Fundamentalismo

Posted On 10/01/2020 By In Opinión, portada With 2618 Views

Fundamentalismo: algunas de sus causas psicosociales | Jaume Triginé

Introducción

La creciente oleada de intolerancia que nos invade, sea de naturaleza religiosa o laica, ¿puede explicarse tan sólo desde una perspectiva dogmática o ideológica?, el fundamentalismo, de matriz protestante, vinculado a una interpretación literal de la Biblia, ¿sólo se justifica con argumentos doctrinales?

En la medida que vamos conociendo el fenómeno y percibiendo sus formas intransigentes y excluyentes, frente a todo cuanto no coincide con sus presupuestos, identificamos que en su génesis abundan importantes factores causales de naturaleza psicosocial.

Factores sociales

Algunas de las características de la sociedad contemporánea como el neoliberalismo que sitúa a muchas personas en los márgenes del sistema; la competitividad propia de una economía de mercado que provoca una “selección natural” a la hora de hallar un lugar en la estructura jerárquica de la sociedad; el individualismo que nos aísla de los demás… se hallan en la base de la aparición de personas y grupos radicalizados al sentirse excluidos de la dinámica convencional de la sociedad.

A la hora de describir el presente tampoco podemos omitir lo que el filósofo italiano Giani Vattimo señalaba como pensamiento débil y el sociólogo y pensador Zygmunt Bauman como sociedad líquida. Se han desvanecido las grandes verdades y nos hemos instalado en el relativismo. Vivimos en medio de grandes procesos de cambio, todo es volátil, las fronteras psicosociales son más permeables que en tiempos pasados, la interrelación de diferentes colectivos, merced a las nuevas tecnologías, genera una porosidad en la forma de percibir y comprender la realidad. Todo ello comporta altas dosis de inseguridad en determinados segmentos sociales.

La incertidumbre se extiende desde la física cuántica a las ciencias sociales, desde la economía a la moral, desde política a la bioética. Las certezas tienen fecha de caducidad. Se hace difícil establecer unas bases sólidas sobre las que establecer una identidad. Ante este mundo de avances tecnológicos exponenciales y de transformaciones tan rápidas, algunas personas se aferran a sus seguridades. Es su forma de mantener certezas en un océano de mutabilidad. Es su manera de anclarse en una cosmovisión personalista que les permitirá resistir su percepción negativa del entorno.

El aumento de aquellos que sacralizan de manera intolerante algún aspecto de la realidad es la respuesta, en muchos casos, a las incertezas e inseguridades del momento presente. La carencia de flexibilidad ante las nuevas aportaciones tecnológicas, científicas, sociales, bioéticas, teológicas… sitúa a la persona en la rigidez y en la consideración que sólo su posicionamiento es el correcto, juzgando y condenando a todo cuanto se aparta de él. El fundamentalista, al cerrarse regresivamente sobre si mismo, niega la evidencia. El diálogo y los intentos de razonar son infructuosos.

Jaume Flaquer, profesor de la Facultad de Teología de Cataluña, escribe al respecto: Al ser humano la seguridad le viene dada a través de la cultura en la que vive. La cultura proporciona al individuo una cierta respuesta a las preguntas más esenciales de la vida. La tradición y las costumbres permiten que no tengamos que estar preguntando constantemente el porqué de las cosas. Ahora bien, el desmoronamiento de cuanto había representado solidez y estabilidad, la carencia de absolutos, las dudas sobre el presente y el futuro generan la inseguridad y la reacción radical en quienes no pueden superar la crisis por razones de personalidad y biografía.

En el ámbito cristiano, las interpretaciones literales de la Biblia proporcionan “respuestas seguras” al fundamentalista frente al método histórico crítico; frente al análisis de los registros del lenguaje que permite distinguir el símbolo o el mito de la historia objetiva o ante la aceptación de la distinción entre ciencia y fe.

Factores psicológicos

La estructura paranoide de personalidad, con rasgos como el recelo, la desconfianza, la carencia de empatía…, generan una visión sesgada de la realidad. Las personas con tales características, en sus manifestaciones más extremas, perciben determinadas situaciones del entorno como hostiles. Esto explica mecanismos de defensa como la rigidez, la consideración de erróneas las creencias de los demás o una defensa fanática de las propias convicciones.

El temor a la diferencia o al pluralismo es otra de las causas del fenómeno. La existencia de otras cosmovisiones, modelos culturales, opiniones… ponen en cuestión las seguridades propias. El yo se siente amenazado y su reacción es cerrar la puerta de los contactos con todo lo que, por diferente, cuestiona el propio paradigma. En la pluralidad sólo puede vivir el hombre y la mujer maduros. El niño se desorienta.

Frente a la diversidad, solemos ordenar a los diferentes colectivos por categorías; lo que nos permite clasificar al conjunto de lo humano. Esta inevitable categorización comporta, en la persona fundamentalista, los prejuicios culturales hacia los demás por razones de género (imposibilidad de acceder al liderazgo de la iglesia o desarrollar otros ministerios por parte de la mujer que en algunas comunidades carece de visibilidad); religión (crítica al movimiento ecuménico y al diálogo interreligioso), opción política (con veladas o manifiestas expresiones en favor de una determinada expresión de corte radical). El fundamentalista tiende a excluir la diferencia, juzga a quien no vive la realidad como él y condena todo lo que considera una desviación de la “sana doctrina”.

La persona inmadura tampoco admite graduaciones; plantea las cosas de manera dicotómica. Todo queda dentro de las categorías de lo correcto o incorrecto, de lo bueno o lo malo. Tiende a la uniformidad, a la rigidez. Pretende que todos tengamos idénticas experiencias de Dios, que vivamos una espiritualidad homogénea, que creamos las mismas cosas, que hagamos lo mismo… No hay lugar para los matices. Es el temor a la perdida de la propia identidad.

Conclusiones

El mejor antídoto frente a las actitudes intransigentes es la construcción de un yo integrado en el seno de la familia y la educación. Es imprescindible que las nuevas generaciones desarrollen lo que el psicoanalista Erik Erikson denominaba confianza básica. Se trata de aquella actitud personal que permite encarar adecuadamente las situaciones propias de la existencia y que hoy incluyen la globalización; el relativismo; la inseguridad; la incertidumbre; el pluralismo cultural; el mosaico interreligioso… Para ello, los primeros años de la vida son cruciales.

Los padres, los hermanos … son los primeros “otros” con los que el niño se encuentra. Tales relaciones son determinantes. Las relaciones traumáticas en el seno de la familia podrían dar pie a la percepción negativa de los desconocidos, diferentes… con los que el niño, adolescente o mayor establecerá contacto durante el camino de la vida.

La educación continúa en la escuela que, dada la actual pluralidad de procedencias de los alumnos, permite el contacto entre diversas culturas. El estudio de la filosofía y de la historia ha de contribuir al desarrollo de la tolerancia al constatar que nadie posee un punto de vista absoluto de la realidad, tan sólo parcelas que necesitan el complemento de otras cosmovisiones. Otro de los objetivos de la educación debería ser crear condiciones para el establecimiento de amistades interculturales. Las experiencias de proximidad contribuyen, con más fuerza que los razonamientos, a la superación de los prejuicios.

La relación respetuosa con los demás ha de partir de una correcta construcción de la propia identidad. Es desde este presupuesto que es posible la relación en un plano de reconocimiento mutuo. Ramón M. Nogués, catedrático emérito de la unidad de antropología biológica de la Universidad Autónoma de Barcelona, disertando sobre la construcción y defensa de las identidades, manifestaba que: no se trata de negar identidades, sino de hacer el esfuerzo de armonizarlas coherentemente.

Finalmente, la educación debe contribuir a encontrar aquella posición equidistante entre las posturas de exclusión y menosprecio de lo diferente y el sincretismo en el que la propia identidad pudiese diluirse en una especie de uniformidad disfrazada de virtud. Una formación en valores debe facilitar el respeto por la idiosincrasia de los demás, en la misma medida en que exigimos el respeto de la nuestra. En ello está en juego el futuro de muchas relaciones.

 

Jaume Triginé

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