La ignorancia es una experiencia común en todos los seres humanos. Todos sabemos algo y todos ignoramos algo; pero cuando se pierde la consciencia de nuestra propia ignorancia nos convertimos en seres plenamente estúpidos.
Recuerdo que en varias ocasiones se me atribuyó términos como “feminista”, “liberal”, promotor de “nuevas masculinidades”, alguien que no es claro en su postura con la homosexualidad porque no los “mandaba al infierno”, y antes bien, perece que los “apoya y empatiza con ellos”. Y así, la tracalada de sandeces que suelen salir de personas con mente estrecha, limitada formación y reducidos en su visión del mundo, la realidad y los conocimientos. Con ese tipo de personas, en un primer momento me enojaba, luego las comprendí, eso redujo mi enojo; y ahora simplemente las veo como aquellas que reflejan un momento de su conocimiento y postura, pero que aún no avanzan en su crecimiento académico, profesional y personal. Por eso arremeten contra todo lo que desconocen; en el fondo les incomoda que el otro/otra tenga una perspectiva diferente y atente contra su particular visión que suelen imponer a otros.
Hoy conmemoramos el día de la no violencia, o lucha contra la violencia machista. Otros dirán que es el día de los y las feministas (como decía, nuestra ignorancia se presta para incrementar la estupidez). Por ello me animo a compartir algo de mi experiencia, creo que puede ser útil contribuir a una comprensión diferente del feminismo.
Todos construimos nuestras teorías, nuestros textos, nuestras historias y conocimientos a partir de la experiencia de la vida. La vida se constituye, en conjugación con los diversos contextos, en ese lugar epistemológico de nuestros saberes, teorías y conclusiones. Ningún conocimiento se produce en abstracto ni es neutral; todos atraviesan las fibras de la existencia intensa de la vida de las personas.
Contradictoriamente a lo que muchos pueden imaginar, mi talante feminista no surge a partir de las teorías críticas, los movimientos sociales de lucha, o los estudios de género y las teologías feministas. Mi feminismo es mucho más sencillo, nace como el de muchos niños y niñas latinoamericanos, desde las marcas de la violencia intrafamiliar. A partir de la sangre que derrama la madre por el fatídico puño de quien decía amarla. En esos espacios donde el niño y la niña sucumben en silencio por el miedo y el temor de no entender lo qué pasa, por qué los padres se maltratan, porqué se abusan, ese incomprensible por qué de la vida para un infante. No hay todavía una teoría filosófica ni una opción preferencial, solo está la realidad de quien ha sido abusado, maltratado, roto su cuerpo, hinchada su cara y maltratado en su ser. Eres un pequeño, una pequeña, y por algún sentido innato de humanidad sabes del lado de quien estas. En ese momento en que ayudas a tu progenitora, a la mujer que yace abusada, y te indignas por esa escena humana; entonces te hiciste feminista, sin saber qué mismo significa eso.
Desde luego, después entendí que esa experiencia que nos atraviesa es la experiencia de muchas mujeres y niños y niñas en todas nuestras Américas, en África, Asía y Europa. Los estudios aportarán a un mejor entendimiento de la problemática, aunque no la solucionarán; pero te ofrecen una serie de diversas opciones para analizar la complejidad de la realidad de las mujeres a nivel mundial, lo que va desde la feminización de la pobreza, la trata, la explotación, la cosificación y control de sus cuerpos, y los abusos inmisericordes que aún se mantienen legitimados en ciertas constituciones y leyes de países.
Los movimientos feministas aun con todos sus avances no han podido cambiar esta realidad; porque en el fondo no se trata de una lucha feminista contra no feministas, se trata de una lucha humana por la dignidad humana, donde los hombres tenemos un rol clave en la reproducción de los abusos y la violencia. Por algo hoy este tipo de violencia contra las mujeres se ha denominado, con oportuno énfasis como “violencia machista”.
La violencia machista está arraigada en la construcción de nuestras identidades, tanto en hombres como mujeres se naturaliza las diferencias y las relaciones asimétricas. La mediación sociocultural, los estereotipos y los medios, y aun ciertas religiones y sus doctrinas, ejercen un reforzamiento en la imagen de ser hombre y cómo deben asumirse las relaciones. Por ello el trabajo crítico de las masculinidades no puede ser evadido si pretendemos luchar con inteligencia para cambiar esta realidad inhumana que experimentan diversas personas en el mundo, solo por ser mujeres.
Poner el dedo en la llaga, duele. Y en ello los hombres y mujeres machistas ven socavado sus privilegios y el ejercicio del poder; por eso necesitan arremeter, distorsionar el discurso o “feminizar” a todos los hombres feministas que tomamos conciencia de esta problemática.
Seamos claros, no es un asunto de teorías feministas, la cuestión es de humanidad; y si el feminismo y otras teorías aportan a dicho esfuerzo, bienvenidas todas, pero el compromiso con y por la vida es de todos y todas.