Viñetas con mensaje
Es primer ministro del que fuera hasta no hace mucho tiempo el Gran Imperio Británico, de religión anglicana, muy marcado personalmente por el catolicismo que profesa su esposa. Algunos le llaman El Vicario por el tono místico y visionario que adopta a menudo. Tony Blair ha caído, como cayera anteriormente George Bush, o Franco, o Mussolini, o Hitler o tantos otros gobernantes que se han sentido “tocados” por el dedo de Dios, en la soberbia de considerarse por encima de los demás: sólo Dios y la Historia pueden juzgar sus actos, como fue, en el caso que nos ocupa, la decisión de invadir Irak junto a los EE.UU. “Si crees en Dios, está hecho por Dios”, ha dicho para intentar justificar la guerra[1].
A fin de cuentas va a ser cuestión de ética. Pero, como en tantas otras ocasiones, ética para sordos, tal y como apunta Máximo en su viñeta de El País (20 de mayo de 2006); sordos que no quieren oír y que son, como dice la Biblia, los más sordos, los sordos irredentos.
El Decálogo es contundente: “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano” (Éxodo 20:7). Santiago, por su parte, se muestra tajante: “Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana” (Sant. 1:26). No es tarea sencilla refrenar la lengua, y más difícil aún resulta para quienes están en preeminencia. El corazón se deja engañar fácilmente; se encandila con el poder y con los halagos; en tales circunstancias, el recurso es cerrar los oídos y taparse los ojos para no percibir la realidad. Y el resultado es que o bien se reniega de Dios o bien se trata de manipular a Dios; no parece haber término medio. A Dios siempre se le ha querido manejar como el “Dios de los ejércitos propios” que siempre va a la cabeza de nuestros proyectos, que justifica nuestros desmanes, que respalda nuestras decisiones, que castiga a nuestros enemigos y premia nuestras decisiones. Y los mega-líderes siempre tienen la misma respuesta: Mis actos serán juzgados por Dios y por la Historia.
Es éste un vicio antiguo en el que incurrió con frecuencia el Israel de la Biblia, y cuyo ejemplo han seguido muchos otros pueblos, incluido el Israel de la historia, invocando el nombre de Jehová, de Dios, de Alá (o cualquier otra forma de designar a la divinidad), como caudillo propio “en contra de” los pueblos, culturas o personas enemigas. Sin embargo, en medio del ruido de los sables y el fragor de la guerra, Dios quiere dejar oír su voz, que dice: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu…” (Zac. 4:6b). ¡Qué lección tan extraordinaria! El Dios percibido por su pueblo como “Jehová de los ejércitos” se manifiesta como alguien que hace renuncia expresa a la fuerza para recurrir en exclusividad al Espíritu. Algo está queriéndonos decir Dios. Pero seguimos tentados a practicar la ética para sordos.
Cuando se pierde la fuerza de la razón, se suele acudir a la razón de la fuerza. Y cuando ésta no es suficiente, ya en última instancia, se recurre a Dios para que de cobertura a nuestros desmanes. Eso es, sin duda, hacer uso del nombre de Dios en vano. El Dios que revela Jesucristo no es un Dios de guerra sino de paz; no es un Dios de invasiones, sino de sanidad; no es un Dios de victorias militares, sino de la no violencia, de la tolerancia, de la paz.
El reto es no dejarse seducir, es decir, no dejarse persuadir con promesas o engaños por quienes pretenden hacernos comulgar con ruedas de molino. A Dios hay que aproximarse con humildad y con respeto. Y escuchar. El silencio es un consejero necesario.
Junio 2006.
[1] Véase el artículo “Blair se pone en manos de Dios” en El País, 5.3.2006, p. 6.