Posted On 19/10/2013 By In Cultura, Opinión With 3680 Views

¿Espiritualidad o Religión?

Son muchas las personas que se describen de condición no religiosa, si bien se confiesan espirituales. Quizá sorprende tal tipo de declaración y se cuestiona la lógica de esta aseveración al no percibirse una diferencia semántica en ambos términos. ¿Es posible considerarse espiritual sin una práctica religiosa? A la luz de las evidencias y de los conocimientos antropológicos, psicológicos e incluso neurológicos; la respuesta es afirmativa.

El ser humano es espiritual. A sus dimensiones cognitivas y emocionales cabe añadir la dimensión espiritual. Es la singularidad humana. Solo el ser humano rebasa los límites de la psicología animal y se abre y orienta a la trascendencia. Solo el hombre va más allá del reduccionismo biológico por cuanto sus conductas no pueden ser explicadas, tan solo, en términos de respuesta instintiva a los estímulos del entorno.

Es la singularidad del ser humano la que ha permitido la emergencia del yo. La emergencia tiene que ver con la aparición de nuevas realidades a partir de los elementos simples que las componen. Las partículas elementales dan lugar a los átomos, los átomos a moléculas, las moléculas y macromoléculas a células. Las células a organismos pluricelulares. Del cerebro complejo surge el psiquismo del que emerge el yo consciente y su potencialidad de trascender su propia realidad y la del universo que le circunda. De los individuos emerge  la sociedad, el lenguaje y la cultura.

La aparición de la conciencia reflexiva es el resultado de cientos de miles de años de evolución. Con anterioridad, los seres vivos que deambulaban por nuestro planeta nacían, vivían y morían sin tener conciencia de sí mismos. No podían elaborar una explicación (mítica en sus inicios, científica después) de su posible origen, su razón de ser en el mundo o su destino más allá de los límites de la vida biológica hasta que se produce el gran salto del emerger de la conciencia.

En algún lugar o en varios lugares, como sugieren los numerosos fósiles que van siendo hallados en distintos lugares, surge la especie humana y, con ella, la autoconciencia, la finitud, la mortalidad, la ansiedad… y las facultades de orden superior que hacen del hombre un ser singular: el pensamiento reflexivo, la memoria, el lenguaje, el arte… También las manifestaciones de su capacidad de trascendencia: arte rupestre, tumbas…; instrumentos, herramientas, armas…; objetos de ornamentación… El hombre trasciende su materialidad o, en otros términos, de su organicidad surge la conciencia y su orientación trascendente o espiritual.

Hoy hablamos de inteligencia espiritual como una modalidad cognitiva más. El filósofo F. Torralba la describe de este modo: «cuando afirmamos que el ser humano es capaz de vida espiritual en virtud de su inteligencia espiritual, nos referimos a que tiene capacidad para un tipo de experiencias, de preguntas, de movimientos y de operaciones que solo se dan en él y que, lejos de apartarle de la realidad, del mundo, de la corporeidad y de la naturaleza, le permiten vivirla con más intensidad, con más penetración, ahondando en sus últimos niveles».

La espiritualidad es intrínseca al ser humano. Y por ello muchas personas no religiosas se consideran espirituales. Cosa distinta son las configuraciones de la trascendencia que se han concretizado históricamente y continúan concretizándose en diferentes formas religiosas y espiritualidades. Las religiones aparecen como formas culturales, en unos espacios y tiempos concretos, en las que se manifiesta y expresa la dimensión del espíritu. A su vez, las opciones religiosas quedan determinadas por los referentes culturales y la propia psicología de la persona.

Forma parte de la lógica que, en este momento postmoderno caracterizado por el retroceso de las instituciones religiosas tradicionales, la tendencia al individualismo, la atomización, el aislamiento…, surjan nuevas maneras de practicar la fe, nuevos grupos y subgrupos desvinculados de las iglesias históricas o creyentes sin pertenencia eclesial.

No es de extrañar que en un momento en el que la emoción y el sentimiento están marginando la razón, la reflexión, el análisis… aparezcan colectivos con un predominio de lo emocional. Los sociólogos de la religión nos describen muy bien estos fenómenos. En unas recientes declaraciones, Joan Estruch, catedrático de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona, se expresaba en estos términos: «La religión no se acaba, se transforma. Las instituciones religiosas, las iglesias entran en crisis, pierden peso; pero proliferan movimientos y corrientes religiosas que no transitan por los canales institucionales».

Las religiones, por sus anclajes en modelos sociales pretéritos y su incapacidad adaptativa a los presupuestos de la denominada sociedad de la información y del conocimiento, interesan cada vez menos. Ahora bien, el interés por la espiritualidad crece y se extiende. Así, se amplía en número de personas cuyo camino espiritual se realiza al margen de las religiones tradicionales. Unos transitan por caminos estéticos (música meditativa, contemplación, danza…); otros por caminos humanistas (ideas filosóficas, compromiso social…); también por caminos ecológicos (consideración de la naturaleza como teofanía o manifestación de lo sagrado, más cerca del panteísmo que de la consideración de Dios como creador). Son las llamadas nuevas espiritualidades laicas, como lo son también en nuestro contexto occidental, el esoterismo, las prácticas psicológicas de autoayuda o la fascinación por las técnicas como el yoga, la relajación, la meditación… vinculadas a la espiritualidad oriental. En nuestra actual sociedad en la que, como resultado de la globalización, confluyen todas las grandes tradiciones la práctica de la espiritualidad es cada vez más heterogénea.

Es en este contexto, más espiritual que religioso, donde debemos expresar nuestra fe y convicciones. Quizá un camino de aproximación sea conocer en qué posición espiritual se encuentra la persona con quién dialogamos, qué le ha llevado hasta ella (desencanto respecto de las instituciones, falta de credibilidad del relato, fascinación por lo nuevo…) y, a partir de este conocimiento, compartir por qué camino transita nuestra propia espiritualidad: la del seguimiento a Jesús de Nazaret.

Jaume Triginé

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