No es fácil dar una respuesta rápida e inequívoca a una cuestión de esta naturaleza. Hay quienes, con facilidad, nos hablan de experiencias sobrenaturales: sentimientos, revelaciones, visiones…; otros niegan tal posibilidad al considerar que lo divino (al pertenecer al ámbito de la eternidad) no puede ser aprehendido por lo humano (cuyas dimensiones son el espacio y el tiempo) como si fuese un objeto más de nuestra experiencia.
Karl Rahner ((1904-1984), uno de los teólogos católicos más significativos del pasado siglo, responde a esta pregunta señalando que las vivencias espirituales tienen lugar en nuestra experiencia ordinaria del mundo. Que este “ir más allá” de lo humano acontece en la naturalidad de los eventos diarios. Que la trascendencia se experimenta en la cotidianeidad.
Es obvio que no se trata de experimentar el Misterio de amor que nos envuelve de la manera específica, concreta, objetiva… que nos permite conocer e interactuar con el resto de los objetos, personas o situaciones. La experiencia de trascendencia es más integral, profunda, intuitiva… y se descubre en el trasfondo de situaciones personales potencialmente abiertas al infinito. Jürgen Moltmann (1926), profesor de Teología dogmática en la Universidad de Tubinga, en su libro El Espíritu de la vida señala que: Aunque Dios no pueda ser objeto de la experiencia general del mundo y de la vida, la experiencia de Dios puede formar parte de la constitución trascendental de la autoconciencia humana.
No hay ninguna vivencia espiritual al margen o sin el substrato de nuestro ser en su integralidad física, psicológica y espiritual. Por sublime que podamos considerar la experiencia, siempre estará condicionada por las limitaciones, alteraciones o patologías de nuestra estructura de base y de los condicionantes culturales y ambientales. En la medida que la experiencia religiosa es, inevitablemente humana, el riesgo de quedar afectada por la biografía y las circunstancies es presente.
Jordi Font (1924), jesuita, psiquiatra y psicoterapeuta nos recuerda que toda experiencia humana puede ser estudiada desde las perspectivas somáticas, cognitivas, emocionales… y que las experiencias trascendentales no dejan de ser humanas y, por lo tanto, también poseen bases explicativas corporales, psicológicas y espirituales.
De ahí, la prudencia con la que deben interpretarse tales vivencias. Prudencia no significa negar la posibilidad de la experiencia, sino considerar que las tales siempre se hallarán tamizadas por la personalidad del receptor de las mismas.
Karl Rahner da una segunda respuesta a nuestro interrogante haciendo mención a momentos concretos en los que la experiencia del Espíritu de Dios aparece de manera más nítida a nuestra consciencia. Pueden ser situaciones habituales en las que no siempre es advertido su componente trascendental, pero que en determinados momentos actúan como facilitadores para “ir más allá” de su inmanencia y convertirse en espacios mistagógicos.
Esto sucede cuando la belleza de una noche estrellada, la inmensidad de los mares, la grandeza de la naturaleza, los colores de una flor, una extraordinaria sinfonía, una pintura, un poema… apuntan al elemento de misterio que todo lo sostiene. También en las acciones de bondad: ejemplos de sacrificio y generosidad, la lectura de un cuento por parte del abuelo a su pequeña nieta, el voluntariado en ONGs, el mantenimiento de la amistad… que nos remiten al Amor del que se derivan tales actos. También en momentos de creatividad es posible tomar conciencia el don que nos alcanza. Son momentos de experimentar la trascendencia.
El teólogo protestante Paul Tillich (1886-1965) añade, a los elementos de belleza, bondad y creatividad, el de misterio o de profundidad (no en un sentido espacial, sino metafísico) de la realidad. Con este concepto nos indica que a Dios no debemos buscarle más allá del mundo, en un plano superior o inferior, sino en la profundidad de la propia existencia.
Este elemento de profundidad podemos percibirlo al considerar el origen del universo, su expansión evolutiva, la formación de las galaxias, estrellas, planetas… Su extensión a través de billones de galaxias hasta sus límites desconocidos.
Si de las macro-estructuras nos detenemos a observar el origen de la vida en nuestro propio planeta: organismos unicelulares, pluricelulares, desarrollo de las plurales formas de vida, proceso de hominización y humanización hasta la emergencia de la conciencia en el homo sapiens sapiens… seguimos admirados y sin palabras.
No siempre nuestra atención se halla focalizada en el elemento de misterio que nos envuelve, pero también podemos abrirnos a él y aprender a habitar este lugar impregnado del Espíritu creador mediante la contemplación de la realidad para “ir más allá” de la inmediatez sensorial. Toda experiencia que nos acontece o que realizamos puede tener una dimensión interna trascendente.
También hay espacios y momentos mistagógicos de especial sensibilidad. Pueden ser derivados de situaciones amables como las descritas, pero también los momentos difíciles de sobrellevar, cuando las esperanzas se desvanecen y, misteriosamente, somos sostenidos en la enfermedad, en las circunstancias adversas o en las muchas crisis de la vida. Escribe Jürgen Moltmann: las experiencias vitales contienen experiencias de Dios […] cada momento vivido puede vivirse en el Espíritu, en la cercanía inimaginable de Dios.
Pueden ser también momentos de especial sensibilidad que vienen a nuestro encuentro inesperadamente: el silencio, el recogimiento personal, la introspección, la plegaria, la meditación, la contemplación, un servicio religioso, una lectura, un himno espiritual, la participación en la Santa Cena, el amor y las relaciones fraternas… Momentos facilitadores de experiencias interiores, inmediatas y furtivas, que tienen lugar en un nivel de conciencia que supera la que rige en la experiencia ordinaria y objetiva en palabras de Martín Velasco (1934-2020), experto en temas místicos. Jürgen Moltmann señala que: Las experiencias del Espíritu son tan variadas como lo es la misma realidad sensible.
Las aportaciones descritas de Karl Rahner, Paul Tillich y Jürgen Moltmann sugieren que los cristianos podemos ser sensibles a la presencia de Dios en diferentes tipos de mediaciones. El hombre es capax Dei, posee la capacidad de experimentar el Misterio de la divinidad. Ahora bien, cabe concluir señalando que las formas en que se experimenta la trascendencia no son idénticas para todos. Las variables de personalidad, cultura, educación, contexto, momento vital…, junto a la propia vivencia, determinan la manera de experimentar lo divino en cada persona.
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