“-«Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado? »
– Ella le respondió: «Nadie, Señor».
– «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. «Vete, no peques más»”
Juan 8, 10s
“sólo quedaron dos, la miserable y la misericordia”.
-San Agustín.
El leccionario cristiano marca para el quinto y último domingo de la cuaresma el pasaje de Juan 8, 1-11, un texto hartamente conocido tanto por su fuerza narrativa como por sus problemas exegéticos de carácter textual al tener procedencia por demás dudosa.
Al leer y releer la narración me encuentro dando vueltas en los anuncios de internet que colocan una y otra vez un nombre: Jorge Mario Bergoglio. Las opiniones respecto de las imágenes que se acompañan al nombre hacen una acción de péndulo… con fidelidad y sencillez algunas personas lloran de alegría, muchas otras vociferan con “LETRAS MAYÚSCULAS” en mi pantalla por considerar a este hombre como una persona indigna del encargo que acaba de recibir.
Yo viví casi 6 años en la Argentina, la considero mi segunda patria, así que no puedo dejar de tener sentimientos revoloteando en mi estómago… quien conoce un poco la realidad Argentina no puede abstraerse de conocer el fervor popular por la Virgen de Luján o por “Santa Evita”, o por “El Diego”, o por “El Gauchito Gil”… Boca o River… o San Lorenzo o, cualquiera. Uno no puede tampoco olvidar el dolor de la última dictadura militar y nombres que causan repugnancia: “Videla” por mencionar el más escalofriante.
Así que, no puedo sino solidarizarme con quienes dicen: “Como argentino siento una enorme vergüenza…”[1] perdonar los pecados del pasado cuando no se ha pedido perdón por los mismos es cosa tan difícil que resulta totalmente comprensible denunciar ese pasado. Pero, por otro lado trato también de comprender a la gente sencilla que ve en un latinoamericano la posibilidad de la resurrección de los valores de San Francisco de Asís que no eran sino una relectura de los mismo de Jesús… cuanto ansían las personas más pequeñas es ver que “los estigmas de Cristo” tienen un correlato moderno y esa gente lee esos signos cuando ve a “su cardenal”, con su historia y todo, buscarse las monedas para pagar el colectivo o apurando un evento protocolario porque el “subte” (metro) lo cierran a las 22:00 y perderá el último tren.
Es ahí donde el texto de Juan lástima mi vista y sacude mis oídos, cuando lo releo en voz alta… Jesús, frente a la mujer, no toca el tema del pecado o de su culpa o no sino el de la “acusación”, su sentido ha caído al no quedar nadie que sostenga la condena. La ausencia de acusadores hace que se levante la sesión, Jesús ¡no la condena!
Ayer uno de mis amigos del “jardín de niños” cuestionó severamente mi posición crítica a la figura del flamante “Francisco I” argumentando que yo no comprendo su emoción porque soy “protestante” y eso me hizo pensar: No, no, yo soy protestante sí, pero quiero que a mis hermanos y hermanas de la iglesia católica les vaya muy bien. Deseo sinceramente que su nuevo liderazgo traiga compromiso “franciscano” con las personas más pobres, que como San Francisco la iglesia salga de su institucionalidad y desafíe críticamente a sus pastores; que haya acercamiento interreligioso con el del “pobre de Asís”, con su Sultán y que el amor franciscano por la creación vuelque a la iglesia de Roma en un compromiso con el cosmos.
Cualquiera de estas u otras expectativas resultan especulación a estas alturas del incipiente pontificado.
Yo, por hoy, me guardo mi piedra. Quiero creer en que las personas somos llamadas constantemente a la transformación y que cualquiera debemos contar con nuestra oportunidad, como la mujer de Juan 8 1-11. Jesús ni siquiera ha tenido que perdonarla… y ella no ha pedido perdón… pero nadie la acusa, porque hacerlo es estar frente a un espejo que puede ser la causa de innumerables condenaciones. Yo, hoy opto por el amor y elevo una plegaria para que Dios siga haciendo de este mundo el escenario de su Gloria, sólo: “Vete, no peques más”
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