En los últimos tiempos ha aparecido toda una serie de doctrinas filosóficas esotéricas que indican que todo aquello que crees o deseas lo atraes. Se dice que los pensamientos, conscientes o inconscientes, influyen sobre la vida de las personas. De manera que, si quieres conseguir algo, el requisito es que lo desees con fuerza y creas firmemente que lo vas a conseguir. Así, atraes energía positiva. Es la “ley de la atracción”. Hay quien ve indicios en el Nuevo Testamento: “De cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho” (Marcos 11.23). Parece, pues, que el pensamiento positivo es la panacea universal.
Tener un pensamiento positivo, desarrollar nuestras creencias y luchar por lo que pensamos es bueno para la salud, pero no nos confundamos porque no siempre se consigue lo que se anhela. En las Sagradas Escrituras vemos a algunos siervos de Dios que, guiados por su fe, lucharon por sus ideales y encontraron lo que deseaban, mientras que otros ni siquiera se beneficiaron de la promesa de Dios. Por eso, el relato de Hebreos 11 es un tanto desconcertante porque si Dios promete, ¿acaso no cumple?
Pensemos en el caso de Abraham. Se le prometió una tierra y una Descendencia: “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa” (Heb 11.8-9).
Pero, ¿qué tierra recibió Abraham? Miremos el verso 13: “Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra”. A Abraham se le dio, también, la promesa de tener una descendencia como la arena del mar, como las estrellas del cielo. Abraham tampoco vio el cumplimiento de esta promesa; solo creyó que así sería, y así fue.
Insisto, la fe, ¿siempre nos hace conseguir lo que deseamos? La respuesta es no. Creemos en el Señor desde lo más profundo de nuestro corazón y confesamos su cuidado y su provisión, pero eso no quita que pasemos por momentos de dificultad, incertidumbre, duda, sufrimiento, necesidad, enfermedad e incluso muerte. Aún así, tenemos motivos para seguir confiando, porque el Señor nos acompaña y si los beneficios de la promesa no se palpan ahora se verán en la eternidad.
Veamos el caso de Moisés. Por la fe hizo grandes hazañas. Por la fe se enfrentó a Faraón, por la fe cruzó el Mar Rojo con el pueblo liberado. Moisés no pisó la tierra prometida; solo se le permitió verla de lejos. El pueblo que salió de Egipto tampoco entró en la tierra prometida; todos los que tenían de veinte años para arriba perecieron en el desierto. De la generación que salió de Egipto, solamente Josué, hijo de Nun, y Caleb, hijo de Jefone, entraron en la tierra prometida (Num 32.11-12). Así, vemos que Moisés, por la fe, hizo grandes proezas y, por la fe, creyó cosas que no vio cumplidas. Consideremos el caso de muchos otros siervos de Dios: “Por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros” (Heb 11.33-34). La fe les hizo conquistar lo imposible, lucharon por ello y lo consiguieron.
Pero hubo otro grupo: “Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido” (Heb 11.36,ss.). Este texto suena a derrota; y la derrota del pueblo es la derrota de Dios en aquella mentalidad.
Para colmo la Escritura dice que, aunque tuvieron buen testimonio, no recibieron lo prometido, lo que nos da una pista para concluir que la adversidad no es consecuencia directa del pecado.
Entonces, da la impresión de que lo que nos acontece en la vida no se correlaciona, necesariamente, con lo que creemos de una forma matemática. Yo creo que 2 x 2 son 4; esto es un dato empírico, fácilmente comprobable. Pero creer que Dios me va a salvar de cualquier conflicto no hace, necesariamente, que así sea.
Veamos algunos ejemplos: Podemos creer que Dios nos sanará de una enfermedad y, sin embargo, sucumbir a ella y morir. Podemos considerar que seremos prosperados en los negocios y que tendremos el dinero que necesitamos para vivir muy bien y, sin embargo, observar cómo nuestro negocio se hunde. Podemos tener un hijo que nos llena de ilusión y creer que Dios le va a hacer crecer sano e inteligente y que será un excelente estudiante y un magnífico ciudadano y, sin embargo, un accidente de coche acaba con su vida a los 18 años. Todo esto no tiene que ver con una fe pobre, escasa o insuficiente.
Creer en algo con firmeza no va a hacer, necesariamente, que consigamos lo que nos proponemos; unas veces sí, otras no. Por ello, un texto revelador es Romanos 14.8: “Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos”. Esto es lo verdaderamente importante, somos del Señor independientemente de lo que ocurra a nuestro alrededor.
Debemos luchar por la justicia, la paz y la libertad de todos los seres humanos; y esto lo haremos por fe, en la confianza de que Dios puede transformar este mundo. A veces conquistaremos lo imposible; otras veces, sucumbiremos; pero no importa, porque estaremos haciendo lo que debemos y que Dios haga lo que bien le parezca.
Debemos estar involucrados en la proclamación del evangelio de Jesucristo, y esto lo haremos por fe, en la confianza de que Dios es el que transforma las vidas por la acción de la Palabra y del Espíritu. A veces veremos milagros; otras veces, no; pero no importa, porque estaremos haciendo lo que debemos, y que Dios haga lo que bien le parezca.
Así que, el pensamiento positivo es necesario para la salud personal, pero no nos confundamos, no es una varita mágica que nos hará llegar a donde nos propongamos, guiados por una fe irracional y una confianza desmesurada. A veces, alcanzaremos la tierra prometida y otras veces nos quedaremos en el camino, mirándola de lejos. Pero Dios seguirá siendo digno de confianza, porque lo que no nos permita conseguir en esta vida nos lo dará en la vida venidera, de manera que la promesa de Dios es verdadera y trasciende el tiempo presente.