Posted On 16/12/2010 By In Opinión With 1943 Views

Hostilidad u hospitalidad: Respuestas a la inmigración en los Estados Unidos de América

Introducción 

Las siguientes reflexiones han surgido en el contexto de la realidad de la inmigración en los Estados Unidos de América. Sin embargo, nos parece pertinente darlas a conocer al pueblo de Dios en otros contextos que padecen similares realidades. Por todo el mundo nuestras sociedades enfrentan la dura realidad de la inmigración de miles y millones de seres humanos que huyen de la guerra, el hambre y la violencia social.

A principios del siglo xxi, encontramos que las iglesias de habla castellana se componen predominantemente de inmigrantes de primera generación, recién llegados a los Estados Unidos, empujados a emigrar al norte por la creciente pobreza, violencia, falta de oportunidades y las recurrentes crisis políticas, sociales y económicas de nuestros países. En esto, no somos distintos a ningún grupo étnico de origen europeo que en el pasado inmigró a este país, o a otras etnias que se vieron forzadas a emigrar hacia los EE.UU., o incluso a gente que fue forzada a venir por la vía de la esclavitud y la explotación. Este es también un fenómeno mundial.

Ante tal situación los gobiernos, sociedades e iglesias receptores de los inmigrantes han respondido a menudo con actitudes de racismo y clasismo, cuando no de represión y violencia. Esa situación es aprovechada para mantener a los frecuentemente indocumentados inmigrantes en situaciones de esclavitud simulada.[1]

Como inmigrantes venimos cargados de dolor y esperanza. Somos portadores de una fe que nos ha costado vivirla y propagarla en medio de culturas adversas a ella. Contamos todavía a múltiples mártires que sufrieron y murieron por el simple hecho de esforzarse por vivir y predicar el Evangelio en nuestros países de origen. Todavía en muchas partes de la América morena, al sur del río Bravo, se sufre diversas formas de intolerancia religiosa y ostracismo social por pertenecer a una fe que no es la de la mayoría. Esta experiencia histórica ha moldeado y sigue moldeando nuestra reflexión teológica y la expresión de nuestra fe.

Dejar nuestra tierra y nuestra parentela para venir a un país que nos percibe con desconfianza y hostilidad no es fácil. Ministrar bajo circunstancias laborales a menudo injustas y discriminatorias, incluso de nuestros paisanos, hace aún más difícil nuestra vida en este país. Sin embargo, luchamos por ganarnos el respeto y el trato digno y honorable que todo ser humano merece, dentro y fuera de nuestras comunidades cristianas.

Para quienes somos miembros de las iglesias cristianas en EEUU, es un desafío permanente cuestionar y transformar las estructuras que hacen de nuestra vida como hispanos una verdadera via crucis.   El racismo, la discriminación social, la injusticia, la pobreza y los obstáculos para acceder a servicios básicos como la salud y la educación, entre muchos más, requieren que articulemos nuestra fe y respondamos con nuestro pensamiento y nuestras acciones a esas realidades denigrantes e inhumanas y las transformemos para la gloria de Dios. Y eso debe empezar en nuestras propias comunidades de fe, que no son ajenas de dichas actitudes y prácticas ajenas al Evangelio y que lamentablemente las repiten sumándose a la sociedad.

En parte, la hostilidad hacia el inmigrante esto se debe a que la globalización ha acelerado la cosificación de los seres humanos. La ganancia económica es valor supremo incluso sobre la vida humana en sociedades bajo la soberanía del Mercado. Parece que los anti-valores del imperio en turno se van imponiendo de tal manera que se ha realizado una conquista espiritual de dimensiones también alarmantes. Tal conquista incluso sobre las crecientes iglesias evangélicas que indudablemente se han multiplicado y experimentado un crecimiento exponencial pero que a menudo son muy pobres representaciones del Reino y también con frecuencia encarnan los “valores” y visiones de la sociedad de consumo y del mercado. Como bien lo expresaba hace ya tres décadas con agudeza uno de nuestros teólogos:

De esta manera se ahoga la conciencia crítica y una sociedad que debiera ser motivada por el esfuerzo y la solidaridad es conducida a la huida de la realidad y a desarrollar los hábitos y las preocupaciones de un mundo orientado hacia el ocio y el consumo … un estilo de vida caracterizado por la artificialidad, el egoísmo, la persecución inhumana y deshumanizante del éxito medido en términos de prestigio social y dinero y el abandono de la responsabilidad por el mundo y el prójimo. Este último punto es, en algunos sentidos, el más serio. (Míguez Bonino, 1977, 56).

Pablo González Casanova también hacía similar denuncia hace varias décadas con estas palabras proféticas:

Estados Unidos realizó una penetración cultural sin precedente en la historia de      Iberoamérica. Los valores de la «civilización norteamericana» se difundieron e      «internalizaron» mucho más allá de los meros «slogans». [Fue] una política  de penetración destinada a influir en los marcos teóricos y las escalas de valores de élites y masas, a alterar y enajenar sus estilos «naturales» de pensar y querer. …La ontología de Hollywood se convirtió en el sentido común de gran parte de las clases medias de América Latina e hizo de ellas un venero de colaboradores preparados y una amplia base social para el «desarrollo asociado». …Desde la conquista de América por los españoles y portugueses ninguna cultura penetró tanto al sur del río Bravo como la norteamericana de la gran empresa (González Casanova 1979, pp. 28, 29, 33, énfasis nuestro).

¿Qué se podrá decir de quienes vivimos en las entrañas del imperio?

Al mismo tiempo, nuestros países son gobernados por los grandes intereses económicos de corporaciones transnacionales (incluyendo la del narcotráfico y la del comercio sexual con niños y adolescentes). Los tratados de libre comercio sólo han aumentado la miseria de los latinoamericanos mientras han engordado los bolsillos de las grandes corporaciones transnacionales. En los últimos años la industria de la guerra ha resurgido en el escenario mundial para tomar su tajada sustanciosa de petróleo a costa de innumerables vidas humanas. Más recientemente, se han hecho públicas las deudas de unos cuantos, mientras sus ganancias siguen siendo sólo de ellos.

Los seres humanos, como apuntará Viviane Forrester (1997), se han tornado desechables. Hemos pasado de la explotación salvaje a la marginación y de la marginación al desecho (no reciclable) de personas que no le sirven para nada al moderno sistema mundial, donde la ganancia económica es valor supremo muy por encima de mujeres y hombres, niños y ancianos.

¿Es posible crear modelos alternativos para organizar la vida social?

Uno de los asuntos más espinosos en el tema de la inmigración de indocumentados es la cuestión legal. Las personas que vienen a este país sin documentos rompen las leyes inmigratorias del país. En la opinión de muchos, deben ser castigadas y cualquier medida que se tome al respecto tiene el respaldo de la ley. Para quienes así piensan este es el punto final de la discusión. Por ello, muchas personas viven un serio problema de conciencia al ofrecer cualquier ayuda a indocumentados. Hay quienes han intentado incluso determinar la membrecía en sus iglesias dependiendo del estatus legal de las personas. Otros limitan su plena participación dependiendo de si tienen o no su green card.[2] La obediencia o desobediencia a  las leyes es un problema que asedia la discusión y paraliza a muchos cristianos.

Esta reflexión intenta ofrecer luz al respecto y proveernos como ciudadanos del reino de los cielos la ayuda necesaria para tratar con el asunto. Mi acercamiento es a partir del texto bíblico pero a la vez recordando realidades históricas a menudo ignoradas, voluntaria o involuntariamente.

Creo que mi argumento tiene incluso mayor fuerza si consideramos que la discusión que se da en el evangelio de Mateo con respecto a la ley, trata no con una ley humana, relativa y perfectible, sino con la Ley de Dios cuyo carácter normativo es ineludible para los que nos decimos seguidores de Jesús. Es sin duda un problema no con la ley misma sino con su interpretación. Y creo que la mejor interpretación es la que Jesús ofrece. Y esa es la debemos acatar quienes nos llamamos cristianos.

Haré un rápido recorrido por el Antiguo Testamento mirando la ley, sus usos y abusos. Luego iremos al evangelio de Mateo y consideraremos la manera en que Jesús interpretó la ley. Al final ofreceré algunas recomendaciones pastorales.

I. La ley en el AT: Una ley de amor y justicia. Dignificación y protección de la vida humana a partir de un hecho fundamental: El ser humano ha sido creado a la imagen de Dios.

A. El ser humano creado a la imagen de Dios. En este punto queremos señalar la importancia crucial de la enseñanza bíblica acerca del ser humano como portador de la imagen de Dios. Esto es fundamental en una época en que los derechos humanos son diariamente violados y en los que requerimos recuperar una concepción bíblica del ser humano.

«Entonces dijo: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Que tenga

dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo; sobre los animales

domésticos, sobre los animales salvajes, y sobre todos los reptiles que se arrastran por el

suelo». Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y

mujer los creó» (Gn. 1:26-27).

Gracias a esta doctrina, el cristiano reconoce la dignidad y valor que el ser humano tiene por el hecho simple pero profundamente significativo de que ha sido creado a la imagen de Dios. De ello deriva su valor y alta dignidad. La vida humana adquiere un valor sagrado y ha de ser protegida, respetada y dignificada.

Por ello es que Dios mismo se muestra en las páginas de las Escrituras como guardián celoso de los derechos, dignidad y vida del ser humano. Ante la ausencia de cortes humanas de justicia, Dios reclama directamente a Caín la sangre de su hermano Abel. La pregunta de Dios a Caín «¿dónde está Abel tu hermano?» implica que Dios ha hecho al ser humano responsable de sus semejantes. Aunque la respuesta de Caín, «¿soy yo acaso guarda de mi hermano?» (Gen. 4:9) supone irresponsablemente una respuesta negativa, Dios demanda del hombre y la mujer un estilo de vida que asume una respuesta positiva. Sí, soy guarda de mi hermano.

Notablemente, Dios también protege la vida del fratricida Caín y muestra así su gracia y el supremo valor que le ha dado a la vida humana. Sin embargo, después del triste acontecimiento de Génesis 4, el fratricidio de Caín, como en círculos concéntricos la violencia se constituye una característica constante en la historia de la humanidad. Así, la violencia que parte del individuo afecta a la familia (Gn. 4:23-24), se extiende a la sociedad (6:5,11-13) y desemboca en las naciones (11:1-9).

En Génesis 6 descubrimos la condición de la humanidad de los días de Noé. Es un cuadro patético. Violencia y corrupción son sus marcas dominantes. En consecuencia, el juicio de Dios no se hace esperar y el diluvio viene (Gn.7 y 8). En Génesis 11 encontramos a los hombres unidos en un sólo propósito de rebeldía contra Dios. Tal organización es descartada por Dios como ilegítima y así el Señor esparce a los hombres en toda la faz de la tierra (11: 9). De manera que no sólo el hombre ha caído y necesita ser transformado; las instituciones que el ser humano crea manifiestan su pecaminosidad y en consecuencia caen bajo el juicio de Dios, a menos que también sean transformadas.

La corrupción humana afecta no sólo al individuo sino también al «orden» social que él produce, como se ve claramente en la historia de la torre de Babel, y como lo veremos ilustrado en la historia misma de la nación de Israel.

Dios, sin embargo, aún en ese contexto de degeneración humana, se revela como el defensor de la dignidad y alto valor del ser humano, hecho a su imagen y semejanza (Gen.9: 5-6).

En virtud de su creación a la imagen de Dios y de su elevada y singular posición de señorío sobre la creación, el ser humano es causa de admiración y reverencia (Salmo 8). La caída en el pecado no altera este hecho fundamental; paradójicamente lo acentúa. El ser humano no dejó de serlo, más bien se hizo rebelde y al hacerlo se deshumanizó. Al pecar contra Dios pecó contra sí mismo y se sumió en una existencia infrahumana. La imagen de Dios se distorsionó pero no se perdió. Como dice don Alex Lora en una de sus canciones,

Dicen que somos hechos a imagen del creador,

Pero somos una copia pirata

Sin control de calidad.

Sin embargo, Dios, por su grande misericordia, acentúa su amor hacia el perdido. La redención que Dios efectúa en Cristo nos restaura y humaniza. Nos reconcilia con Dios, con nosotros mismos, con nuestro prójimo y con la creación. El valor, honra y dignidad del ser humano alcanzan su máxima expresión por el imponderable costo pagado para nuestra salvación con el sacrificio de Jesús.

En un mundo como en el que vivimos, en el que la globalización económica cree que el lucro es más importante que los seres humanos, y en el que miles y millones de seres humanos son sacrificados en los altares del consumismo, el racismo, la violencia y el fanatismo, es relevante recordar y vivir estas palabras:

Decía Abraham Kuyper que a partir de esta enseñanza bíblica

…se deduce que todos los hombres o mujeres, ricos o pobres, débiles o fuertes, tontos o

talentosos, como criaturas de Dios, y como pecadores perdidos, no tienen ningún derecho

de dominar unos sobre otros, ya que ante Dios somos iguales… Por ello …condena no

meramente toda esclavitud abierta y los sistemas de castas, sino toda forma de esclavitud

encubierta, como la de la mujer y del pobre; se opone a toda jerarquía entre los hombres;

no tolera la aristocracia…

Luego añade que ante una enseñanza como ésta, el cristiano

estaba obligado a encontrar su expresión en una interpretación democrática de la vida; a

proclamar la libertad de las naciones; y a no descansar hasta que política y socialmente

cada ser humano, simplemente por serlo, sea reconocido, respetado y tratado como una

criatura hecha a la imagen divina»

B. El ser humano dignificado y protegido por la Torá (Ley de Dios). Un hecho notable que descubrimos en una rápida ojeada a la ley de Dios es que el mandato: «Amarás a tu prójimo, como a tí mismo» (Lev. 19:18) se especifica y desglosa en todo el pentateuco, en las múltiples circunstancias de la vida cotidiana, sean estas en el hogar, el trabajo, la sociedad o las relaciones internacionales.

Así aprendemos que en la Ley de Dios no sólo se protegen los derechos humanos fundamentales sin distinción de clase social, nacionalidad, religión o raza (como bien lo ilustran los diez mandamientos). De una manera especial se dan leyes encaminadas a proteger a aquellos que, en la estructura social y política de la vida comunitaria, son fácil presa y víctimas de los pecados de otros; aquellos que por su posición económica (pobres y esclavos), legal y social (huérfanos y viudas), moral (criminales y «pecadores») e incluso racial y religiosa (extranjeros), pueden ser ignorados por sus semejantes, abandonados en su miseria y/o ser objeto de la explotación, opresión e injusticia de quienes se encuentran en posiciones ventajosas y privilegiadas. Como alguien ha dicho, el dilema de los pobres consiste no sólo en que son pecadores sino en que se peca contra ellos.

De hecho es fácil constatar un énfasis muy marcado en el amor que se debe a quienes de una manera especial son vulnerables ante las injusticias de sus semejantes, a aquellos contra quienes otros pecan, es decir, las viudas, los huérfanos, los pobres y los extranjeros. Por ello, no es accidental que cuando en Lev 19:34 se repite el mandato de amar al prójimo, se pone como objeto de dicho amor al «extranjero», ya que  los israelitas se pueden identificar con él y con su situación desventajosa «porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto»1.

La ley de Dios advierte al creyente tanto de la injusticia que se comete siendo indolente e insensible a las necesidades humanas, como de la que se comete con actos violentos contra quienes no se pueden defender.

C. El llamado profético a defender la vida de los vulnerables.

Los profetas como intérpretes de la ley constituían la conciencia crítica de la nación. En los días de la monarquía, los profetas desarrollan un ministerio a contracorriente de la sociedad y sus instituciones. Descubren los profetas que la ley de Dios es sistemáticamente violada y que las leyes de la tierra se hacen para beneficiar a los poderosos y oprimir y saquear a los pobres y a quienes no tiene voz.

Recordemos que la Ley proveía regulaciones encaminadas a prevenir el pauperismo y a restaurar la igualdad  entre los israelitas (algunos de los muchos pasajes al respecto son: Ex. 22:21-27; 23:9-12; Lv. 19:9-13, 33-34).

La razón fundamental de la justicia social demandada en la Ley, estribaba en el dogma esencial de la misma que decía: «la tierra pertenece a Dios» (Lv. 25:23). En base a ello Dios estableció varias instituciones tendientes a restaurar la justicia social. Entre ellas sobresalen el año sabático (Ex.21:2-6,10-11; Dt.15: 1-8; Lv.25:2-7) y el año jubilar (Lv.25:8-24). Dios es el dueño soberano de la tierra y el hombre es sólo un mayordomo. En esto consistían el estímulo y razón de la ética bíblica.  Todo esto, sin embargo, se había convertido en letra muerta para la nación.

Durante la monarquía Dios levantó a los profetas que como intérpretes de la Ley eran la conciencia de un pueblo rebelde y contradictorio, injusto y opresor. Ellos llamaron a Judá e Israel a practicar la justicia demandada por la Ley.

Los profetas condenaron a sus contemporáneos por su lujo en la construcción (Os. 8:14; Am. 3:15, 5:11) en las diversiones (Is. 5:11‑12; Am. 6:4) y en el vestido (Is. 3:16‑24). Condenaron la compra de la tierra por quienes «juntan casa a casa, y añaden heredad a heredad hasta llenarlo todo» (Is. 5:8).

Las riquezas de la época estaban de hecho mal distribuidas y frecuentemente mal adquiridas: «Codician las heredades, y las roban; y casas y las toman; oprimen al hombre y a su casa, al hombre y a su heredad» (Mi. 2:2). Los ricos terratenientes especulaban y defraudaban a la gente (Os. 12:8; Am. 8:5; Mi 2:1‑2), los jueces recibían soborno (Is. 1:23; Jer. 5:28; Mi. 3:11; 7:3), y los acreedores no conocían la misericordia (Am. 2:6‑8; 8:6) (De Vaux, 73).

A partir de los días de Salomón los reyes, siguiendo una costumbre generalizada en el antiguo oriente, efectuaron levas reclutando gente para hacer trabajos forzados.  Esto ya había sido predicho por Samuel (l S. 8;12, 16‑17 ). Sin embargo, el sentimiento popular consideró el trabajo forzado como una exacción (un impuesto injusto) y el profeta Jeremías denunció al rey Joaquín (un hecho rarísimo en el contexto del oriente antiguo) por construir su palacio sin respeto a la justicia, haciendo a los hombres trabajar sin pagarles:

«¡Ay del que edifica su casa sin justicia, y sus salas sin equidad, sirviéndose de su prójimo de balde, y no dándole el salario de su trabajo! (Jer. 22:13).

Este es un caso de una ley del rey que sin embargo el profeta considera injusta y que  denuncia enérgicamente.

En el siglo VII a.C. la prosperidad de unos pocos estaba a la orden del día. En Oseas 12:8 Efraín (Israel) dice: «Ciertamente he enriquecido, he hallado riquezas para mí».  Isaías también denuncia: «Su tierra está llena de oro y plata, sus tesoros no tienen fin» (2:7).

Si analizamos esta situación a la luz del mandato «amarás a tu prójimo como a tí mismo», el corazón de la ética veterotestamentaria, vemos que los responsables de administrar la justicia en Israel respondieron al mismo con injusticia y opresión.  Los profetas Oséas, Amós, Isaías, Jeremías, Miqueas y Habacuc subrayan sus pecados sociales de manera elocuente. Por ejemplo, el profeta Amós dice con términos gráficos y elocuentes:

Así ha dicho Jehová: Por tres pecados de Israel, y por el cuarto, no revocaré su castigo; porque vendieron por dinero al justo, y al pobre por un par de zapatos.  Pisotean en el polvo de la tierra las cabezas de los desvalidos y tuercen el camino de los humildes; y el hijo y su padre se llegan a la misma joven, profanando mi santo nombre. Sobre las ropas empeñadas se acuestan junto a cualquier altar,  y el vino de los multados beben en la casa de sus dioses (Am. 2: 6‑8).

Denuncia de leyes injustas que oprimen al pueblo. Los profetas también denunciaron leyes injustas y opresivas que lejos de promover el bienestar y armonía sociales, destruían el tejido social, de las familias y comunidades. Esas leyes injustas afectaban de manera particular a quienes no tiene voz y a quienes eran los más vulnerables en la sociedad israelita. Además, la ley tenía precio y quienes podían pagarlo ganaban los pleitos legales (Isaías 10:1-4; 1:23; 5:23; Amós 5:7, 10-15; Miqueas 3:9-11; Salmos 58:2; 82:2; 94:20-21).

¡Ay de los que emiten decretos inicuos y publican edictos opresivos!

Privan de sus derechos a los pobres

Y no les hacen justicia a los oprimidos de mi pueblo;

Hacen de las viudas su presa

Y saquean a los huérfanos.

¿Qué van a hacer cuando deban rendir cuentas? (Isaías 10)

Ustedes convierten el derecho en amargura

Y echan por tierra la amargura.

Ustedes odian al que defiende la justicia en el tribunal

Y detestan al que dice la verdad.

Por eso, como pisotean al desvalido

Y le imponen tributo de grano,

No vivirán en las casas de piedra labrada que han construido.

Ustedes oprimen al justo, exigen soborno

Y en los tribunales atropellan al necesitado.

¡Odien el mal y amen el bien!

Hagan que impere la justicia en los tribunales;

Tal vez así el Señor, el Dios todopoderoso,

Tenga compasión del remanente de José. (Amós)

Escuchen esto ustedes, gobernantes del pueblo de Jacob,

Y autoridades del pueblo de Israel,

Que abominan la justicia y tuercen el derecho.

Que edifican a Sión con sangre

Y a Jerusalén con injusticia.

Sus gobernantes juzgan por soborno,

Sus sacerdotes instruyen por paga,

Y sus profetas predicen por dinero.

Para colmo, se apoyan en el Señor diciendo:

¿No está el Señor entre nosotros?

¡No vendrá sobre nosotros ningún mal! (Miqueas).

¿Acaso ustedes, gobernantes, actúan con justicia

y juzgan con rectitud a los seres humanos?

Al contrario, con la mente traman injusticia

Y la violencia de sus manos se desata en el país. (Salmo 58)

¿Hasta cuándo defenderán la injusticia

y favorecerán a los impíos?

Defiendan la causa del huérfano y del desvalido;

Al pobre y al oprimido háganles justicia.

Salven al menesteroso y al necesitado;

Líbrenlo de la mano de los impíos. (Salmo 82)

¿Podrías ser amigo de reyes corruptos

que por decreto fraguan la maldad,

que conspiran contra la gente honrada

y condenan a muerte al inocente? (Salmo 94).

Todos estos textos tienen en común la enérgica denuncia de un sistema judicial que sirve los intereses de los poderosos a expensas de los pobres, desvalidos y vulnerables. Desde aquellos decretos que desatan la xenofobia, maldad y violencia contra los illegal aliens, hasta la criminalización del hambre que ha creado la situación que hoy viven agudamente nuestras comunidades latinoamericanas y caribeñas.

III. Los israelitas ante las leyes de las naciones e imperios en turno.

Desde los días en que Israel nació como nación, su misma supervivencia se vio marcada por un acto de abierta desobediencia al decreto del Faraón que había condenado a la aniquilación a los recién nacidos israelitas. El valor y fe de las parteras que así actuaron, y de los padres de Moisés, desafiando la ley del Faraón, son reconocidos y honrados como modelos de fe (Heb. 11:23).

Casos como los de Daniel y sus compañeros, Ester, los macabeos y otros ilustran la realidad de que la conciencia de los creyentes siempre debe responder a una ley superior y que en esos casos, no es posible obedecer leyes que van contra la fe y atentan contra la vida humana.

De la enseñanza de los profetas podemos derivar principios que nos ayuden a leer los tiempos que nos ha tocado vivir. El mensaje profético adquiere una relevancia particular en nuestros días, cuando las Iglesias tienen la urgente necesidad de formarse criterios bíblicos que les permitan adoptar una postura crítica e independiente ante las modernas ideologías y hegemonías que controlan y determinan la vida de millones de seres humanos. Necesita sumar sus esfuerzos y recursos a los muchos grupos y redes de la sociedad civil, que hoy, proféticamente, buscan arrancarle a los grupos de poder, espacios para vivir dignamente como seres humanos. Otro mundo y otra iglesia son posibles.

Así pues, vemos que tanto la Ley como los profetas definían claramente lo que significaba ser el pueblo de Dios. Si bien es cierto que el gran mandamiento consiste en «amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y con todo el entendimiento», también es cierto que es imperativo «amar al prójimo como a uno mismo». De hecho, el cumplimiento del segundo es prueba irrefutable de que obedecemos al primero, pues » el que no ama a su hermano a quien ha visto ¿Cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?» (1 Jn.4:20).

La tarea del ministerio profético consiste en propiciar, alimentar y evocar una conciencia y una percepción de la realidad alternativas a las del entorno cultural dominante… el ministerio profético no se concreta, ante todo, en hacer frente a las crisis públicas puntuales y concretas, sino en abordar en todo momento la persistente, tenaz y avasalladora crisis que significa el hecho de que nuestra vocación alternativa se vea cooptada y domesticada.[3]

 

II. El legalismo religiosos vs. El amor al prójimo en el Evangelio de Mateo.

En la segunda parte de este ensayo quiero explorar el modelo que nos dejó Jesús de Nazaret hace ya 20 siglos. Y quiero hacerlo en el marco de las realidades históricas de aquellos días. Jesús vivió en un mundo muy distinto al nuestro y sin embargo también muy parecido. Como todo imperio, el romano había impuesto su paz con el poderío militar y la violencia que lo caracterizaba lo cual hizo posible que conquistará el mundo de sus días. Su sofisticación estratégica y militar le permitió mantener numerosas naciones bajo su dominio; su poder ideológico hizo posible que conquistará espiritualmente a muchas personas.

El modelo de sociedad impuesto por el imperio romano era un modelo en el que el centro, Roma, se alimentaba y sustentaba de los recursos (materiales y humanos) que extraía de las naciones de la periferia. La vida social se estructuraba jerárquicamente siguiendo un sistema clientelar y patrimonialista, excluyente y explotador, esclavista y etno-céntrico. Las mujeres, los niños y los no-romanos eran sus principales víctimas.

Este es también el modelo de sociedad que permea la psique norteamericana. Para muchos de los cristianos que habitan ese país, es una realidad indiscutible que se vive una mitología cultural[4] gracias a la cual muchos cristianos sinceros no pueden hacer distinción alguna entre el imperio norteamericano y el Reino de Dios, entre la escatología bíblica y el sueño americano, entre la misión cristiana y el expansionismo militar estadounidense.

Paralelo al imperio, el judaísmo (la religión institucionalizada) en los días de Jesús era por naturaleza excluyente. Los judíos entendían la elección no como un llamado a ser bendición a las naciones (Gen 12:1-3) sino como un acto de exclusividad de Dios con ellos. En consecuencia, veían al resto de las naciones como si estuvieran fuera de la gracia de Dios, excluidas de su amor y destinadas a la condenación.  Fenómeno común en sectas, denominaciones y culturas sectarias fundamentalistas.

Es en el contexto de esa mentalidad, que encontramos en el evangelio de Mateo un cambio de paradigma o mejor dicho, una recuperación  del propósito original de Dios: Bendecir a todas las naciones y darles vida en abundancia. Y si el proyecto del imperio romano también excluía a todos los que no eran romanos, Jesús establece bases de convivencia en las que todos son bienvenidos y están en igualdad de condiciones por la fe-obediencia en él.

En ese contexto, Jesús nos mostró un camino distinto y alternativo para la vida humana. El poder de su muerte y su vida hacen posible e incluso imperativo el seguir su camino. Su interpretación de la ley que hace del shalom y bienestar del ser humano el objeto primordial del cuidado de Dios, ilustrado por Jesús, es fundamental para nosotros hoy.

Las apremiantes necesidades de nuestras sociedades nos hacen moralmente responsables de ofrecer lo que tenemos en Jesús: un modelo de sociedad alternativa (la iglesia) donde la vida en abundancia se puede experimentar aquí y ahora y donde sea posible que “la gente viva feliz, aunque no tenga permiso” (Benedetti).

Por ello es que éste es también un llamado a pagar el precio de la gracia (Bonhoeffer); es un llamado a vivir con los valores del reino; a tomar nuestra cruz y estar dispuestos a seguir a Jesús con el corazón en la mano. Listos a confesar y cantar:

¿Quién dijo que todo está perdido?

yo vengo a ofrecer mi corazón.

¡Tanta sangre que se llevó el río!

yo vengo a ofrecer mi corazón.

Luna de los pobres siempre abierta,

yo vengo a ofrecer mi corazón.

Como un documento inalterable,

yo vengo a ofrecer mi corazón.

……

¿Quién dijo que todo está perdido?

yo vengo a ofrecer mi corazón. (Fito Páez).

Veamos pues el contraste entre una interpretación legalista de la vida y la visión de Jesús que hace del bienestar del ser humano el valor supremo. La primera aparición de los dirigentes religiosos de Israel es en 2:4‑6. Convocados por Herodes ponen su erudición bíblica al servicio del perverso rey. Pueden citar las Escrituras con exactitud pero no actúan de acuerdo a ellas para ir a adorar al Rey recién nacido. De hecho se hacen cómplices de la ley genocida del rey que condena a la muerte a los infantes de Bethlehem.

En el sermón del monte Jesús evalúa la justicia de los escribas y fariseos como insuficiente para entrar al reino de los cielos (5:20). En su exposición que hace de la ley (5:21‑48), Jesús cuestiona la ortodoxia y orto praxis de los líderes religiosos, indicando que la obediencia a la ley debe ir más allá de una rigurosa observancia de las formas o normas puramente externas, para llegar a la intención misma  de la ley: el amor al prójimo. Es una sumisión a la voluntad divina que trasciende los ritos y ceremonias y  halla su perfecta expresión en el amor a todos los seres humanos, incluyendo a los enemigos (5:38‑42). De hecho, este último pasaje, tiene como objetivo definir lo que significa «amar al prójimo». Jesús quería mostrarle a sus discípulos que   aún las inferencias derivadas del Antiguo Testamento con respecto a la distinción entre judíos y gentiles ya no son válidas. El mandato de amar al prójimo es ilimitado, indiscriminado e incluyente.

En el capítulo 9 en cuatro ocasiones se descubre el choque entre el ministerio integral de Jesús y la religiosidad legalista de los judíos. Todos estos casos tienen un común denominador: para Jesús las muestras concretas de amor están por encima del legalismo farisaico. Para los líderes religiosos es lo contrario. Así, cuando Jesús sana al paralítico (9:1‑8), se muestra que, mientras que para el Señor la restauración física y espiritual de ese hombre es lo que importa, para los escribas lo inquietante es la blasfemia que detectan en las palabras de Jesús (v.3).

En el pasaje siguiente, Jesús se sienta a la mesa (acto que indicaba plena aceptación e intimo compañerismo) con «publicanos y pecadores» (9:9‑13). Mientras que Jesús satisface las necesidades sociales y religiosas de tales individuos, los fariseos cuestionan a Jesús por la contaminación ritual en la que ha incurrido. Jesús les reprende porque no han entendido la esencia de la ley: «Misericordia quiero y no sacrificio». (v.13). Para Jesús las necesidades humanas están antes que los ritos y ceremonias.

La pregunta de los discípulos de Juan con respecto al ayuno que ellos y los discípulos de los fariseos practicaban (9:14‑17), es ocasión para que Jesús aclare que la nueva vida traída por Jesús (el vino nuevo) es incompatible con el sistema ceremonial judío (los odres viejos).

Cuando Jesús libera a un hombre endemoniado (9:32‑34), restaurándole física y espiritualmente, los fariseos interpretan tal acto como una obra del demonio.

Ante la duda de Juan el Bautista de que si Jesús es el Mesías esperado o no, Jesús contesta mostrando que la profecía de Isaías se está cumpliendo en el ministerio integral que él está realizando (11:1‑19). Este pasaje es de central importancia ya que nos permite entender cómo entendió Jesús su misión: como una práctica de amor y compasión hacia los vulnerables de la sociedad. Misión que a la vez sería el modelo para sus discípulos; misión que encontraría la tenaz resistencia de sus contemporáneos.

El capítulo 12 nos narra dos episodios que repiten el esquema antes descrito. A diferencia de las controversias del capítulo 9, que son indirectas y en las cuales están en juego tradiciones de los ancianos, en éste capítulo la controversia gira alrededor de uno de los mandamientos (según la interpretación judía) centrales de la ley: el día de reposo.

Los discípulos tienen hambre y comen semillas que toman en el camino. Los fariseos critican a Jesús porque los discípulos han violado la ley de Dios. Por segunda ocasión, Jesús les recuerda a los fariseos, con ejemplos de la historia sagrada, que la esencia de la Ley es la práctica del amor y que ésta precede al cumplimiento de las observancias religiosas. En un pasaje en el que se contraponen la necesidad humana, el hambre, y las leyes religiosas de los fariseos Jesús establece un principio mayor:

Si ustedes supieran lo que significa: “Lo que pido de ustedes es misericordia y no sacrificios», no condenarían a los que no son culpables. (v.7).

Esta lección se pone de relieve en el pasaje siguiente cuando Jesús sana en la sinagoga, en sábado, a un hombre que tenía seca una mano (vv.9‑14). Mientras que al sanarlo Jesús reitera que es lícito hacer el bien en el día de reposo (que las necesidades humanas tienen prioridad aún sobre la observancia del sábado), los fariseos, ante la imposibilidad de refutar teológicamente a Jesús, siguen el camino de la represión: «…tuvieron consejo contra Jesús para matarle». (v.14)

La lucha a partir de ese momento, de parte de los dirigentes religiosos, es una lucha a muerte. Los ataques contra Jesús se vuelven cada vez más violentos. De nuevo le acusan de hacer sus milagros y exorcismos por el poder de Beelzebú (12:22‑37), y le demandan una señal que demuestre el origen de su autoridad (12:38‑42; 16:1‑4). Jesús responde anunciándoles el severo juicio que se les avecina por su incredulidad (12:32, 36, 43‑45).

Jesús continúa su ministerio público satisfaciendo las necesidades materiales de la gente (pan 14:13‑21; 15:32‑39; salud 14:35‑36; 15:29‑31). Los escribas y fariseos persisten en sus debates teológicos.

En Mateo 15:1‑9 tenemos un caso que ilustra no sólo la insensibilidad de los líderes religiosos ante las necesidades humanas sino también su hipocresía. Jesús es criticado porque sus discípulos no se lavan las manos cuando comen pan, invalidando así la tradición de los ancianos. La preocupación de los escribas y fariseos es lo ceremonial. Jesús les responde acusándoles de quebrantar el mandamiento de Dios de honrar al padre y a la madre. En este caso concreto «honrar» incluye el sostén económico, la ayuda material. Los escribas, como astutos legistas, habían creado un procedimiento por el cual la ayuda que uno debía dar a sus padres se podía presentar al templo como ofrenda a Dios. Así, la persona quedaba libre de su obligación con sus padres por un acto «piadoso» que a la vez llenaba los bolsillos de los sacerdotes. Jesús considera tal acto como una violación de la ley de Dios y pone de relieve el cumplimiento de nuestras responsabilidades hacia nuestros semejantes (en este caso nuestros padres).

De esta manera Jesús muestra como la Palabra de Dios es contradicha por las tradiciones de los ancianos y reitera la vigencia de la Toráh para la vida cotidiana, subrayando que la responsabilidad que Dios ha marcado para con nuestros padres, no puede ser cambiada por ninguna tradición o ley religiosa, por respetable que esta sea.

La misma tensión que hemos visto en los casos anteriores de confrontación, se encuentra en la discusión acerca del divorcio (19:1‑12). Jesús defiende a la mujer de la situación de desventaja en la que las interpretaciones rabínicas la habían colocado. Para Jesús el criterio es lo que Dios determinó «en el principio» (v.8). Por todo ello, Jesús le advierte a sus discípulos que se guarden de la doctrina de los fariseos y de los saduceos (16:5‑12). Es una doctrina que se ha hecho inhumana e hipócrita.

La confrontación culmina con la severa denuncia que Jesús hace de la religiosidad y formalismo hipócrita de los escribas y fariseos (cap.23). Jesús los acusa como aquellos que «dicen y no hacen» (v.3); denuncia su ostentación y vanidad religiosas (vv.5‑7), el que son un estorbo para que otros entren al reino (v.13), su rapiña «encubierta» con actos piadosos (v.14), los resultados de su proselitismo (v.15), su ceguera y la necedad de sus regulaciones culticas (vv.16‑22). En pocas palabras, Jesús ataca la religiosidad que se ha ocupado de limpiar lo externo sin ocuparse de una transformación interna y radical; son sepulcros blanqueados (vv.25‑28).

En el corazón de esta denuncia Jesús resume gráficamente lo absurdo de su religiosidad y formalismo mostrando cómo han dejado lo que verdaderamente importa (su responsabilidad social) por lo superfluo (el formalismo religioso):

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta, el

eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la

misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello.

¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, y tragáis el camello! (vv.23‑24).

En consecuencia, Jesús predice el juicio irreversible e inminente que viene sobre esta generación de homicidas (vv.29‑39). Una religión que debía humanizar a los seres humanos terminó aniquilando a sus mejores representantes, pensando que hacía un servicio a Dios.

Jesús culmina su enseñanza sobre la responsabilidad social del ser humano con su descripción del juicio final en 25:31‑46. Son los actos concretos de misericordia hacia el hambriento, el desnudo, el criminal, el enfermo y el inmigrante, los que constituyen el criterio del juicio final.  Esta es una manera contundente de subrayar la enseñanza: «Misericordia quiero, y no sacrificio».

Hay cuatro pasajes en el evangelio que merecen un comentario especial. En 5:38‑48; 7:12; 19:19; 22:34‑40 Jesús presenta el mandato de amar al prójimo como el canon para la interpretación de toda la Toráh, de las Escrituras del Antiguo Testamento. De hecho, hemos demostrado que Jesús normó su ministerio a la luz de este mandato y que al establecer, a la luz de él, sus prioridades y la naturaleza de su misión, se puso en un marcado contraste con el legalismo religioso de los judíos.

Resumen. La actitud de Dios hacia el ser humano, su misericordia y amor, se ilustran perfectamente en la vida y ministerio de Jesús.

En el contexto de una sociedad sumamente religiosa y peligrosamente legalista, Jesús con sus palabras y hechos demostró que él reconocía el valor que los seres humanos tienen a los ojos de Dios por haber sido creados a su imagen y semejanza. El pecado, a pesar de sus terribles consecuencias en la vida humana, no anula ni limita el amor de Dios por el hombre y la mujer caídos; por el contrario, lo acentúa.

Los religiosos del tiempo de Jesús habían dado tanta importancia a sus leyes, al culto y observancias religiosas, que estaban cegados con respecto a los valores del Reino de Dios que Jesús representaba ante ellos. Central entre dichos valores era el amor al prójimo demostrado con actos concretos.

La sociedad de los días de Jesús había convertido a los seres humanos en mercancías que recibían su valor de acuerdo a criterios y valores que dicha sociedad sostenía pero que eran contrarios al Reino. Así, catalogaban a las personas de acuerdo a su raza (judíos y gentiles), a su sexo (hombre y mujer), su religión (creyentes y paganos), a su posición social (ricos y pobres), a su moralidad (justos y pecadores).

Jesús rompió con los tabúes y valores torcidos de su sociedad. era amigo de publicanos y pecadores; bendecía a los niños y se desviaba de su camino para hablar con una mujer, y por si fuera poco samaritana, y además inmoral. los mismos samaritanos (aborrecidos por los judíos por razones religiosas y raciales) fueron los «héroes» en algunas enseñanzas de Jesús. En su vida, el Señor manifestó la justicia del Reino, dándole a cada persona el valor y amor que Dios les dio «en el principio». Ciertamente escandalizó a sus contemporáneos pero glorificó a Dios. El también vino a buscar y salvar lo que se había perdido: el ser humano.

Jesús nos amó de tal manera que dio su vida en la cruz por nosotros. ¿Qué mayor prueba necesitamos para entender que para Dios no hay nada en el universo que valga más que la vida de un ser humano? Jesús mismo dijo: «¿Qué le aprovecha al hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma? ¿qué recompensa dará el hombre por su alma?» De acuerdo a los valores divinos, si se pone en la balanza todo el mundo y un solo ser humano, éste último sobrepasa en valor y estima al universo.

Tan es así, que Dios pagó el costo más alto que se puede pagar por nuestro rescate: la sangre de su Hijo. El es el buen pastor que deja las noventa y nueve ovejas y va a rescatar a la una que se encuentra perdida. La cruz es la máxima demostración del inestimable valor que Dios ha dado al ser humano.

Observaciones finales.

A la luz de lo expuesto, estoy convencido de que es nuestro deber humano y cristiano promover leyes que sean justas para inmigrantes indocumentados. Debemos recordar que nuestra lealtad última es obedecer a Dios y no a los seres humanos (Hechos 4:19). Debemos mantener a toda costa las claras enseñanzas bíblicas que hacen del bienestar del ser humano el valor supremo de cualquier legislación, religiosa o civil. ¡Cuánta relevancia tienen hoy día las siguientes palabras!:

No te aproveches del empleado pobre y necesitado, sea este un compatriota israelita o un extranjero. Le pagarás su jornal cada día, antes de la puesta del sol, porque es pobre y cuenta solo con ese dinero. De lo contrario, él clamará al Señor contra tí y tú resultarás convicto de pecado. (Deut 24:14-15).

La hospitalidad y abogacía por justicia para el inmigrante son parte de esa respuesta a la inmigración de indocumentados.

El mayor mandamiento indica claramente que el amor debe ser indiscriminado:

“Ama a tu prójimo como a tí mismo.” (Lev 19:18b).

El pasaje paralelo en el mismo capítulo lo aclara de manera decisiva cuando dice:

“Cuando algún extranjero se establezca en el país de ustedes, no lo traten mal. Al contrario, trátenlo como si fuera uno de ustedes. Ámenlo como a ustedes mismos, porque también ustedes fueron extranjeros en Egipto. Yo soy el Señor y Dios de Israel. (vv. 33-34).

El Salmo 146:9 dice enfático, “el Señor protege al extranjero” 

El defiende la causa del huérfano y de la viuda, y muestra su amor por el extranjero proveyéndole ropa y alimentos. Así mismo debes tú mostrar amor por los extranjeros, porque también tú fuiste extranjero en Egipto. (Deut 10:18-19) 


Jesús se identifica con los extranjeros e inmigrantes y nos dice que al servirles a ellos le servimos a él: “fui forastero (xenos) y me dieron alojamiento (Mt 25:35-36).

Hoy debemos cuestionarnos si estamos bajo obligación de obedecer las leyes injustas e inhumanas en contra de los indocumentados. ¿No estamos más bien bajo la obligación de obedecer la ley de Dios que nos exhorta a amar, proteger, hacer justicia y practicar la hospitalidad a los miles y millones de seres humanos cuyo pecado es defender y dignificar uno de los regalos más preciosos que Dios nos ha dado, la vida?

A Jesús lo criticaron porque sus discípulos habían violado la ley de Dios con respecto al día de reposo. Sin embargo, él los defendió y justificó porque estaban hambrientos y así estableció un principio superior:

“Si ustedes supieran lo que significa: “Lo que pido de ustedes es misericordia y no sacrificios», no condenarían a los que no son culpables. (Mt 12:7).

Hoy día condenamos aquellos terrible episodios en la historia reciente en los que legalmente miles y millones de personas fueron aniquiladas bajo regímenes opresivos que habían establecido leyes injustas. El holocausto nazi, el sistema de Apartheid en Sudáfrica, el muro de  Berlín, la guerra sucia de los regímenes militares en Sud América bajo los cuales miles de personas desaparecieron y fueron asesinadas; la esclavitud legal de los afroamericanos; hace pocas décadas la lucha contra las leyes que les negaban, por el color de su piel, derechos fundamentales.

Al mismo tiempo elogiamos y admiramos como ejemplos de valor y congruencia con la fe cristiana a aquellos ilegales que se atrevieron a quebrantar y desobedecer esos sistemas inhumanos, pagando algunos de ellos con su vida. Dietrich Bonhoffer, Corrie Ten Boom, Nelson Mandela, Desmond Tutu, Martin Luther King Jr., y muchos más anónimos que cuestionaron esos sistemas opresores.

Y sin embargo, no hacemos nada para cambiar un sistema que bajo el pretexto de la seguridad del país es indiferente a los millares de seres humanos que mueren en la frontera, y a los millones que viven en condiciones peores que animales. ¿No somos llamados en este asunto a “obedecer a Dios antes que a las personas?” (Hechos 4:19). Estamos ante la oportunidad de humanizar las leyes y hacer de este país un lugar donde se honre y respete la ley del Señor.

Que Dios nos conceda un corazón sensible hacia quienes han cometido el gran crimen de luchar por tener una vida digna. Por aquellos que están aquí por amor a los que quedaron en su tierra.

Ojalá y no suceda que un día nuestros hijos y nietos consideren nuestros días, lo hagan avergonzados por nuestra indiferencia y apatía ante los niños, madres y padres que fueron abusados, explotados y asesinados mientras nosotros adorábamos a Dios en nuestros santuarios.

Ojalá y nunca oigamos de los labios de nuestro Señor:

Si ustedes supieran lo que significa: “Lo que pido de ustedes es misericordia y no sacrificios», no habrían condenado a los inocentes.

Más bien, que escuchemos de Jesús sus palabras de encomio:

“Fui un indocumentado y me recibiste”


[1] Casi la mitad de esos migrantes son mujeres que dejan detrás hijos y familias y se dedican a las labores domésticas. También crece el fenómeno de niños centroamericanos y mexicanos que viajan al norte en busca de sus padres y madres. Esas mujeres  son sumamente vulnerables por su condición de indocumentadas y viven sujetas al abuso sexual, a la violación, a condiciones de trabajo de cuasi-esclavitud y a todo tipo de discriminaciones, incluso a la muerte. Y todo esto, sin protección alguna.

[2] Como lo atestigua don Emilio Antonio Nuñez en su artículo “El ministerio a personas sin permiso oficial de permanencia en los Estados Unidos” en Vivir y servir en el exilio. Lecturas teológicas de la experiencia latina en los Estados Unidos. Colección FTL – Número 29. Ediciones Kairos, 2008.

1 Nótese la lista tan impresionante de pasajes que en la Torá se dan como pautas concretas para practicar la santidad, para vivir la espiritualidad, cumpliendo así con la responsabilidad social y comunitaria.

Las leyes siguientes estaban orientadas a proveer maneras concretas de amar a quienes vivían en situaciones de miseria: Los años sabático y Jubileo Ex. 21:2-6, 10-11; Dt. 15:1-18; Lv. 25:2-24; la ley del redentor familiar (Goel) Lv. 25:10, 47-49; las leyes de parentésco Dt. 24:12-22; lO:l8; 15:7-11; 24:12-15; Lv. 19:10; 23:22; leyes para proteger a los extranjeros Dt. 10:19; 12:12; 14:29; 26:12; viudas y huerfanos Lv. 19:10, 34: 23:22; 15:3: 23:21: 24:14, 19-21: Ex. 22:21; Dt. 10:18; 24:17-21; 26:12-13; 27:19; obreros, Dt. 24:14; Lv. 19:13; esclavos, Ex. 21:16, 20, 26-27; Lv. 25:49: Dt. 23:16-17; 24:7 y a los necesitados Ex. 21:27; 23:9-12; Lv. 19:9-13, 33-34.

[3] Walter Brueggemann, La imaginación profética. Santander: Sal Terrae, 1986. p. 12.

[4] Como lo ha documentado y expuesto Richard T. Hughes en su libro Los mitos de los Estados Unidos de Norteamérica. Libros Desafío, Grand Rapids, 2005. En este libro, el autor «con una excepcional capacidad investigadora y analítica, nos ofrece una obra singular sobre los mitos que conformaron la génesis y la historia de los Estados Unidos de América. El autor muestra cómo esos mitos entendidos como construcciones que se forjan en la historia de una nación y se instalan en su inconsciente colectivo, pueden ejercer una influencia imposible de soslayar. Entre otros de esos mitos, son de destacar los de la Nación Escogida, la Nación Cristiana y la Nación Inocente. Los mitos de la nación americana, se encarnarán en la Doctrina del Destino Manifiesto, legitimadora de su expansión, anexiones territoriales y dominio mundial. En este libro insustituible para entender nuestro mundo hoy, el autor, tal como él mismo lo expresa, ha querido tomar la voz de quienes han sido esclavizados, segregados y privados de sus derechos. Y lo hace con notable maestría, desde las entrañas mismas del Imperio.» (A.Roldán en la contratapa).

Mariano Avila

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