Romanos 1, 1-7. “Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos, y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre; entre las cuales estáis también vosotros, llamados a ser de Jesucristo; a todos los que estáis en Roma, amados de Dios, llamados a ser santos: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”.
Ya en el saludo de esta carta se dicen muchísimas cosas que se desarrollarán en toda ella, pero aquí nos vamos a detener en el asunto de la paz y de la gracia. Gracia y paz. Pablo declara que el Señor es Jesucristo, y esto, aunque suene extraño, es una declaración de guerra contra Roma. Al decir que el único señor es Jesucristo lo que se está diciendo es que el César, el máximo poder del mundo, no es el señor. Pablo escribe una carta al lugar donde residía el centro del poder del mundo, donde se adoraba al César, dirigida a una comunidad que él mismo no conocía, para decir que el César no es el señor, sino que el señor es Jesucristo. Esto también es una condena de muerte para Pablo. No es que lo romanos no fueran tolerantes, en realidad eran muy tolerantes. Uno podía creer en el dios que quisiera, siempre y cuando rindiera culto al César. Pero si no rendías culto al Cesar tenías un problema.
Cuando Pablo dice que de parte del señor Jesucristo gracia y paz, pienso que a veces, en esta cuestión de la paz, pasamos muy por encima. Cuando es un tema central. Es una declaración de guerra, pero que nada tiene que ver ni con la violencia, ni con las armas. No es una guerra violenta. En la Biblia hebrea encontramos que el centro de la ley es “no matarás”. En un sentido positivo podemos decir que harás lo posible para que vivan tus enemigos. O con las palabras de Jesús: “amarás a tus enemigos”. Diferentes expresiones que comparten significación: no matarás y amarás a tus enemigos. Y así es como se libra esta batalla. Aquí hay una propuesta política, aunque esto hoy, con lo embrutecida que está la política, cuesta oírlo, porque oímos la palabra política y nos saltan todas las alarmas; pero es una propuesta política en el sentido de que la política es aquello que crea pueblo, el poder que genera pueblo, que genera comunidad. La paz romana, la paz de los que quieren que les dejen en paz, es una paz que se consigue con la violencia y con las armas; y la paz de los que no quieren que les dejen en paz es una paz de los que luchan amando a sus enemigos.
Pablo utiliza en este saludo una expresión griega que es kletos, la cual se traduce por “llamados”. Pero está tan sobada esta palabra de “llamados” que es más interesante, y podría traducirse así perfectamente, la expresión “vocación”. ¿Cuál es la vocación cristiana? La vocación cristiana es amar, ahí donde estemos cada uno, donde cada uno deje caer su gota de sudor, su acción, su trabajo, a los enemigos. Ese es un acierto del protestantismo: clarificar la vinculación entre trabajo y salvación. Pues la salvación también tiene que ver con el trabajo, pues también se manifiesta en este. Ahí, donde cae nuestra gota de sudor, amar a nuestros enemigos. No porque vayamos a salvarnos por nuestras obras, sino porque la gracia de Dios se manifiesta en una vocación que va más allá del trabajo, pero que también se vincula con este. El centro de la Biblia hebrea, en su ley, es “no matarás”, y esto tiene un claro sentido político: se construye pueblo sin cimentarlo en la sangre de unas víctimas. En el sentido positivo es hacer lo posible para que el otro viva. Nuestra vocación cristiana necesita que nuestra acción vaya en esa dirección, la de amar a nuestros enemigos para construir esa paz.
Como comunidad protestante podemos decir que somos voraces lectores de la Biblia, algo que reconocen con sana envidia otras comunidades cristianas. Pero quizá es necesario que la leamos más despacio. Porque al leer la Biblia es importante preguntarnos, en el versículo que leemos, o el pasaje, quien está hablando. Preguntarnos cuál es la voz que suena. Pongamos un ejemplo de esto. Si nosotros leemos en la Biblia la expresión “qué es la verdad”, está es dicha por Pilato. No es Jesús quien lo dice. ¿Cómo va a tener el mismo valor? El pastor Enric Capó tiene un título muy sugerente: “no toda la Biblia es palabra de Dios”. Nosotros sólo ponemos por encima de nuestras palabras las palabras de Jesucristo, y en todo caso a un pastor, el que sea, lo sentamos horizontalmente, lo atendemos y lo escuchamos. Pero a mí personalmente me da pena que a pastores tan interesantes como Enric Capó los olvidemos, y a otros le hagamos tanto caso. Como por ejemplo a J. F. MacArthur, tan popular, y que tanto daño hace entre nosotros. Y es que pasa algo con la teología Norte Americana, es como el que come hamburguesas: comerse una de vez en cuando no hace daño, pero todos los días puede ser mortal. No toda la Biblia es palabra de Dios. ¿Significa esto que no toda la Biblia es importante? ¿Significa que hemos de coger los pasajes que nos apetezca y, los que no, desecharlos? No. Significa que a veces es Dios mismo quien habla, a veces es Jesús quien habla, y a veces son otros quienes hablan. Y hay que estar atentos y discernir quien habla cuando leemos. Hacer este ejercicio, que podemos llamar literario, de preguntarnos por los personajes que están hablando y discernir si su voz es coherente, o no, con aquello que se pone en la voz de nuestro señor.
¿Por qué digo todo esto? Porque cuando uno lee la Biblia es muy fácil defender la guerra, la violencia y las armas. Pongamos como ejemplo al profeta Samuel. Este le dice a David que Dios le ha dicho que aniquile a sus enemigos. Y David convencido de ello dice a sus militares que el profeta Samuel le ha dicho que aniquilen a sus enemigos. Pero si uno lee estos pasajes, tales afirmaciones nunca son puestas en la voz de Dios, no vemos la voz de Dios en el texto dando semejante orden. Si Dios dice algo al respecto de estas muertes es que él condena a quienes se han llenado las manos de sangre en su nombre. Hay que leer preguntándonos cuando es que Dios dice algo, y cuando es que otros dicen que Dios dice algo, pues no es lo mismo. Todos recordaréis hace unos años cuando el presidente Bush dijo que Dios le había dicho que fuera y liberara a los iraquíes de Sadam Hussein. Él dijo que Dios se lo había dicho, pero de ahí a que Dios le dijera algo hay un abismo. No matarás, en el sentido positivo harás porque tus enemigos vivan. Eso es lo que nos dice la voz de Dios y esto es incompatible con la paz que se consigue por medio de la violencia. Al leer a Pablo en sus cartas si aprendemos algo es a discernir en planos que voces hay en el texto. Pablo tiene mucho tacto y nos muestra cuando son sus palabras, y cuando son las de Jesús, cuando son las palabras de Dios. Pablo nos enseña a leer la Biblia poniendo en planos distintas voces. No es lo mismo la voz del profeta y la de Dios, no siempre es lo mismo.
Gracia y paz. Esa es la vocación cristiana. Crear comunidad en la paz desde la gracia. Una vocación política, en un sentido mucho más profundo que la política que se desarrolla en partidos políticos. La propuesta política de Jesús es crear comunidad amando a nuestros enemigos. ¿Y cómo es esto posible? En el saludo lo dice en una frase, pero en toda la carta lo desarrolla. Por el poder de la resurrección. Por el levantamiento del cuerpo. Por la actitud ante la vida del cristiano. El punto de inflexión de la historia que es la resurrección solo puede ser entendida como una paradoja: es el hecho que supera todo hecho, pues anuncia en la historia el final de la historia. Jesús en la resurrección vence al tiempo, lo supera, vence a la muerte, vence la finitud. ¿Qué significa todo esto? ¿Qué ha de ocurrir al final de la historia? ¿Hemos de ser aniquilados, la muerte es el final, es la muerte la última palabra? Nacemos y hemos de morir, eso significa que somos finitos. Y esa vida, ya es en sí misma un don de Dios. En la resurrección se supera esa finitud: no es la muerte el final. Hay otro final, y este se revela en Jesús. Digámoslo así: no nacemos para morir, nacemos para un nuevo principio. Ya no somos para morir, sino que somos para vivir de nuevo. Nacemos de una carne, y somos carne; pero esa carne ha de morir. Pero nacemos de un espíritu, y somos espíritu, y este ha de vivir. No es un dualismo, no es que la resurrección sea una vida fantasmagórica, es que a pesar de que el nacimiento carnal nos hace finitos, y Nicodemo tenga razón y no podamos entrar de nuevo en el vientre de nuestra madre y nacer por segunda vez; sí nacemos de nuevo del espíritu de Dios, sí nacemos de nuevo como Jesús nace del Padre.
Vivir en la convicción, agradecidos, de que Dios ha hecho lo imposible en Jesucristo por amor a nosotros, esa emoción, es la gasolina de la propuesta política de amar a nuestros enemigos y construir comunidad desde esa vocación por la paz. Ese sentimiento de gracia es la gasolina. Las emociones y sentimientos no son lo más importante en la vida, es verdad, pero sí son la gasolina. En un coche, y perdóneme el lector lo chusco del ejemplo, la gasolina no es lo más importante, pero sin ella este no se mueve ni un metro. En la vida cristiana sin la emoción de gracia, sin ese sentimiento de gratitud por lo que Dios ha hecho, no avanzaremos un paso en ese proyecto de construir comunidad, no tendremos lo necesario para esta política propuesta por Jesús. Si hay una novedad en estas palabras de Pablo no está en la ley que aquí se defiende, no está en la política que aquí se propone: no matarás es algo que supura en toda la Biblia y que Jesús expresa en su sentido positivo: amarás a tus enemigos. A los que se supone que deberías matar, a esos, amarás. Así se construye pueblo cristiano. Si hay novedad en lo que Pablo comenta en su carta es en la claridad con la que esta propuesta es manifestada en Jesucristo. Si hay una novedad es en la acción de Dios en Jesucristo.
Pablo escribe a Roma y al principio dice que su vocación es predicar a los que nunca han oído hablar del Evangelio. Pero luego da un giro y dice que esta carta es para los que ya han sido llamados, pues también se debe a ellos. Pablo considera que necesitamos juntos confirmarnos en la fe en Jesucristo. No importa quien llamó a la comunidad de Roma, si fue Pedro, Pablo, o un completo desconocido, lo que importa es que fueron llamados a seguir a Jesucristo. Y para estos es esta carta. Es una carta que va dirigida a nosotros. Y que renueva nuestra llamada, que renueva nuestra vocación: la de construir pueblo amando, construir pueblo amando a nuestros enemigos. El pueblo de Roma es un testimonio más de que Jesús vive, de que su presencia crea comunidad, igual que es un ejemplo más, cada una de nuestras comunidades, de que Jesús vive, y de que estamos llamados, de que tenemos una vocación de crear comunidad amando a nuestros enemigos, haciendo todo lo posible para que vivan los otros. Así cumplimos esta palabra de no matarás.
En la tradición hebrea encontramos la convicción de que donde dos o más se reúnen está la torah, está la ley, esto es, hacemos lo necesario para que el otro viva. La ley tiene mucho más que ver con la supervivencia de lo que creemos, pues la vida nómada desde la que brota no era nada fácil. Nosotros decimos algo más, pero que se enraíza en esto: «porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». En medio de nosotros está la salvación. La salvación no es una realidad puramente individual, no es una realidad puramente colectiva, se encuentra entre nosotros. Está entre nosotros, pues es como comunidad que podremos cumplir con esta palabra de crear comunidad amando a nuestros enemigos. Hacer la guerra al poder del mundo amando al mundo. Será entre nosotros que encontraremos lo necesario para hacer posible que se dé ese amor a los enemigos, que podamos dar una respuesta semejante será posible en comunidad, una comunidad llena de sentimiento de gracia por ese poder de la resurrección.