Al poco tiempo de mi conversión a Cristo y de mi adhesión al protestantismo español, Pablo Enrique Le More me recomendó vivamente la lectura de un libro que era por entonces todo un best-seller, me refiero a La agonía del gran planeta Tierra, escrito por Hal Lindsay y publicado en 1970 en Estados Unidos[1]. Un año después ya estaba traducido y publicado en español, alcanzando varias ediciones en pocos años. Desde luego, era un libro fascinante que a aquellos que no teníamos formación en estudios proféticos nos pilló por sorpresa hablándonos de Israel como espoleta del Armagedón[2], describiéndonos movimientos políticos y militares por parte de Rusia y China que, aliados con Egipto y el nuevo Imperio romano representado por la Unión Europea, convergerían en atacar a Israel con vistas a su aniquilación. Lindsay puso de moda todos los elementos característicos de la profecía dispensacionalista, señalando al Estado de Israel como el reloj profético de Dios que marcaría la aparición del Anticristo, el Rapto secreto y la segunda venida triunfante de Cristo para acabar con los enemigos del pueblo de Dios e inaugurar el Milenio. Después de la lectura de este libro y de conversar con otros que habían hecho lo mismo, era difícil alejar del pensamiento la idea de la inminente venida de Cristo. De hecho, Hal Lindsay, se atrevió a dar una fecha límite: 1988, luego veremos su razón.
El paréntesis eclesial y la generación final
El dispensacionalismo enseñó desde sus comienzos que la Iglesia era únicamente un paréntesis en el plan de Dios, el cual siempre ha tenido por objeto a Israel como pueblo amado y elegido por Dios. Quienes mantienen esta creencia, adoptada como dogma por mayoría del evangelicalismo fundamentalista, afirman que el plan de Dios desde la eternidad tiene que ver con el Israel físico y su espacio geográfico. Dicen que cuando los judíos rechazaron a Jesús, Dios detuvo momentáneamente este plan para Israel e instituyó la Iglesia, lo cual viene a decir cuando los judíos crucificaron a Jesús, Dios tuvo que cambiar de planes, lo que significa que la primera venida de Cristo fue un fracaso, ya que Jesús no logró hacer lo que vino a cumplir en la tierra: la instauración del reino de Dios. Según el esquema dispensacionalista, Jesús no cumplió las promesas de la última semana profética de Daniel capítulo 9. La secuencia profética de la revelación de Daniel se detuvo abruptamente y así continúa hasta nuestros días[3]. Aunque muchos creen que ya estamos al final de su cumplimiento.
«Dios obviamente detuvo el “reloj profético” después de que había marcado 483 años… Puesto que Israel falló al no aceptar a su Mesías y “lo cortaron” al crucificarlo, Dios paró la cuenta regresiva siete años antes de completarla. Durante el consiguiente paréntesis en el tiempo, Dios ha cambiado su enfoque hacia los gentiles y creó la iglesia»[4].
El reloj de Dios volverá a ponerse en marcha una vez que se produzca el llamado arrebatamiento secreto de los creyentes. Entonces Dios podrá completar la semana final de Daniel, que según Lindsay debería haber tenido lugar antes de 1988. ¿Por qué esta fecha y no otra?
Muy sencillo. Según el esquema dispensacional Dios tiene que cumplir las promesas hechas a Israel en cuanto nación privilegiada por el llamamiento divino, a cuya ciudad santa, Jerusalén, han de acudir a adorar a Jehová pueblos de toda la tierra.
«Las promesas hechas por Dios a los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, así como al rey David, tendrán su cumplimiento dentro de la estructura dela historia cuando el Mesías regrese en poder y gloria para comenzar su reinado de paz y justicia»[5].
Estas profecías de corte geográfico-nacionalista comenzaron a cumplirse en 1948, cuando las grandes potencias del mundo reconocieron el Estado de Israel. Basándose en Mateo 24:34, donde Jesús dice que «no pasará esta generación hasta que todo esto suceda», Hal Lindsay dijo que esta generación se refiere a la que vio el cumplimiento de las promesas de la restauración de Israel en 1948, después de casi dos mil años de diáspora. Esa generación es la estará viva para presenciar la segunda venida de Jesús[6]. Ya que según la Biblia, una generación comprende 40 años, si se suman estos a 1948, la cifra resultante es 1988, lo que significa que las personas que vivieron con suficiente grado de conciencia el restablecimiento del Estado de Israel deben presenciar el final de los tiempos, o en términos de Lindsay, el Armagedón. La mecha ya está preparada, decía en 1970[7], en 1981 concretaba:
«La década de 1980 bien podría ser la última década de la historia tal como la conocemos… Todas estas cosas, y muchas otras que están igual de visibles, señalan el hecho de que esta es la generación que verá el fin del presente mundo y el regreso de Jesucristo»[8].
La década de 1980 pasó y es evidente que no se cumplió lo anunciado. Entonces, Lindsay no tuvo reparo en rectificar y decir que una generación bien podían ser 70 años, y que por tanto Jesús debería regresar antes de 2018, y seguramente antes de 2037.
Sionismo cristiano
Es triste ver como autores que se dicen cristianos jueguen a hacer teología ficción, pero más triste todavía es comprobar que esa afición no es inocente en términos económicos y políticos. En 2007, Lindsey dijo a los espectadores de su programa de televisión Hal Lindsey Oracle, que Zion Oil and Gas, una empresa de exploración de hidrocarburos con sede en Texas, estaba «a punto de descubrir petróleo», y que esto apunta al inminente regreso del Mesías. Hizo pronunciamientos similares en su columna en el World Net Daily. Esto provocó que el precio de las acciones de Zion Oil aumentara más del veinte por ciento. Lindsey no reveló que, al mismo tiempo, él y sus familiares poseían millones de dólares en acciones de Zion Oil[9].
Es común a todos estos autores no solo alarmar con sus falsas predicciones, sino hacer apología de determinadas políticas coincidentes con la extrema derecha. Para ellos, no solo los países comunistas-ateos, Rusia y China, han jugado un papel negativo en sus esquemas de profecía-ficción, sino que durante muchos años se mantuvo la imagen de Europa como uno de los grandes adversarios del plan de Dios para Israel, entre los que no podía faltar el Papa de Roma.
«El Mercado Común Europeo está sirviendo de base para esta confederación política que llegará a ser la más poderosa coalición que haya habido sobre la tierra… Debemos esperar que el papado se meta cada día más en la política del mundo, especialmente en propuestas de paz y de prosperidad para el mundo entero…, de modo que cuando venga el Anticristo estén dispuestos a aceptar su oferta de paz y seguridad»[10].
El apoyo al Estado de Israel es parte fundamental de este movimiento, como se ha puesto de manifiesto en las redes y en las manifestaciones pro-Israel de la inmensa mayoría de iglesias evangélico-carismáticas. Esto no ha surgido espontáneamente. Detrás de ese movimiento se encuentran Hal Lindsey, Jerry Falwell, Pat Robertson, Jimmy Swagaart y Tim LaHaye, miembros principales del llamado Cristianismo Sionista de derecha[11], los cuales además, tienen fuertes afiliaciones con grupos financiados por la Iglesia de la Unificación del Sun Myung Moon. Esto sería tema suficiente para otro artículo. El caso que la influencia de estos autores llegó al Capitolio y se introdujo en el ánimo de algunos presidentes como Reagan o Bush hijo. Jerry Falwell era amigo de Reagan, quien como candidato a la presidencia y posteriormente mientras ocupaba el cargo, no ocultó su creencia en la inminente batalla del Armagedón. El 5 de noviembre de 1979, casi un año antes de ser elegido presidente, le dijo a Jim Bakker, entonces una celebridad de la tele-predicación, que «si permitimos que esto sea otra Sodoma y Gomorra , entonces es posible que seamos la generación que vea el Armagedón»[12].
La caída de la Unión Soviética no disuadió a Lindsey de sus erróneos punto de vista; en un artículo en agosto de 2002 señala: «Justo cuando uno comienza a preguntarse dónde está Gog y Magog en todo esto … Rusia ha seguido reforzando lazos con los tres países marcados como el “eje del mal” por el presidente Bush: Irán, Irak y Corea del Norte»[13].
A veces uno tiene la sensación de que muchos practican la profecía-ficción para señalar a sus enemigos políticos y justificar así cualquier acción militar contra ellos. Por ejemplo el caso de Saddam Hussein de Irak, a quien el profesor Charles H. Dyer, del Dallas Theologial Seminary, describe como la continuación de los gobiernos de la antigua Babilonia, cuyo deseo es promover la unidad panarábica como el equivalente moderno del Imperio babilónico de Nabucodonosor.
«Saddam Hussein desea gobernar nada menos que a una nación árabe unificada que se extienda desde Arabia Saudita por el sur, a través de Siria y Jordania en el oeste, a Israel en la playa del Mediterráneo. Como Saladino, Saddam Hussein desea guiar los ejércitos árabes en victoria a recapturar a Israel y sacar a los “incrédulos” del Oeste de las tierras árabes»[14].
Ya sabemos cómo terminó la historia. El Armagedón anunciado como la madre de todas las batallas es siempre para todos estos autores «el último y desesperado intento de exterminar al pueblo judío frustrar el plan y los propósitos de Dios»[15]. No hay ni un solo teólogo o biblista cristiano que se precie que considere que Israel sigue ejerciendo un propósito esencial en la historia de la salvación, pues este se encuentra en Cristo el Alfa y Omega de la Creación y de la Nueva Creación. Entre otros títulos, Cristo es el Segundo Adán cósmico —que abarca a todos los pueblos de la tierra— y no únicamente el Mesías de Israel.
Que la Iglesia no es un accidente en la historia de la salvación, o un paréntesis de compromiso de última hora, ya fue analizado extensamente y con detalle exegético y teológico por Oswald T. Allis, para quien es bastante sospechoso que una doctrina desconocida hasta hace poco más de un siglo obedezca a una interpretación correcta de las profecías sobre el reino de Dios, cuyo cumplimiento el cristianismo histórico ha defendido que se realizó en Cristo y la Iglesia. Según la visión tradicional, el tiempo de la Iglesia es el tiempo de la salvación; según el dispensacionalismo, la era de la Iglesia, por muy importante que sea en este tiempo de salvación, dejará de ser cuando se produzca la restauración de Israel como centro salvífico ordenado por Dios. Esta es, pues, una cuestión vital para la teología cristiana que pide a ser esclarecida[16].
Respecto a la restauración del Estado de Israel como acto divino, ya protestó en su día William Hendriksen, demostrando que muchas de la predicciones del retorno de los judíos a su tierra y su restablecimiento como nación se cumplieron —por etapas— cuando los judíos regresaron de su cautiverio asirio-babilónico y volvieron a establecerse en su propia tierra.
«Sea lo que fuere lo que haya ocurrido en Palestina de un tiempo a esta parte, y fuera lo que fuere lo que aun pudiera suceder, nada tiene que ver con la profecía bíblica»[17].
Hasta el mismo Arno C. Gaebelein (1861-1945), expositor prominente del dispensacionalismo y superintendente de la Misión Esperanza de Israel (1894-99), no apoyó las maniobras sionistas para restaurar el estado de Israel, ya que no veía en ellas nada relacionado con el espíritu profético. En 1905 declaró:
«El sionismo no es la restauración divinamente prometida a Israel el sionismo no es el cumplimiento de la gran cantidad de profecías que se encuentran en el Antiguo Testamento, relacionadas con el regreso de Israel a su tierra. De hecho, el sionismo tiene en muy poco uso el argumento de la Palabra de Dios, y es solamente un compromiso político y filantrópico, y en lugar de venir juntos ante Dios, invocando su nombre y confiando en Él, de que Él es capaz de realizar lo que Él ha prometido tantas veces, han venido hablando sobre sus riquezas, su influencia, su Banco Colonial, buscando el favor del sultán. El gran movimiento Sionista es uno de incredulidad y confianza en sí mismos, en lugar de los eternos propósitos de Dios»[18].
La nueva creación en Cristo
La tentación judaizante siempre ha estado presente en la historia del cristianismo y se recrudeció en las iglesias libres donde el prestigio de lo hebreo llevó a imaginar el cristianismo como una continuación del judaísmo. En los grupos de corte adventista lo judaico forma parte de su identidad: la observancia de Sábado, la importancia de la Ley de Moisés, y la preferencia por todo lo israelita, tanto en su imaginería como en sus principios.
Ciertamente, el cristianismo es un vástago, una raíz del judaísmo como decía el apóstol Pablo: Los gentiles, siendo olivo silvestre, han sido injertados y hechos partícipes de la raíz y de la rica savia del viejo olivo de Israel (Ro 11:17-18). Pero el cristianismo es más que una continuación del judaísmo espiritualizado. No es propiamente judeo-cristianismo, sino cristianismo puramente dicho, que se funda en Cristo y en él se arraiga y crece, hasta convertirse en un gran árbol donde todas las criaturas bajo el sol tienen cobijo (cf. Mt 13:31-32). Israel aporta imágenes, ejemplos, enseñanzas, pero la enseñanza esencial, básica, fundamental es Cristo, y «nadie puede poder otro fundamento» (1 Cor 3:11).
Pablo orgulloso de pertenecer al pueblo judío, «circuncidado el octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos» (Flp 3:5; cf. Hch 22:3-5), es muy consciente que a partir de su encuentro con Jesucristo algo totalmente nuevo ha ocurrido, y lo convierte en el centro de su evangelio, la roca en la que su ministerio cae o se mantiene, me refiero al concepto de «nueva creación».
En su emblemática carta a los Gálatas escribe: «En Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación» (Gl 6:15). Es una afirmación y atrevida y desafiante. Como buen hebreo, conocía la importancia histórica y religiosa de la circuncisión como señal del pacto de Dios y de pertenencia al pueblo elegido. Pero en Cristo, dice, «ya no vale nada». ¿Cómo es esto posible, si fue ordenada por Dios como observancia perpetua al padre de los creyentes, Abraham? En Cristo algo nuevo ha ocurrido, de modo que todos los rudimentos anteriores han sido transfigurados: «No es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra» (Ro 2:28-29).
Si alguno está en Cristo, dice en otro lugar, «nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Co 5:17). ¿Nuevas en relación a qué, a Israel? No, hay que ir mucho más atrás, a la creación primigenia. Lo que allí se torció por la desobediencia de Adán, es enderezado por el nuevo Adán:
«Así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos» (Ro 5:19). «Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante» (1 Co 15:45). Cristo, el segundo Adán, es el redentor y recapitulador la creación caída en desgracia. Él es la fuente y cabeza de la Nueva Creación. Por eso los cristianos de los primeros siglos entendieron la salvación como un regreso al Edén antes del pecado[19].
Cristo no es solo el reconciliador de Israel, sino de toda la creación. En Cristo son reconciliadas todas las cosas, «así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz» (Col 1:20).
Los profetas previeron claramente un nuevo pacto de Dios con el pueblo, una nueva alianza que superaría las limitaciones de la alianza hecha con Moisés.
«He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo» (Jer 31:31-33).
Nueva Alianza que es sellada por la sangre de Cristo (cf. Mc 14:24; Lc 22:20; 1 Co 11:25; Heb 8:8; 10:16), por la que nosotros vivimos y estamos. El cristianismo apostólico celebró la nueva realidad que estaba viviendo con estas y otras palabras semejantes:
«El Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad… De su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (Jn 1:14-17).
En Cristo, nos dice el apóstol, «están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (Col 2:3), y muchos andan como ciegos en busca de secretos mesiánicos y conocimientos hebraicos que no llevan a ninguna parte si no contribuyen a realizar la Nueva Creación que es «Cristo en nosotros, la esperanza de gloria» (Col 1:27).
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[1] Hal Lindsay y C.C. Carlson, The Late Great Planet Earth. Zondervan, Grand Rapids 1970. Fue traducido a 50 idiomas y vendió más de 35 millones de ejemplares.
[2] Hal Lindsay, La agonía del gran planeta Tierra, p. 50. Editorial Libertador, Maracaibo 1974, 6ª ed.
[3] «El curso de las setenta semanas de años fue interrumpido por el rechazo del Mesías Príncipe [Jesús], el cual vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. La semana 69 terminó con este acontecimiento, y un período indefinido queda por delante; cuando ese tiempo haya expirado la última semana profética de años comenzará y pasará su curso señalado». Arno C. Gaebelein, Clave de las visiones y profecías del libro de Daniel, p. 165. CLIE, Barcelona 2002, org. 1911.
[4] Hal Lindsey, The Rapture. Truth or Consequences, pp. 3-4. Bantam Books, Nueva York 1985.
[5] Evis L. Carballosa, Daniel y el reino mesiánico, p. 270. Portavoz Evangélico, Barcelona 1979.
[6] Lindsay, La generación final. Portavoz Evangélico, Barcelona 1978.
[7] Lindsay, La agonía del gran planeta Tierra, p. 199.
[8] Lindsay, The 1980s Countdown To Armageddon, pp. 8, 181. Bantam Books, Nueva York 1981.
[9] Mariah Blake, Let There Be Light Crude. Evangelical preachers claim that a giant oil find in Israel will usher in the end of days. Enero/Febrero 2008, https://www.motherjones.com/politics/2008/01/let-there-be-light-crude/
[10] Lindsay, La agonía del gran planeta Tierra, p. 244.
[11] Véase Colin Chapman, Christian Zionism and the Restoration of Israel. How Should We Interpret the Scriptures? (Cascade Books 2021); Gerald R. McDermott, The New Christian Zionism. Fresh Perspectives on Israel and the Land (IVP 2016); Stephen Spector, Evangelicals and Israel. The Story of American Christian Zionism (Oxford University Press 2009); Motti Inbari y Kirill Bumin, Christian Zionism in the Twenty-First Century. American Evangelical Opinion on Israel (Oxford University Press 2024); David Pawson, Defending Christian Zionism (Anchor Recordings Ltd 2013).
[12] Keri Ladner, End Time Politics: From the Moral Majority to QAnon. Fortress Press, Minneapolis 2024.
[13] Citado por Peter Knight. Conspiracy Theories in American History: An Encyclopedia. ABC-CLIO, 2003.
[14] Charles H. Dyer, Babilonia renace. Señales de los últimos tiempos, p. 103. Unilit, Miami 1991.
[15] Ed Dobson, El fin. Por qué Jesús podría volver para el año 2000, p. 119. Portavoz, Grand Rapids 1999.
[16] Oswald T. Allis, Prophecy & The Church. Presbyterian and Reformed Pub., New Jersey 1945.
[17] W. Hendriksen, La Biblia y la vida venidera, p. 201. TELL, Grand Rapids 1970.
[18] Citado por Paul Charles Merkley, The Politics of Christian Zionism, 1891-1948. Psychology Press, 1998. Véase del mismo autor Christian attitudes towards the State of Israel (McGill-Queen’s University Press 2001); American Presidents, Religion, and Israel (Bloomsbury Academic 2004).
[19] Véase Tomás García-Huidobro, El regreso al Jardín del Edén como símbolo de la salvación. EVD, Estella 2017.