Posted On 03/02/2014 By In Biblia, Opinión, Teología With 3135 Views

Iglesia revolucionaria, iglesia revolucionada

Recientemente tuve la oportunidad de colaborar con unos estudiantes de nivel de doctorado en psicología que discutían en un grupo de diálogo la problemática del maltrato a menores. Entre los participantes había una representación de varios de los sectores de nuestra sociedad: profesionales, estudiantes,  desempleados, retirados y madres solteras. Después de varias rondas de discusión, estos puntualizaban de forma reiterada la importancia de la educación social preventiva o académica como el elemento necesario para atajar el problema del maltrato a menores. No obstante, una vez finalizado el taller me percato de que ninguno de ellos había mencionado nada relacionado con Dios, con la iglesia o con la religión como alternativa al problema abordado.

La experiencia me resultó abrumadora y rápidamente me pregunté, ¿Por qué la iglesia no ha sido una posible alternativa para estos participantes? ¿Qué se perdió en el camino para que la iglesia, o al menos la religión, fueran una remota opción? Reflexionando sobre lo sucedido, llegué a la conclusión de que seguro que algunos de los participantes albergaban algún principio religioso pero, ¿Por qué no lo mencionaron? Sin embargo, aunque era una muestra pequeña, posiblemente represente la opinión generalizada de nuestra sociedad. Una sociedad compleja que ha depositado su confianza en elementos políticos, sociales y económicos perdiendo paulatinamente la sensibilidad de la fe.

Creo firmemente que la Iglesia, basada en Jesucristo, fue diseñada para ser revolucionaria y con la capacidad de influir de forma efectiva a la humanidad. Por mi experiencia pastoral y académica entiendo que es necesario un cambio de enfoque que nos ayude a una proyección renovada de la fe hacia la sociedad que nos toca ministrar.  Este enfoque, en realidad no es nada nuevo, se trata sólo de estudiar los acercamientos de Cristo a su medioambiente para poder tener una idea de lo que debemos hacer. Si realizamos un simple estudio cristológico, será fácil comprender la misión salvadora de Cristo, su resurrección, su divinidad, etc. (Lc. 19:10).  Aunque estos son principios correctos de la fe cristiana, la situación actual es que la mayoría de los creyentes se han limitado sólo a ese nivel, proyectando así un Cristo muy elevado y, posiblemente, muy lejos de nuestra realidad humana.

Ahora bien, para traer a Cristo a nuestra realidad existencial debemos comprender la otra cara, la de Jesús, el mismo que afectó de forma práctica su propia sociedad y cuyo legado transcendió la Cruz. Retó a las autoridades religiosas por su mala interpretación de la ley (Mc. 12), así como la práctica del sábado con sanidades y trabajo (Mc. 2). Tuvo contacto físico con la hemorroisa y con una muerta (hija de Jairo. Mc. 5:22), lo que le hacía inmundo; luchó a favor del pobre y del oprimido; rechazó la forma de culto; transformó a miles de personas sólo con su mensaje; revolucionó gobiernos y a sus gobernantes. Muchos han muerto por su causa, y su mensaje ha tenido una fuerza tal que ha llegado hasta nuestros días.

Este modelo que nos muestra Jesús contrasta en ocasiones con lo que tenemos en la actualidad.  A pesar de que se cuenta con más recursos para la predicación del evangelio, resulta preocupante ver cómo algunas iglesias y corrientes doctrinales pierden el valioso tiempo de la predicación entreteniendo a la gente. Han optado por modelos de iglesias que favorecen la superficialidad, el simplismo y no provocan cambios permanentes en el individuo.  Este gran problema es fácil de visualizar, ya que muchos, en la búsqueda de herramientas o alternativas para atraer a la gente, usan cualquier recurso sin ningún tipo de selección, algo que ha resultado en una heterodoxia que facilita que la Fe pierda el sentido para muchos.

Debido a los dramáticos cambios en las filosofías de corte modernista que imperan en un gran sector de la cristiandad, para muchos no-creyentes la iglesia es un negocio, un lugar de manipulaciones místicas, monetarias y de lucro de ministros que hacen lo que quieren y viven del cuento, además de escándalos sexuales que al parecer no son corregidos. Por otro lado, los grandes movimientos neopentecostales en Latinoamérica y EE.UU y sus transmisiones televisivas han contribuido a una opinión errada de la fe. Difunden al que por medio de una contratación monetaria paga por estos servicios sin tener elementos que filtren lo que se va a transmitir. Países de Latinoamérica, África Central, EE.UU y el Caribe son invadidos por todas estas corrientes y aceptados como la moda del día. Además, la proliferación de elementos sobrenaturales como los dones y  manifestaciones ha colocado a Cristo en un segundo plano en muchos altares. Ante este panorama y otras cuestiones, la pregunta sería, ¿Hasta dónde vamos a llegar?

La Escritura es clara y nos advierte de esta tendencia: “No améis al mundo ni las cosas que hay en el mundo” (1Jn.2:15).  Este aviso no fue dado sólo para que la gente no abandonara la fe, sino también para que los que permanecieran no se dejaran cautivar por lo que el mundo les podía ofrecer, aunque fuera dentro de su fe. Ciertamente, un gran sector de la iglesia ha incorporado herramientas, modos, formas y estilos típicos del mundo, creyendo que con ellos lograrán alcanzar a la gente para Cristo, más aún, retenerla. Sin embargo, está altamente probado que este camino ha sido en realidad un fiasco, ya que al abandonar el estudio consciente de las Sagradas Escrituras se carece de los principios necesarios para mantener e impactar a la sociedad con lo que se cree. Se han abandonado fuertes principios de fe a favor de estrategias de alcance. La Iglesia ha pasado de ser un modelo revolucionario a uno revolucionado; uno que invierte la mayor parte de su tiempo en mantener lo que tiene más que en proyectarse como alternativa a la humanidad.

Definitivamente,  la iglesia debería ser una alternativa a nuestras culturas y sociedades. Nuestros países y gobiernos deberían verse “amenazados y retados” por una predicación apropiada de la fe, por una iglesia militante y revolucionaria que trastorne su tiempo, que exponga una teología funcional y práctica, que luche por las comunidades marginadas, por la mujer, la pobreza, la falta de recursos y la discriminación, en contra de las filosofías globalizantes que harán del mundo una gran aldea en la que el que no tiene será marginado. Debería   luchar contra la influencia negativa de la modernidad materialista y del secularismo, desarrollando una buena apología que sustente sus principios de fe. Por esto, como creyentes y como parte de un determinado entorno social, tenemos la responsabilidad teológica de repensar el evangelio a la luz de los acontecimientos de nuestra vida cotidiana. Cuando menciono la palabra repensar me refiero a la forma práctica y contundente en la que cada uno de los que componen la iglesia debería hacer teología.

Sin embargo, la pregunta sería la siguiente: ¿Sería correcto hacer iglesia en relación con la problemática social vigente? ¿Habría algo adicional en nuestros programas y actividades? Definitivamente sí. Es lamentable decir que, en ocasiones, nuestros conceptos teológicos se quedan obsoletos y no tienen un efecto real en nuestra sociedad. Esto no ocurre porque el mensaje sea ineficaz o haya perdido su poder, se trata más bien de que nosotros acomodamos nuestra teología y anulamos así su efecto en la sociedad que nos rodea. Una cosa es aprender la teología y otra es hacerla.  Podemos partir de la idea de una teología ya realizada y creer que no existe nada nuevo, o bien  podríamos comenzar a hacer una teología concreta cuyos efectos sustanciales sean reales y eficaces en la gente que la oye y deciden creerla.

Para acabar, la iglesia ha sido revolucionada por la vorágine de eventos y aparentes doctrinas que han minado su reputación, respeto e influencia. No obstante, es nuestro deber seguir adelante y tener una expresión teológica que proyecte la vida de Cristo en el mundo. Como iglesia deberíamos desarrollar una dinámica bíblicamente necesaria para educar a las congregaciones y repensar la forma de revolucionar el mundo en el que nos ha tocado vivir.

Edward Falto
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