A lo largo de los siglos, la Iglesia se ha encontrado con la responsabilidad de responder a las tendencias y comportamientos que muestran las diferentes sociedades y sus gobiernos. Una breve mirada a la historia de esa Iglesia nos permite identificar todas las dificultades con las que tuvo que luchar y los ajustes que se realizaron debido a los cambios de paradigma que se presentaron en cada época.
Actualmente, y de la misma forma, la Iglesia sigue siendo confrontada por cambios constantes de paradigmas, algunos debidos a las inclinaciones sociales, otros son producto de iniciativas gubernamentales y económicas, por no olvidar los que la misma iglesia produce dada su diversidad. Ciertamente, los desafíos a redefinir nuestras apreciaciones teológicas, más allá de nuestros marcos contextuales tradicionales, y proveer nuevas oportunidades que nos guíen a comprender los momentos que vivimos, son importantes. Puede que un buen punto de partida para la reflexión sea considerar seriamente las palabras de Jesús, cuando dijo: “¡Conque sabéis discernir el aspecto del cielo y no podéis discernir las señales de los tiempos!”[1].
Seguro que muchos estarán de acuerdo en que el desafío para esta generación ante la diversidad de escenarios que se nos presentan es la importancia de “repensar la cristiandad”. No obstante, cuando acuño esta frase no lo hago sobre las bases que dan vida a nuestra fe, sino sobre la relevancia que ésta tiene cuando se trata de marginación, de desigualdad, de guerras y de sistemas sociales y políticos. Las formas globalizadoras y de ganancia del capital ahogan al que tiene menos; suprime y condena al olvido a comunidades y sectores que sufrirán la indiferencia hasta que algunos intereses económicos particulares hagan la correspondiente llamada de atención. Muchos, por desinterés, piensan que estos son asuntos que sólo suceden en otros países, pero únicamente tenemos que darnos una vuelta por nuestras comunidades para ver cómo cada día se atenta contra la dignidad humana sin remordimiento alguno, y esto sucede sin que importe demasiado el escenario político y económico del país en cuestión.
Es en este escenario en el que la Iglesia debe asumir el gran papel socio-teológico que le permita entender las necesidades humanas desde una perspectiva más inclusiva y menos fundamentalista. Muchas denominaciones (algunas por su incompetencia teológica) no propician ambientes de diálogo y de acercamiento a la cultura y a la sociedad, evitando así una influencia fundamental en las comunidades a las que deben a ministrar. Además, muchos optan por un aislamiento selectivo y otros por concepciones equivocadas del bien, del mal o del pecado o, simplemente, el tema no les interesa. Este tipo de actitud pone de relieve y nos permite identificar el poco entendimiento que se tiene de la misión salvífica de Jesús más allá de la Cruz.
Un evangelio que responde incluye las palabras de Jesús: “Salvar y buscar, lo que se había perdido”. En otras palabras, tenemos una responsabilidad espiritual (salvar) y también moral (buscar) con las comunidades que nos rodean. El mundo necesita a Jesús, y no únicamente porque sea ignorante, sino también porque está necesitado. La Iglesia debe responder a una llamada y a una virtud que ya han sido reveladas y otorgadas por la gracia de Dios. La inercia que produce la cosmovisión sobrenaturalista de las cosas ha llevado a muchos a no ser proactivos y a perder la parte práctica de la teología que predican. Además, se pierde una cantidad ingente de tiempo y de esfuerzo en vivir una competencia ministerial de iglesias llenas y con una fuerte economía, lo cual en realidad no tiene nada que ver con el modelo de Cristo.
Los creyentes debemos ser portaestandarte de aquellos a los que la sociedad ignora. En nuestros países, muchas veces se concibe la idea de que las zonas metropolitanas son las más importantes, ignorando así al resto del país y condenándolo a la miseria. La Iglesia, todos los que la conformamos, debemos responder ante las autoridades y los foros que sean necesarios y defender lo que moralmente y cristológicamente es correcto, por el bien de todos.
Es necesario que los creyentes que defienden determinados conceptos teológicos y usan la propia teología como un arma bélica lleguen a la comprensión de que la verdadera teología es dinámica, dialogante con los tiempos, e intenta dar respuestas positivas a los retos que éstos nos presentan; no es el baúl de los recuerdos, ni el castillo de posibles refugios psicológicos. La verdadera teología lleva al creyente a posicionarse correctamente y a entender su valor salvífico para el prójimo; como decía Ivonne Gebara “nosotros también podemos ser sacrificio y resurrección para otros”.[2]
En 1951, el teólogo católico Karl Rahner despertó un cierto interés hacia una cristología más práctica. Uno de sus escritos: Calcedonia, ¿Principio o final? fue la chispa que puso de manifiesto la necesidad de mirar a Cristo de otra manera. Desde entonces, muchos sectores abogan por una cristología práctica, un rediseño de Jesús que proporcione esperanza y liberación para aquellos olvidados e ignorados por la sociedad. Y éste es el gran desafío al que debemos responder.
No obstante, debemos reconocer que un gran sector de nuestra cristiandad ha permitido que las influencias de los mercados, del capitalismo liberal, de tendencias derivadas de la riqueza y otras, ahoguen lo que realmente debería ser su misión. En una ocasión, en la que tuve la oportunidad de dirigirme a un grupo de iglesias evangélicas, dije lo siguiente: “si la iglesia no percibe el plan de Cristo para la comunidad que los rodea, en realidad no tienen iglesia”. Esto quiere decir que estamos llamados a una reflexión participativa e inclusiva que nos permita ver que, en realidad, el amor de Dios no tiene fronteras y que todavía puede servir de aliento y consuelo para aquellos a los que les faltan ambas cosas.
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[1] Mateo 16:3
[2] Ivonne Gebara, ¿Quién es el “Jesús Liberador” que buscamos? 10 palabras acerca de Jesús, Juan J. Tamayo
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