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Posted On 19/01/2016 By In Biblia, Pastoral With 8328 Views

Homosexualidad, Biblia y cultura

El libro sagrado

Partimos de la base de que la Biblia es un libro sagrado que no tiene la intención de dictar normas o leyes que anulen la libertad del individuo, sino orientarlo a la convivencia, a la paz, al amor, a la fraternidad, a la concordia…, a la vida, de forma especial para los más desfavorecidos.

Sacar un texto fuera de contexto y usarlo como arma arrojadiza para aquellos que no se ajustan a la norma establecida sería un atentado a la intención de Jesús de Nazaret, porque eso era precisamente lo que hacían los fariseos en su tiempo. Mantener una determinada posición o conclusión a partir de una serie de términos bíblicos confusos, sin atender al entorno sociocultural en el que se escribió un texto es más que peligroso.

El libro sagrado se escribió en un contexto determinado, con unos componentes culturales específicos y en una terminología que, a veces, es difícil de entender. Jesús era judío y vivió en una sociedad judía, en la que la Toráh influía sobremanera en la forma de entender la vida y la espiritualidad.

Así las cosas, si nuestra orientación es la letra de la ley, podremos encontrar sentencias muy graves hacia muchas prácticas cotidianas que para nosotros son normales. Por ejemplo, la Toráh explicita que si alguno tenía un hijo rebelde, su padre y su madre lo debían llevar a los ancianos de la ciudad y debía ser apedreado (Dt 21.18-21); lo importante era el orden establecido, la autoridad patriarcal… Era la ley. En nuestro contexto sociocultural esto es una aberración.

Sin embargo, si nuestra orientación no es la letra, sino es el espíritu de la ley, podemos intentar explicar textos como el que acabamos de citar para comprender la cultura de la época y el interés en preservar el orden establecido en una sociedad patriarcal, pero ajeno a nuestra cultura y, por lo tanto, no normativo; por ello, erigir prácticas religiosas y normas morales sin atender a estos elementos imprescindibles en la hermenéutica, empuja directamente hacia el fanatismo, el integrismo y fundamentalismo farisaico.

Según sea el concepto que tengamos del libro sagrado nuestra comprensión de la religiosidad y la espiritualidad estará condicionada. Letra o espíritu, esa es la cuestión.

Los textos bíblicos

Los textos más importantes en el Antiguo Testamento sobre la homosexualidad aparecen en la Toráh, más concretamente, en el código levítico orientado a la santidad. Lo importante era diferenciarse de los demás pueblos para dar a conocer al Dios de Israel, un Dios santo.

Levítico 18 comienza con una exhortación al pueblo de Dios para que no se comporte como los que vivían en Egipto, ni como los que habitaban en Canaán (v.3). Todo el capítulo 18 está orientado a las relaciones sexuales dentro de la familia patriarcal; es decir, la clave para interpretar este pasaje lleno de prohibiciones es el parentesco. Así, habla de relaciones sexuales con parienta próxima (v.6), padre o madre (v.7), la mujer del padre (v.8), la hermana (v.9), la nieta (v.10), la hermana del padre o de la madre (v.12-13), la tía (v.14), la nuera (v.15), la cuñada (v.16), la sobrina (v.17)… Además, en todas estas relaciones sexuales, aunque sean de parentesco, se daba una situación de dominancia del varón respecto a la mujer, tema no menor en la sociedad de la época.

En este contexto menciona las relaciones con varón como con mujer (v.22) y se concluye que es abominación. En el verso 24 se dice que ese tipo de prácticas correspondía a la corrupción de las naciones que el Señor iba a echar delante de ellos. Además, se advierte que cualquiera que hiciere esas cosas, era abominación y debería ser cortado del pueblo (v.29). Lo mismo tenemos en el capítulo 20, reiterando la prohibición de tener relaciones sexuales con parientes.

En este sentido, no podemos obviar el contexto de estas relaciones, ya que la prohibición se da en el seno de la familia patriarcal. Por ello, llama la atención que entre los 2 capítulos que hablan de las relaciones sexuales prohibidas en los grados de parentesco de la familia (Lev 18 y 20), el redactor intercala las leyes de la santidad y la justicia (capítulo 19) poniendo el énfasis en las normas que permitían la convivencia en el pueblo de Dios y, de forma expresa, la renuncia a la venganza, exhortando al amor al prójimo como a uno mismo (19.18). Por lo tanto, podemos deducir que las leyes de la santidad en lo que afectan a las relaciones dentro de la familia estaban para proteger de la violencia o venganza a los miembros de esa familia. En este sentido, las relaciones sexuales entre varones dentro de una familia estaban prohibidas de la misma manera que lo estaban otras relaciones de parentesco para evitar la venganza y favorecer la convivencia  en el pueblo de Dios.

El trasfondo histórico-religioso también arroja luz sobre la intencionalidad del redactor bíblico ya que en Canaán se practicaban orgías sexuales en honor a Baal. Por eso, los hebreos asociaban la homosexualidad a la idolatría; esto apoyaría el que en Levítico 18, después de hablar de las relaciones de parentesco prohibidas desde el punto de vista sexual, se mencione el ritual sacrificial de ofrecer al hijo por fuego a Moloc (v.21) y a continuación habla de las relaciones homosexuales. Seguramente, también Deuteronomio 23.17-18, donde se dice que “no haya ramera de entre las hijas de Israel, ni haya sodomita de entre los hijos de Israel”, se esté refiriendo a personas dedicadas a la prostitución ritual en los templos paganos.

En resumen, cuando la Toráh habla de homosexualidad se prohíbe dentro de una misma familia, en situaciones de dominación, idolatría, violencia, prostitución, ritos paganos…

En el Nuevo Testamento llama la atención el hecho de que Jesús no habla de la homosexualidad. Esto solo es un argumento de silencio y, por lo tanto, poco concluyente; Jesús tampoco habla en contra de la esclavitud y, sin embargo, en las sociedades modernas en las que vivimos y en la cosmovisión religiosa actual, consideramos la esclavitud como una aberración superada en la Declaración Universal de los Derechos humanos en cuyo artículado expresa: “Nadie será sometido a esclavitud ni a servidumbre, la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas” (art. 4).

Con el apóstol Pablo sí que se introducen textos que tratan de regular las relaciones interpersonales dentro del seno de la Comunidad y de forma expresa habla de relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. Veamos algunos textos.

Rom 1.18,ss. En esta sección se habla de la rebeldía del ser humano y, de forma más concreta, los versos 26-27 hablan de las mujeres que dejaron “el uso natural por el que es contra naturaleza” y de los hombres que, “dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres”. La palabra lascivia (orexis) es un término genérico para hablar de todo tipo de deseos. Lo llamativo aquí es que la relación sexual de hombres con hombres es calificada de “hechos vergonzosos” (asjëmosúnë); este término significa “vergüenza, desnudez”, y está en correlación con los textos del Antiguo Testamento que insisten en no descubrir la desnudez de los parientes.

La expresión “contra naturaleza” aplicado a las mujeres en este texto de Romanos, también llama la atención. El texto griego usa“parà phúsin”, y esta misma expresión aparece en 11.24 donde se habla del olivo silvestre y el injerto que se describe como “contra naturaleza” (parà phúsin), misma expresión. El hecho de que la rama injertada no sea original no significa que no tenga vida, que no crezca, que no dé fruto o que sea mala en sí misma, todo lo contrario, es diferente. La preposición “pará” con acusativo significa “al lado de”, “junto a”; usamos la expresión “paranomal” para hablar de aquello que no se ajusta a ciertos patrones generales, como una experiencia que está al lado de otra, que se parece, pero es diferente… En este sentido, ¿qué es natural y antinatural?, ¿cómo determinamos eso? Por ejemplo, volar es “antinatural” para un ser humano, pero cogemos un avión, nos divertimos haciendo parapente, saltamos en paracaídas… También es antinatural cortarse el cabello, llevar gafas, construir carreteras, devolver bien por mal, llevar ropa… Que no sea “según la naturaleza” no significa que sea malo en sí mismo; sencillamente, es diferente. Por ejemplo, ir en bañador en una playa es normal, pero caminar así por la ciudad no lo es. Es el contexto en el que nos movemos lo que determina la “normalidad” de las cosas.

El texto de Romanos nos habla de un deseo que surge en la persona y que le lleva a una situación que socialmente es aceptada como diferente y/o vergonzosa. En este sentido, el entorno cultural es tremendamente importante. Por ejemplo, en la cultura con tradición musulmana, la mujer ha de ir cubierta íntegramente y, de forma especial, la cabeza; lo contrario representa una gran afrenta que avergüenza a su marido. Pero en las tradiciones occidentales, incluidas las religiosas, la mujer es igual al varón en capacidad, dignidad y derechos, no representando ninguna vergüenza ni afrenta el hecho de que vaya con la cabeza descubierta; ¿qué es natural que la mujer lleve un velo sobre su cabeza o que no lo lleve?; la cultura es lo que lo determina. Por ello, parece ser que las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, en la cultura romana y judía representaban una “desviación”, siendo una práctica vergonzosa en ciertos contextos, según veremos más adelante.

1ª Cor 6.9: Habla de que los injustos no heredarán el reino de Dios y menciona expresamente a los fornicarios, los idólatras, los adúlteros, los afeminados y los que se echan con varones. Continúa la lista en el verso 10 con los ladrones, los avaros, los borrachos, los maldicientes y los estafadores. Aquí tenemos 2 términos que hemos de considerar: “afeminados” y “los que se echan con varones”. La palabra “afeminados” (malakós) solo aparece 3 veces en el NT (Mat 11.8; Luc 7.25; 1 Cor 6.9); los 2 primeros se refieren al tipo de vestido y nuestro texto de Corintios que traduce “afeminados” en la versión Reina y Valera 1960, pero puede tener otras connotaciones como persona libertina o inmoral. Ahora bien, ¿quién determina lo que es moralmente aceptable en una sociedad? Esto nos da pistas para pensar que hay conductas que están aceptadas o rechazadas en función de la cultura en la que se den.

La otra expresión a considerar, “los que se echan con varones”, traduce el griego arsenokoítës que se usa solamente aquí y en 1 Tim 1.10; este término se compone de 2 palabras griegas: koíte (cama) y ársen (varón) y es un tanto inseguro identificarlo con la homosexualidad ya que había otros términos griegos para ello y que no son usados aquí. Lo más probable es que se trate de aquellas personas que estaban dedicadas a la prostitución masculina sagrada en los cultos paganos de Corinto y podrían ser identificadas como “corruptoras de jóvenes”. Con esto concuerda el texto que estamos viendo (1 Cor 6.9) cuando comienza hablando de fornicación y, a continuación, habla de “idólatras”… Todas las conductas aquí descritas en este texto se practicaban en la prostitución pagana; de nuevo tenemos aquí un entorno cultural peculiar.

Por otro lado, hemos de recordar que la ciudad de Corinto fue destruida por los romanos en el año 146 a.C., y sus ciudadanos fueron ejecutados o vendidos como esclavos y se prohibió reconstruir la ciudad. Fue Julio César, un siglo más tarde, quien fundó la nueva ciudad, como una colonia romana y se convirtió a partir del año 26 a.C. en sede del procónsul y capital de la provincia senatorial de Acaya. Entre sus habitantes había soldados romanos retirados; según Estrabón, muchos eran libertos romanos (estaban un escalón por encima de los esclavos), también había judíos, algunos griegos, pero eran los romanos los que dominaban la ciudad con su cultura y leyes, por lo que se sostiene que Corinto era una ciudad más romana que griega.

En el mundo griego la relación sexual entre personas del mismo sexo no representaba una aberración; es más, se entendía como el amor ideal y “perfecto”. Entre los romanos, en los inicios de la república la homosexualidad estaba absolutamente prohibida y no fue hasta finales de la república y comienzos del Imperio que hubo un cambio, las costumbres griegas se fueron asimilando y las relaciones homosexuales se iban normalizando, aunque se mantenían ciertas diferencias respecto a los griegos. Entre los romanos la relación homosexual principal se daba entre un hombre adulto libre y un joven esclavo, lo que nos puede dar indicios para pensar en una relación de dominación entre ambos (amo/siervo).

Así las cosas, si el trasfondo de estos textos del Nuevo Testamento es la prostitución sagrada masculina en los templos paganos y las relaciones de dominación y abuso hacia los jóvenes varones esclavos se daba en un contexto más romano que griego, podría ser entendible la orientación paulina condenatoria sobre este tipo de práctica sexual, a partir de los componentes culturales.

1 Tim 1.10 nos habla de que la ley fue dada para los pecadores…, y dice expresamente que fue dada para los fornicarios (pórnois), para los sodomitas (arsenokoítais), para los secuestradores (andrapodistaïs)… Los 3 términos usados parecen formar una unidad en este texto. El término “sodomitas” está enmarcado entre “fornicarios” y “secuestradores” o más bien, tratantes o traficantes de esclavos; esto nos da a entender que estamos en el meollo del negocio de la prostitución tanto femenina como masculina. Ropero apunta:

Según los últimos estudios del término “cama-varón(es)” (arsenokoítai), parece indicar relaciones sexuales abusivas en el contexto de explotación y opresión, probablemente relacionadas con la compra/robo de muchachos para emplearlos en tales menesteres, tanto en medios profanos como sacros. Quizá se estaría aludiendo aquí a los sacerdotes de los templos donde se practicaba esta abominación, descalificados así como “proxenetas” (Alfonso Ropero, Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia, Clie, 2013, pág. 1201).

Con ello concuerda el final del verso 10: “cuanto se oponga a la sana doctrina”, en referencia a las prácticas degradantes que se hacían con el ser humano en la sociedad civil y religiosa pagana. El apóstol Pablo habla de una línea de conducta que se aleje de esas prácticas degradantes para caminar a la luz del evangelio de Cristo (sana doctrina), donde las relaciones interpersonales se dan desde el respeto al ser humano (independientemente de su orientación sexual), desde la igualdad, desde la fraternidad y el amor.

A modo de cierre…

Creo que es pertinente introducir aquí el concepto de pecado. Las prácticas citadas en muchos textos bíblicos se identifican cuando representa una maldad contra otro ser humano, pero aquello que no es una maldad contra otra persona no puede ser catalogado como pecado. El mal no está en la relación sexual entre 2 hombres (o mujeres) cuando ambos consienten, sino en el abuso, la obligación, la dominación, la violencia que uno puede ejercer sobre el otro, la prostitución, la promiscuidad, el parentesco, el tráfico con seres humanos… Sería conveniente y necesario contestar a la pregunta: ¿Qué maldad está cometiendo una pareja del mismo sexo que consciente y libremente ha tomado la decisión de desarrollar un proyecto común? Yo no soy homosexual, y mi respuesta a esta pregunta es que no está cometiendo ninguna maldad; eso me basta. Sin embargo, sí veo maldad en algunas relaciones heterosexuales, matrimonios consagrados en los que uno de los dos está subyugado, tiene miedo, padece violencia de género, está dominado por el dinero del otro…, y la parte débil ha de “aguantar” porque no ve una salida. La maldad no está en la relación sexual entre dos personas del mismo sexo, sino en la dominación y control que una persona ejerce sobre la otra.

Por otro lado, las sociedades modernas occidentales han aceptado y regulado las uniones entre individuos del mismo sexo, desde el respeto a la dignidad de la persona. ¿Por qué la iglesia, tantas veces a remolque de la sociedad, ha de poner cortapisas abanderando el literalismo bíblico y la intransigencia mal entendidos y peor gestionados? Ya es hora de que la iglesia levante la voz para protestar por el abuso de poder, por la estrechez de miras que impera en los gobernantes respecto a los que sufren y se dedique a proclamar el evangelio de buenas noticias de salvación para todo ser humano independientemente de su condición social, económica o sexual. El apóstol Pedro tuvo que aprender que Dios no hace acepción de personas, pero la iglesia señala con el dedo a los que no se ajustan al estándar de calidad típico del cristianismo tradicional, a los que son “contra natura” por el hecho de ser simplemente diferentes.

La iglesia ha de abrir sus puertas a todo ser humano de la misma forma que Jesús acogió en su Comunidad de seguidores a todo tipo de personas; uno de sus más íntimos, que luego le traicionaría, era ladrón, sustraía de la bolsa (Juan 12.6), pero Jesús en ningún momento le expulsó del grupo. Iglesias acogedoras, integradoras es lo que necesita nuestra sociedad y no inquisidores que busquen pecadores o culpables porque, sencillamente, todos lo somos.

Recordemos que no hace demasiado tiempo las mujeres (sí, nuevamente las mujeres) tenían prohibido hablar en las iglesias evangélicas, bajo pena de disciplina y excomunión y se fundamentaba en la claridad de los textos bíblicos que, ni estaban tan claros, ni se interpretaban correctamente; un poco antes ni siquiera podían votar en unas elecciones democráticas y no tenían derechos sobre los hijos… ¿No estaremos acaso, también en estos momentos, ante un fenómeno similar con el tema de la homosexualidad? Cada uno ha de responder a esta pregunta desde la honestidad y conciencia a la luz del evangelio de Jesús de Nazaret.

Pedro Álamo

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