Hegel, Schelling y Hölderlin, los tres, alguna vez, compañeros en sus primeros años de Tübingen. El primero, aquel que dividió a la filosofía hasta el día de hoy, en relación a su sistema, entre pensadores de izquierda y de derecha, y cuyo pensamiento es referente obligatorio para la comprensión tanto de la historia, las ciencias políticas y, desde luego, la misma teología. El segundo, nublado por muchos años por la sombra del primero, pero hoy siendo rescatado como, diría Heidegger, el verdadero y más auténtico pensador del Idealismo alemán, cuyos aportes resultan de gran actualidad y utilidad para la comprensión del mal radical, tan desbordado a partir del Siglo XX. El tercero, y esta es mi opinión personal, el más grande, sensible y trágico de los poetas-filósofos del romanticismo, y acaso de toda la historia de la poesía y la filosofía.
Como es sabido, el camino recorrido por la teología y la filosofía no siempre ha sido un derrotero surcado en completa armonía o libre de tensiones o reproches mutuos. Proverbial resultará al respecto la declaración de Tertuliano con su, “¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén?”. Empero, lo cierto es que el pensamiento cristiano y, «a fortiori», la teología misma, ha requerido siempre de las categorías lingüísticas y conceptuales dadas por la tradición filosófica para la transmisión de sus contenidos. Pasar revista aquí al modo en que la teología a través de toda su historia ha vehiculizado una cierta filosofía de hombre y mundo y adjunto a ello un determinado sistema, en su esfuerzo de sistematizar el contenido de las verdades reveladas e intentar explicitar así la inteligencia de la fe, podría resultar un cometido demasiado largo e inoficioso, baste, a lo menos señalar, y no más que como muestras escogidas, cómo las ideas de un Plotino han contribuido en no poca medida al sistema global de la teología de Agustín, o las de un Aristóteles en Tomás de Aquino, o las de un Escoto y Ockham en Lutero, o las de un propio Heidegger en Bultmann. Quien arguya adolecer, por tanto, de cualquier filosofía de ser humano y mundo, y en consecuencia prescindir de la configuración de un determinado sistema para su hablar en categorías de pensamiento humano de la inteligencia de la fe, no ha hecho más que permitir que una cierta filosofía y sistema, ¡que conscientemente él no ha elegido!, condicionen lo que él mismo entiende es su hablar aséptico y sin mediaciones de la fe.
Pero no sólo esto, se debe reconocer, además, que ninguna elaboración teológica que pretenda insertarse en el surco propio de la historia del pensamiento cristiano podría, en propiedad, desligarse de los emplazamientos con los que la filosofía ha desafiado al cristianismo a un repensar de un modo más profundo su fe y, en tal sentido, tales emplazamientos, como ha dicho Paul Tillich, han resultado, muchas veces, más significativos para la historia del pensamiento cristiano, que mucha de la repetición tradicional y de compromiso del propio discurso cristiano y sus grupos.
Sin embargo, no será si no con la irrupción del pensamiento científico y con ello la instalación de la modernidad, fechados tradicionalmente con la persona y obra de Descartes, y el descubrimiento de la autonomía del sujeto, que la filosofía abandonará su rol tradicional de “sierva de la teología” (Philosophia ancilla theologiae), para no sólo independizarse de ésta, sino, en la mayoría de los casos, convertirse en su juez (el positivismo, el materialismo, la filosofía de la sospecha), o, incluso, para verse ella misma como su consumación final (Hegel). Empero, ya fuere como sierva, en su comprensión anterior a Descartes y la modernidad, ya fuere en su rol de juez que cree poder determinar el valor o no del discurso cristiano, ya, simplemente, creyendo ser su consumación, como en el sistema de Hegel, o proporcionándole a la misma teología los recursos lingüísticos y conceptuales para expresar de un modo más cabal sus contenidos, lo cierto es que no le resulta posible al pensamiento cristiano prescindir de la filosofía. En tal sentido, conviene aquí recordar las palabras de Wolfhart Pannenberg, que siempre suelo insertar en mis cursos acerca de la influencia que la filosofía ha ejercido en el quehacer de la teología:
“Sin un verdadero conocimiento de la filosofía no es posible entender la figura histórica que ha cobrado la doctrina cristiana ni formarse un juicio propio y bien fundamentado de sus pretensiones de verdad en el tiempo presente. Una conciencia que no haya recibido una suficiente formación filosófica no puede realizar adecuadamente el tránsito –es decir, llegar a tener un juicio independiente- que va desde la exégesis histórico-crítica de la Biblia hasta la teología sistemática. En este proceso, lo que menos importa es tomar partido por una u otra filosofía. Lo decisivo es tomar conciencia de los problemas que surgen a medida que se profundiza en la historia a lo largo de cuyo transcurso han ido tomando forma los principales conceptos filosóficos y teológicos”. (Wolfhart Pannenberg, «Una historia de la filosofía desde la idea de Dios».)
José Luis Avendaño, es Doctor en Teología y Filosofía (PhD), por la Universidad de Toronto. Ha servido también como pastor de la ELCA (Evangelical Lutheran of Church in América). Es autor del libro: "Identidad y relevancia. El influjo del protestantismo de los Estados Unidos o la 'American Religion' en el mundo evangélicode América Latina. Próximamente será publicado al español su tesis doctoral: "Un esbozo de teodicea a la luz de la 'theologia crucis'. Martín Lutero ante el misterio del sufrimiento humano, cristiano".
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