Posted On 29/04/2022 By In Opinión, portada With 1498 Views

Iglesias sin denominación: ¿falta de honestidad con buenas intenciones? | Rubén Bernal

Quiero que quede claro que ofrezco mis opiniones por si pueden traer algo bueno. Siempre hay alguien que, cada vez que se opina de algo, salta diciendo que es «muy fácil criticar» (como si con la crítica no se propusiese nada en su lugar, o no nos sirviese para pensar en esa positiva alternativa a la que ansía llegar). La cuestión es la siguiente.

Entiendo que en el contexto evangélico (concretamente en el evangelicalismo) se aboga, como debe ser, cada vez más por la unidad (aunque luego esa unidad está sujeta a examen). Esto es maravilloso y me alegra mucho pues, es sin duda un soplo del Espíritu, aunque en este camino –por mi afiliación denominacional– se me excluya siendo considerado como un hermano de segunda categoría, mientras que, no hay ningún problema y hay manga ancha, con acoger a los que inconscientemente mantienen tendencias apolinaristas, modalistas, monofisitas, subordinacionistas, nestorianas y otras tantas «herejías históricas» (pero ese es otro tema, conste que no juzgo las «herejías» de nadie –menos aun razonadas– sino el filtro de la falsa ortodoxia que se aplica conmigo[1]).

La cuestión a la que voy en realidad es que, la propuesta con buena voluntad que muchos tienen de abrir iglesias sin adscripción denominacional, no termina de ser honesta del todo (no se ofendan que no va con mala intención). Tenemos un sinfín de iglesias que no especifican en sus carteles o rótulos de la fachada a qué denominación o tradición doctrinal pertenecen. Con muy buena fe pretenden haber superado el denominacionismo, pero a la hora de la verdad son evidentemente pentecostales o, en otros casos, algo así como bautistas independientes con modificaciones en sus principios y confesión de fe. En otros casos sí pertenecen firmemente a una denominación pero no la especifican.

¿Por qué digo que esa pretensión de interdenominacionalidad, o superación del denominacionismo, es falsa? Pues sencillamente, y como ejemplo más evidente (aunque con excepciones), porque este tipo de iglesias no permiten, ni más ni menos, la participación en la Cena del Señor a personas presbiterianas, metodistas, luteranas o anglicanas que hayan sido bautizadas en su más tierna infancia por aspersión, y por tanto, no son laxos denominacionalmente y, aunque no lo digan, ya se están posicionando en una tradición y herencia denominacional determinada que, por alguna razón, omiten.

No se puede pretender ser «no denominacional» cuando, incluso en lo litúrgico, se está siguiendo un modelo muy concreto, generalmente pentecostal. Vivimos en tiempos de modelos litúrgicos pentecostales (por llamarlos de alguna forma) que se visten de homogeneidad y que se asumen sin ninguna actitud crítica, como si fuese la manera estándar de hacerlo (digamos que básicamente viene a ser treinta o cuarenta minutos seguidos de canciones de alabanza tipo pop –con estructura de concierto– y luego un sermón).

En realidad, el modelo de culto de una iglesia «no litúrgica» (como se suelen considerar a sí mismas) es, realmente, una liturgia con sus propias normas y convencionalismos. De hecho, cuando se celebran muchos actos interdenominacionales en el mundo evangélico hispanohablante, siempre estamos con esos mismos patrones importados de Norteamérica (que a su vez se han asentado en Australia, Latinoamérica, etc.), sin explorar –ni tener en cuenta– que parte de los congregados tienen una riqueza distinta en lo celebrativo y que, incluso a veces tradiciones con serias discrepancias con el modelo que se impone.

Hace ya algunos años se celebraba en mi ciudad una asamblea general de la Alianza Evangélica a la que decidí asistir. Entre los congregados en el culto de inauguración se encontraban hermanas y hermanos de contextos reformados/presbiterianos, hermanos de Plymouth (asambleas de hermanos), bautistas afines a su tradición y otras personas de diversas ramas evangélicas. Sin embargo, el modelo de culto fue, acríticamente, el patrón pentecostal que se da por hecho que es estándar (el cual ni siquiera es del agrado –por cuestiones más de convicción que de gusto– de algunas personas de otras tradiciones). Esto que ocurrió en aquella asamblea general, que incluso en cierto sentido tiene un matiz poco respetuoso, es lo mismo que acontece en el 100% de actos conjuntos y cultos unidos.

Volviendo al tema de las iglesias que no especifican su propia denominación (o que creen no tenerla), sin ir de mal rollo ni mucho menos, diría que esa «no adscripción denominacional» o bien es solamente un producto de marketing y publicidad engañosa (obviamente no intencional), o bien simplemente es desconocimiento de su propia riqueza doctrinal y denominacional de la que pretenden renegar como si fuese algo vergonzoso. Y aquí es donde está el quid de la cuestión, la confesionalidad denominacional solo es vergonzosa cuando se vive desde el exclusivismo y la ruptura, con pretensiones absolutas de ser los únicos portadores de la verdad y desde la beligerancia; sin embargo, no es una vergüenza cuando simplemente es indicativo de la pertenencia a una parte de la gran familia cristiana a la que pertenece (con toda su riqueza dentro de la diversidad), ni tampoco es una vergüenza cuando se vive en verdadera unión con las demás denominaciones o tradiciones cristianas. Por ejemplo, gracias a la Concordia de Leuenberg mi iglesia, a pesar de tener cierta identidad confesional, tiene una comunión genuina entre luteranos, metodistas, reformados, iglesias unidas, valdenses o moravos, y por supuesto, a través de otros organismos distintos, lo mismo con otros grupos. Incluso en la cotidianidad, sin haber firmado acuerdos ni nada, se siente tan hermana del pentecostal, del bautista o del que sea. No es necesario negar la identidad para tener como hermana o hermano a otras personas creyentes de otra denominación. Unidad desde la diversidad.

Ya veis que no me gusta cuando en la cartelería o rótulo de las iglesias se omite la confesionalidad propia a la que se suscribe, a veces con el argumento de haber alcanzado la cima de un cristianismo neutro y normativo, postdenominacional, con fantasías de ser la superación del denominacionalismo. Por muy digno y bien intencionado que sea ese objetivo, no deja de ser poco realista y una falsedad, y es una especie de menosprecio tanto a la propia riqueza doctrinal que se tiene heredada, como también un menosprecio para las iglesias que muestran trasparentemente la denominación a la que pertenecen.

Para no dar pie a la confusión y abogar por la luz y la transparencia, por muy abiertos y acogedores que seamos, el transeúnte o posible visitante debería tener derecho a saber de antemano qué tipo de comunidad cristiana es aquella a la que piensa asistir, qué perspectiva tienen de la mesa del Señor, del bautismo, de la liturgia, de la forma de expresión de carismas del Espíritu, etc.

 


[1] Esto lógicamente por ser miembro de una denominación que bautiza infantes, ordena mujeres al ministerio, entabla relaciones de diálogo ecuménico, no le tiene miedo a los estudios histórico-críticos de las Escrituras y suscribe la declaración de Mamré.

Ruben Bernal

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