Grandes figuras escocesas
Escocia tiene el honor de haber dado al cristianismo protestante un número portentoso de misioneros y teólogos que conquistaron el mundo entre mediados del siglo XIX y mediados del XX. Hombres y mujeres recios, duros como el roquedal. Baste pensar en David Livingstone, misionero y explorador; Robert Moffat, misionero en Uganda y primer traductor de la Biblia al idioma setswana; María Slessor, misionera presbiteriana en Nigeria, llamada la reina blanca de Okoyong; teólogos y predicadores notables como Robert Murray M’Cheyne, Andrew Bonar, Thomas Chalmers, James Bannerman, Archibald Bruce, William Cunningham,; James Denney… Y, para no alargar la lista, y centrarnos en el personaje que nos interesa para nuestro propósito, James Orr (1844-1913), algunas de cuyas obras han llegado hasta nuestros días, dos de ellas traducidas tempranamente al castellano[1].
James Orr es como una figura del pasado heroico del protestantismo. En el corto espacio de veinte años Orr editó una monumental enciclopedia de la Biblia, escribió 16 libros y centenares de artículos y reseñas y publicó numerosos sermones y conferencias. Al mismo tiempo viajó extensamente por todo el continente, así como por Norte América, impartiendo infatigables conferencias[2].
Orr nació en Glasgow el 11 de abril de 1844, huérfano de padre a una edad temprana, durante un tiempo fue aprendiz de encuadernador; escéptico en su adolescencia, se convirtió durante el renacimiento escocés en 1865 y poco después entró en la Universidad de Glasgow, donde tuvo como profesor a John Veitch, uno de los últimos filósofos del sentido común, y también a John y Edward Caird. Fue aquí donde adquirió el aprecio por el papel de la razón en la teología. Realizó el curso de teología en el United Presbyterian Hall de Edimburgo, y subsiguientes estudios de hebreo y teología en la Universidad de Glasgow, obteniendo premios de alto nivel y el grado de doctor.
Orr fue ordenado ministro de la Iglesia Presbiteriana Unida de East Bank en Hawick (1874-1891), donde permaneció hasta 1901. Durante este tiempo, aprendió alemán y comenzó a estudiar los argumentos de los teólogos liberales alemanes.
Fue nombrado profesor de Historia de la Iglesia en 1891 en el colegio teológico de la Iglesia Presbiteriana Unida y visitó América en varias ocasiones, donde llegó a ejercer una importante influencia. Fue el editor de The International Standard Bible Encyclopedia (cinco volúmenes, 1915).
Orr, como hace observar Scorgie, coincidió con un periodo especialmente dinámico de la teología protestante, y dentro de este entorno trató de defender la ortodoxia evangélica frente a diversos desafíos[3]. Fue uno de los primeros y principales críticos británicos del pensamiento de Albrecht Ritschl. En The Ritschlian Theology and the Evangelical Faith (1897) y en otros trabajos, Orr insistió en que el ritschlianismo se oponía al cristianismo genuino y era intelectualmente insostenible por su limitación del papel de la razón en el pensamiento y la experiencia cristianos. También se opuso a la hipótesis documental de Julius Wellhausen sobre el Pentateuco. En The Problem of the Old Testament (1905), Orr defendió la «mosaicidad esencial» del Pentateuco y la construcción tradicional de la historia del Antiguo Testamento. En The Progress of Dogma (1901), Orr intentó contrarrestar el veredicto negativo de Adolf Harnack sobre la historia del dogma argumentando que se ha desarrollado según una lógica interna reconocible. Respecto a la Biblia, que es el asunto que aquí nos trae, Orr afirmaba su inspiración plenaria y su veracidad total. Su opinión sobre la inerrancia la consideraremos a continuación.
Orr mantuvo una relación cordial con B.B. Warfield, de Princeton Theological Seminary, y cuando Orr editó la mencionada y prestigiosa International Standard Bible Encyclopedia le invitó a contribuir con el artículo sobre «Inspiración», que ha quedado como un tratado teológico bastante completo sobre el tema.
La Biblia bajo ataque
En 1907 Orr publicó The Bible under Trial (La Biblia a prueba, o bajo juicio), desde la perspectiva de la fe en la Biblia como el registro inspirado y autorizado de la voluntad revelada de Dios para nosotros.
«El autor no simpatiza con el punto de vista que deprecia la autoridad de la Escritura para exaltar frente a ella la autoridad de Cristo. No reconoce que haya ninguna colisión entre ambas cosas, o que puedan ser realmente separadas, la una de la otra. Él encuentra la Palabra de Dios y de Cristo en las Escrituras, y no conoce ninguna otra fuente de conocimiento de la misma»[4].
Para él, el ataque a la Palabra de Dios no es nada nuevo. Nunca ha habido una época en la historia en la que la Biblia no haya tenido que encontrar una oposición feroz y persistente. «Por lo tanto, si vemos que la incredulidad levanta la cabeza en muchas direcciones en estos últimos días, no tenemos que estar perplejos y consternados, como si nos hubiera sucedido algo extraño. Está en la naturaleza de las cosas, y es la voluntad de Dios, que así sea; es parte de nuestra fe sometida a prueba (1 Pd 1:7)»[5]. Orr critica la escuela de Wellhausen en cuanto subvierte totalmente la base de una fe razonable en la Biblia, y de una revelación de Dios contenida en ella.
«Hay hombres moderados y devotos en este país, hombres a los que hay que honrar personalmente, que tratan de atenuar las negaciones de la teoría, y de infundirle un espíritu más creyente; pero para la exposición de los principios, uno prefiere acudir a los creadores y representantes acreditados de la escuela [de la alta crítica]; aunque, hasta en las obras de los críticos moderados, pronto se descubre que los mejores esfuerzos no pueden eliminar la mancha de racionalismo que está en su propia esencia»[6].
Teniendo en cuenta esta y otras obras pro inspiración y carácter sobrenatural de la revelación registrada en la Biblia no tiene nada que extraño que fuera invitado a colaborar en la serie The Fundamentals (1910-15), donde participa con varios estudios: The Holy Scriptures and Modern Negations; The Early Narratives of Genesis y Science and Christian Faith[7].
Dicho esto, hay que aclarar que pese a la oposición frontal de Orr al modernismo y el liberalismo bíblico y teológico, hay un punto principal del evangelicalismo norteamericano que él nunca aceptó, a saber, el concepto de inerrancia tal como es entendido por sus defensores conservadores.
Inerrancia: suicidio intelectual y religioso
Fue recientemente que los historiadores pusieron de relieve esta discrepancia de James Orr respecto a la escuela de Princeton, representada por Charles Hodge y Benjamin B. Warfield, tocante a la inerrancia bíblica.
«[Orr] no estaba dispuesto a cerrar tanto el círculo, aunque compartía un profundo compromiso con la inspiración sobrenatural de la Biblia, que como tal requiere nuestra sincera obediencia. Argumentó que la inerrancia estricta es una posición sumamente suicida que tenía el potencial de destruir todo el edificio de la creencia en la religión revelada»[8].
Orr expresa sus creencias sobre el tema de la inerrancia bíblica en un libro escrito en 1910 que trata concretamente de la revelación y de la inspiración. En él se pregunta sobre los límites de la inspiración; en qué se diferencia de la inspiración que atribuimos a los poetas y otros hombres de genio; la verdad de su contenido, etc. En su estudio del pasaje clásico de 2 Ti 3:15-17, concluye que este se puede resumir en los siguientes puntos:
(1) Hay una colección de «escritos sagrados» que Timoteo conocía desde su infancia. Se trata, no hace falta decirlo, de las Escrituras del Antiguo Testamento.
del Antiguo Testamento.
(2) El contenido de estos libros era capaz de hacer sabio para la salvación por medio de la fe en Jesucristo. A Él apuntaban; en Él se cumplían; a la luz de su aparición y salvación se leían ahora.
(3) Las Escrituras incluidas en esta colección eran «inspiradas por Dios»; más ampliamente, «toda la Escritura de Dios» puede incluir un Evangelio como el de Lucas (cf. 1 Ti 5:18), o incluso las propias Epístolas de Pablo (cf. 2 Pe 2:15).
(4) Al tener este carácter, las Escrituras eran útiles para la enseñanza, etc., y tenían como fin «para que el hombre de Dios sea completo, capacitado completamente para toda buena obra». No hay ninguna carencia de la vida espiritual que no hayan satisfecho[9].
De aquí se deduce que las Escrituras tienen un motivo y carácter religioso prominente, de manera que se puede concluir que:
«Pablo no da ninguna descripción de la naturaleza o grado de la inspiración que atribuye a las Escrituras del Antiguo Testamento (u otras). No dice, por ejemplo, que garantizara la inerrancia verbal en cuestiones históricas, geográficas, cronológicas o científicas ordinarias. Pero, (1) parece al menos claramente que no había ningún error que pudiera interferir o anular la utilidad de la Escritura para los fines especificados; y (2) las cualidades que se dice que la inspiración imparte a la Escritura, haciéndola útil en un grado tan grande y rico, dejan claro que la inspiración misma fue de un tipo elevado y excepcional»[10].
En el apartado que dedica al estudio de la inerrancia, Orr conversa con Hodge y Warfield, y se pregunta: ¿Reclama la Biblia misma, o necesita la inspiración, un registro «sin errores», en cuestiones de menor detalles? Los defensores de la doctrina de la inerrancia suelen argumentar que esta se da en cada detalle particular, ya que está implicada en la idea misma de un libro dado por inspiración de Dios. Esto podría sostenerse en base a la teoría del dictado verbal —escribe—, pero difícilmente puede sostenerse en una visión justa de la génesis histórica de la Biblia. Se puede alegar, en efecto, «una guía providencial sobrenatural» que tiene como objetivo excluir todo, incluso el más mínimo, error o discrepancia en cada declaración, incluso tal como pueda haber en las fuentes de las que se obtiene la información, tal como sostienen Hodge y Warfield. Para Orr, la teoría de ambos es una suposición forzada que no tiene apoyo en la Biblia.
«Es peligroso, por lo tanto, tratar de fijar la fe en ella como una cuestión de importancia vital. La inspiración, al sancionar la incorporación de una genealogía antigua, o de un documento histórico en algunos aspectos defectuoso, no se hace más responsable de estos defectos que de los discursos de los amigos de Job en el libro de Job, o de los sentimientos de muchas partes del libro del Eclesiastés, o de la traducción imperfecta de los pasajes del Antiguo Testamento en las citas de la Septuaginta [que se dan en el Nuevo Testamento]»[11].
«No se puede pretender que las Escrituras, al igual que sus autores, sean omniscientes. La información que transmiten está en las formas del pensamiento humano, y limitada en todos sus aspectos. No fueron diseñadas para enseñar filosofía, ciencia o historia humana como tal. No fueron diseñados para proporcionar un sistema infalible de teología especulativa. Están escritas en lenguas humanas, cuyas palabras, inflexiones, construcciones y modismos llevan en todas partes las huellas indelebles del error humano. El propio registro proporciona pruebas de que los escritores dependían en gran medida de fuentes y métodos en sí mismos falibles para obtener sus conocimientos, y que sus conocimientos y juicios personales eran en muchos asuntos vacilantes y defectuosos, o incluso erróneos»[12].
No debemos permitir, afirma, que se haga creer que la verdad del cristianismo depende de cualquier doctrina de inspiración, pues la revelación fue en gran parte anterior a su registro, y la Iglesia cristiana anterior a las Escrituras del Nuevo Testamento. Si esto ocurre, a menos que podamos demostrar lo que se llama la inerrancia del registro bíblico, incluso hasta sus detalles más minúsculos, y no podemos hacerlo debido el peso abrumador del conocimiento histórico moderno, entonces todo el edificio de la creencia en la religión revelada se cae al suelo. Esta es, por tanto, «una posición muy suicida para cualquier defensor de la revelación»[13]. Por esta razón, tan negativa para el desarrollo o persistencia de la fe, dejemos que la Palabra de Dios sea Palabra de Dios, a saber:
«Una “palabra pura” (Sal 12:6; 19:8; 119:140, etc.). Una palabra verdadera y “probada” (Sal 12:6; 18:30); una palabra que nunca falta a los que se apoyan en ella. La Biblia que encarna esta palabra conservará su distinción como el Libro de la Inspiración hasta el fin de los tiempos»[14].
Un defensor moderno de las ideas de James Orr sobre la revelación es el biblista estadounidense Craig Blomberg[15], quien frente a la postura radical de Harold Lindsell en The Battle for the Bible (1976) del todo o nada: «O crees que la Biblia es inerrante, o no lo crees. Y si no lo crees, entonces no tienes derecho a llamarte evangélico o a servir en una institución evangélica», personalmente cree «que si inerrancia significa “sin error según lo que la mayoría de la gente en una cultura dada habría llamado un error”, entonces los libros bíblicos son inerrantes de acuerdo de los estándares de las culturas en las que fueron escritos», lo se afirme más allá de esto es extremadamente peligroso[16]. Y continúa diciendo: «A pesar de que la inerrancia es la piedra de toque de la Sociedad Teológica Evangélica, hay muchos evangélicos que sostienen que las Escrituras son inspiradas y autorizadas, aunque no sean inerrantes. Y es posible que los inerrantistas, al hacer de su visión de la Biblia el punto de partida de muchas otras cosas, hayan contribuido a peregrinaciones como la de Bart Ehrman, cuyo deslizamiento de la fe evangélica al agnosticismo comenzó con el descubrimiento de una “discrepancia” bíblica que no pudo resolver[17].
Biblia y ciencia
Si para creer, o seguir creyendo en la Biblia como Palabra de Dios, se exige la creencia en la superioridad de esta en todos los campos del conocimiento, no solo en temas religiosos tocante a la salvación y comunión con Dios, sino también en cuestiones de cosmología o historia, entonces se llega a un callejón sin salida, lo que supone una vía suicida para la fe.
A un nivel casi elemental, de primaria de educación, es la contradicción irresoluble de la historia de Adán y Eva y la paleo-antropología. Que los seres humanos pasaron por un largo proceso de miles de años de recolección de frutos y semillas para alimentarse, con la caza menor a la que pudieron abatir, antes de dominar el arte de la domesticación de los animales y de la tierra en forma de siembra y cosecha, son hechos indubitables, totalmente probados por la ciencia, cuyos vestigios han llegado hasta nosotros en forma de instrumentos de piedra y de restos de comida de aquellos hombres primitivos. Desde hace décadas muchos libros de texto de clase de religión al mismo tiempo que enseñan la historia de Adán y Eva —cuando la enseñan o enseñaban— como explicación religiosa de los orígenes de la humanidad, ofrecen también una crónica de los orígenes biológicos de los primeros homínidos y su largo caminar en su proceso de humanización. Negar estos hechos, o someterlos a la aparente enseñanza del relato bíblico, es obligar ya, desde la más tierna infancia, a cometer un suicidio intelectual de trágicas consecuencia para la fe infantil y adulta.
Afirmar, como alguien lo ha hecho, que la ciencia está supeditada a la Biblia, nos obliga a preguntar por algún caso o ejemplo que sierva de justificación, de otro modo es una declaración de intenciones sin ningún valor fáctico. Que se diga en qué casos concretos la ciencia puede sacar lecciones apropiadas para sus fines del texto bíblico.
Si reparamos en una ciencia cercana, al alcance de todos, como es la meteorología, que estudia el estado del tiempo, el medio atmosférico, los fenómenos y las leyes que lo rigen, vemos que para los autores bíblicos, al igual que sus contemporáneos del Antiguo Oriente, tienen una idea muy limitada de lo que ocurre. Cuando se desata una tormenta, con sus relámpagos, truenos, lluvia o granizo, piensan que es el mismo Yahvé quien los lanza desde las negras nubes. Como escribe José Luis Sicre, el israelita piensa que «el universo es una casa grande, pero no demasiado. Y tampoco muy vieja»[18]. A la luz de los datos que aporta la Biblia, ¿podría llegar alguien a una comprensión científica de los fenómenos meteorológicos? Por ejemplo, ¿se podría llegar a tener una idea adecuada de lo que es una nube y por qué está suspendida en medio del cielo? Una visión ingenua nos puede hacer pensar que las nubes son fenómenos vaporosos y livianos que flotan en el espacio como conglomerados de algodón. Pero la verdad es que las nubes pesan, y pesan mucho. Si se desplomaran de repente sería como si nos aplastara una roca de varias toneladas de peso. Las nubes son enormes y pesadas masas de agua que, pese a las apariencias, se sostienen en el aire gracias a la combinación de dos leyes físicas, Una de ellas es el principio de Arquímedes, que dice que un cuerpo sumergido en un fluido —gas o líquido— experimenta un empuje hacia arriba igual al peso del fluido desalojado. Así, una nube flotará siempre que su peso sea menor que el del aire que puede caber en su interior. Dentro de la nube el vapor de agua se condensa y se forman gotas que, desafiando el principio de Arquímedes, tienden a precipitarse, aunque, curiosamente, lo hacen muy despacio a causa de la fricción, las turbulencias del aire y el calor que produce la condensación del agua. Esta aumenta la temperatura del aire de la nube y hace que suba con fuerza hacia una altura mayor, frenando la caída de las gotitas[19].
La explicación científica de los fenómenos que nos rodean de ningún modo puede estar supeditada a ideas o creencias recibidas, sino al análisis empírico de aquellos que tienen la capacidad y los medios de hacerlo. No se deben confundir los planos de conocimiento ni las competencias de los mismos. La ciencia bíblica es el argumento racional y contrastado con el resto de ciencias de todo lo que la Biblia, en cuanto resultado histórico de la revelación divina, tiene que decirnos del ser de Dios y del ser humano, del ser humano y del ser de Dios en orden a su salvación. No podemos ignorar la fenomenología de la Escritura, cómo ha llegado a ser lo que es en su contorno y en sus límites, ni el propósito por el cual surgió y por el cual fue reconocida como mensaje de Dios. Ir más de ellos nos puede llevar a callejones sin salidas, que son como acciones suicidas para la intelección de la fe.
Para concluir con una reflexión más de James Orr:
«La prueba de la inspiración de la Biblia —no, ciertamente, en todos los detalles, pero sí en su mensaje esencial— se encuentra en los efectos vivificantes que ese mensaje ha producido allí donde su palabra de verdad ha llegado. Esta es la verdad del argumento de la inspiración basado en el testimonio del Espíritu Santo. La Biblia tiene las cualidades que se le atribuyen como libro inspirado. Estas cualidades, por otra parte, nada más que la inspiración podría impartirlas. Conduce a Dios y a Cristo; ilumina los problemas más profundos de la vida, de la muerte y de la eternidad; descubre el camino de la liberación del pecado; hace a los hombres nuevas criaturas; capacita completamente al hombre de Dios para toda buena obra»[20].
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[1] James Orr, Concepción cristiana de Dios y el mundo (CLIE, Barcelona 1992); El progreso del dogma (CLIE).
[2] G.C. Scorgie, A call for continuity. The theological contribution of James Orr, p. 201. Regent College Publishing 2004.
[3] G.C. Scorgie, “James Orr”, en Nigel Cameron, ed., Dictionary of Scottish Church History and Theology. T & T Clark, Edinburgh 1993.
[4] Orr, The Bible under Trial, p. v. Marshall Bros., Londres 1907.
[5] Id., p. 4.
[6] Id., p. 13.
[7] R.A. Torrey y A.C. Dixon, eds., The Fundamentals. Los Angeles 1917, nueva edición Baker, Grand Rapids 2008.
[8] John Woodbridge y Frank James, Church History, vol. 2. From Pre-Reformation to the Present Day: The Rise and Growth of the Church in Its Cultural, Intellectual, and Political Context. Zondervan Academic, Grand Rapids 2013.
[9] James Orr, Revelation and Inspiration, p. 165. Charles Scribner’s Sons, Nueva York 1910.
[10] Id., p. 166.
[11] Id., p. 214.
[12] Id., p. 215.
[13] Id., p. 198.
[14] Id., p. 218.
[15] Véase A. Ropero, La Biblia y sus dificultades, https://www.lupaprotestante.com/la-biblia-y-sus-dificultades-podemos-confiar-en-la-veracidad-de-las-escrituras-alfonso-ropero/
[16] Blomberg on inerrancy, http://www.walkingwithgiants.net/bible/inerrancy/craig-blomberg-on-inerrancy/
[17] Blomberg on inerrancy, http://www.walkingwithgiants.net/bible/inerrancy/craig-blomberg-on-inerrancy/
[18] J.L. Sicre, “Biblia y ciencia. Puntos de conflicto e intentos de solución”, Proyección LXI (2013) 285-314. Hay versión electrónica abierta.
[19] Óscar Gutsens, “¿Cómo flotan las nubes? XLSemanal. 23 de octubre de 2005.
[20] Orr, Revelation and Inspiration, p. 217.