¿El terremoto es una señal de los tiempos? ¿Es un castigo? ¿Es cosa de Dios? Y si es cosa de Dios, ¿cómo entender el sufrimiento de las personas más vulnerables? ¿Por qué el terremoto -como los huracanes y otros fenómenos- siempre golpean más a las personas más pobres, a quienes viven en lugares más peligrosos, a quienes tienen construcciones más débiles? Si es cosa de Dios, ¿por qué tanto sufrimiento de inocentes, de niños, de bebés, de abuelas y abuelos, de gente que al perder lo poco, pierden todo?
Solo 17 veces se menciona la palabra terremoto en la Biblia: 5 en el Antiguo Testamento, 6 en los Evangelios y Hechos y 6 en el Apocalipsis. La mayoría de los textos del Antiguo testamento hablan del terremoto simplemente como una manifestación de la naturaleza.
En Amós, por ejemplo, solo se usa la palabra terremoto para recordar una fecha importante, la del inicio del ministerio del profeta.
“Éstas son las palabras de Amós, pastor de Tecoa. Es la visión que recibió acerca de Israel dos años antes del terremoto, cuando Uzías era rey de Judá, y Jeroboán hijo de Joás era rey de Israel”.
Zacarías también lo utiliza con una intención cronológica que, a la vez, le sirve de analogía en cuanto a la respuesta humana ante la devastación de quienes se oponen al Señor; dice: “Huirán ustedes como antes huyeron sus antepasados a causa del terremoto que se produjo cuando el Rey Ozías gobernaba en Judá”.
Isaías es el único texto del AT, y quizás de la Biblia, que habla del terremoto, como un evento de la naturaleza, pero interpretado como instrumento del que se vale Dios para castigar a los enemigos de su pueblo.
En el NT el trato es similar. Aunque es cierto que la visión sobre los eventos de la naturaleza va cambiando ya que los textos del NT son escrito desde y para una cultura más citadina y menos agrícolas, más de metrópolis y comerciantes y menos de pastores y campesinos. Es decir que los textos son influenciados por unas cosmovisiones que han ido cambiando, especialmente por la visión griega de entender el mundo y a Dios, la cual es diferente a la hebrea.
Recuerden también que la mayoría de las menciones de terremotos que tenemos en el NT son textos bíblicos escatológicos o apocalípticos. El fin de esos escritos es hablar del fin de los tiempos y del juicio a las naciones (entre otros temas).
Esos textos utilizan metáforas, analogías e imágenes para describir ese tiempo futuro, que será real, pero del que se habla con el lenguaje de los símbolos. Por tanto el trueno no es solamente un trueno, el caballo y su jinete, no son solo un caballo y un jinete y el cordero no es un animalito tierno, sino una imagen simbólica del mismo Cristo que da su vida vicariamente por nosotros.
Así las cosas, textos del evangelio y del Apocalipsis que hablan de terremoto, pestes, fuego, etc., no están hablando necesariamente de esos eventos en cuanto fenómenos naturales, sino como símbolos del momento en que Dios vendrá -no solo a algunos- sino a todas las naciones y por tanto también tienen un carácter cronológico o de anunciación/señal del inicio de un nuevo mundo.
Por eso no puede pensarse que los terremotos son castigos de Dios –para otros.as- o cosa similar. Porque en esos textos, aunque simbólicos, los eventos de la naturaleza sólo son referidos en sentido temporal como hitos que señalarán hacia un tiempo en que Dios mostrará su salvación a las naciones. Es decir, otra vez, en sentido cronológico como en el Antiguo Testamento y no como eventos de castigo.
Es más, uno de los textos del Nuevo Testamento (Hechos de los Apóstoles) refiere el terremoto, ni siquiera como calamidad, sino como instrumento de salvación de Dios. Es el caso de los apóstoles, Pablo y Silas, liberados de la cárcel en medio de un fenómeno de la naturaleza. Se rompen las cadenas, se abren los calabozos, y el terremoto es instrumental para proteger la vida de los seguidores del Cristo, para conversión de los opresores y, en definitiva, es un evento de salvación.
Dicho esto, el texto más clarificador de toda la Biblia sobre los fenómenos de la naturaleza, tan poético y tan profundo, es el de Primer libro de los Reyes 19: 3-13 que nos cuenta de un evento especial en la vida del profeta Elías a quien Dios decide manifestarse. El texto tiene muchas vertientes interesantes de reflexión, pero quiero invitarles a poner la mirada en el tema que nos ocupa.
El relato cuenta que Dios invitó al profeta a salir de la cueva en la que estaba escondido por temor de ser asesinado, pues se le quería manifestar en esas circunstancias tan especiales. Esa cueva profunda es muy simbólica de la vida de quienes están en serias dificultades, con el ánimo desvalido, en “oscuridad”, en crisis.
Dice el texto que “Como heraldo del Señor -es decir como mensajero, enviado o emisario- vino un viento recio, tan violento que partió las montañas e hizo añicos las rocas, nada más parecido en su descripción a un tornado o a un huracán; otra vez solo un fenómeno extraordinario y poderoso de la naturaleza. Y dice el texto pero el Señor no estaba en el viento.
Al viento lo siguió un terremoto -otra vez un evento extraordinario de la naturaleza- pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Tras el terremoto vino un fuego -otra manifestación asociada al mundo de la naturaleza- pero el Señor tampoco estaba en el fuego.
Y después del fuego vino un suave murmullo. Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto y, saliendo, se puso a la entrada de la cueva. Entonces oyó una voz que le dijo: —¿Qué haces aquí, Elías?
¡Allí sí estaba el Señor! En el suave murmullo que llegaba apacible a sus oídos, en la brisa suave que acariciaba su rostro delicadamente. Cuántos problemas nos evitamos si dejamos en el plano de la naturaleza lo que Dios ha creado como naturaleza, con sus reglas y funciones, que ciertamente miradas en perspectiva son maravillosas.
Ver la historia de los glaciares, la forma de los continentes antes y ahora, ver la existencia de fósiles como evidencia de vida marina en el medio de la vastísima Patagonia. Todas estas son evidencias de una naturaleza creada por Dios en perfección, -pero a la que estamos destruyendo– que tiene sus modos de funcionar y de reaccionar de liberar energía, de regular temperaturas, de responder a las agresiones. La visión de la naturaleza como don de Dios, se aleja de la visión de la misma como instrumento en manos de un Dios castigador que viene con terremotos, huracanes y tsunamis a asolar la vida de la gente y más aún de la gente que Él más ama, que es la gente pobre y sufrida de todos los tiempos.
El mundo se asusta por los terremotos, ¿quién no? Pero más debería asustarse por el escándalo que representa el flagelo de un mundo que genera muchas más muertes que un terremoto. Preocupación debiera darnos una sociedad que para el bien de alguno necesita de la existencia de otros destinados a ser pueblos olvidados. Pavor debiera darnos nuestro modelo de mundo que genera multitudes de hambrientos y desolados, pueblos enteros sumidos en la necesidad, en lugares vulnerables, con construcciones que no resisten viento, ni lluvia, ni temblor.
Estos días sufrimos un evento de la naturaleza en nuestro país. Pero en Puerto Rico, como en Australia, como en Africa y como en Medio Oriente la tierra grita, como la sangre de Abel y de Cristo. Grita ante el Dios de la vida por un mundo con seguridad y plenitud para todos y todas.
Toda la creación grita, como gritan los moribundos desde abajo de los escombros, como gritan los pueblos originarios en los bosques tropicales, como gritan los pueblos empobrecidos por la megaminería. Grita toda la creación por un mundo desigual que genera y permite la pobreza, el hambre y las injusticias. Grita porque la vida buena de algunos descansa en la marginación de muchos.
Este es el mundo en el que vivimos, la tierra que debe ser trastocada para que todo lamento se convierta en baile. Es el grito de los que esperamos y nos comprometemos con fe, por un mundo nuevo, por nuevos líderes y lideresas enfocadas en la gente y no en el mantener privilegios, sacar ventajas y enriquecerse con la corrupción que a fin de cuentas siempre le quita el techo, la escuela, la salud, el pan a los empobrecidos. Esto es peor que un terremoto.
Cuando el terremoto de Haití en 2001 algunos “cristianos» decían: eso les pasó por creer en el Vudú. En otros contextos afirmaban: que les pase, por comunistas. Etcétera. ¡No juzguemos, ni seamos tan limitados en el entendimiento! Nunca el tiempo de la tragedia es el tiempo del castigo y los prejuicios, es tiempo de alentar la esperanza y construir lo nuevo que tiene que venir.
Éste es el el tiempo de manifestar el amor que Dios nos enseño y vivir la comunión del género humano. Este es tiempo de amar como Él nos ha amado siendo solidarios/as, generosos/as y serviciales haciéndonos prójimo de la persona sufriente, estando al lado de las multitudes empobrecidas. Porque Dios no está con el terremoto, sino con su pueblo sufrido al que ama hasta el extremo.
Termino esta reflexión -basada en un texto que escribí en ocasión del terremoto de Haití en 2010- con un excelente poema escrito en aquella ocasión por mi amigo y colega Gerardo C. Oberman que nos recuerda dónde está Dios:
“…pero Dios tampoco estaba en el terremoto.” (1º Reyes 19:11)
La tierra se sacudió como animal furioso,
temblaron los montes y el mar desató su enojo,
los suelos se abrieron y lo construido fue destruido,
y un pueblo cansado de sufrir vuelve a sufrir.
Vimos sus rostros y oímos sus llantos,
las imágenes estremecían y golpeaban,
personas deambulando, cuerpos aplastados,
destrucción y muerte, dolor y angustia,
tras el terremoto cruel y devastador.
Pero Dios no estaba en el terremoto…
Hijos sin madres, madres sin hijos,
hermanos sin hermanos, amigos sin amigos,
miles y miles de vidas aplastadas en segundos,
historias, esperanzas, sueños, ilusiones
que desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos.
El horror dejó su marca indeleble
en las miradas perdidas, en las caras desoladas,
en los muertos, en los atrapados, en los mutilados,
en cada vida quebrada por lo no esperado.
Pero Dios no estaba en el terremoto…
Alguien gritó su espanto, otras voces se unieron.
alguien elevó una plegaria, otras siguieron,
alguien cantó y muchos cantaron,
alguien levantó un escombro
y otros más comenzaron a levantar las piedras,
alguien abrazó a un herido
y otros más los cargaron en brazos,
alguien tendió su mano
y miles de manos se unieron.
Y Dios estaba entre ellos.
Que así sea.
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