Resulta interesante situarnos frente a una narración bíblica y darnos cuenta de algunas cuestiones que nos ofrecen diferentes enseñanzas muy útiles para nuestras comunidades, y más aún cuando éstas se refieren a conductas particulares de la vida de los participantes. La mayoría de personas que asiste a nuestras iglesias lo hace buscando soluciones prácticas para sus problemas cotidianos. Sin embargo, muy pocas están dispuestas a cambiar su comportamiento, puesto que lo único que pretenden es que Dios les ayude, por ejemplo, con sus problemas económicos o con el caos familiar que están sufriendo. Pero lo cierto es que muy pocas están dispuestas a permitir que Dios transforme sus problemas de deslealtad, de poca honradez o de insolidaridad.
Por eso, la ética tiene que ver sobre todo con nuestra conducta, lo cual no significa que haya métodos o reglas específicas, sino que más bien se trata de un asunto de conciencia que se construye en la misma experiencia de la convivencia humana, y que se activa en el momento en que tratamos de discernir entre lo malo y lo bueno, lo correcto y lo incorrecto, lo adecuado y lo inapropiado en nuestro comportamiento y en nuestras relaciones sociales y personales.
Básicamente, y desde mi concepción subjetiva, creo que el fundamento de la ética está en la libertad de nuestras decisiones. Por ejemplo, el ejercicio de nuestra responsabilidad nunca debe estar basado en la coerción, sino que, al contrario, para que un acto pueda ser considerado como responsable debe surgir del mismo interior de la persona, puesto que, en realidad, no está obligada a realizarlo, sino que más bien debe ser absolutamente consciente y responsable de lo que hace.
De hecho, las personas no están obligadas a actuar de una u otra manera, sino que la libertad nos lleva a comprometernos a decidir con sumo cuidado las acciones correctas que servirán para la mejora y el progreso de la sociedad. De esa manera, la libertad se convierte en un compromiso que permite que nuestras acciones estén dirigidas por el amor hacia aquellos con quienes nos relacionamos. Es más, ese compromiso de amor es el que construye comunidad.
Un ejemplo claro de esto lo tenemos en las desesperadas palabras de Jesús en Getsemaní: “Padre, si quieres, pasa de mi esta copa; pero que no se haga mi voluntad sino la tuya.” La profunda angustia que podemos intuir en ellas nos lleva a pensar que, por un momento, él pensó en dejarlo todo y abandonar la misión que se le había encomendado. Puede que Jesús pensara en la posibilidad de ignorar su responsabilidad y que no cumplir con ella sería la decisión más adecuada de acuerdo con sus sentimientos, pero en lo más profundo de su ser también sabía lo que debía hacer, y lo hizo.
Debemos recordar que la responsabilidad de la que Jesús nos habla está centrada en el bienestar mutuo y en la capacidad de reconocer la propia responsabilidad y acatarla. Jesús se vio tentado a no asumir su compromiso de amor con la misión que se le había encomendado, pero puede que para él, dicha responsabilidad se basara en las circunstancias de pobreza, de desigualdad social y de desventura de los más desprotegidos de su tiempo y en todas las situaciones que, hasta ese momento, su discurso y sus acciones habían originado. La normativa de la ley vigente y sus consecuencias fueron reinterpretadas y actualizadas por Jesús para dar paso a la libertad de escoger, y de hacerlo bien, de acuerdo con la propia responsabilidad.
Debemos tener en cuenta que Jesús quería responder ante el mundo por Dios como sujeto activo de su representación, y lo hizo ante su sociedad y ante Dios. Era responsable de cumplir su misión para poder así cambiar situaciones en su propio contexto histórico social. Ejercer dicha responsabilidad tendría como resultado la experiencia de una emancipación espiritual para aquellos que estuvieran dispuestos a decidir cambiar el mundo como él estuvo dispuesto a hacerlo.
Es recomendable que recordemos que la responsabilidad es el acto de responder, y la clave está en saber a quién respondemos, para que a su vez pueda ser entendido el por qué y el para quién somos exactamente responsables.
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