En la Primera Epístola a los Corintios capítulo 11 verso 1 Pablo afirma: «Imítenme a mí, como yo imito a Cristo» (NVI). Cada vez que leo este verso me causa una gran impresión, pues, aunque sé que el Apóstol Pablo era un líder importante dentro de las primeras comunidades cristianas, el hecho de que se permita la pretensión de llamar a otros a imitarlo a él, debido a su propio estatus de imitador de Cristo, es algo que la mayoría de los líderes y lideresas actuales no tendrían la osadía de hacer. No obstante, me parece que ese llamado a la imitación, llamado que no se entiende correctamente sin el trasfondo del etos de la comunidad de fe, es exactamente lo que las iglesias necesitan actualmente de sus líderes, especialmente de sus pastores y pastoras.
El cristianismo, como toda religión, se puede comprender en base a tres elementos: los mitos, los ritos y el etos. Estos elementos están presentes en todas las iglesias, a pesar de que el mito se ve reducido a una doctrina, los ritos se convierten en una mera instancia cúltica y el etos se pervierte en una lista de deberes y prohibiciones. El etos se puede definir como «el conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el carácter o la identidad de una persona o una comunidad». Es decir, el estos cristiano no es primeramente un conjunto de principios, leyes, normas y valores, sino que es el carácter o identidad del cristiano/a. El etos cristiano es la vida misma de la persona y/o la comunidad, y no la verbalización sobre ella (moral) ni su reflexión filosófica (ética). El cristianismo, así como otras religiones mundiales, no sólo transmite una visión de Dios o de la Realidad Última, sino que es además una manera de entender el mundo y una forma de vivir en él. Como ya se ha dicho, éste busca configurar una identidad personal o carácter, además de proveer una orientación vital desde los fines y objetivos últimos que proclama. Por tanto, el cristianismo no sólo provee información, sino, sobre todo, formación. Desea que las personas se conecten con Jesús hasta el punto de conformarse a su modelo de vida y adquieran su identidad y carácter, es decir, no solo busca que las personas conozcan a Jesús sino que, desde la conexión con él, esas personas vivan como él vivió. El vivir como Jesús es un ámbito inseparable de conectarse con Jesús o, en un lenguaje más tradicional, de tener una relación con Jesús. Como dice la Primera epístola de Juan: “El que afirma que permanece en él, debe vivir como él vivió” (1 Juan 2:6 NVI).
Es interesante destacar cómo la iglesia cristiana, al no ser meramente un ente informativo sino una comunidad formativa, reemplazó a todas las escuelas filosóficas del mundo antiguo. Las filosofías antiguas se desarrollaban en escuelas o comunidades de aprendices-discípulos/as que seguían al maestro/a-filósofo/a. Las filosofías estoica, epicúrea y escéptica, desde su búsqueda constante de sabiduría, se enfocaban en ayudar al discípulo-aprendiz a alcanzar la felicidad de distintas formas. Ello desde sus propias construcciones metafísicas o desde el cuestionamiento de todas ellas. Al contrario que estas escuelas, el cristianismo fue, por su parte, una sabiduría para las personas sencillas, es decir, no buscaba una vasta formación intelectual, sino que su meta era configurar la vida de las y los discípulos de acuerdo a unos pocos principios. El médico Galeno da cuenta de cómo los cristianos, tanto hombres como mujeres, llevaban una vida filosófica. En este ámbito menciona expresamente la autodisciplina, el control en lo relativo al comer y beber, y el afán de justicia, como características de esta vida “filosófica” cristiana. Por ende, si el cristianismo, en tanto “filosofía religiosa”, tiene como objetivo central ofrecer una formación de vida al estilo de Jesús, la Iglesia es la comunidad de discípulos y discípulas que viven efectivamente este estilo de vida. La iglesia es imprescindible en el rol formativo porque nadie puede aprender a vivir de determinada manera simplemente con saber lo que tiene que hacer. Sólo se puede aprender a vivir como Jesús viviendo con Jesús, y sólo se puede vivir con Jesús viviendo con personas que siguen a Jesús. Es imposible ser como Jesús intentando copiar punto por punto lo que leemos en un texto, por más que dicho texto sea uno de los cuatro evangelios. De ahí que no baste sólo con leer la Biblia y querer seguir a Jesús desde mi propia iniciativa personal. Sólo se puede aprender a ser cristiano, a ser como Jesús, aprendiendo de la vida de otros/as discípulos. El etos cristiano sólo se aprende en la comunidad de fe cristiana pues es la vida misma dentro de ella, la praxis vital comunitaria la que está inevitablemente relacionada con la historia o relato de la cual se hace parte (mito) y con la continua actuación y re-actualización de dicha historia (ritos).
Por tanto, el cristianismo no puede ser reducido a un mero discurso o a la entrega de cierta información. No basta escuchar muchas predicaciones, leer miles de estudios bíblicos, o memorizar un millón de versos bíblicos, pues, a la hora de aprender a vivir como el Nazareno, hay que ser necesariamente parte de su comunidad. Desde ahí es posible cuestionar la labor discipular no de algunas, sino de la mayoría de nuestras iglesias y, por otro lado, el trabajo pastoral de muchos pastores y pastoras. Hoy existen muchas iglesias y mucha información sobre el cristianismo, sin embargo, hay muy pocas comunidades de discípulos/as, es decir, hay muy poca formación cristiana. Por otra parte, hay muchos pastores/as que dicen lo que se debe hacer, pero hay muy pocos/as que efectivamente «van delante», mostrando el camino del seguimiento. Claro está, organizar un culto o servicio religioso, dar un sermón, escribir un estudio bíblico o un artículo teológico (como éste) es una tarea mucho más sencilla que ser un modelo en la configuración de las y los discípulos desde un determinado carácter o estilo de vida. Sin embargo, ahí está Pablo, quien no sólo espera ser un modelo personal a seguir -«Imítenme a mí, como yo imito a Cristo»-, sino que además espera que toda persona en el liderazgo sea asimismo un ejemplo a imitar, como se observa en sus consejos a Timoteo: «Que nadie te menosprecie por ser joven. Al contrario, que los creyentes vean en ti un ejemplo a seguir en la manera de hablar, en la conducta, y en amor, fe y pureza» (1 Timoteo 4:12 NVI). Pablo parece entender que lo que nosotros hoy llamamos «trabajo pastoral» es la facilitación de un proceso de configuración personal y comunitaria en donde las y los discípulos, como parte de una comunidad de fe, alcanzan un estilo de vida, un carácter y una identidad conforme a Jesús. En otras palabras, ser pastor o pastora no implica sólo la entrega de información, sino la formación de otros discípulos y discípulas desde el ejemplo de vida. En esto, el lugar de la comunidad de fe es importante, pues así es posible entender la llamada de Pablo a la imitación de su persona no desde una pretensión meramente individual, sino como parte de la vida comunitaria del seguimiento, donde todos estamos llamados a seguir a Cristo siguiendo a los demás. Estoy seguro de que Pablo también tenía ejemplos de cristianos y cristianas que, con su propia vida, lo llamaban a un mejor seguimiento.
En conclusión, el cristianismo no es una idea abstracta o una mera doctrina, sino que es un etos específico desde el seguimiento de una persona concreta, Jesús, que al no estar ya en medio de nosotros, sólo es posible seguir desde la imitación de sus discípulos y discípulas reunidos en la comunidad de aprendices del maestro, la iglesia. Por ello los cristianos/as y las iglesias no sólo anhelamos, sino que necesitamos pastores y pastoras que tengan la valentía de llamar al seguimiento, la convicción de vivir el etos cristiano y la osadía de ser ejemplos. Hombres y mujeres que no sólo presenten una idea racional, sino que con sus vidas toquen nuestra sensibilidad emocional y motiven nuestra voluntad. Sólo seguiremos a Jesús si hay personas que todavía están dispuestas a llamarnos y a arrastrarnos con su ejemplo de seguimiento, pues, como dice el dicho, verba docent, exempla trahunt, las palabras enseñan, los ejemplos arrastran.