dureza, la hipocresía de estos judíos y sin más se pasa a considerar la respuesta de Jesús. Pero, aunque esto es cierto no lo es menos que legalmente, y en base a las Escrituras estos escribas y fariseos tenían razón. No se habían sacado de la manga un texto bíblico, no era una ley de algunos de sus maestros la que decían querer cumplir, era un mandamiento dado por Dios. El Soberano mandaba matar a pedradas a estas personas en textos como Levítico 20:10 o Deuteronomio 22:22-24 y esto no tenía relación con la dureza o no de los acusadores. Se trataba únicamente de un procedimiento legal, la aplicación de la pena capital.
El dilema colocado frente a Jesús era claro: obedecerá a Dios o irá en su contra.
Pero todo el cuadro se complica aún más precisamente porque Jesús decía venir en nombre del Padre celestial.
La ocasión era perfecta para demostrar que era una falsedad que Jesús fuera el enviado del Padre. Lo contrario significaba que aquella mujer tenía que morir, con lo que su mensaje de compasión divina acabaría tumbado. Dijera lo que dijera, pensaron aquellos hipócritas, ya lo tenemos.
¿Qué hace Jesús?, anula este mandato. “El que de vosotros esté sin pecado que tire la primera piedra” tronó el Maestro. La pena de muerte fue abolida. De nuevo, lo que anteriormente se dijo ya no servía, pues ahora alguien más que Moisés estaba allí presente.
¿Es que no ha venido Jesús? ¿Cómo es posible que todavía se mate y ejecute en nombre del Dios bíblico? ¿No nos damos cuenta de este cambio que se produjo con la venida del Mesías? En Mateo 5:38-39a dijo el Galileo: “Sabéis que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No recurráis a la violencia contra el que os haga daño.”
Cuidado, no estoy diciendo con todo esto que el criminal tenga que cumplir en prisión una serie de años y volver a la calle, para esto está la cadena perpetua que, en la práctica protege al ciudadano del verdadero criminal y a la par provee esperanza para el inocente condenado de forma injusta. Lo que quiero significar es cómo se mantiene vigente un mandado de hace milenios y que posibilita que inocentes sean ejecutados cuando ya el Maestro habló en otro sentido.
Fue esto mismo lo que le dije a mi invitado el pastor. Se quedó pensando.
Por último le argumenté que, por si eso no fuera suficiente, el mismo Jesús fue ejecutado siendo inocente. En los evangelios su condena se muestra como resultado de dos sistemas judiciales corruptos, el judío y el romano, en donde testigos falsos aparecieron, en dónde no hubo defensa posible y, por último, un acto de cobardía llevó al Inocente a ser ejecutado. No imagino un alegato más contundente en contra de la pena de muerte.
Me doy cuenta de que, en la medida en que lo que dijo e hizo el Maestro se pone de lado, más se yerra y más barbaridades comete el pueblo que dice seguirlo. Si no procuramos traer su mensaje y colocarlo en el centro de nuestras vidas y de la interpretación bíblica, los excesos y los despropósitos pueden ser descomunales, incluso asesinar en su nombre como la historia ya ha demostrado. Los creyentes parecen infalibles en sus interpretaciones ya que es frecuente que vayan a cualquier parte de la Escrituras, extraigan un texto y finalicen diciendo que así dice la Biblia. Todo puede ser justificado con esta forma de proceder.
Ante estos actos de temeridad me vuelvo a preguntar si es que Jesús no ha venido.
“Dios habló en otro tiempo a nuestros antepasados por medio de los profetas, y lo hizo en distintas ocasiones y de múltiples maneras. Ahora, llegada la etapa final, nos ha hablado por medio del Hijo…” (Hebreos 1:1-2a).