Hace muchos años —todavía era joven— me dediqué a cultivar la lectura intensiva de las Escrituras, la oración, el ayuno y otras disciplinas que guardan relación con lo que llamamos “vida piadosa”. Buscaba ser una persona espiritual, y ¡de qué manera la buscaba! Mi búsqueda, creedme, era sincera.
En aquel tiempo experimenté la profundidad del pecado más destructor para un servidor y para los que me rodeaban, ¡el orgullo espiritual! Llegué a sentirme diferente del resto de mis hermanos y hermanas. Mi vida en aquel tiempo se podría describir en la oración del fariseo, “te doy gracias Señor porque no soy como los demás hombres…” (Lc. 18:9-14). Sentía orgullo de mi vida, mi dios eran mis logros.
¡Qué estúpido fui! La verdadera espiritualidad logra un carácter en sentido contrario; hace que seamos conscientes de nuestra incapacidad para la perfección, de nuestra debilidad congénita, de nuestra facilidad para extraviarnos en el camino. La verdadera espiritualidad nos conduce por el camino de la empatía, de la vulnerabilidad, nos hace entender que nuestros presuntos éxitos son nada, y nos enseña —entre otras cosas— que el vestido más apropiado para “cubrir” nuestra desnudez es la humildad, la transparencia y la consideración de nuestro prójimo como superior a nosotros mismos. La verdadera espiritualidad no hace de nosotros “ángeles”, sino humanos, auténticamente humanos a la manera de Jesús de Nazaret. En fin, la verdadera espiritualidad nos hace desentrañar en nosotros el significado de esas palabras que Pablo escribió hace unos cuantos siglos, “cuando soy débil, soy fuerte”.
Ser humanos, simplemente humanos, ese es el reto de la espiritualidad según el evangelio. Huye de cualquier cosa, hasta de la más sagrada, que te aleje de Dios, de ti mismo y de tus hermanos y hermanas, huye del orgullo espiritual.
Ignacio Simal Camps fue fundador de "Lupa Protestante" en el año 2005. Pastor de la Iglesia Evangélica Española, en la actualidad jubilado.
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