Participábamos de una recepción en el Palacio de la Revolución en La Habana, Cuba. Había tertulias informales en pequeños grupos cuando Gabriel García Márquez se acercó a nuestro grupo y comenzó a departir con amenidad. Su sonrisa intentaba superar cierta timidez. Muy pronto la conversación fue girando en torno a temas internacionales, e incluso algunos comentarios sobre la obra literaria del Gabo y cómo llegó a escribir algunos de sus cuentos, novelas y trabajos periodísticos. Se notaba la incomodidad en ser el foco de atracción y fue indagando por nuestros trasfondos. Cuando llegó mi turno referí que era religioso e intentaba enseñar algo como profesor de teología. Esa referencia lo llevó a plantear algunos temas polémicos que yo percibía era su inconformidad con la tradición católica en que se había formado. No obstante, hablaba con devoción sobre las verdaderas tradiciones que había conocido y valorado desde su cultura caribeña y colombiana.
Al ir reduciéndose el círculo de los conversadores, me atreví a mencionarle su cuento “El ahogado más hermoso del mundo”. Mi comentario inicial intentaba enfocarse en la significación teológica del cuento, destacando la imagen cristológica que me sugería el personaje de Esteban. Incluso, le comenté que en varios de mis sermones sobre la resurrección de Jesús había citado el cuento, y provocado no pocas reacciones posteriores altamente positivas sobre la identificación de la figura crística de Esteban.
“Fíjese, Carmelo, que esa es la interpretación más frecuente sobre el cuento. Aunque creo que puede haber otras también válidas. Eso es lo fascinante de la literatura. Yo lo que quise fue darle rienda suelta a mi imaginación con este personaje de Ernesto.” Fue su contestación.
Hubo otro instante más en que intercambiamos algunos comentarios. Le comenté cuando pude adquirir una copia de Cien Años de Soledad en la Librería Panamericana, cercana al campus de la Universidad de Puerto Rico, cuando era estudiante en dicha universidad. Eso fue en 1968. Y le agradecí el impacto que esa novela hizo en mi vida y pensamiento. Y esta vez me abrazó, sonriendo una vez más con su sonrisa tímida, llena de afecto.
Hoy, cuando sentimos tristeza ante su partida física, evocamos la fuerza espiritual de su creatividad, la genialidad de su imaginación y la ternura de su siempre tímida sonrisa. Gabo es y será lo mejor de nosotros y nosotras en Latinoamérica y el Caribe, por ese genio literario que nos honra. Le agradecemos profundamente que sea la voz universal de nuestra identidad, la mano generosa que enarboló nuestra “soledad” y la hizo esperanza. Por ello y mucho más: ¡Gabriel García Márquez! ¡Presente! Gracias, Gabo.