Posted On 25/04/2025 By In Opinión, portada With 133 Views

Francisco: El Papa Presbiteriano | Dan González-Ortega

 

Murió quien yo llamo “el Papa Presbiteriano”. Este afectuoso sobrenombre no es gratuito, se fundamenta en lo que considero la acción pastoral más influyente en la vida de la Iglesia Católica Romana impulsada por Francisco: la Sinodalidad.

Esta Sinodalidad convocada por Francisco es un llamado a una Iglesia Romana más inclusiva, participativa y misionera, en la que toda su membresía camina junta en la escucha y el discernimiento.

La Sinodalidad busca una mayor participación en la toma de decisiones, democratizar la iglesia de la cual Francisco fue pastor, reconociendo la dignidad y el papel de cada persona bautizada, particularmente la feligresía que vive en los márgenes del mundo. Esta visión está comprometida con un proceso de aprendizaje continuo, en el que la iglesia busca comprender mejor su misión.

Este sistema práctico del ejercicio de una democracia representativa-participativa es harto conocido en el mundo de las iglesias calvinistas definidas como “Reformadas” o “Presbiterianas”, pero sobre todo por las iglesias herederas de la Reforma radical del siglo 16 (menonitas, cuáqueras, etc).

La noción del sistema democrático presbiteriano según Juan A. Mackay, influyente teólogo y misionero presbiteriano, se fundamenta en la comprensión de la Iglesia como una comunidad donde la autoridad de Cristo se ejerce a través de representantes elegidos por la congregación.[1]

En el sistema presbiteriano, “El Sínodo” es el espacio simbólico que reúne a las personas que representan a cuerpos democráticos denominados “Presbiterios”, “Consistorios” y “congregaciones locales”. En este sistema Sinodal presbiteriano los aspectos clave son:

  • Gobierno representativo: el principio del gobierno es a través de presbyteros (“ancianos”), personas elegidas por el pueblo. Estos ancianos, tanto docentes o pastores, como también gobernantes, ejercen autoridad en nombre de la congregación local, asegurando que las decisiones se tomen de manera participativa y responsable.
  • La autoridad de Cristo como fundamento: la autoridad final en la iglesia reside en Jesucristo. El sistema presbiteriano busca ser un medio a través del cual esta autoridad se manifiesta en la vida de la comunidad creyente, evitando la concentración de poder en una sola persona o grupo.
  • Unidad en la diversidad: la unidad de la iglesia es fundamental, pero reconociendo y respetando la diversidad de dones y perspectivas dentro de la congregación. El sistema democrático presbiteriano, en su ideal, permite que estas diversas voces sean escuchadas y consideradas en el proceso de toma de decisiones.
  • Libertad cristiana y responsabilidad: la libertad cristiana implica una responsabilidad activa en la vida de la iglesia. Las personas que tienen su membresía en la iglesia no son meras receptoras, sino participantes activas en el gobierno y la misión de la comunidad.[2]

Es evidente, entonces, que esta práctica de la Sinodalidad no es exclusiva de alguna de las tradiciones eclesiásticas del cristianismo. No tiene “derechos reservados”. Pertenece a la Iglesia toda.

Francisco rescato el concepto de manera magistral para procurar una segunda oportunidad evocando la contundente firmeza de la iniciativa tomada por “el Papa Bueno”, cuando quiso “abrir las ventanas de la Iglesia para que entre aire fresco”.

Por eso yo llamo a Francisco “El Papa Presbiteriano”, porque ha sido “amigo”, cercano, intencional de las iglesias que no “comulgamos” con “Roma”, aunque en ella encontramos un perfil distinto del rostro del Resucitado.

En cierta ocasión, cuando mi familia y yo vivíamos en Argentina, tomé un “Buquebus” —que es el Ferry que conecta la Argentina con Uruguay— para viajar de Buenos Aires a Colonia del Sacramento. Ahí me encontré a un hombre con un portafolios negro, de abrigo oscuro, con unas gafas gruesas. Un hombre muy conocido en Argentina pues era el arzobispo de Buenos Aires.

Soy una persona que ha tenido la fortuna de tropezar varias veces con este tipo de encuentros casuales con gente interesante. Y me gusta ir al encuentro de esas otras subjetividades para charlar de todo y de nada a la vez.

Me presenté, se presentó. Charlamos. Le dije que yo trabajaba para la Federación Universal de Movimientos Estudiantes Cristianos (FUMEC/WSCF), él me dijo que conocía bien lo que eso significaba. Y me compartió su deseo de que un día pudiéramos organizar algo de manera conjunta para hacer memoria de las vidas del padre Enrique Angelelli (católico) y de Mauricio López (anabautista) quienes fueron referentes del Movimiento Estudiantil Cristiano en Argentina, pero fueron desaparecidos por la dictadura militar en los años setenta. Lamentablemente, nunca concretamos esa iniciativa.

En esa charla, lo más impactante para mí fue escuchar el aprecio que él sentía por el mundo protestante. Me comentó que cuando fue seminarista en Villa Devoto acostumbraban a organizar encuentros de futbol contra estudiantes de la Facultad Luterana de Teología que, en ese entonces, brindaba sus servicios en José C. Paz. Más allá de que algunas veces existieron conatos de bronca entre jugadores-estudiantes, sus recuerdos eran de amigos, choripanes y buenos mates, lo que implica charla cercana y afectuosa. En ese contexto, evocando la figura de Mauricio López, hablamos de la deuda histórica que católico-romanos y reformados tenemos con las iglesias anabautistas, a las que se maltrató y persiguió mucho, hasta convertirlas en mártires por montones. Dejamos pendiente esa conversación.

Lo más sobresaliente para mí respecto de aquella historia fue que Bergoglio me contó que hizo un gran amigo luterano, un misionero norteamericano que era profesor en la Facultad Luterana. El nombre de aquel docente no lo recuerdo, pero Bergoglio lo atesoraba enormemente, cosa evidente en sus ojos, tras los lentes de “fondo de botella”: “Primero fue mi amigo, luego se convirtió en un guía espiritual de mi juventud, lo hacía bien… parecía jesuita”—dijo, y, tras unas risas con voz entrecortada, remató: —“nunca supe más de él cuando se jubiló”.

Nos despedimos respetuosamente, él seguía su camino de tres horas más hacia Montevideo y yo permanecería en Colonia hasta esa tarde en que volvería a tierras porteñas.

No había pasado una semana cuando subí a un colectivo (autobús) en Plaza Flores, a una cuadra del callejón de Sala donde yo vivía, y ahí me encontré a un hombre con un portafolios negro, de abrigo oscuro, con unas gafas gruesas. Él me miró y nos reconocimos. Lo único que me dijo fue: “y… no me gustan los autos”, para justificar su viaje en transporte público hasta el centro de la Ciudad donde, otra vez casualmente, ambos íbamos a atender a la invitación de un evento organizado por la Cancillería Argentina.

Hoy la Iglesia Católica Romana ha visto trascender a uno de sus mejores pastores. Desde el otro lado de la calle, en buena vecindad y amistad, manifiesto mis sinceras condolencias. Agradezco a la Divinidad por esta primavera de la iglesia hermana.

Una vez, en un contexto muy pero muy diferente, Enrique Dussel me dijo “no tenemos la revolución que necesitamos, pero tenemos la revolución que podemos”. Creo que eso aplica perfectamente a la huella que deja Francisco en la vida de la iglesia a la que sirvió con tanto amor y dedicación. Con el Papado de Francisco han quedado muchas cosas buenas, otras han quedado pendientes, otras sepultadas, pero, a final de cuentas, su “Teología del pueblo” marcó indeleblemente el camino y el futuro de la Iglesia Católica Romana. Tal vez no hayan tenido la reforma que necesitan, pero ahora tienen la reforma que pueden. Y se lo deben al Francisco, el “Papa Amigo”.

En el mundo protestante en general nos apropiamos de una máxima que permite entendernos como una iglesia en constante cambio y transición. El refrán clásico reza así: Ecclesia Reformata Semper Reformanda, o sea, “Iglesia Reformada Siempre reformándose”. Entonces, como católico, Francisco fue muy buen “presbiteriano”.

¡Ojalá que permanezca vivo su proyecto de Sinodalidad! ¡Que esa impronta encuentre la resurrección que merece! ¡Que la Sinodalidad tenga vida eterna entre la gente empobrecida de las “villas” donde el Padre Bergoglio ministró como apóstol de la justicia y la paz!

La Divinidad ha recibido a uno de sus hijos. El Obispo de Roma. “Soy pastor para la Diócesis de Roma” —dijo después de ser electo.

Ha recibido a Francisco, a quien me encontré un par de veces montando un colectivo en el Barrio de Flores porque “no le gustaban los autos”.

Tuvimos el mismo profesor de Biblia —el gran Severino Croatto— y hasta tenía alma luterana (su amigo cercano y guía espiritual de la juventud lo era).

Celebró muy activamente los 500 años de La Reforma de Lutero, co-celebrando con la arzobispa luterana de Suecia. Visitó, para ello, el Consejo Mundial de Iglesias.

¡Descanse en paz, “Papa Amigo” del protestantismo!

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[1] Cf. Mackay, Juan A. El Sentido Presbiteriano de la vida: Lo que significa vivir y adorar como Presbiteriano. Bogotá: AIPRAL, 1969.

[2] Ibid

Dan González Ortega

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