Siguiendo con el desarrollo del tema de la Personalidad, en el Nuevo Testamento nos encontramos con la corroboración de que el ser humano (gr- antropos) constituye una unidad psico-somática que funciona como un todo indivisible, y que sólo se escinde (parentéticamente) con el hecho inevitable de la realización tanática plena, es decir con la muerte física. Ya en el libro de Eclesiastés, y en su capítulo doce, se nos va describiendo el devenir bio-psico-pneumático del ser humano (Ecl 12: 2-7), que aboca a la realidad existencial del envejecimiento como preámbulo de la consumación tanática al final de su existencia. Se confirma la verdad filosófica-teológica, inapelable, de que el hombre (varón /mujer ) es- un- ser-para-la muerte.
La visión del fundador del Existencialismo, el nórdico Sören Kierkegaard, creía en la existencia y trascendencia metafísica del hombre como superación de la angustia existencial y la posibilidad de una plena realización en el mismo corazón de Dios, el Existente por antonomasia: el “Yo Soy, el que Soy” (Ex. 3:14). El autor del Eclesiastés, que abrigaba la misma esperanza, la explicitaba en estos términos: “el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu (heb-ruah) vuelva a Dios que lo dio”. El representante más eminente del Existencialismo actual Jean Paul Sartre, dio un giro dramático a la filosofía existencialista al introyectar en su propia conciencia la aseveración de Federico Nietzsche sobre la muerte de Dios. Y desde su visión nauseabunda de la existencia, llegó a realizar esta extraordinaria afirmación: ¡Dios ha muerto, alegría, lágrimas de alegría! Lo cual supone que, más allá de la realidad en la que vivimos agonizando, no existe más que la disolución del ser en la consumación del instinto tanático de la muerte. Como sin esperanza no hay trascendencia ni física, ni psico-pneumática solo nos espera LA NADA y el VACIO en un espacio indefinido que ni siquiera podemos vivenciar. Si Dios ha muerto, el Hombre no tiene esperanza, por consiguiente deviene su existencia en la desesperación. La visión de Salomón es bien diferente, y eso que durante su experiencia vivida “debajo del sol”, se acercó bastante a la concepción existencial de Sartre cuando, buscando la realización de las demandas que surgían de lo más profundo de su corazón, llegó a la conclusión de que ni la ciencia, ni el placer, ni la riqueza, ni el poder político y social podían satisfacer “el deseo vehemente por la eternidad” (Ecl 3:11), que emanaba de la misma esfera de su intimidad. De ahí que la tesis de su magistral obra fuese : “Vanidad de vanidades , todo es vanidad”.
Por otro lado la la trascendencia metafísica de la parte no material de la persona (el alma-espíritu) es una afirmación bíblica que, hoy en día, está demostrada científicamente. En situaciones de muerte clínica, el alma-espíritu puede abandonar el cuerpo, y mediante las técnicas médicas de resucitación, retornar al mismo manteniendo memoria de las vivencias experimentadas durante el tiempo que estuvo ausente. Estas experiencias, denominadas “Vida después de la vida”, no constituyen en si mismas una demostración de la existencia de Dios, pero son una evidencia innegable de la posibilidad de la trascendencia metafísica, anímica y pneumética de los seres humanos.
La estructura o tectónica de la Personalidad la tenemos apuntada en varios pasajes del Nuevo Testamento, pasajes que complementan lo revelado en el Antiguo. Así en la primera carta del apóstol Pablo a los Tesalonicenses leemos: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo ( gr- todo-maduro-acabado); y todo vuestro ser, espíritu ( gr-pneuma), alma (gr-psique) y cuerpo ( gr-soma ) sea guardado irreprensible para (gr-en) la venida de nuestro Señor Jesucristo”. 1 Tes. 5:23. Aquí encontramos una definición de la estructura o tectónica de la Personalidad que la ciencia y la teología comparten. Hoy se conoce que el espíritu del hombre no es, sencillamente un epifenómeno de la materia, cual la rosa lo es del rosal. Lo somático, lo anímico y lo pneumático están tan íntimamente unidos que constituyen una sola persona. No existe acontecer alguno en cualquiera de estas dimensiones antropológicas del ser que no tenga repercusión sobre todas las demás. En cualquier acontecimiento somático, anímico o pneumático, el sujeto lo registra en todas y cada una de las esferas que constituyen la estructura de su personalidad única e indivisible. De este conocimiento nacieron especialidades médicas como la medicina psicosomática, la psiquiatría e instrumentos terapéuticos como el psicoanálisis, la sofrología, la logoterapia, la hipnosis y la psicoterapia existencial.
Creo que para estudiar la estructura o tectónica de la personalidad no existe mejor metodología, desde el punto de vista teológico, que recurrir al ejemplo paradigmático por excelencia: la persona de Jesús de Nazaret. Hay un momento excepcional en la vida del Maestro, cuando todos los estratos de su personalidad se manifiestan de una forma clara. Es un momento cristológico y soteriológico por antonomasia: Getsemaní. Este momento histórico y kairótico, viene narrado en los evangelios sinópticos, que se complementan y nos dan una visión pan-existencialista del gran momento dramático del huerto de los olivos. Así en el Evangelio de Mateo, encontramos: “Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse (gr-perilupos=rodeado de tristeza) en gran manera. Entonces Jesús les dijo: mi alma está muy triste, hasta la muerte (gr-tanatos); quedaos aquí y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mi esta copa; pero no sea como quiero, sino como tú. Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido (lit- tuvisteis fuerzas) velar conmigo una hora? Velad y orad, para que entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto (gr-animoso), pero la carne es débil.” La petición al Padre la realiza por tres veces y al final termina diciendo, “Si no puede pasar esta copa sin que yo la beba hágase tu voluntad”. En este segundo evangelio sinóptico, desde mi punto de vista, se explicita claramente lo que acontece en la persona de Jesús de Nazaret a nivel somático, psíquico y pneumático.
En esta experiencia tanática y salvífica de Getsemani se ve como el drama soteriológico que se está deviniendo, repercute sobre su cuerpo (gr- soma), sobre su alma (gr-psique) y sobre su espíritu (gr- pneuma). La angustia generada en la esfera de su intimidad, es la responsable de la tristeza que vivencia a nivel anímico y de las alteraciones somáticas que ocurren en su cuerpo. Para entender lo que le sucede a nivel somático (corporal) tenemos la ayuda de la descripción que de sus trastornos nos hace el médico evangelista Lucas: “y estando en agonía (gr-lucha) oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” Luc. 22:44. Para que un ser humano sufra una extravasación de los elementos (en este caso hematíes o glóbulos rojos) formes de la sangre, por la vasodilatación de los vasos capilares dérmicos, el sufrimiento tiene que ser tan intenso y profundo que no disponemos de términos verbales adecuados que nos aproximen a su realidad más álgida y dramática. La verdadera razón de estos trastornos esta en la angustia de muerte que Jesús está experimentando y que conmueve todo su ser psicosomático. Es el autor de la carta a los hebreos quién realiza la mejor y más excelsa exégesis para que de tal experiencia agónica podamos tomar conciencia: “Y cristo ( gr-el que) en los días de su carne ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas (gritos y entre lágrimas según la magnífica traducción del teólogo alemán Oscar Cullmann) al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente).Y aunque era Hijo por lo que padeció aprendió la obediencia, y habiendo sido perfeccionado (de un término griego que significa realización, madurez), vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” Heb. 5:7-9.
Vemos, pues, cómo los diversos estratos de la persona de Jesús de Nazaret registran las alteraciones que conmocionan todo su ser. A pesar de todo el sufrimiento desestructurador de toda su persona, su espíritu permanece firme y dispuesto a llevar adelante la misión salvífica y soteriológica de reconciliar todas las cosas con Dios. Su muerte y su resurrección traerían la posibilidad de que un día se produzca la pneumatización de la materia, finalidad última de la Historia de la Salvación.