Primero fue la lectura literal de la Biblia que derivó en la doctrina de la inerrancia bíblica para desembocar en la teología de las emociones, pasando por la teología de la prosperidad, por no mencionar otro tipo de reflexiones teológicas o pseudoteológicas que se han ído produciendo a lo largo de los veinte siglos transcurridos desde que Jesús de Nazaret recorría los pueblos y aldeas de Palestina.
Una de las primeras reglas de la hermenéutica es no hacerle decir a un texto lo que el propio texto no dice. Y esto tiene una relevancia de primer orden en lo que a la Biblia se refiere. Por otra parte, es necesario entender que el conjunto de libros que integran la Biblia, tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento, ni son libros de historia, aunque incluyan relatos históricos; ni son libros de ciencia, aunque hagan referencia a determinados fenómenos o acontecimientos que han de ser interpretados por la ciencia; ni son tratados de filosofía, aunque encierren en sus páginas reflexiones que pudieran alcanzar una dimensión filosófica de gran nivel como ocurre con el libro de Proverbios, por poner un solo ejemplo. Los libros que integran la Biblia son libros de religión y su finalidad se centra en ofrecer enseñanzas que tienen que ver con la relación del hombre con Dios; desde la perspectiva judía unos, o a partir de la experiencia cristiana, otros.
El afán por defender las Escrituras condujo a los reformadores protestantes a proteger la Biblia frente a las corrientes liberales, especialmente en el siglo de las luces, desarrollando posturas fundamentalistas con respecto a su contenido y defensa de la lectura literal. Esta corriente se convirtió en un movimiento fuertemente asentado en el siglo XX[1]. En el ámbito protestante, el fundamentalismo está íntimamente relacionado con The Fundamentals, los folletos que aparecieron aprincipios del siglo XX en los Estados Unidos y que hacen referencia a las doctrinas irreductibles de la fe, que darían lugar a la aparición de la World’s Christian Fundamentals Association(1919). Los seguidores de esta corriente teológica propugnan una teología individualista del éxito, identificada con un evangelicalismo conservador. El cristiano es alguien a quien el Señor concede éxito, salud, dinero, poder… Uno de los más conspicuos representantes de esta corriente ha sido el telepredicador Jerry Falwell (cf. “mayoría moral”, 1979). Los fundamentalistas no dan paso a la duda ni a la tolerancia. La verdad no hace ningún tipo de concesiones; llegado el caso, hay que defenderla de todo tipo de agresiones, sin escatimar esfuerzos ni medios (las confrontaciones bélicas más importantes son siempre provocados por mentes fundamentalistas).
La lectura fundamentalista parte del hecho de que, al ser la Biblia inspirada por Dios, todas y cada una de sus palabras están respaldadas por Dios. De dicha premisa se deduce que ha de ser leída e interpretada literalmente, sin tener en cuenta que sus autores se expresan mediante diferentes géneros literarios: alegorías, metáforas, parábolas, épica, historia, profecía, epistola, sapiencial, poesía… Este tipo de lectura fundamentalista-literal, excluye todo esfuerzo por situar el texto en su contexto y aplicar a cada narrativa las claves de interpretación que corresponden. Los defensores de esta corriente rechazan de plano el método histórico-crítico y cualquier otra herramienta científica procedente de las ciencias naturales o de las ciencias sociales que puedan ayudar a interpretar un texto que reúne infinidad de elementos oscuros, al tratarse de escritos que datan, los más antiguos, al menos de cerca de treinta siglos de antigüedad y los más modernos de veinte siglos. Textos que, la mayoría de ellos, especialmente los del Antiguo Testamento y los propios evangelios circularon inicialmente en formato oral para ser registrados por escrito tiempo después, de los que no poseemos los originales, que han sido traducidos desde lenguas muertas, a los que se han añadido textos espurios, mutilaciones, revisiones, etc., además de otro tipo de consideraciones que exigen aproximarnos a ellos con la ayuda de determinadas herramientas interpretativas[2].
El fundamentalismo teológico tuvo que armarse de una doctrina suficientemente sólida para garantizar su permanencia y dio paso a la conocida como inerrancia de la Biblia, es decir, que en la Biblia no se encuentra ningún tipo de error. El origen de este término se encuentra en el movimiento fundamentalista, a inicios del siglo XX, que promueve la interpretación literal de los textos sagrados o fundacionales palabra a palabra, texto a texto, libro a libro, en paralelo y semejanza al fundamentalismo musulmán con respecto al Corán, desechando totalmente la interpretación contextual. La palabra inerrante, aplicada a la Biblia es, sin embargo, muy reciente, data del año 1978, cuando en el mes de octubre de ese año, los días 26 al 28, se produjo la conocida Declaración de Chicago, el documento más reaccionario, fundamentalista e irracional conocido en la historia del cristianismo. En esencia, la Declaración de Chicago afirma que siendo completa y verbalmente [¿¡!?] dadas por Dios, las Escrituras son sin error o falta en todas sus enseñanzas, tanto en lo que declaran acerca de los actos de creación de Dios, acerca de los eventos de la historia del mundo, acerca de su propio origen literario bajo la dirección de Dios, como en su testimonio de la gracia redentora de Dios en la vida de cada persona. (Llamamos la atención de los lectores libres de fanatismo, para que relean y reparen detenidamente las afirmaciones que se hacen).
Pues bien, el fundamentalismo teológico aplicado a la Biblia, con su correlato la inerrancia bíblica, dio paso a la teología de la prosperidad. La tesis defendida por los impulsores de esta corriente teológica es que el cristiano, por el hecho de serlo, tiene garantizada la prosperidad financiera y el bienestar físico; que una fe sincera y comprometida, acompañada de abundantes contribuciones a la iglesia, mediante donaciones generosas, garantiza la riqueza material del creyente. Se trata de una especie de pacto entre el cristiano y Dios; en la medida en la que la persona tenga fe y sea generoso con Dios, Dios le prosperará y le dará seguridad. Ser cristiano es sinónimo de felicidad, de ausencia de problemas, de sanidad física y espiritual. Literalmente, “¡a pobreza es una maldición que se supera mediante la fe”.
La teología de la prosperidad tuvo su origen en Estados Unidos a mediados del siglo XX, propagada especialmente por los telepredicadores que llegaron a montar grandes emporios económicos gracias a los donativos recibidos de sus seguidores. Renombrados líderes del movimiento pentecostal y carismático básicamente como E. W. Kenyon, Oral Roberts, A. A. Allen, Robert Tilton, T. L. Osborn, Joel Osteen, Crefo Dollar, Kenneth Copeland, Cash Luna, Mike Murdoc, Kenneth Hagin, son algunos de los propagadores de esta corriente teológica, sin olvidarnos de Jimmy Swaggart, cuya caída a causa de un escándalo sexual fue estrepitosa. El movimiento se ha propagado por otros países bajo la influencia teológica de los Estados Unidos. Es de justicia señalar que muchos líderes del movimiento pentecostal y carismático han censurado firmemente esta doctrina por considerarla contraria a la enseñanza de las Escrituras.
Pero en esta ocasión queremos reparar en una corriente teológica aún sin catalogar, que se extiende como la pólvora no solamente en Estados Unidos y América Latina, sino también en España. Una corriente teológica heredera e íntimamente conectada con el fundamentalismo y sus correlatos. La hemos denominado teología de las emociones y se ha convertido en el referente “evangélico” en esta primera parte del siglo XXI. La teología de las emociones está estrechamente vinculada a la teología de la prosperidad.
Las emociones forman parte de nuestra configuración como seres humanos, hasta tal punto que en el terreno de la psicología ha tomado cuerpo el conceptointeligencia emocional, dandocomo resultado un creciente interés por descubrir la forma como gestionamos nuestras emociones, ya que de ello depende nuestra estabilidad, nuestro bienestar y nuestra salud mental. Sin entrar en definiciones científicas que corresponde realizar a los psicólogos, sabemos que existen varios tipos de emociones, que son aquellas que se experimentan en respuesta a un estímulo, como la tristeza, la felicidad, la sorpresa, el asco, el miedo, la ira. Hay emociones positivas o saludables, que afectan positivamente al bienestar la de la persona y hay emociones negativas que afectan negativamente. Las emociones pueden tener una proyección social como la venganza, la gratitud, el orgullo, la admiración; pero también existen emociones instrumentales que son aquellas que tienen como fin u objetivo la manipulación de terceros, tratando de lograr algo de los demás.
El dominio de la inteligencia emocional puede convertirse en una herramienta altamente eficaz no sólo para controlar y gestionar las propias emociones sino para dominar y manipular a otros, partiendo de un reconocimiento de las emociones de los demás a fin de controlarlas y manipularlas para beneficio propio. Y aquí entramos en el papel que juega la teología de las emociones, es decir, el conocimiento y manipulación de las emociones de los feligreses por parte de predicadores y evangelistas.
El protestantismo centra su mensaje en la conversión (“una cosa se, que habiendo yo sido ciego, ahora veo”, Juan 9:25) que implica un cambio de naturaleza; (“vete, y no peques más”, Juan 8:11) que, a su vez, supone un cambio de vida que se expresa y da testimonio inicialmente a través del bautismo; (“¿Qué impide que sea bautizado? (…) Si crees de todo corazón, bien puedes”, Hechos 8:36b, 37a). Este proceso lleva consigo una vinculación formal a la Iglesia y una vida en santidad.
Los movimientos emergentes cambian conversión por adhesión; el cambio de vida por la alabanza en formato de mantra; la obediencia a los mandatos de Jesús, por la sumisión a la autoridad de los líderes, denominados apóstoles o profetas; la libertad en Cristo por el sometimiento a las directrices del líder. Para ello, juegan un papel importante las emociones; el control de las emociones. Emocionarse ante un sermón que apela a los sentimientos, sentir compasión por los que sufren o alegría por los que se muestran felices; llorar con los que lloran y reír con los que ríen; son sentimientos que producen emociones loables, pero las emociones no pueden sustituir a la fe, ni ocupar el lugar de la conversión, ni suplir los frutos del espíritu: ·amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza…. (Gálatas 5:22b-23a).
¿Y qué reciben a cambio quienes se someten a este tipo de comunidades en las que se anula la voluntad personal para exaltar y reverenciar la imagen del líder, en las que la consistencia de una fe genuina se sustituye por las emociones pasajeras? La primera y más importante de todas, el refuerzo personal que supone la pertenencia a un grupo, siempre y cuando se mantenga firme la fidelidad personal al líder; el estímulo de emociones como la esperanza de ser sanado, o ser enriquecido, o conseguir la felicidad; la sensación de poder superar las miserias humanas; las caídas o hablar lenguas extrañas, en aparente trascendencia inconsciente, atribuidas a la intervención del Espíritu, sin que se conozca exactamente cuál puede ser su utilidad o propósito; el convencimiento de que Dios les habla personalmente. El problema llega cuando se descubren las miserias del grupo y las debilidades del líder, o que la aparente sanidad no se consolida, que la riqueza prometida es una utopía, que la felicidad es pura ficción pasajera. La esperanza se pierde para dar paso a la frustración, las caídas y otras aparentes muestras de trascendencia espiritual dejan de tener sentido y pierden toda su emotividad. En ese punto, las emociones se desvanecen como el humo y no queda nada.
En resumen, la lectura literal de la Biblia, que da origen al fundamentalismo religioso, es la madre de todos los desvíos teológicos, llámense inerrancia bíblica, teología de la prosperidad o cualquier otro fenómeno parecido que, en la actualidad, dan origen a la teología de las emociones. Las emociones son propias del ser humano. pero no pueden sustituir a la fe. Podemos estar alegres o enfadados, ser felices o desgraciados, sentir amor u odio, vivir esperanzados o frustrados en momentos diferentes de la vida, pero la relación del ser humano con Dios, según la doctrina cristiana, se fundamenta en la fe en Jesucristo que implica la obediencia a sus mandamientos y no en el estado emocional del individuo.
En el próximo artículo escribiremos sobre “Inerrancia y la Declaración de Chicago”
[1]Para una aproximación al tema, me remito a mi artículo sobre el mismo tópico en DICCIONARIO DEL PENSAMIENTO CONTEMPORANEO, Ed. San Pablo (Madrid:1997, pgs 582-586).
[2]Para profundizar en estos temas, recomendamos la lectura de mi libro Redescubrir la Palabra. Cómo leer la Biblia, Editorial Clie (Viladecavalls-Barcelona:2016)