Son muchas las personas que han leído el libro Homo Deus escrito por Yuval Noah Harari (1976), doctor en Historia por la Universidad de Oxford y profesor de Historia de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Sus escritos no dejan a nadie indiferente.
Según este autor, la evolución nos ha conducido a un estadio en el que ya somos nosotros mismos quienes, a través de la biotecnología, dirigimos nuestro propio proceso evolutivo hacia la consecución de:
- La superación de limitaciones físicas merced a la incorporación de elementos cibernéticos como ya sucede con los ciborgs, en los que los límites entre la naturaleza humana y lo tecnológico quedan desdibujados; erradicando enfermedades y el propio proceso de envejecimiento hasta alcanzar una teórica inmortalidad.
- Altos niveles de inteligencia gracias a la aplicación de los principios de la Inteligencia artificial, la nanotecnología, determinados fármacos, el big data, la manipulación genética…
- Una mayor felicidad gracias a los altos niveles de bienestar alcanzados en este proceso.
Siguiendo a nuestro autor, la actual especie, homo sapiens sapiens, dará lugar a una nueva liberada de las servidumbres del pasado como las guerras, la mortalidad por razones no controladas como las pandemias, las situaciones críticas propias de los ciclos naturales como el hambre y la muerte derivadas de las sequías… En este optimismo antropológico resuenan los postulados teóricos del superhombre de Friedrich Nietzsche (1844-1900) también liberado de viejas creencias en la que la única ley sería su propia voluntad sin ninguna supeditación a realidades metafísica («Dios ha muerto») ni a subordinaciones humanas.
De humanos (homo sapiens sapiens) a posthumanos (Homo Deus, en lenguaje de Yuval Noah Harari), siendo el transhumanismo el proceso que conduce de la primera a la segunda situación. Tanto el proceso como el resultado final nos presentan a un hombre nuevo o superhombre liberado de todo tipo de condicionamientos naturales (enfermedad, envejecimiento y muerte); históricos, sociales y culturales (lugar y tiempo de nacimiento, estatus social, educación) y los propios de nuestra estructura antropológica (psiquismo, tendencias inconscientes).
El deseo de superación y mejora es intrínseco al ser humano. Esta aspiración es la que nos ha conducido al desarrollo alcanzado por la especie humana en el campo del conocimiento, las ciencias, la tecnología, las comunicaciones, la cultura…
Entendemos que las capacidades que el hombre ha ido desarrollando, como resultado de la evolución, guardan relación con su humanización cuando se hallan al servicio de las personas. No es lo mismo utilizar la energía atómica en el campo de la medicina que en la industria armamentística, diseñar robots para determinadas tareas domésticas que soldados-robots para la guerra, emplear los conocimientos psicológicos para mejorar la salud mental que para torturar prisioneros. Podríamos alargar la lista.
Plantean dudas algunos usos tecnológicos cuando vienen a sustituir el factor humano. Ciertamente la robótica ha liberado a muchos trabajadores de tareas pesadas o peligrosas y permite una precisión mayor que las manos del médico en determinadas cirugías; ahora bien, cuando un robot, y esto ya es realidad, tiene como finalidad el establecimiento de relaciones afectivas con un ser humano o mecer a un bebé, comenzamos a pensar si nos hallamos en un proceso de deshumanización con consecuencias imprevisibles sobre nuestra actual naturaleza y esencialidad.
La capacidad de trascender mediante la ética, la estética y la espiritualidad, según Ludwig Wittgenstein (1881-1951), las relaciones interpersonales significativas, y la apertura al Misterio de amor que nos envuelve constituyen el núcleo de nuestra esencia. Cabe preguntarse si los postulados del transhumanismo radical contribuyen a potenciar y a desarrollar nuestra estructura antropológica o si más bien nos confinan en los estrechos límites de la contingencia en la que el cuerpo es una especie de hardwar biotecnológico que actuaría como base o sustrato de la personalidad: construcción de la subjetividad desde la realidad aumentada, inteligencia computacional, ampliación de la memoria, atención selectiva, autocontrol de sentimientos y emociones…
Tanto desde la ética secular como desde la cristiana identificamos situaciones complejas y de riesgo: ¿En qué manos se hallan estas investigaciones: grupos económicos, laboratorios, estamentos militares…? ¿Quién se beneficiará de sus aplicaciones? ¿Generará más equidad entre las personas o se ampliarán las desigualdades? ¿Se manipulará la información (fake news, opacidad…) en provecho de las elites? Las intervenciones biotecnológicas, ¿afectarán la libertad y la responsabilidad de las personas?
Josep Maria Esquirol (1963) catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona en un reciente ensayo titulado: Humano, más humano: Una antropología de la herida infinita, afirma que «ser humano no significa ir más allá de lo humano, sino intensificar lo humano de lo humano». Tanto Friedrich Nietzsche, con su idea del superhombre, como el transhumanismo, apuntando al posthumanismo, entienden que lo humano debe ser superado. El filósofo, en cambio, se plantea si la debilidad es necesariamente una manifestación de bajeza que requiere su superación o si el horizonte más importante no es tanto el de la utopía posthumanista, sino el de la profundización en la propia esencialidad.
El pensamiento de Josep Maria Esquirol no se halla lejos de la forma creyente de considerar que la manera práctica de desarrollar el don de la humanidad recibida es entenderla también como tarea. Ser hombre o mujer no es actuar bajo los dictados de las motivaciones de poder, logro, comodidad… ni de las acciones derivadas de las actitudes egocéntricas. Es asumir nuestra naturaleza (Homo sapiens sapiens), con voluntad de mejora, desarrollo, profundización…; sin pretensiones de divinización (Homo Deus).
El programa aparece nítido en las enseñanzas y el modelo de vida de Jesús: humildad, sed de justicia, alteridad, trabajar en favor de la paz, bondad, empatía, solidaridad… No fuere que, parafraseando de nuevo al filósofo: «aspirando y creyendo poder ir más allá de lo humano, nos quedásemos cortos en humanidad».
Jaume Triginé