Posted On 12/07/2024 By In Opinión, portada With 491 Views

Iglesias llenas, iglesias vacías | Jaume Triginé

IGLESIAS LLENAS, IGLESIAS VACÍAS

Muchos se preguntan por el motivo por el cual demasiadas iglesias, generalmente históricas y de teología liberal, han visto decrecer la asistencia a sus servicios religiosos; mientras que otras, de corte más conservador, están llenas. No hay una respuesta simple a un problema de tanta complejidad en el que se entrecruzan cuestiones teológicas, litúrgicas, culturales, sociológicas y psicológicas. Hechos de esta envergadura no tienen una sola explicación, suelen ser situaciones provocadas por una multiplicidad de causas.

Desde un enfoque psicológico, una de las posibles razones se halla relacionada con el concepto filosófico-teológico de «la muerte de Dios.» Sin ser el único en emplear esta expresión, el término fue popularizado por Friedrich Nietzsche. Forma parte del imaginario colectivo el potente texto de La gaya ciencia:

«El loco se encaró con ellos y, clavándoles la mirada, exclamó: «¿Dónde está Dios? Os lo voy a decir. Le hemos matado; vosotros y yo, todos nosotros somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? […] ¡Dios ha muerto! ¡Dios permanece muerto! ¡Y nosotros le dimos muerte! ¿Cómo consolarnos, nosotros asesinos entre asesinos? Lo más sagrado, lo más poderoso que había hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre nuestro cuchillo. ¿Quién borrará esa mancha de sangre? ¿Qué agua servirá para purificarnos? ¿Qué expiaciones, qué ceremonias sagradas tendremos que inventar?»

 Más que el concepto de Dios, lo que el filósofo alemán cuestiona es su imagen trascendente entendida como la de un ser o ente, de naturaleza sobrenatural, exterior al mundo que habita en un cielo metafísico, propio de las cosmovisiones premodernas, y que opera en este mundo alterando, según su voluntad, sus leyes naturales. La teología, especialmente la protestante liberal de los últimos doscientos cincuenta años, ya había desautorizado esta idea de lo divino. Son ejemplos: John Arthur Thomas Robinson y su comprensión de Dios como fundamento del ser. En su Teología Sistemática, Paul Tillich hacía mención que Dios, entendido como ente sobrenatural resultado de las proyecciones humanas no existe. Dietrich Bonhoeffer hablaba de un cristianismo no religioso en el sentido que un cristiano adulto ha de aceptar un mundo sin explicaciones metafísicas, míticas y vivir «etsi Deus non daretur.» En el campo católico, Hans Küng, en relación con los términos asociados a la divinidad en el Credo, indicaba: «Nada de lo que expresan estas palabras (“Padre”, “Todopoderoso”, “Creador”) es obvio hoy en día: Cada una de ellas necesita ser explicada, traducida a nuestro tiempo.» El obispo de la iglesia episcopal John Shelby Spong, ha continuado esta misma orientación en libros como: Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo.

Este abandono, tanto por parte de la filosofía como de la teología liberal, de la imagen teísta de la divinidad ha sido asociado, por muchos, como sinónimo de la inexistencia de Dios; como una especie de ateísmo. Shelby Spong lo expresa con mucha precisión: «dado que el teísmo como definición, y Dios como concepto, han estado tan identificados entre sí en el mundo cristiano occidental, cualquier posición no teísta es generalmente entendida como ateísmo

Por otro lado, los avances científicos y tecnológicos de los últimos años han desplazado la imagen de la divinidad actuando en el mundo. Dios ha dejado de ser necesario para explicar la dinámica cosmológica y antropológica. Hoy sabemos que el universo se expande por principios y constantes universales que nos son conocidas; que nuestro planeta se rige por leyes físicas y químicas; que el fenómeno humano obedece a factores biológicos, sociales y psicológicos. Los rituales religiosos de antaño, para lograr la intervención de Dios sobre la naturaleza, han sido sustituidos por las técnicas más avanzadas en los campos de la biología, de la medicina, la ingeniería… La Inteligencia artificial abre paradigmas insospechados. Dios ha sido excluido de la ecuación.

Gritaba el loco en el texto de Nietzsche: «Lo más sagrado, lo más poderoso que había hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre nuestro cuchillo. ¿Quién borrará esa mancha de sangre? ¿Qué agua servirá para purificarnos? ¿Qué expiaciones, qué ceremonias sagradas tendremos que inventar?» Las preguntas y la angustia cobran ahora protagonismo. El concepto teísta de Dios, que el mundo cristiano había interiorizado, contribuía a soportar nuestra insignificancia cósmica y nuestra fragilidad existencial. Permitía sentirse acompañados, proporcionaba consuelo en medio de las circunstancias adversas de la vida, facilitaba dirigirle una oración pidiéndole su intervención, mantenía a las persones en la esperanza, disipaba las dudas ante la muerte y la eternidad… Ahora, el silencio y la soledad.

La dificultad de considerar una alternativa más inmanente de lo divino es, sin duda, una de las razones, junto a otras que no consideramos en este artículo, que explica que muchas personas se hayan quedado sin una base sólida sobre la que fundamentar su fe. El resultado, demasiadas iglesias históricas, de diversas confesiones, cada vez más vacías.

Pero los seres humanos continuamos teniendo necesidades derivadas de nuestra naturaleza finita: primarias, de seguridad, relacionales, afectivas, espirituales, de sentido… Quien atienda las necesidades más intrínsecamente humanas tendrá su éxito asegurado. Son muchos los grupos filosóficos, esotéricos, ecológicos… que intentan responder a esta demanda. De alguna manera, la “muerte de Dios” está potenciado el desarrollo de nuevas alternativas y, entre ellas, las llamadas espiritualidades laicas.

Pero también aparecen comunidades eclesiales que, citando de nuevo a Shelby Spong: «trafican con una seguridad que no pueden dar.» Énfasis en lo milagroso, cuando la realidad es tozuda; presentación de engañosas teologías de la prosperidad; experiencias extáticas en un momento en el que parece que lo importante es sentir en lugar de razonar; sanidades; acompañamiento que genera más dependencia que autonomía en los tutelados; literalidad frente al texto bíblico; conservadurismo… Iglesias llenas.

No es fácil revertir tendencias; pero hay que seguir progresando de manera que la desconstrucción, incluso de una imagen de Dios, no sea percibida como su destrucción, sino como aquello que nos permite nuevas construcciones más coherentes con el momento histórico y con el grado de conocimientos y madurez adquiridos. Josep Maria Esquirol, catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona lo expresa con mucha precisión: «Pensar es deshacer definiciones para, así, poder redefinir

Jaume Triginé

 

Lupa Protestante

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