Simon Conway Morris, paleontólogo y biólogo evolutivo, es uno de esos científicos a quien le gusta moverse en la frontera de la ortodoxia darwinista, poniendo a prueba los nervios de los guardianes del orden académico. No mucho, pero al menos tenemos de él en castellano uno de sus libros, representativo de su idea más original sobre el aspecto convergente de la evolución[1], a la que Denis R. Alexander dedica un pequeño estudio, también en castellano, incluido en su texto, o manual de estudio, sobre la creación según la Biblia y la teoría de la evolución[2]. También hay que decir que Conway Morris estuvo en España en 2015 para impartir una ponencia sobre «¿Es la humanidad el destino inevitable de la evolución?», organizada por la Fundación Fliedner de Ciencia y Fe y de la Facultad de Teología SEUT, y la Cátedra de Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad Comillas de Madrid[3].
Conway Morris ha dedicado buena parte de su carrera al estudio de los famosos fósiles del periodo cámbrico de Burgess Shale (Canadá), juntamente con Sthepen Jay Gould y otros paleontólogos. Sus investigaciones le han llevado a estudiar la evolución de los más antiguos invertebrados y vertebrados conocidos también en otros lugares de América, Europa, Asia y Australia. Digo esto para que seamos conscientes de que Morris no es un intruso en el estudio de la evolución biológica a la luz de su cuestionamiento de diversos aspectos de la comprensión teoría evolutiva cuya metodología acepta por completo. Pero, repito, a Morris le gusta ir más allá de las fronteras. Él considera que el pensamiento darwinista es bastante estático en la actualidad, de modo tal que la investigación del proceso de la evolución biológica está un poco estancada. Cree que se necesitan investigadores más inquietos, más atrevidos, y cita a su favor, a Niels Bohr cuando decía: «Me gusta mucho tu idea, de verdad, es una absoluta locura. Sólo hay un problema, no es lo suficientemente loca»[4].
En otra ocasión, Morris comparó la teoría evolutiva en su estado actual a la física del siglo XIX, felizmente ajena a la inminente llegada de la mecánica cuántica y la relatividad general. A continuación de su diagnóstico lanza el siguiente reto: «La física tuvo su Newton, la biología su Darwin: la biología evolutiva espera ahora su Einstein»[5].
En su último libro publicado, De extraterrestres a mentes animales, se propone clarificar lo que él denomina mitos de la evolución[6], los cuales con demasiada frecuencia pasan por verdades incuestionables entre los darwinistas ortodoxos. Entre ellos está la idea de que la evolución no tiene límites en cuanto a los tipos de sistemas biológicos que puede producir. Morris cree que no es cierto. El proceso evolutivo está muy circunscrito y delimitado, tanto en el planeta tierra como en el resto del Universo. Según Morris, la evolución puede concebirse como la vida sondeando sin cesar el espacio hiperdimensional de todas las opciones posibles. Muchas combinaciones son teóricamente imaginables, pero pocas de ellas son biológicamente viables, y sugiere que «la vida terrestre está cerca de los límites físicos y químicos de la vida en cualquier lugar»[7].
«Si existen alienígenas inteligentes, se parecerán a nosotros, y dada nuestra historia nada gloriosa, esto debería hacernos reflexionar»[8].
Los seres humanos no son el producto insignificante de innumerables y extravagantes accidentes biológicos, o el resultado esperado de patrones evolutivos profundamente arraigados en la estructura de la selección natural. Ya en un libro anterior, muy significativo, La solución de la vida, basándose en diversas pruebas biológicas, argumentaba convincentemente que las características generales de nuestros cuerpos y mentes están inscritas en las leyes del universo[9]. Leyes que se deben tener en cuenta a la hora de comprender el proceso evolutivo, sabiendo que obedecen a unas constantes finamente ajustadas conforme a unas matemáticas muy precisas.
Popularmente se tiene la noción que la evolución avanza a ciegas, sin final, en un proceso aleatorio, pero Morris sugiere lo contrario, aportando pruebas científicas de que los procesos de la evolución están «sembrados de inevitabilidades».
«En concreto, sostengo que, lejos de que su miríada de productos sea fortuita y accidental, la evolución es notablemente predecible. Así pues, insto a abandonar la obsesión constante por los mecanismos darwinistas, que son totalmente incontrovertibles. En cambio, hago hincapié en por qué debemos buscar explicaciones a la convergencia evolutiva ubicua, así como a la aparición de sistemas integrados complejos»[10].
En las conferencias Gifford que impartió en la Universidad de Edimburgo, con el título entre poético y provoctivo La brújula de Darwin: cómo la evolución descubre la canción de la Creación, Morris desarrolla su teoría de la complejidad temprana de la vida, intercambiando genes con facilidad y entrando en simbiosis, lo que explicaría «por qué recuperar una genealogía de la descendencia ha resultado tan difícil, si no realmente imposible»[11]. Esto significa que la evolución converge hacia la mejor solución posible, aunque pueda llegar a ella por caminos muy diferentes.
Stephen Jay Gould sostenía que la historia evolutiva es «contingente», término que él introdujo para definir una larga cadena de estados impredecibles. Para Gould, la casualidad hizo que en la llamada «explosión» del Cámbrico apareciera Pikaia, antecesor de los cordados, «el primer miembro registrado de nuestro abolengo inmediato»[12]. Si hubiera sido «diezmada», nunca habríamos aparecido los vertebrados, ni los humanos. Somos fruto de la contingencia, de la «buena suerte». Pikaia es una prueba de que todo es contingente y que los mamíferos y los humanos estamos aquí por pura casualidad. Gould explicaba de una manera gráfica que si se pudiera rebobinar la cinta de la vida y reproducirla de nuevo, se observarían resultados evolutivos diferentes cada vez.
«Pikaia es el eslabón perdido y final en nuestro relato de contingencia, la conexión directa entre la diezmación de Burgess Shale y la eventual evolución humana… Rebobínese la cinta de la vida hasta los tiempos de Burgess Shale y hágase tocar de nuevo. Si Pikaia no sobrevive en la repetición, somos barridos de la historia futura: todos nosotros, desde el tiburón al petirrojo y al orangután»[13].
En resumen, la supervivencia de Pikaia fue una contingencia de la simple historia. Conway Morris, que compartió con Gould el descubrimiento y estudio de Pikaia, se opone a la visión del hombre grande que fue Gould, y defiende una visión totalmente opuesta. Conforme a su concepto de la convergencia evolutiva, esta es el sello distintivo de la historia evolutiva y no la contingencia, lo cual abre nuevas perspectivas a la relación ciencia y fe[14].
Que Conway Morris niegue la contingencia en este punto, no indica que acepte la necesidad de la vida tal cual es. Para él, aunque después hablaremos más de esto, es razonable aceptar un plan misterioso sobre la naturaleza, pero sin forzar el proceso de la evolución cósmica y biológica[15].
Conway Morris sugiere que la convergencia en la evolución infiere que no existe un número ilimitado de posibilidades biológicas, como dio a entender Gould, sino que las formas de vida están restringidas y canalizadas[16].
¿Restringidas y canalizadas por qué o quién?, preguntamos los legos de esta materia en nuestra ignorancia. ¿Por la selección natural? Que sepamos, la selección natural no es un demiurgo que cree nuevas formas por su propia cuenta. Como bien dice Francisco J. Ayala, en la evolución no hay ninguna entidad o persona que seleccione las combinaciones adaptativas.
«La selección natural no consiste en un esfuerzo por producir organismos de una clase predeterminada, sino solo de aquellos que se adapten a sus entornos actuales»[17].
La selección natural es simplemente la manera que tenemos de referirnos al mecanismo que se da en el proceso evolutivo de la vida, determinada por las leyes y constantes de la física y la química en relación con el medio ambiente, lo que da lugar a cambios aleatorios, por azar, pero clarificando que la evolución no está gobernada por mutaciones fortuitas, como dice Ayala, «más bien hay un proceso natural (es decir, una selección natural) que no aleatorio, sino orientado y capaz de generar orden y de “crear”»[18].
Orden y creación, orientación e inevitabilidad. ¿Podemos pensar en que en este marco de conceptos direccionales es posible concebir la idea de un Ser creador inteligente?
Morris, aunque cristiano y creyente, no se manifiesta públicamente en este punto en sus escritos científicos, aunque los partidarios del neodarwinismo, y no digamos los de la escuela de Dawkins, miran con recelo y desconfianza las teorías de Morris. Les preocupa que pueda dar apoyo al Diseño Inteligente, tan desdeñado por los profesionales del neodarwinismo. Peligrosamente, Conway Morris postula un diseñador inteligente, pero se opone rotundamente a los defensores del Diseño Inteligente, que parece lo mismo, pero no es igual. La razón por la que está en contra del Diseño Inteligente es la siguiente:
«En primer lugar, porque, en mi opinión, simplemente no es ciencia. La ciencia no puede funcionar utilizando los preceptos, la metodología del diseño inteligente, no se puede probar. En segundo lugar, en mi opinión, el diseño inteligente tiende a reducir a Dios a alguien como un superingeniero. Como dije en el pasado, existe este mito popular sobre Dios que lo imagina como este hombre en el cielo con una gran barba blanca, y el diseño inteligente lo ve como el hombre en el cielo con la bata blanca de laboratorio, él es el que se entromete con las cosas»[19].
Morris no cree que haya pruebas de Dios, pruebas en sentido empírico, se entiende. No obstante, cree «que si observamos cómo ha evolucionado el universo, o cómo ha fructificado, me sugiere que Dios es el agente de la creación y, por supuesto, para los cristianos también es el agente de la encarnación, lo que es aún más interesante»[20].
Ernan McMullin (1922-2011), físico, filósofo, historiador de las ciencias, creía que no hay nada en el proceso evolutivo en sí mismo que le pueda llevar a uno a reconocer en él la acción deliberada de un Planeador.
«No parece el tipo de proceso que diseñadores humanos emplearían para alcanzar sus fines. Cuando los críticos de la idea cristiana de la historia del cosmos concluyen, en consecuencia, que vivimos en un universo carente de finalidad, lo que están señalando es esta ausencia de un designio reconocible independientemente»[21].
Pero el Creador, especificaba, no es un diseñador en este sentido temporal. Y la contingencia o no de la secuencia evolutiva no afecta a si el universo creado incluye finalidad o no. «Afirmar la realidad de la finalidad del cosmos en este contexto supone que el universo depende para su existencia de un Creador omnisciente. No significa que estemos al tanto de esa finalidad»[22].
Preguntado Conway Morris por la actividad belicosa de los científicos ateos, en la línea iniciada por Richard Dawkins, responde como un verdadero caballero cristiano, sin censurar ni condenar de antemano. Como decían los sabios de antaño, antes de condenar hay que comprender y buscar cómo salvar la proposición del contrario (lo que muchos “apologistas” modernos deberían aprender). Morris piensa que Dawkins es perfectamente sincero en sus creencias, no un fanático ofuscado por sus ideas. Dawkins cree firmemente que Dios no existe, y Morris respeta esa toma de posición, argumentando:
«Mi vida me ha enseñado que hay muy, muy poca gente estúpida. Puede que estén equivocados, pero no son estúpidos, así que creo que escriben con sinceridad.
No acepto en absoluto lo que dicen; creo que no están bien informados sobre muchos aspectos del cristianismo, y que hay muchos argumentos filosóficos que tal vez desearían conocer mejor, pero estas acusaciones ya las ha hecho mucha gente en el pasado, así que no digo que sea nuevo en esto. Pero también creo, y lo he observado muchas, muchas veces, que este entusiasmo por el ateísmo es, de un modo curioso, muy religioso. Tienen un enorme entusiasmo, tienen convicción, sienten profundamente que estas cosas importan. Así que, de un modo extraño, están más cerca del instinto religioso de lo que a veces están dispuestos a reconocer»[23].
A le pregunta de si es imposible tener una carrera científica y mantener la fe, responde:
«No hay absolutamente ningún problema en compaginar una carrera científica con ser una persona de fe. No es obligatorio. No creo que sea esencial, pero me parece que, en realidad, la razón por la que tengo fe cristiana es, en parte, porque estoy convencido de la verdad de los Evangelios. Creo que lo que dijeron sucedió, y eso no se puede ignorar. Pero correspondientemente, creo que la ciencia y la religión tienen muchas cosas en común. Ambas son viajes de inspiración, ambas generan sentimientos de asombro, de estupefacción, y te hacen pensar que esas cosas son increíbles. Y ambas te invitan a pensar en nuevos mundos»[24].
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[1] Simon Conway Morris, ¿Y si la vida volviera a empezar? Los caminos convergentes de la biología evolutiva. Fliedner Ediciones, Madrid 2015.
[2] Denis R. Alexander, Creación o evolución, ¿debemos elegir?, pp. 441-445. Fliedner Ediciones y Andamio, Madrid-Barcelona 2018.
[3] Puede escucharse en traducción simultánea del inglés el castellano en el siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=JmwFfirCZXs
[4] Entrevista de Sean B. Carroll a Simon Conway Morris, On Evolution, Convergence, and Theism, https://www.preposterousuniverse.com/podcast/2022/08/08/206-simon-conway-morris-on-evolution-convergence-and-theism/
[5] S.C. Morris, Evolution: like any other science it is predictable, 12 January 2010. https://doi.org/10.1098/rstb.2009.0154
[6] S.C. Morris, From Extraterrestrials to Animal Minds. Six Myths of Evolution. Templeton Press, 2022.
[7] S.C. Morris, Predicting what extra-terrestrials will be like: and preparing for the worst, 13 February 2011, https://doi.org/10.1098/rsta.2010.0276
[8] S.C. Morris, From Extraterrestrials to Animal Minds, p. 53. Cf. R. Bieri, “Huminoids on other planets?”, Amerian Scientist, 52/4 (1964), 452-458. “Nunca tuvimos visitantes, ni vale la pena crear un comité de recepción con la esperanza de que algún día aparezcan. No están, y estamos solos”. S.C. Morris, Predicting what extra-terrestrials will be like: and preparing for the worst, 13 February 2011. https://doi.org/10.1098/rsta.2010.0276
[9] S.C. Morris, Life’s Solution. Inevitable Humans in a Lonely Universe. Cambridge University Press, 2004.
[10] S.C. Morris, Evolution: like any other science it is predictable.
[11] S.C. Morris, Darwin’s Compass: How Evolution Discovers the Song of Creation, p. 14. Universidad de Edimburgo, 2007.
[12] Stephen Jay Gould, La vida maravillosa: Burgess Shale y la naturaleza de la historia, p. 474. Editorial Crítica, Barcelona 1999.
[13] Id., p. 475.
[14] S.C. Morris, ed., The Deep Structure of Biology: Is Convergence Sufficiently Ubiquitous to Give a Directional Signal? Templeton Foundation Press, 2008.
[15] Desde un punto de vista creyente, la evolución se entiende como un proceso cuya forma general estaría anticipada, y por tanto se pudiera confiar en que llevaría adelante el plan divino, tal como se defiende en el estudio Trinidad, universo, persona. Teología en cosmovisión evolutiva, editado por Emili Marlés (Verbo Divino, Navarra 2014). El concepto de creación se ha enriquecido gracias a la visión evolutiva de nuestro cosmos, dice el profesor Manuel G. Doncel en el capítulo cuarto, donde desarrolla el nuevo concepto de «creación evolutiva».
[16] S.C. Morris, The Crucible of Creation (El crisol de la creación). Oxford University Press, 1999.
[17] F.J. Ayala, Darwin y el diseño inteligente, p. 80. Alianza, Madrid 2011, 4ª ed.
[18] Id., p. 85.
[19] Evangelical Focus, “Science and faith are both journeys of inspiration”, https://evangelicalfocus.com/science/568/science-and-faith-are-both-journeys-of-inspiration
[20] Id.
[21] Ernan McMullin, “Contingencia evolutiva y finalidad del Cosmos”, Scripta Theologica, 30 (1998), pp. 227-251.
[22] Id.
[23] Evangelical Focus, “Science and faith are both journeys of inspiration”.
[24] Id.