fervores

Posted On 13/03/2014 By In Opinión With 2526 Views

Fervores y «fervores»

Hay fenómenos sociales que, aún siendo tan superficiales como transitorios e irrelevantes generan un entusiasmo desmedido entre sus seguidores que roza lo grotesco (así, el fútbol y otros deportes, la música contemporánea, los partidismos o patriotismos de toda índole, etc). Se les ha llamado, con razón, “religiones laicas” y constituyen casos en los que observamos, aún en los más pasajeros, equívocos y, a menudo, ridículos, algo que sobrepasa lo meramente humano y razonable.

Este panorama exterior contrasta a menudo con la frialdad que se ha instalado en el corazón de muchos cristianos y de muchas comunidades cristianas de todo signo que languidecen con más pena que gloria instaladas en una insípida rutina al margen de que tengan más o menos actividades. Les falta algo que, efectivamente, sobrepase lo meramente humano y razonable, incluso aunque añadamos el hecho afectivo, sentimental y emocional. Les falta fuerza de convicción interna. Les falta fervor.

La palabra fervor nos remite al verbo hervir, a palabras como efervescente y a conceptos como ardor, ebullición, calor, fuego, etc. O sea que una comunidad ferviente es aquella que hierve, que bulle, que arde al estilo de y por Jesús y su Evangelio; la que busca primeramente el Reino de Dios y su justicia y relativiza todo lo demás.

Pero el fervor, tan necesario, es también un terreno abonado al riesgo. Mal entendido y mal aplicado puede conducir a la irracionalidad, al oscurantismo, a la alienación, al sectarismo o al fanatismo. Incluso, en el mejor de los casos, a un espiritualismo infantil, egocéntrico y desencarnado que se inhibe de la vida real, hace ídolos de los propios fantasmas y se vuelve indiferente e insolidario ante el desamor, el dolor, la injusticia y las necesidades de los demás seres humanos. Y es que, tan antievangélico es el fervor sin compromiso como el compromiso sin fervor… aunque, todo hay que decirlo, donde hay un auténtico fervor cristiano el compromiso, la disponibilidad y la acción brotan con naturalidad.

Porque el fervor, en sentido cristiano se traduce en convicción alegre y entusiasta, motivación vital, determinación valiente, un ardor que está siempre dentro y que emerge fuera visiblemente en determinadas ocasiones. Aparece en forma de gozo, de emoción expansiva, de sentimiento, de percepción experiencial de Dios y, también, en determinados momentos, en forma de indignación, de espíritu de sacrificio, de coraje, de iniciativa, manifestando siempre un dinamismo que opera, eso sí, en sintonía y gratitud con la voluntad de Dios misericordiosa, generosa y desinteresada.

Fervor es, en suma, un estado de vida y acción en el que quienes lo viven y experimentan pueden identificarse de forma serena y profunda pero permanente con las palabras con que Pablo describiría un día su propia experiencia personal: “Ya no vivo yo sino que es Cristo quien vive en mí, y mi vivir humano de ahora es un vivir de la fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí” (Gál 2:20).

Juan Francisco Muela

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