Posted On 21/09/2013 By In Biblia, Ética, Opinión With 9724 Views

Esaú, un “oso” pelirrojo en la Biblia

No hay que ser muy avispado para darse cuenta de que la  Biblia está repleta de experiencias de hombres y mujeres que por una u otra razón se salían de lo convencional. Personas que no formaban parte de lo que en su época se entendía como “normalidad”. Tampoco hay que pensar mucho para saber por qué se habla tan poco de ellos en las iglesias hoy, es más fácil utilizar estereotipos aceptables e inofensivos que no nos lleven a ningún sitio. Pero es evidente que no todo el mundo puede aceptar tal manipulación, y las personas lgtb que viven su fe desde lo que ellas y ellos son, necesitan saber si aquellos personajes bíblicos silenciados o descafeinados pueden decirles algo.

Ya en el libro del Génesis nos encontramos con uno de los protagonistas más “queers” de la Biblia, Esaú[1]. Es evidente que el primogénito de Isaac no era bien visto por los autores de la leyenda porque antes de nacer descargan sobre él todos sus prejuicios. De él se dice que era mellizo de Jacob[2], una minoritaria manera de venir al mundo, un mal presagio que nos avanza que algo acabará mal entre ellos. Sorprendentemente también era pelirrojo, como según la tradición cristiana posterior lo fue Caín, Dalila, Caifás o Judas, por nombrar a algunos. O como según una interpretación Rabínica lo era Lilit, la primera esposa de Adán, que abandono el Edén porque se negó a yacer debajo de Adán aduciendo que ambos habían sido creados iguales. El pelirrojo Esaú era demasiado distinto al resto, eso como mínimo parece transmitirnos la historia.

Pero la cosa continúa, también se dice que nació con mucho pelo por todo el cuerpo. Y los hombres peludos en aquel momento más que atractivos, eran vistos como paletos extranjeros. En palabras de Von Rad, “así de hirsutos y bastos les parecían a los urbanos israelitas sus vecinos bárbaros[3]”. Tampoco el ser cazador le ponía en una situación privilegiada. De las dos formas de vida en palestina, la de los cazadores y la de los agricultores, los primeros se veían como salvajes y anticuados mientras que los segundos se percibían como personas cultas[4].

En resumidas cuentas, antes de llegar cansado y hambriento de cazar, el Génesis nos explica que Esaú no cumplía los estereotipos positivos del buen israelita del momento. Por eso, cuando entra en casa y le pide a su hermano que le ponga un plato del guiso rojo que está cocinando porque está muerto de hambre ya no vemos su necesidad. Ya no nos acordamos de las veces que como él hemos tenido hambre, y somos incapaces de identificarnos con él. Así funcionan los prejuicios, deshumanizando y haciéndonos creer que no tenemos nada que ver con la persona que tenemos delante. Pero en esto las personas lgtb tenemos cierta ventaja y sabemos lo que significa que te caricaturicen para que lo que estás pidiendo, por muy humano que sea, se perciba como algo delicado que acabará desencadenando un conflicto. Y por eso nos resulta fácil ver el peligro en los ojos de quien mueve el cocido mientras nos mira de abajo arriba maquinando cómo puede aprovecharse de nuestra necesidad.

El cocido rojo está servido y Esaú se sienta a la mesa, la oportunidad de Jacob ha llegado y pide a su hermano algo a cambio; que le ceda los derechos hereditarios como primogénito. Esaú no lo sabe, pero aceptar aquel plato significará también no llegar a ser el tercer patriarca del pueblo de Isaael y quedar excluido de la promesa de ser bendecido por Dios y ser bendición para los demás[5]. Pero a él no le importa nada de todo eso ahora, tiene hambre, y no piensa en nada más. Realmente Jacob ha sabido jugar muy bien sus cartas.

Con esa baraja continúan jugando hoy muchas personas, familias y comunidades religiosas con las personas lgtb. El guiso rojo siempre aparece delante nuestro cuando tenemos hambre, y a menudo nos lo comemos olvidando nuestra dignidad y las promesas que Dios nos ha dado. Preferimos renunciar a una vida plena para que las personas que queremos no sufran, escogemos el silencio en nuestros trabajos para evitar conflictos, aceptamos no ser reconocidos en nuestras comunidades a cambio de poder sentarnos en ellas… Platos de cocido de quienes tienen la cuchara por el mango, a cambio de dignidad. Por mucho que lo disfracemos, eso es en realidad a lo que nos enfrentamos la mayoría de veces. Y sinceramente, creo que como Esaú, seguimos vendiéndonos muy barato, y que en la mayoría de ocasiones si fuéramos un poco más valientes podríamos habernos comportado de otra manera.

Al final comió del guiso rojo, y no fue lo que esperaba, quizás el cazador Esaú pensaba que sería un guiso de carne, pero se encontró con lo que podía darle un agricultor: verduras con lentejas. Por eso se sintió engañado doblemente[6]. Lo sabemos muy bien, no es la primera vez que nos ocurre, quienes se aprovechan de nuestro anhelo de aceptación, acaban siempre por engañarnos. Estos pactos no nos llevan a ningún sitio, y lo único que hacen es que perdamos lo que realmente tenemos desde un principio y que quieren robarnos: El amor con el que nos mira nuestro padre, y la elección divina desde antes de que naciésemos. Gritan y gritan en todo momento que no lo tenemos, nos ridiculizan y caricaturizan para hacernos creer que lo hemos perdido, o nos explican con dulces palabras que no podemos disfrutarlo de la misma manera con que lo hacen el resto de seres humanos. Pero tengámoslo claro, es sólo otra de sus estratagemas para sentarnos delante de su plato de lentejas. Tenemos hambre, pero es mejor devolvérselo, que lo coman ellos si quieren, sólo actuar con dignidad y sinceridad puede hacernos partícipes de lo que Dios ha pensado para nosotros. Venderse, es perderlo todo.

No somos las primeras personas que pierden a sus familias, a su entorno y a sus comunidades, por renunciar a chantajes similares. Y por muy duro que esto pueda ser, tampoco seremos las primeras que construyan una nueva familia, un nuevo mundo y unas nuevas comunidades más cristianas. Todo lo que tenemos, y que a veces olvidamos, nos ayudará a hacerlo. Si sabemos que Dios está de nuestro lado, si sabemos que Dios está contra todo tipo de homofobia, también la que se ejerce usurpando su nombre, entonces no tiremos todo por la borda por la aceptación. Poder estar en paz con Dios a veces tiene un precio, pero si estamos dispuestos a pagarlo, nuestro hambre será saciada más pronto que tarde por quien nunca nos ha engañado.


[1] Gn 25,19-34.

[2] Es verdad que el autor de esta leyenda podría estar indicando simplemente la proximidad que tenían los Edomitas y los Israelitas, pueblos a los que representan ambos hermanos, pero opino que quiere expresar algo más, puesto que la relación entre ambos pueblos siempre fue muy conflictiva

[3] Von Rad, G. “El libro del Génesis”. (Salamanca; Ediciones Sígueme,1988), p.327.

[4] Ibíd. 328

[5] Gn 12,2

[6] Von Rad, G. “El libro del Génesis”. (Salamanca; Ediciones Sígueme,1988), p.329.

Carlos Osma

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