Posted On 27/09/2024 By In portada, Teología With 25 Views

Haciendo frente al problema del mal en el mundo | Jaume Triginé

La cuestión del mal en el mundo es un tema complejo. Probablemente una de las principales materias de la apologética actual. El filósofo y teólogo Francesc Torralba escribe al respecto que: «el escándalo que causa el mal en el mundo es uno de los principales argumentos del ateísmo contemporáneo.» Son muchas las personas que perciben una incompatibilidad entre la existencia de un Dios bueno y todopoderoso y el sufrimiento que acompaña a tantas personas en todos los rincones del planeta.

Una de las causas de esta paradoja estriba en el hecho de continuar manteniendo imágenes de Dios y explicaciones de la realidad, propias de la premodernidad. Parece que no acabamos de explicar comprensiblemente que no es posible un mundo sin sufrimiento y que el mal, en general, es la consecuencia natural de la contingencia y de la finitud de un mundo en construcción. Formamos parte de una realidad evolutiva, transitoria, finita… en la que la ambivalencia es su modo constitutivo.

Convivimos con el mal físico o natural. Terremotos, volcanes, tempestades, accidentes naturales… son el resultado de la autonomía de la creación. Las placas tectónicas se desplazan sobre un magma incandescente y generan movimientos sísmicos, las aguas torrenciales arrastran cuanto encuentran a su paso, los virus provocan infecciones, las mutaciones originan malformaciones…

Existe, asimismo, el mal moral, resultado de un mal uso de la libertad. Son aquellas acciones o negligencias que perjudican a los demás, sean personas, animales o al conjunto de la naturaleza. Nuestra manera de ser nos orienta muchas veces al bien, a la empatía, al altruismo, a la compasión, a la solidaridad; pero también al supremacismo, al odio, a la venganza, a la injusticia, a la corrupción.

Hay males, aparentemente naturales, que son morales como pueden ser la construcción de viviendas con materiales de baja calidad en zonas sísmicas o los incendios de algunos bosques al no efectuar trabajos preventivos de limpieza durante el invierno. Es el resultado de anteponer los intereses personales y económicos en lugar de usar los conocimientos que proporcionan las leyes naturales para evitar tales infortunios.

El conocido dilema de Epicuro: «Si Dios quiere erradicar el mal, pero no puede; es que no es omnipotente. Si puede, pero no quiere; es que no nos ama» está, pues, mal planteado. El mal físico no es un problema de Dios, es la consecuencia de la finitud del mundo. El mal moral tampoco podemos imputarlo a Dios, si no al egoísmo y al mal uso de la libertad.

Un erróneo concepto de Dios ha comportado que, con frecuencia, las circunstancias adversas de la existencia hayan sido interpretadas como un castigo divino. El teólogo José María Castillo escribía: «Un tema que ha estado ampliamente utilizado en las predicaciones es que todas las desgracias que suceden en este mundo son castigos que Dios nos envía a causa de nuestras maldades y pecados.» No es necesaria remontarse demasiado en el tiempo para encontrar este pensamiento; durante los años de la pandemia del Covid-19, abundaron las voces culpabilizadoras y apocalípticas.

Dios no es la causa ni se halla en el origen de ningún tipo de mal; al contrario, en palabras del teólogo Andrés Torres Queiruga, es, más bien, el «anti-mal.» Su amor es ilimitado, incondicional, empático… Dios perdona, acoge, restaura. Hay que abandonar la imagen distorsionada de un Dios punitivo, que castiga con penas eternas los deslices cometidos en la temporalidad, y el uso perverso de los mecanismos del miedo en la pastoral.

Asimismo, también es necesario erradicar la imagen de un Dios que interviene mágicamente sobre la realidad modificando las leyes naturales o resolviendo los desaguisados propios del género humano, tanto por su propia decisión o como resultado de la oración de los creyentes. Si así fuere, Dios sería una especie de «tapa agujeros», concepto acuñado por el teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer. En esta imagen está en juego, además, la arbitrariedad divina. ¿Por qué interviene en unos casos y no en otros? ¿Acaso hace diferencias entre las personas?

No es posible erradicar completamente el mal, físico o moral, que se genera en el mundo. Este nos acompañará siempre. Pero si podemos minimizar sus efectos y contribuir a construir un mundo mejor. Si nos planteamos como actuar frente al mal natural (catástrofes, hambre, desigualdades, enfermedad…), la respuesta es ejercer la esperanza, no en sentido pasivo, como si hubiésemos renunciado a todo tipo de acciones, preventivas o resolutivas, sino en el sentido de confianza en las investigaciones científicas y en la técnica en general, que pueden, a través del conocimiento de las leyes de la naturaleza, corregir situaciones potenciales de alta siniestralidad, enfermedades…

Construcciones más sólidas frente a riesgos sísmicos, desarrollo coordinado y rápido de vacunas como ocurrió con el Covid-19, investigación farmacológica frente a nuevas enfermedades, entre otras acciones, son actuaciones que, en palabras de David Jou, catedrático de Física de la Materia Condensada en la Universidad Autónoma de Barcelona, «pueden ser consideradas como una participación activa en una Creación abierta e inacabada que estimulan a considerar la humanidad no como una especie espectadora y beneficiaria pasiva de la creación, sino como parte intima del dinamismo creativo

Las guerras, los abusos de poder, las desigualdades, las envidias, el rencor…no se resuelven con la tecnología. Las herramientas para hacer frente al mal moral son la cultura, la educación, la economía, la política, el derecho y una escala de valores que busque el bien de los demás. En este supuesto, el mundo de la espiritualidad y de la fe tiene su papel, contribuyendo en la construcción de una sociedad y un mundo mejor a través de su axiología. En este caso, el dinamismo creativo comporta ver y escuchar el clamor de las víctimas y desarrollar acciones legislativas o solidarias en pro de los derechos y de la dignidad de las personas.

No podemos escudarnos ni tranquilizarnos apelando a la causalidad de los hechos: dinamismo físico del universo, leyes naturales, sistema económico, oligarquías, leyes del mercado o determinadas actitudes de los propios afectados. La mirada de Jesús no se dirigía tanto a censurar el pecado, sino a minimizar el sufrimiento. Habrá que continuar tomando en serio las palabras del Maestro de Nazaret: «Os aseguro que todo lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más humildes, a mi lo hicisteis».

 

Jaume Triginé

Jaume Triginé

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